Ulises vuelve a ?taca
Cuando leemos un libro, o incluso un art¨ªculo de peri¨®dico, en su idioma original damos por sentado que nos encontramos ante el mismo texto que el autor escribi¨®. Aunque esto es algunas veces cierto, no siempre sucede as¨ª. El camino que lleva del manuscrito a la hoja impresa est¨¢ lleno de riesgos: los errores de mecanograf¨ªa, de correcci¨®n y de imprenta; la ceguera y la negligencia con las que suele corregir las pruebas el autor, harto ya de su obra y deseoso de deshacerse de ella cuanto antes; los nuevos errores de composici¨®n (que, en ocasiones, no son ¨²nicamente tipogr¨¢ficos, sino que suponen la omisi¨®n de todo un p¨¢rrafo o incluso de p¨¢ginas enteras), y, por ¨²ltimo, la ira del editor cuando descubre injurias y obscenidades. En la historia de la producci¨®n literaria ninguna obra ha sufrido tantas desventuras de este y otro tipo como el Ulises de James Joyce.Para darse cuenta de la naturaleza de estos contratiempos es necesario analizar el manuscrito original de Joyce y compararlo con cualquiera de las ediciones de su obra, desde la primera, publicada en Par¨ªs en 1922, hasta la m¨¢s reciente de la editorial Garland Publishing Inc., de Nueva York. La tarea no es, sin embargo, tan sencilla como a primera vista parece. Aunque se dispone de un manuscrito original de la obra, ¨¦ste s¨®lo refleja una de las fases del proceso que transform¨® la idea extravagante que fue en un principio el Ulises en un grandioso testamento de la modernidad literaria. Joyce hab¨ªa pensado escribir un cuento sobre un d¨ªa en la vida de un agente de publicidad de Dublin: se propon¨ªa establecer, con brevedad y humor, un paralelismo entre las triviales aventuras de este personaje y la Odisea de Homero. La idea fue adquiriendo mayores proporciones. El cuento se convirti¨® en una novela. Las analog¨ªas hom¨¦ricas engendraron una serie de t¨¦cnicas literarias -un estilo grandioso para el episodio en el que.aparecen los c¨ªclopes, una prosa que parece afectada de la par¨¢lisis genera? de los dementes en el cap¨ªtulo en el que Circe convierte a los hombres en cerdos, el estilo ?o?o de las revistas del coraz¨®n para Nausica. El texto est¨¢, por otra parte, repleto de s¨ªmbolos misteriosos y de abiertas alusiones sexuales y escatol¨®gicas. De ese modo, la novela termin¨® por convertirse en una obra imponente, y los editores se resistieron a publicarla.
El motivo es f¨¢cil de comprender. Los fragmentos de Ulises que publicaron las r¨¦vistas de vanguardia antes de que Joyce terminara su obra suscitaron varias demandas legales en el Reino Unido y Estados Unidos. Las sociedades que hab¨ªan tolerado la insoportable obscenidad de la primera guerra mundial no estaban dispuestas a aceptar la obscenidad inofensiva de la franqueza sexual de Joyce. La propietaria de una peque?a librer¨ªa de la rive-gauche, en Par¨ªs, tuvo el valor de hacer lo que las grandes casas editoriales de Estados Unidos y el Reino Unido no se hab¨ªan atrevido siquiera a plantearse como una posibilidad: Sylvia Beach, de la librer¨ªa Shakespeare and Company, se convirti¨® en una editora ad hoc y se las arregl¨® para que el Ulises de Joyce se imprimiera en Dijon. El hecho de que el impresor no hablara el ingl¨¦s resolvi¨®, en parte, el problema de la obscenidad (dado que ni ¨¦l ni sus empleados pod¨ªan comprender las palabrotas que estaban imprimiendo), pero fue, al mismo tiempo, el origen de un sin n¨²mero de dificultades de edici¨®n. Se cometieron miles de errores tipogr¨¢ficos, muchos de los cuales no era posible corregir. Adem¨¢s, despu¨¦s de cada correcci¨®n surg¨ªan nuevos errores en las pruebas subsiguientes. Joyce no contribuy¨® a hacer m¨¢s f¨¢cil el trabajo del impresor. Cuando aparecieron las galeradas, ante el enorme espacio blanco que rodeaba a las letras impresas, el autor se sinti¨® estimulado no s¨®lo a corregir, sino incluso a a?adir nuevo material. El Ulises que emergi¨® de las pruebas era dos terceras partes mayor que el texto mecanografiado que hizo el viaje en tren a Dijon. La obra hubiera seguido creciendo indefinidamente de no ser por la intervenci¨®n de la editora y de sus impresores: ¨¦stos decidieron que el libro deb¨ªa publicarse el 2 de febrero de 1922 (coincidiendo con la fecha en la que Joyce cumpl¨ªa 40 a?os), y exigieron al autor que cumpliera el plazo.
Joyce lo cumpli¨®, y un Ulises plagado de errores se puso a la venta en todos aquellos pa¨ªses en los que estaba permitido leerlo. Cuando las editoriales de los pa¨ªses de lengua inglesa pudieron, al fin, publicar la obra, despu¨¦s de un largo juicio que tuvo lugar en Nueva York, y durante el cual se decidi¨® que Ulises no era, despu¨¦s de todo, obsceno -"em¨¦tico, pero no pornogr¨¢fico"-, los errores de imprenta aumentaron en lugar de disminuir. Las ediciones en lengua inglesa que precedieron a la de Garland, de 1984, contaban con un promedio de siete errores por p¨¢gina. Han tenido que pasar 62 a?os desde la primera publicaci¨®n de la obra en Par¨ªs para que un grupo de estudiosos alemanes, encabezado por Hans Walter Gabler, Wolfhard Steppe y Claus Melchior, y subvencionado, en parte, por la Deutsche Forchungsgemeinschaft, se decidiera a publicar, con un precio de venta al p¨²blico de 200 d¨®lares, una versi¨®n aut¨¦ntica en tres vol¨²menes del Ulises. Se trata de una verdadera haza?a.
Una de las dificultades que sol¨ªa interponerse entre Joyce y sus impresores, para no hablar de sus mecan¨®grafos y editores, se derivaba de una t¨¦cnica literaria que a menudo se basaba en la comisi¨®n deliberada de errores. Stephen Dedalus, el Tel¨¢maco de la novela ¨¦pica, recibe, mientras estudia en Par¨ªs, un telegrama que le env¨ªa su padre desde Dubl¨ªn y en el que le anuncia Nother dying (Nother se est¨¢ muriendo). Nother debiera ser mother (madre) y, hasta ahora, todos los editores creyeron que deb¨ªan corregir el error. Pero a Joyce le fascinaba la iron¨ªa de la comunicaci¨®n imperfecta. Casi al final de la novela el nombre del protagonista, Leopold Bloom, aparece en un diario de la tarde como L. Boom. La correcci¨®n de este error hubiera dado la impresi¨®n de que el gran mundo tomaba en serio el nombre y la personalidad de Bloom; por otra parte, se hubiera eliminado la posibilidad de identificar a Bloom con la onomatopeya con la que se representa una explosi¨®n en un tebeo (?boom!) o con un ¨¢rbol holand¨¦s (boom significa ¨¢rbol en ese idioma). En una carta que Bloom recibe de una mujer con la que ha estado manteniendo una relaci¨®n meramente epistolar ¨¦sta lo trata de pilluelo, ya que le disgusta that other world (ese otro mundo). World (mundo) sustituye, por un error mecanogr¨¢fico, a word (palabra). Al corregir este error, sin advert¨ªrselo a los lectores, como han hecho tantas editoriales, se suprime la iron¨ªa de un episodio posterior, en el que la madre de Stephen sale de su tumba para decirle que reza por ¨¦l todas las noches en "ese otro mundo".
Joyce ha sido v¨ªctima, en definitiva, de quienes contribuyen, en mayor o menor medida, a mantener la literatura dentro de los l¨ªmites de lo normativo: las reglas de los impresores y las presunciones de los mecan¨®grafos. Joyce le daba mucha importancia a la puntuaci¨®n y no sol¨ªa utilizar muchas comas. Los mecan¨®grafos han intercalado, en ocasiones, comas en sus textos, en un intento desesperado de hacer inteligible lo que para ellos, que se han educado con lecturas m¨¢s ortodoxas, carec¨ªa de sentido. Joyce odiaba los guiones y prefer¨ªa que las palabras compuestas del ingl¨¦s se pareciesen a las del alem¨¢n. Las palabras obsoletas le gustaban tanto como sus propios neologismos. Le encantaban, adem¨¢s, los juegos de palabras o paronomasias. En todas las ediciones de las que se dispon¨ªa hasta ahora Bloom sol¨ªa decir que el queso era mighty (imponente). Gracias a la labor de investigaci¨®n de los alemanes hemos descubierto, al fin, que lo que quer¨ªa decir era mity (agusanado). Esa palabra se pronuncia igual que la anterior, pero da a entender que el queso no s¨®lo es grande y maravilloso, sino que est¨¢ tambi¨¦n lleno de gusanos. A partir de ahora los editores de Ulises tendr¨¢n que consultar este monumento de erudici¨®n (la mayor¨ªa, contra su voluntad). Se ver¨¢n, asimismo, obligados a corregir las viejas traducciones. Los franceses ya han puesto manos a la obra con su edici¨®n de la Pleiade: ?qu¨¦ har¨¢n los italianos?
En cierta medida, la traducci¨®n ha sido siempre una empresa imposible. Ulises es un producto de la lengua inglesa -no s¨®lo de sus sonidos, sino tambi¨¦n de sus formas. La errata del peri¨®dico forma parte de la esencia de la novela, en la misma medida que la simbolog¨ªa de los errores ortogr¨¢ficos. La primera palabra de Ulises es stately (majestuoso), y la ¨²ltima, yes (s¨ª). Es evidente que el autor se propon¨ªa crear un equilibrio, empezando por (s ... y) y terminando por (y ... s). Joyce conced¨ªa una gran importancia a estos detalles, ya que, al igual que VIadimir Nabokov, se sent¨ªa fascinado por la magia de la palabra impresa. Una de las palabras de uso com¨²n en el ingl¨¦s isabelino era hither (ac¨¢), vocablo que hoy se considera anticuado. Nabokov se pas¨® mucho tiempo buscando antiguas ediciones de Shakespeare en las que hither se hubiese transformado, por un error de imprenta, en hitler. Si las palabras tienen un car¨¢cter m¨¢gico, pueden incluso profetizar acontecimientos futuros.
La maravillosa edici¨®n que debemos a la erudici¨®n y el dinero de los alemanes resuelve los problemas de Joyce, pero agrava a¨²n m¨¢s los de otros autores. Todav¨ªa no se ha prestado la suficiente atenci¨®n a H. G. Wells -las ediciones de sus obras no s¨®lo son imperfectas, sino que muchas veces resulta dif¨ªcil encontrarlas- y no se puede estar muy satisfecho con el trato que se le ha reservado a Henry James, por no mencionar a Ford Madox Ford. Cuando tradujo al italiano a Lawrence Durrell, mi mujer no pod¨ªa comprender c¨®mo era posible que una chica tuviese una cicatriz en su tree (¨¢rbol); la palabra correcta era, por supuesto, knee (rodilla). Yo mismo he lamentado la reproducci¨®n de viejos errores en las reediciones sucesivas de mis libros: pubic (p¨²bico) vuelve a sustituir a public (p¨²blico), e immortal (inmortal) a immoral (inmoral). S¨®lo tres autores -Dios, Shakespeare y el Joyce- parecen haber merecido por parte de sus editores el supremo respeto de la investigaci¨®n erudita. Puede que Dios haya escrito la Biblia, pero est¨¢ muy por encima de lo humano para sentirse horrorizado al descubrir que en una famosa edici¨®n de la Biblia se ha omitido la negaci¨®n en la frase "no cometer¨¢s adulterio Shakespeare fue un dramaturgo al que le preocupaba m¨¢s su trabajo que la publicaci¨®n de sus obras. Joyce era, ante todo y sobre todo, un canalla. Se pas¨® la vida pidiendo dinero prestado sin devolverlo nunca, buscando mecenas, como Sylvia Beach y Harriet Shaw Weaver, y consiguiendo la ayuda de todos, j¨®venes, ricos, pobres, cultos e incultos, para la composici¨®n, publicaci¨®n y publicidad de sus libros. Desde su purgatorio irland¨¦s se debe estar burlando de los que, despu¨¦s de su muerte, le siguen profesando una devoci¨®n desinteresada. Heureux qui, comme Ulysse, afait un bon voyage.
Puede uno preguntarse, por ¨²ltimo, qu¨¦ hacer con Finnegans Wake. Har¨ªan falta por lo menos tres siglos de investigaci¨®n subvencionada para llegar a producir una edici¨®n que se ajustara a las intenciones del autor.
Joyce sab¨ªa, de todas formas, que la labor de correcci¨®n (que tambi¨¦n supone lo contrario de la correcci¨®n) era pr¨¢cticamente imposible. Concibi¨® esa novela, como un planeta parecido a la Tierra, insensible a la erosi¨®n y a los embates de las tempestades y los meteoritos. Entre el autor y el lector hay un mundo de tinieblas. En el caso de Finnegans Wake, ese mundo de tinieblas entre el lector y la obra seguir¨¢ siendo, para muchos, un misterio impenetrable.
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