La clase pol¨ªtica de Colombia se muestra esc¨¦ptica sobre la consolidaci¨®n de la tregua entre el Gobierno y la guerrilla
Los colombianos tienen m¨¢s fe en la paz que sus pol¨ªticos. Mientras ¨¦stos, esc¨¦pticos, polemizaban ayer en los peri¨®dicos sobre una tregua que consideran un ejercicio voluntarista con escaso fundamento real, millones de personas se echaron a la calle en todo el pa¨ªs para celebrar el alto el fuego de las guerrillas. " primera plaza de la naci¨®n, la plaza de Bol¨ªvar, se cubri¨® materialmente de banderas blancas y palomas de todos los dise?os y tama?os. No falt¨® el pintor oficioso que con su brocha na?f entronizara a san Belisario, el presidente que llev¨® adelante este arreglo negociado contra casi todos.
El cese de hostilidades no entra en vigor oficialmente hasta el pr¨®ximo jueves, pero las organizaciones firmantes de la tregua han silenciado de hecho sus armas desde hace una semana. Los m¨¢s optimistas consideran que es un augurio prometedor.En la noche de Corinto, el pasado viernes, al calor de la m¨²sica y el aguardiente de ca?a, varios combatientes del del-19 admit¨ªan que era muy duro tener que regresar a la monta?a despu¨¦s de haber firmado la tregua, "pero no queda otra alternativa, tenemos que estar vigilantes para que el di¨¢logo nacional rinda los resultados prometidos".
El 90% de los guerrilleros colombianos ha acatado el acuerdo. S¨®lo quedaron al margen el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional y varias fracciones descolgadas de las FARC y el Movimiento de Autodefensa Obrera.
Las armas han callado ya en su mayor¨ªa, pero empieza ahora la batalla pol¨ªtica. Las organizaciones guerrilleras exigen que la poderosa oligarqu¨ªa terrateniente y financiera se haga el harakiri para mejorar la situaci¨®n de los miserables, que el ej¨¦rcito abandone su papel de supervisor pol¨ªtico y que, en fin, los dos partidos tradicionales, liberales y conservadores, acepten reformar un sistema que les ha permitido ejercer una suerte de dictadura compartida.
Malestar militar
Simult¨¢neamente a la firma de la tregua, el Gobierno ha remitido al Congreso varias leyes que elevan dr¨¢sticamente la presi¨®n fiscal y que se han encontrado con una abierta oposici¨®n del gran capital. Las reformas sociales (vivienda, educaci¨®n, salud) que exigen las guerrillas para una paz definitiva parecen ahora mismo imposibles de financiar con un Estado en bancarrota.Los militares no han ocultado, por lo dem¨¢s, su oposici¨®n a este acuerdo. Primero lo hicieron de forma p¨²blica, hasta que Belisario Betancur les impuso silencio. El incidente armado ocurrido apenas unas horas antes de firmarse el cese de hostilidades con el del-19 es s¨®lo un s¨ªntoma del malestar existente en los cuarteles. Hay quien cree que hay un componente econ¨®mico en esta actitud, ya que no en balde el estado de sitio reporta a los militares sustantivos beneficios econ¨®micos y reducciones en el tiempo de servicio necesario para pasar a la reserva con su salario ¨ªntegro. Es probable que esto tenga una incidencia escasa en la oposici¨®n castrense a la tregua, que estar¨ªa apoyada sobre todo en una imposibilidad de reconciliaci¨®n con quienes les han combatido durante 20 a?os, dejando un saldo de 40.000 soldados muertos.
Queda, por ¨²ltimo, el escepticismo de los partidos tradicionales, liberales y conservadores, que por su funcionamiento interno recuerdan a dem¨®cratas y republicanos de EE UU. Ellos han monopolizado la vida pol¨ªtica de Colombia desde la independencia, aunque en el pasado guerrearon entre s¨ª con frecuencia. La apertura pol¨ªtica pasa por una ruptura de ese monopolio.
La fiesta de las palomas fue ayer un hermoso acontecimiento popular. Los colombianos demostraron que despu¨¦s de ocho lustros de guerra intermitentes quieren la paz ahora. S¨®lo que hay demasiados intereses conjurados para que la tregua no se convierta en una paz duradera.
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