El turismo de la 'intelligentsia'
En alguna ocasi¨®n, en estas mismas columnas, achacaba yo al siglo XVIII el habernos dejado, entre otras muchas dolamas y plagas que debemos agradecerle, la muy d¨ªricil de soportar de los intelectuales. He de volver hoy sobre el mismo tema con motivo de esta proliferaci¨®n de congresos, convenciones, seminarios, reuniones de escritores, poetas, ensayistas, pensadores y p¨ªchones de fil¨®sofo que caen como langosta sobre las capitales de estas sufridas rep¨²blicas, ya de suyo agostadas por el FMI, la esquerda fistiva, la guerrilla salvadora y el jet set con apartamentos en Biscayne Bulevard de Miami. Quien por curiosidad o inadvertencia se acerque a algunas de las mesas redondas que en talps concil¨ªos se celebran tendr¨¢ m¨¢s de una ocasi¨®n de quedar asombrado y no poco deprimido. Los pont¨ªfices de turno hablan con sospechosa soltura sobre su difusa y confusa profesi¨®n, dan derroteros ciertos al pa¨ªs que visitan para que oriente sus letras y artes por el camino adecuado ydejan la alarmante impresi¨®n de ser los aut¨¦nticos detentadores de la verdad. El p¨²blico aplaude entusiasmado y sale a la calle con la conciencia pasablemente calmada por creer que ha asistido a un "acto cultural" y ha "enriquecido el horizonte de sus conocimientos". Lo de siempre, Dios m¨ªo, lo de siempre. La realidad, especialista en sorpresas de esta ¨ªndole, se encarga en pocos minutos de regresar a los ingenuos a la tierra, y lo hace a fuerza de batacazos cada vez m¨¢s recios y convincentes.?De d¨®nde, si no es del siglo XVIII, hemos heredado semejante irredenta familia de fervorosos convencidos de su importancia y de su decisiva participaci¨®n en los oscuros avatares de la pol¨ªtica? Yo nunca he visto que en ¨¦pocas anteriores al siglo de Voltaire, Diderot y los tribunalesdel terrorjacobino se hablara de intelectuales. Para Luis XIV, el gran Racine fue un hombre al servicio de la corte, respetado y admirado, pero jam¨¢s consultado sobre la pol¨ªtica a seguir en la guerra de la Sucesi¨®n al trono espa?ol. Cada vez que escucho pontificar a los intelectuales en estos congresos y citas de marras me llama la atenci¨®n el contraste patente entre su c¨ªnica alquimia de conceptos barajados con la mayor seguridad y la sombr¨ªa marcha de la pol¨ªtica oficial de turno, que no solamente jarn¨¢
les tiene en cuenta, sino que los ve con la explicable desconfianza que despierta su inanidad y verborrea. Cuando el Estado los acoge en sus filas siempre ser¨¢ en calidad de lacayos obsecuentes o como torvos c¨®mplices.
?Que hay excepciones m¨¢s que ilustres? Qui¨¦n lo dudaPero es a la sombra de esas
egregias figuras visionarias don
de medra hoy la peste de los in
telectuales. Todos sabemos que
mucho mejor le hubiera ido a
Florencia de haber escuchado la
voz iluminada de Dante en el
exilio; que muy otra hubiera sido
la suerte de Alemania si hubiera
atendido los sabios preceptos de
Goethe; que muy diferente ha
br¨ªa sido la suerte de nuestra en
tra?able Espa?a si los validos
de Felipe IV no hubieran acalla
do el clamor l¨²cido y destempla
do de Quevedo; que muy otra
cosa hubiera sido Rusia si la pa
labra prof¨¦tica de Dostoievski,
patente en las p¨¢ginas r ' evelado
ras de su Diaro de un escritor, hu
bieran sido le¨ªdas con la hones
tidad de esp¨ªritu que reclama
ban; que los franceses han ten?
do que pagar muy caro el no
haber prestado o¨ªdos a las advertencias deslumbradoras que les hizo Paul Val¨¦ry en su Pol¨ªtica del esp¨ªritu. Esa sordera de los hombres de Estado es caracter¨ªstica de su encontrado destino, pero no confundamos, por favor, tan altos or¨¢culos ni su vano clamor angustiado con la imp¨²dica manipulaci¨®n que nuestros Gobiernos suelen aplicar a los intelectuales.
En general, estas reuniones se
pagan con dineros oficiales. Ello
se explica porque ambas partes
est¨¢n hablando de entidades di
ferentes cuando, pronuncian la
palabra cultura. Y ambas est¨¢n
equivocadas. La cultura, la ver
dadera, perdurable y fecunda, se
har¨¢ siempre en el amargo silen
cio, en el olvido, en la s¨®rdida
penumbra, en el hambre y el do
lor de vidas mut ? iladas cuyo cal
vario es muy raro que tenga al
guna recompensa en v ' ?da de sus
v¨ªctimas. Tanto los pol¨ªticos
como la intelligentsia jam¨¢s se'
han parado a escuchar esas vo
ces. Al contrario, el acallarlas
ha sido una de sus tareas m¨¢s te
naces.
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