El saber y el poder
Al final de la en¨¦sima lecci¨®n, el impaciente disc¨ªpulo se atrevi¨® a preguntar: "Maestro, j para qu¨¦ sirve todo esto?" Plat¨®n, ofendido, llam¨® a un esclavo, le orden¨® que le diera una moneda al impaciente y le despidi¨® para siempre: "Vete, no vuelvas; pero con eso no podr¨¢s decir que las lecciones no te han servido para nada".No presumir la utilidad del propio saber es una regla de oro, muy asc¨¦tica regla, por lo dem¨¢s, del sabio, del cient¨ªfico, del investigador o buscador de conocimiento, sobre todo en el ¨¢mbito de las ciencias sociales, siempre asediado por la que Bourdieu y otros han caracterizado como tentaci¨®n del profetismo en el intelectual, en el cient¨ªfico social: la tentaci¨®n -es glosa de Max Weber- de soltar desde la c¨¢tedra unos veredictos decisivos, y en nombre de la ciencia, sobre cuestiones ideol¨®gicas, imaginando que en su bagaje de investigador lleva tambi¨¦n el bast¨®n de mando del estadista; o, con m¨¢s generalidad, la tentaci¨®n de querer pronunciar una palabra sabia, con adobo de ciencia, para cada uno de los requerimientos y cuestiones que le vienen formulados por su auditorio, por su p¨²blico. Puesto que con harta frecuencia los cient¨ªficos sociales se han atribuido una especie de "derecho de peritaje" respecto a la sociedad, la cultura y sus tradiciones (B. M. Berger), la idea de "ciencia pura", del saber por el saber, del conocimiento in¨²til y no apareado con ning¨²n g¨¦nero de poder es una idea higi¨¦nica, depuradora, inseparable del concepto mismo de saber.
En la otra cara de la trama est¨¢, s¨ª, el positivista "saber para prever, prever para poder", de Comte; est¨¢n las concepciones utilitarias, pragmatistas, tecnocr¨¢ticas del conocimiento, de la ciencia. Pero tambi¨¦n est¨¢ la tesis de la Ilustraci¨®n sobre la virtud liberadora, emancipatoria, del saber; el an¨¢lisis -derivado de la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa- de los esenciales nexos entre conocimiento e inter¨¦s (obligado aqu¨ª citar a Habermas); y la vieja advertencia de Epicuro que le prescribe un valor terap¨¦utico: "Vana es la filosof¨ªa -ampliemos: vano es el saber- que no cura alg¨²n sufrimiento de los hombres".
La doble cara del saber se explica bien atendiendo a su origen. En su filog¨¦nesis como en su ontog¨¦nesis, el conocimiento ostenta evidentes ra¨ªces biol¨®gicas; todo conocimiento es adaptativo, funcional para la supervivencia. La forma m¨¢s rudimentaria del conocimiento, la que est¨¢ en el origen de todo saber, el reflejo de orientaci¨®n, es la reacci¨®n norinal de cualquier organismo frente a un est¨ªmulo nuevo y es una ireacci¨®n de car¨¢cter preparatorio para la posible necesaria acci¨®n. El acto de orientarse en el medio, la atenci¨®n, la curiosidad, el comportamiento de exploraci¨®n e investigaci¨®n -actividades todas ellas que alcanzan su culminaci¨®n en el estudio cient¨ªfico- responden en los vivientes a necesidades vitales, est¨¢n vinculadas a urgencias inmediatas y tambi¨¦n a preparaciones de aeci¨®n a diferido plazo. La necesidad de conocimiento del medio exterior -se?ala Edgar Morin-, d¨¦bil en la planta, resulta ser necesidad vital en el animal locomotor y actor, que desarrolla su vida en el medio de un en torno incierto, aleatorio, peligroso. Aun en sus formas m¨¢s exquisitas de matem¨¢tica pura, la ciencia, el saber, sigue exhibiendo huellas de su origen: cumple una funci¨®n vital, responde a la necesidad del hombre de orientarse, de saber a qu¨¦ atenerse, de poner orden en un mundo de otro modo opaco, inseguro, lleno de azares y riesgos, a menudo hostil. En eso no hay ciencia pura y no ha lugar el lema de "el saber por saber".
Por otra parte, y no menos ciertamente, el saber, que emerge de ra¨ªces biol¨®gicas, emerge en una naturaleza propia, obedece a leyes propias, goza de autonom¨ªa; tiene su propia l¨®gica, la llamada l¨®gica de la ciencia y l¨®gica de la investigaci¨®n; posee su propia realidad y objetividad, la que Popper recoge en la noci¨®n de Mundo 3: el conjunto de los productos -objetivos, reales, y no meramente subjetivos o psicol¨®gicos- de la mente humana.
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En esto el saber no obedece a necesidades de la vida, sino a necesidades y reglas propias; responde a un principio no de utilidad, o de funcionalidad adaptativa, sino a un principio de verdad. Su canon propio ahora s¨ª es saber por saber. El conocimiento resulta ser un lujo, un placer de dioses. La ciencia cae del lado de lo gratuito, y no de lo necesario.
El an¨¢lisis de esa doble faz contribuye a esclarecer un importante problema, a la vez epistemol¨®gico y pol¨ªtico, de nuestro tiempo: las relaciones del saber con el poder y, en particular, el doble juego que la ciencia se trae y se lleva con el poder pol¨ªtico. Para empezar, es evidente que todo saber en s¨ª mismo constituye una forma de poder; y, por ello, tanto el poder pol¨ªtico como el econ¨®mico han tratado siempre de incorporar en su provecho los servicios del sabio, del cient¨ªfico.
Por otra parte, de acuerdo con una larga tradici¨®n, que arranca de la Rep¨²blica plat¨®nica y culmina luego en los fil¨®sofos de las luces, parece deseable que el gobernante posea a- la vez las cualidades del sabio, del ilustrado. Con raz¨®n o sin ella -pues en los ¨²ltimos tiempos tambi¨¦n la ciencia, la tecnolog¨ªa, la ingenier¨ªa en el poder se han mostrado desmedidamente peligrosas-, a nada le tememos tanto como a la ignorancia en el poder. Nos encaminamos, en fin, hacia formas de poder que cada vez consisten m¨¢s y m¨¢s en sabor, en poseer y controlar la informaci¨®n, en tener a disposici¨®n -en bancos de datos y en programas de ordenador- todos los datos y an¨¢lisis pertinentes de los que, en cambio, no dispone el ciudadano de a pie.
Por otro lado, y tambi¨¦n cada vezm¨¢s, se requiere cierto poder para saber. Durante siglos, la ciencia, la filosofla y la sabidur¨ªa fueron patrimonio de clases ociosas, de personas con recursos para permitirse el ocio de la dedicaci¨®n al estudio. Actualmente, la investigaci¨®n en casi todas las ¨¢reas requiere instrumental y medios costosos que ning¨²n es tudioso se puede particul.armen te sufragar. El progreso en la ciencia depende, hoy mucho m¨¢s que en el pasado, de los poderes econ¨®mico y pol¨ªtico. Jam¨¢s hubo relaciones ingenuas" di¨¢fa nas, inocentes, entre saber y po deri, pero ahora menos que nun ca. . Los institutos estatales y los empresariales, las leyes, los ministerios de investigaci¨®n o de ciencia ¨¢parecen del todo traspasados por la ambig¨¹edad, y no transparencia, de las relaciones entre el saber y el poder.
No poco se ganar¨ªa en esa transparencia con la conciencia te¨®rica y la observancia pr¨¢ctica de algunos sencillos principios: saber es ser capaz, funcionalmente capaz, o eficaz, y saber, por tanto, es poder; y no menos cierto- alg¨²n poder se requiere para investigar, para generar saber; pero poder y saber constituyen juegos diferentes, relativamente aut¨®nomos entre s¨ª, de la actividad y de la comunicaci¨®n humanas, y no resulta de seable que alguno de ellos le haga el juego al otro. Por tenta dos que a ello est¨¦n los gober nantes, los legisladores, los ad ministradores har¨ªan mal en conceder la prima a los saberes aplicados, inmediatamente . productivos o funcionales, pro longaciones directas del poder humano consistente en dominio sobre la naturaleza. Con ello s¨®lo cerrar¨ªan en un c¨ªrculo est¨¦ril, en anillo que se muerde la colajos nexos entre saber y po der, totalmente el uno para el otro y mediatizado por el otro. El nexo ha de quedar abierto y la c¨ªrcularidad rota.
La rotura del c¨ªrculo reclama que legalmente, oficialmente se apoye la ciencia pura, el conocimiento gratuito y ocioso, el saber por el saber. A largo plazo, ¨¦ste suele demostrar ser el m¨¢s adaptativo, el que, contra las miop¨ªas en pol¨ªtica cient¨ªfica, mejor satisface la human¨ªsima y biol¨®gica necesidad de orientarse individual y colectivamente en el mundo.
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