El retorno del racismo
El autor de este trabajo expone c¨®mo el fen¨®meno racista, que no es nuevo, resurge en ¨¦pocas de tensiones e inseguridad, y se apoya en la xenofobia, el odio a lo extranjero, el resentimiento y el narcisismo. Pero tambi¨¦n ha habido ¨¦pocas de tolerancia y di¨¢logo, como en la Grecia cl¨¢sica y en la Europa de la Ilustraci¨®n. En todo caso, concluye, el racismo es, un sentimiento irracional, que agrava los problemas en lugar de ayudar a resolverlos.
La creciente hostilidad, discriminaci¨®n, desconfianza y el odio abierto surgidos en los ¨²ltimos a?os contra las minor¨ªas ¨¦tnicas, los emigrantes, los refugiados pol¨ªticos y los extranjeros en general, se han convertido en un grave y amenazante problema para la sociedad de nuestros d¨ªas. Se trata de un fen¨®meno que, con mayor o menor virulencia, ha emergido no s¨®lo en la Rep¨²blica Federal de Alemania, sino en los dem¨¢s pa¨ªses industrializados.La sociedad actual se caracteriza por una profunda insatisfacci¨®n, y tiende por ello a crear im¨¢genes hostiles para encubrir y justificar su propia frustraci¨®n y desorientaci¨®n. La conciencia insatisfecha de Hegel dispone de muchos medios para liberarse de la presi¨®n de la realidad, y uno de ellos consiste en elegir al extranjero como chivo expiatorio de los propios problemas, preocupaciones y errores. El forastero que llega de lejos, que habla de otra manera, que tiene un aspecto f¨ªsico distinto y otras costumbres, es utilizado como coartada para desentenderse de la propia responsabilidad y crearse una conciencia satisfecha.
El odio al extranjero est¨¢ muy cerca del odio a s¨ª mismo, de la conciencia de la propia frustraci¨®n. Profundamente escindido y descontento con el propio yo, el racista intenta proyectar sobre los otros la culpa de su propia situaci¨®n. "El complejo de inferioridad no asumido conscientemente", ha escrito el pensador austriaco Friedrich Heer, "se traduce en agresi¨®n hacia los dem¨¢s, que a menudo encarnan el otro yo. El odio contra s¨ª mismo constituye una fuente inagotable de odio consciente o inconsciente contra los dem¨¢s". Los extranjeros est¨¢n predestinados, corno ning¨²n otro grupo social, a desempe?ar este papel de los otros como objeto de odio.
Resentimiento y razas
Es significativo que el fascismo encontrar¨¢ sobre todo partidarios entre los individuos desclasados y fracasados, entre los estratos proletarizados e inseguros, es decir, all¨ª donde exist¨ªa un terreno propicio para el resentimiento, la envidia y el miedo. Y no es tampoco ninguna casualidad que la nueva hostilidad hacia los extranjeros haya coincidido con el paro y la inseguridad econ¨®mica reinante en los pa¨ªses industrializados del alto capitalismo.
All¨ª donde la sociedad no es capaz de solucionar sus propios problemas, donde el miedo y las agresiones de todo tipo se han convertido en una masa psicol¨®gica explosiva, el extranjero se transforma en la encarnaci¨®n de lo nefasto, primitivo y perjudicial. Precisamente porque llama ¨®pticamente la atenci¨®n y no pertenece a la comunidad nativa, aparece como un intruso, como el causante de las dificultades nacionales. Bajo estos supuestos, hostigarle y combatirle se revela como el procedimiento m¨¢s c¨®modo para explicar los propios problemas.
A partir de este momento queda abierta la v¨ªa para el odio, la v¨ªa de "?fuera los extranjeros!", y de la discriminaci¨®n masiva. Eliminados ya los escr¨²pulos morales, se puede entonces, con consciente frialdad y ruindad, hacer temblar a los extranjeros, pronunciar discursos demag¨®gicos contra ellos, decretar leyes y medidas administrativas en contradicci¨®n con los derechos humanos e inventar p¨¢rrafos jur¨ªdicos de goma para liberarse de su presencia y expulsarlos del pa¨ªs.
El racista degrada al extranjero a una condici¨®n inferior, situ¨¢ndose con ello autom¨¢ticamente por encima de ¨¦l y adjudic¨¢ndose a s¨ª mismo un status superior. El sustantivo alem¨¢n Uebermensch (superhombre) y su ant¨ªpoda Untermensch (subhombre) -no f¨¢ciles de traducir a otros idiomas con la misma precisi¨®n- expresan muy bien el fondo narcisista que late en toda xenofobia.
El racista considera que su propio yo es el ¨²nico leg¨ªtimo, se mueve en la perspectiva infantilista de la autoglorificaci¨®n absoluta y despacha con un gesto de desprecio la pluralidad de seres humanos, valores y formas de vida que difieren de su propia manera de ser. Al no admitir m¨¢s que su propia identidad, tiene que negar forzosamente la de los dem¨¢s. Prisionero de su concepci¨®n narcisista y convencido de que ¨¦l y sus compatriotas constituyen un mundo unitario y herm¨¦tico de armon¨ªa y concordia, ve en la presencia de elementos for¨¢neos una amenaza para la continuidad de este mundo arm¨®nico que s¨®lo existe en su fantas¨ªa.
Es obvio se?alar el car¨¢cter insostenible e inmaduro de esta actitud. La historia nos ense?a sin cesar que tambi¨¦n all¨ª donde no existen minor¨ªas extranjeras surgen conflictos, luchas y fuerzas destructivas no menos violentas y hostiles que las confrontaciones entre pueblos rivales. Las guerras religiosas de la Edad Media y las innumerables guerras civiles que desde los tiempos m¨¢s antiguos han desgarrado a Casi todas las comunidades geo¨¦tnicas cerradas demuestran que el odio y la vesan¨ªa destructiva son fen¨®menos que tambi¨¦n se producen dentro de los ¨¢mbitos nacionales y entre personas de la misma nacionalidad. La sangrienta guerra civil espa?ola de 1936-1939 ofrece un ejemplo superlativo de esta infausta tradici¨®n.
Pero las guerras civiles son s¨®lo la expresi¨®n m¨¢xima de las tensiones y los antagonismos que se incuban inevitablemente en el seno de toda comunidad. Los idilios nacionales son siempre una ficci¨®n ideol¨®gica. Esta ficci¨®n puede ser sostenida durante cierto tiempo a nivel formal por medio de la propaganda, la pol¨ªtica de fuerza y la manipulaci¨®n, pero a largo plazo est¨¢ condenada a derrumbarse, porque se apoya en un voluntarismo irracional. La din¨¢mica de los conflictos sociales e interhumanos minar¨¢ m¨¢s tarde o m¨¢s temprano la unidad nacional sostenida artificialmente, y revelar¨¢ en toda su profundidad la escisi¨®n interior de la naci¨®n. Las dictaduras y los reg¨ªmenes totalitarios, obsesionados por asfixiar la escisi¨®n interior de un pueblo a trav¨¦s de la presi¨®n institucional, son un ejemplo de esta ley hist¨®rica.
El intento de querer explicar los problemas y conflictos de una comunidad nacional con la presencia de minor¨ªas extranacionales contradice las experiencias m¨¢s elementales de toda realidad sociol¨®gica. Basta en este sentido observar la vida cotidiana d¨¦ una peque?a aldea o dirigir la entrada a un bloque de viviendas de una gran ciudad para darse cuenta en seguida del odio que puede surgir entre personas pertenecientes a una misma comunidad.
En su ensayo sobre los jud¨ªos, Sartre dice con raz¨®n: "Si no existiera el jud¨ªo, el antisemita lo inventar¨ªa". Esta afirmaci¨®n es v¨¢lida tambi¨¦n para todas las variantes de la xenofobia y el racismo. Si el extranjero se convierte en objeto de odio es porque antes existe la necesidad subjetiva de odiar. El hecho de que esta predisposici¨®n hacia el odio quede objetivada en el extranjero es puramente casual y podr¨ªa proyectarse tambi¨¦n a otros objetos hostiles.
?pocas de tolerancia
El racismo es un fen¨®meno muy frecuente en la historia de la humanidad, pero no el ¨²nico ni siempre el dominante. Junto a esta tradici¨®n xen¨®foba, encontramos una tendencia opuesta que acoge a los. extranjeros cordialmente y sin prejuicios, tambi¨¦n con respeto y admiraci¨®n. En el mundo antiguo, los extranjeros eran considerados como b¨¢rbaros y personas de condici¨®n inferior, pero, ya en las postrimer¨ªas del helenismo, los estoicos y los c¨ªnicos se pronunciaron a favor de la igualdad de razas y se llamaban a s¨ª mismos cosmopolitas, ciudadanos del mundo. El cristianismo universalizar¨¢ esta actitud a nivel religioso y situar¨¢ el concepto de persona sobre el de nacionalidad o raza, un proceso que encontrar¨¢ su expresi¨®n m¨¢s acabada en el Renacimiento y la Ilustraci¨®n, as¨ª como en el internacionalismo obrero y socialista posterior. La tolerancia y la generosidad con respecto a los extranjeros se convertir¨¢ en una norma central de los pa¨ªses progresistas.
En el siglo de las luces, los estratos cultos de la sociedad pensaban en t¨¦rminos universales, y consideraban lo nacional como algo demasiado exiguo. As¨ª, Schiller escrib¨ªa en 1789: "Escribir para una naci¨®n es un ideal mezquino y peque?o, y para un esp¨ªritu filos¨®fico, algo completamente insoportable". El nacionalismo ciego y fan¨¢tico es un fen¨®meno que surgir¨¢ m¨¢s tarde. Todav¨ªa Kant se?alaba que el "alem¨¢n no se siente vinculado apasionadamente a su patria".
Esta actitud abierta y universal con respecto a los valores extranjeros sigue perviviendo incluso en nuestros d¨ªas, a pesar de que la hostilidad contra los extranjeros, adquiere dimensiones cada vez m¨¢s agresivas. En medio del racismo ambiente, existen numero sos grupos, organizaciones y per sonas que ayudan a las minor¨ªas ¨¦tnicas discriminadas y luchan por la defensa de sus derechos, y ello en abierta confrontaci¨®n con sus propios compatriotas. El amor que, a pesar de la discriminaci¨®n y los prejuicios raciales, surge a menudo entre hombres y mujeres de distinta nacionalidad demuestra que el odio no es necesariamente la ¨²nica relaci¨®n entre personas de distinta raza, religi¨®n, idioma o cultura. Y lo mismo cabe decir de los innumerables lazos de amistad que se esta blecen continuamente entre forasteros y nativos.
Incluso el racista, que en su pa¨ªs insulta y mira con marcado desd¨¦n a los extranjeros, no vacila en viajar como turista a los pa¨ªses de donde proceden las minor¨ªas ¨¦tnicas que despiertan su odio. Y puede ocurrir muy bien que, llegado a uno de esos pa¨ªses, se comporte como los dos personajes alemanes descritos por Tomas Mann en su novela Doctor Faustus: "Elud¨ªan completamente el elemento alem¨¢n. Schildknapp se daba inmediatamente a la fuga cuando le llegaba al o¨ªdo una sola s¨ªlaba de su idioma. Era capaz de apearse de un autob¨²s o de un vag¨®n de tren cuando descubr¨ªa en ellos a alg¨²n alem¨¢n".
El enorme incremento del turismo, el impulso de conocer a personas y pa¨ªses extranjeros, demuestra claramente que el amor a la patria no excluye la nostalgia por otras formas de vida, por culturas y paisajes distintos. Pero demuestra tambi¨¦n que la relaci¨®n entre lo propio y lo forastero no es fundamentalmente antag¨®nica, y que ambas categor¨ªas est¨¢n sometidas a una relaci¨®n dial¨¦ctica permanente. La historia del progreso y la civilizaci¨®n ser¨ªa inconcebible si en los seres humanos no existiera la predisposici¨®n natural a mantener una relaci¨®n fecunda y amistosa con otros pueblos y grupos ¨¦tnicos.
La naturaleza irracional y absurda del racismo queda puesta especialmente de manifiesto en una ¨¦poca como la nuestra, caracterizada por la estructura planetaria de la problem¨¢tica humana y por la interdependencia intr¨ªnseca que existe entre la comunidad de pueblos. Los problemas de la humanidad s¨®lo pueden ser solucionados por medio de la cooperaci¨®n, la ayuda y la comprensi¨®n internacionales, nunca a trav¨¦s de un racismo artificial¨ªnente incubado.
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