Reyes carlistas en Trieste
Atravesamos altos maizales y abrigados vi?edos, contorneamos cabos y bah¨ªas entre pinos y acacias, que nos turban el color azul turquesa que llevan hoy el cielo y el mar Adri¨¢tico.Nos sale al encuentro, custodiado por jardines, el banco y rom¨¢ntico castillo de Miramare. Con los tristes recuerdos de Maximiliano de Habsburgo, heredero del trono de Austria, fugaz emperador de M¨¦xico fusilado en Quer¨¦taro, y de su esposa, Charlotte de B¨¦lgica, enloquecida por la tragedia.
Llegamos a buena hora al Porto Vecchio de Trieste, capital de la regi¨®n, con estatuto especial, de Friuli Venezia Giulia.
Peque?a ciudad romana en la ¨¦poca de los c¨¦sares, destruida despu¨¦s por los longobardos, sujeta luego al poder temporal de los obispos y municipio independiente por fin, pasa en 1382 bajo la protecci¨®n de Austria para liberarse de los asaltos de la vecina y poderosa Rep¨²blica de Venecia. Ciudad mercantil y de gentes del mar, es a partir de 1700, con su puerto franco, un floreciente puerto internacional, neur¨¢lgico punto comercial entre Oriente y Occidente, a la vez que lugar de encuentro de diferentes lenguas, relig lones y culturas. Italiana de lengua y de esp¨ªritu, no llega a formar parte de Italia hasta 1918, tras la derrota austriaca. Pero tras la segunda guerra mundial tuvo que esperar el plebiscito de 1954 para reafirmar, y de modo contundente, su identidad italiana, mientras los territorios vecinos de Istria, Fiume y Zara pasaban a Yugoslavia.
Trieste es hoy una capital de 200.000 habitantes, recostada sobre peque?as colinas frente al mar. Pasamos por el Borgo Teresiano, coraz¨®n de la vieja ciudad construida en los gloriosos tiempos de Mar¨ªa Teresa. Caminamos entre robustos edificios neocl¨¢sicos, o de estilo ecl¨¦ctico, tan del gusto de la Viena del siglo pasado. Nuevos bloques modernos afean aqu¨ª y all¨ª el conjunto. Hay museos por todas partes e iglesias de diversas confesiones. La mayor¨ªa de las calles, avenidas y plazas tienen nombres de patriotas triestinos: cosa natural en una ciudad fronteriza integrada tan recientemente en la patria deseada.
Entre el teatro romano y la bas¨ªlica rom¨¢nica de San Silvestro subimos lentamente hasta el Castello, en medio del colle capitolino, desde donde se divisa toda la desparramada ciudad y sus alrededores, cantados por Dante, Carducci, Svevo o Saba. El Castello, construido sobre las ruinas de una fortaleza veneciana, fue sucesivamente residencia de los capitanes del emperador, barrac¨®n de las tropas napole¨®nicas, defensa de los nazis en la ¨²ltima guerra. Hoy es museo de historia y de arte, am¨¦n de lugar privilegiado de reposo y de entretenimiento.
A los pies del Castello est¨¢ la catedral de San Giusto, que en el siglo XIV uni¨® las iglesias de la Asunci¨®n y del santo ahora titular. Junto a ella, un bautisterio y un gracioso campanario del mismo tiempo. Un fastuoso roset¨®n g¨®tico filtra la luz gozosa de la tarde sobre las naves y los altares, sobre los mosaicos antiguos y modernos, sobre las columnas rom¨¢nicas de los viejos templos, sobre frescos y estatuas. Vengo buscando unas tumbas famosas. S¨ª, est¨¢n aqu¨ª. En el primer altar de la nave derecha, dedicado a san Apolinar, m¨¢rtir triestino, donde reposan sus reliquias entre frescos p¨¢lidos del siglo XIV.
Sin relevancia alguna, perdidas entre otras tumbas, veo con emoci¨®n las negras l¨¢pidas en el suelo, encabezadas con la cruz y la corona real de la dinast¨ªa carlista.
En medio, Carlos V, "Hispaniarum rex, in prosperis modestus, in adversis constans, pietate autem insignis" (rey de las Espa?as, modesto en la fortuna, constante en la adversidad, pero de notable piedad). Muri¨® en Trieste en 1855 y fue enterrado "maximo populi et cleri concursu" (ante una multitud de pueblo y de clero).
Cerca de ¨¦l, su primera esposa, Mar¨ªa Francisca de Braganza, hija de Juan VI de Portugal, muerta en 1834, y su segunda mujer, Mar¨ªa Teresa de Braganza, la c¨¦lebre princesa de Beira, fallecida en 1874.
Descansa aqu¨ª tambi¨¦n el pri-
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mog¨¦nito del primer rey carlista, Carlos VI, conde de Montemol¨ªn, que muri¨® en la misma ciudad en el a?o 1861, seguido a pocas horas por su esposa, Carolina de Borb¨®n, que aqu¨ª lo acompa?a. Junto a ellos, quien los sucedi¨® como "rey de Espa?a", Juan III, hijo tambi¨¦n de Carlos V, que naci¨® en Aranjuez en 1822 y muri¨® en la ciudad inglesa de Brighton en 1887. Les sigue el infante Fernando, hermano peque?o de los dos reyes anteriores, fallecido en Trieste ese mismo a?o de 1861.
Delante de ellos, en tumba reciente, encabezada por la corona real austriaca, Francisco Jos¨¦ Carlos I, archiduque de Austria, duque de Madrid, nacido en Viena en 19135 y muerto en la misma ciudad en 1975. "Lo puso", dice la inscripci¨®n latina, "su mujer, Mar¨ªa Helena".
Fue ¨¦ste el cuarto hijo de do?a Blanca -primog¨¦nita de Carlos VII y hermana de don Jaime, que le sucedi¨® al frente de la comuni¨®n- y hereder¨® el t¨ªtulo de su padre, el archiduque austriaco Leopoldo Salvador de Habsburgo Lorena.
?Y d¨®nde est¨¢ Carlos VII? Hay ya poca luz y, al fin, lo encuentro en la pared central del altar, a la izquierda, de donde voy tomando unas notas, Aqu¨ª est¨¢ la l¨¢pida y la tumba de aquel majestuoso rey de la barba florida, de las estampas y cuadros de nuestras casas: "Carolus VII, hispaniarum rex, avitae fidel. et patriae devotus, heic quiescit, invicta christiani regisque fortitudine augusto munere perfunctus. N. Labaci III Kal. Apr. MDCCCXILVIII. M. Varesii XV Kal. August. MCMIX" (Carlos VII, rey de las Espa?as, de fidelidad ancestral y devoto de su patria, descansa aqu¨ª, tras haber cumplido su augusta misi¨®n con fortaleza invicta de cristiano y de rey. Naci¨® en Laybach (Austria) el 30 de marzo de 1848. Muri¨® en Varese el 17 de julio de 1909).
Carlos V, hermano de Fernando VII, abdic¨® en su hijo Carlos en 1845 y se retir¨® a Trieste. Carlos VI se instal¨® en Inglaterra y, tras asistir a su hermano peque?o, Fernando, muerto de una contagiosa enfermedad, muri¨® contagiado, lo mismo que su esposa, el mismo d¨ªa y en la misma ciudad. El hijo segundo de Carlos V, el infante Juan Carlos, se hab¨ªa casado con la archiduquesa Mar¨ªa Beatriz de Austria Este, hija del duque de M¨®dena. Tras declararse liberal y reconocer a Isabel II, renunci¨® a sus derechos en su hijo Carlos al llegar la revoluci¨®n de septiembre, que destron¨® a Isabel. Carlos VII es bien conocido entre nosotros.
Repaso en silencio tanta historia reciente de Espa?a que aqu¨ª se agolpa. Recuerdo ante Dios a estos reyes y reinas carlistas y a todos los que junto a ellos vivieron, sufrieron y murieron.
Hace, muchos a?os le¨ª, me parece que a Francisco L¨®pez Sanz, en El Pensamiento Navarro, un comentario sobre el retorno de los reyes carlistas muertos a Espa?a.
S¨¦ que la cuesti¨®n es delicada y no s¨¦ a qui¨¦n toca dar el primero y el ¨²ltimo paso. Pero en estos tiempos de reconciliaci¨®n y de conflictos superados, ?por qu¨¦ estos hombres, que fueron espa?oles o hijos de espa?oles, miembros de la familia real, que amaron apasionadamente a Espa?a, que mandaron ej¨¦rcitos en nuestra tierra y gobernaron durante a?os en algunos territorios espa?oles, no podr¨ªan descansar en El Escorial o en alg¨²n lugar digno y acogedor? ?Qu¨¦ hacen aqu¨ª, en este rinc¨®n lejano de Italia, en el altar de la catedral de San Giusto de Trieste?
Cuando salimos veo de cerca el monumento que levant¨® la ciudad a sus muertos, al que hacen guardia perenne y fiel filas de cipreses y columnas romanas.
La luz est¨¢ m¨¢s triste y el azul del cielo y del mar me parece deca¨ªdo y confuso.
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