Tedio, muerte y para¨ªso de Vicente Risco
El centenario del nacimiento de Vicente Risco (1884-1962), una figura clave del pensamiento y la cultura gallegas, se cumpli¨® el pasado domingo. Sus ideas le convirtieron en el intelectual m¨¢s controvertido del siglo XX en Galicia. En este art¨ªculo se recuerda su figura de escritor.
Orense no es una ciudad de paso. Quien va a ella es por alg¨²n asunto concreto. Tiene, derecho de su linaje, una catedral, un puente g¨®tico y un parque provinciano. En la Casa Consistorial se ve. uno de esos relojes en lo alto, m¨¢s lento que ninguno, con horas siempre del siglo XIX. Cuando la lluvia cae en ¨¦l, se ilumina brevemente con un gris plateado, como de seda de antiguo embajador espa?ol. Luego esa lluvia mansa, racheada y constante de sus oscuras tardes cae en la piedra con un eco de charcos. As¨ª baja la noche a las farolas d¨¦biles de penumbrosos soportales. Orense es la frente triste de Portugal. En Espa?a, una ciudad as¨ª, de callado romanticismo, se la aparta para las vidas oscuras.En el tiempo en que Vicente Risco escrib¨ªa los comentarios de su Libro de las horas, Orense, seg¨²n leo en la Gu¨ªa de Otero Pedrayo, contaba con 28.000 almas. Desde all¨ª, como sinti¨® el provincial fray Luis, no se iba "a parte alguna". Se viv¨ªa, se le¨ªa, se paseaba uno en sus largos oto?os y es posible que los seres melanc¨®licos se asomaran, sin creer que ello fuese cosa extraordinaria, a las amenas riberas de su r¨ªo. Puede que una vida as¨ª parezca a muchos desperdiciada, gastada en insignificancias y en minucias sin tono. Pero tampoco cabe decir que se trata de una vida sin ambiciones la vida retirada que llev¨® Vicente Risco en Orense.
Risco, que dio clases hasta viejo en la Escuela Normal, escribi¨®, mucho, obras de erudici¨®n, concienzudas y de tiros largos, sobre todo tipo de asuntos, cosas de peso. Estudios sobre Galicia, una Historia de los jud¨ªos desde la destrucci¨®n del Templo, una historia de Satan¨¢s, biograf¨ªa del Diablo; han libro de los que no suelen leerse jam¨¢s ni por lo correctores de pruebas, pero que encantar¨ªa a ?lvaro Cunqueiro: Oriente, contado con secillez; una novela con la que Risco prob¨® la fortuna de la popularidad y que contribuy¨® a que siguiese igual de oscuro en Orense: La puerta de paja, y, de joven, en la revista Nos, que fund¨®, y en las revistas gallegas, unos pocos, versos y proclamas nacionalistas que le trajeron, despu¨¦s de la guerra civil, muchos quebraderos de cabeza. Tambi¨¦n escribi¨® gran n¨²mero de papeles sobre asuntos locales, de las m¨¢s diversas categor¨ªas, aqu¨ª y all¨¢. Por todas estas obras, Risco, junto a Castelao y Otero Pedrayo, es considerado patriarca de las letras gallegas modernas. En una biblioteca con abundancia de libros de lance, ¨¦stos, de porte tan curioso, suelen encontrarse por lo general intonsos. Es raro encontrar tiempo o cruzarse con la materia que interesa a Risco para leerlos. De estos vol¨²menes ce?udos de Risco es dif¨ªcil pasar de unas cuantas p¨¢ginas, cuando ocurre que alguien toma la firme decisi¨®n de empaparse en ellos. La inconstancia o el desinter¨¦s les devuelve a su hondo pozo de ciencia. Parece como si ellos mismos quisieran rechazamos, orgullosos de su misantrop¨ªa. Cuando se encuentran en un baratillo, en alg¨²n tablero de las tapias del Bot¨¢nico, se compran por poco dinero. Dar unas monedas por ellos entonces, es como echarlas en el cepillo de un oscuro santo, en una capilla intransitada de una iglesia sombr¨ªa. Es acto ese que tiene que ver con la devoci¨®n, con un indeterminado movimiento de respeto, admiraci¨®n y discipulaje, lejano de ptotocolos.
Risco tambi¨¦n escribi¨® esos otros libros, de talle m¨¢s ligero, con secreta juventud, que van como hermanos menores muy por delante de los pesados y viejos me moriales en el paseo del tiempo. Los que yo prefiero, Mitolog¨ªa cris tiana, Leria, Miteleuropa y el Libro de las horas recopilan art¨ªculos,es tudios breves, con un vago halo po¨¦tico. El primero y el ¨²ltimo aparecieron p¨®stumos, y del primero recuerdo, porque se me dieron imborrables, las cruzadas historias de Hamlet, de don Sebasti¨¢n, el rey predestinado, de don Quijote, el Caballero de la Nostalgia, y de Pierrot. Misterios de la Mesa Redonda y del Santo Graal, de don Juan y de Wagner y del ajedrezado Arlequ¨ªn. No eran oficios de fantas¨ªa los que le preocupaban a Vicente Risco, sino cosas de otro porte, de realidad tras la muerte. A todos ellos les da trato de inmortales, alojados en su alma mortal. Sabedor de que tarde o temprano hab¨ªa que reunirse con tan ilustre comitiva, previsor como todo gallego, Risco parece que quisiera saber en estos art¨ªculos cu¨¢l es el rostro de cada uno de los que habr¨¢n de darle compa?¨ªa, cristiana compa?¨ªa. Un mito, como un lema her¨¢ldico, si es grande, no lo acu?a sino la fe. Por eso, Risco trabajaba la materia de la fe en sus asuntos literarios.
Pero entre los libros de ese hombre hay uno, por encima de los suyos, por encima de muchos ajenos, que prefiero: del Libro de las horas (1961). Cuando lo compr¨¦, la edici¨®n no estaba agotada todav¨ªa. Al contrario. Salvo pocos ejemplares,'casi entera permanec¨ªa, y supongo que a¨²n duerme all¨ª, en la trastienda de una librer¨ªa de Orense, situada en una calle que no s¨¦ si seguir¨¢ llam¨¢ndose de Jos¨¦ Antonio. La cubierta del libro, con dibujo del propio Risco, tiene algo de pueblerina, ingenua, de domingo por la ma?ana. Es un reloj de pared, con flores de carm¨ªn, una cosa candorosa. Tiene algo de pitimin¨ª todo ello. Y esa levedad de la cubierta el propio libro la contrarresta con reproducci¨®n de un soneto aut¨®grafo del propio Risco tambi¨¦n.
Por dentro, el libro, como verdadero libro de horas, peque?o santoral, est¨¢ ilustrado, al voleo, con dibujos del autor. Son cosas torpes, vacas, dioses hind¨²es, murci¨¦lagos, hipogrifas, gatos, en l¨ªneas escolares. Da impresi¨®n de que se trata de marcas de cantero franco, expresivas y galaicas, con un esp¨ªritu fuerte que se?alan de una vez por todas. ?Y las prosas, esas peque?as prosas de apenas dos folios? En mucho tiempo, as¨ª lo sentimos, as¨ª nos lo manifestamos por aquellos d¨ªas en que se leyeron, no cre¨ªmos haber le¨ªdo nada m¨¢s conmovedor. Cada una de ellas, cada l¨ªnea nos participaba un deleite nuevo que no conoc¨ªamos en nadie de los que hab¨ªan hecho la literatura en esa ¨¦poca tenebrista de, Espa?a por los a?os cuarenta y cincuenta. Aquellas hojas que hab¨ªan sido escritas entre 1939 y 1951 para la Prensa local y con ¨¢nimo de gustar s¨®lo a unos cuantos amigos de la tertulia, del caf¨¦, como se dice en el pr¨®logo, aquel pu?ado de impresiones sobre una vida sencilla en un lugar de rara melancol¨ªa iba a convertirse en uno de los libros m¨¢s bellos que hab¨ªamos le¨ªdo en algunos a?os.
Por una sola palabra se evocan en ¨¦l, a la vuelta de un p¨¢rrafo, el lobo de Galicia, un,vino verde, un pensamiento perdido mientras se mira el fuego. Un tratado sesudo es posible que se olvide con el tiempo y que sucumba a los conocimientos nuevos y al adelanto de la ciencia. La vida provinciana, en cambio, cuando est¨¢ hilada con la verdad de no tener presunci¨®n, parece quedar siempre como un eco de la poes¨ªa de Laforgue. La provincia, por cada 100 seres fracasados, de retorcida amargura, da un hombre de ancha inocencia, como ocurre al autor de esas divagaciones. ?Qu¨¦ se har¨¢n de ellas dentro de una porci¨®n de a?os? Para entonces es probable que sean a la literatura algo parecido a lo que en aire, en vuelo y en paisaje son las cornejas entre las torres de la catedral de Orense.
Algunos de estos art¨ªculos son cosas tristes, acontecimientos lamentables. Otros, una estampa, algo que apenas se retiene. Un paseante solitario y taciturno, una mujer m¨¢s hermosa de lo normal, una corredoira h¨²meda y l¨®brega, chorreante, de musgo opulento y con verdes luminosos de gris y azul. Por lo que aqu¨ª se ve, por lo que se lee, parecen estas las preocupaciones de un hombre de ciencia cuando no hace ciencia, cuando sale a despejarse y a orear, entre infolio e inflio, su embotada cabeza. En ese preciso momento de su paseo err¨¢til, Risco piensa sin importancia, sin d¨¢rsela a s¨ª mismo y sin conced¨¦rsela a lo que ve. A veces, en tarde de imprecisable abatimiento, la prosa sale emotiva, predilecta, y da la medida de un coraz¨®n humano, cansado y viejo. Se recuerda en los m¨¢s de estos pasajes la vida pasada. Se llega a creer con igual espejismo que el que tiene Risco, que la vida antigua ha de ser la del futuro, como la lluvia de unas horas mon¨®tonas se sucede tras los cristales siempre id¨¦ntica. Risco recuerda un panorama del Mi?o, un caminante, las alquitaras del esp¨ªritu, la lamprea, los mendigos y sus zampo?as. Leyendo este misal de glorias laicas uno se enga?a. Parece que un universo as¨ª, tan perfecto e impenetrable, cargado de encantos y hechizado, no pudiera hundirse nunca. Detr¨¢s de cada cosa perdida que Risco rememora no hay una eleg¨ªa, un llanto, sino un misterio, algo natural que podr¨¢ volver a nosotros con s¨®lo cerrar los ojos. Sabi¨¦ndolo, Risco llegaba as¨ª al origen de la leyenda.
Un amanecer en Orense, con unos cuantos gallos afilando el oriente, en oto?o, con fina lluvia, debe ser cosa impagable. Igual que esos atardeceres imprevisibles y algo tenebrosos del invierno en una casona de piedras verdinegras, en la parte antigua de la ciudad, frente a un fuego recogido. O en la mesa camilla, con brasero agazapado de pic¨®n. Por dos momentos as¨ª Orense deb¨ªa de ser una ciudad m¨¢s que de paso. Este libro de Risco se abre y se muere con esos dos instantes, .con ese alma por la que discurre una remota provincia. Hemos pasado ya por ¨¦l, lo hemos dejado atr¨¢s, junto a la ciudad, como a una oscura figura sentada en un banco del parque, cargada de hombros, .con sombrero y un pesado y largo gab¨¢n que le viene grande por todas partes. ?Don Vicente Risco? Detr¨¢s de ¨¦l, a unos pocos metros, al lado de la tristeza de unas hortensias, alborotan unas cuantas ni?as, con calcetines de blanco modesto. Tedio. Muerte. Para¨ªso.
es editor y poeta.
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