Cuando la izquierda beb¨ªa agua
La primera vez que vi a Moncho Alpuente en mi vida tocaba una bater¨ªa alquilada en un teatro de Madrid. Actuaba en Casta?uela 70, un intento de teatro alternativo en pleno franquismo, lo que no era poco, y en mitad del espect¨¢culo regurgitaba una frase que hizo fortuna gracias a un anuncio de televisi¨®n: "?Te acuerdas cuando beb¨ªamos agua?"Aquella obra caus¨® alg¨²n descalabro y no pocas emociones en la capital de Espa?a. Era, a su manera, un panfleto contra el todo, y el Opus, los falangistas y los democristianos se dieron cita en el coro de los descontentos. Pero los j¨®venes airados, la burgues¨ªa incipiente deseosa de novedades y la gente en general, que estaba hasta el gorro del almirante Carrero Blanco, saludaron con alborozo el tema: hab¨ªa llegado la modernidad. Hoy, Moncho Alpuente es, sin embargo, un posmoderno con cara de ni?o, que hace sus travesuras desde Radio EL PAIS, en vez de hacerlas en el escenario, y la modernidad se nos ha ido de las manos sin apenas conocerla, mientras nos acomodamos en este esquema posactual, que no se sabe bien lo que es, pero que empieza a pronunciarse por actitudes est¨¦ticamente bellas y socialmente desconcertantes.
Todo este rollo -palabra m¨¢s bien castiza y nada posmoderna, contra lo que algunos suponen- viene a cuento de la creciente sensaci¨®n de estupor y escepticismo ante los fracasos o dilaciones del cambio socialista. Surgen por doquier tendencias de privatizaci¨®n social que vienen a sustituir la ¨¦poca participativa de los sesenta, y aparece un cierto gusto por la extravagancia como suced¨¢neo f¨¢cil de la imaginaci¨®n. Hemos aprendido que la democracia es tanto m¨¢s aburrida cuanto menos la prohiben, y la institucionalizaci¨®n del cambio como forma de poder ha despejado la eventualidad de cualquier programa ut¨®pico compartido por nuestra sociedad. Ni siquiera la aventura exterior -Nicaragua, Afganist¨¢n, Namibia- atrae hoy a los j¨®venes como anta?o, quiz¨¢ conscientes de la imposibilidad de transformar las cosas mediante el voluntarismo en un mundo sometido a poderes tan inalcanzables en su definici¨®n que empiezan a asemejarse al Ormuz y Arim¨¢n de nuestros d¨ªas. 0 sea, que la magia, la religi¨®n, el esoterismo y el cuento sustituyeron las antiguas ansias de participaci¨®n colectiva y han dado paso, por el lado contrario, al pasotismo, que cada d¨ªa se demuestra m¨¢s como una forma de conservadurismo eficaz.
Hoy, los centros de poder en Espa?a est¨¢n llenos de j¨®venes ex revolucionarios, hu¨¦rfanos del 68, antiguos militantes del FLP, trabajadores por la huelga nacionalpol¨ªtica, activistas del sindicalismo clandestino, dispensadores de la utop¨ªa como forma de vida que se han dado de bruces con la realidad. La decepci¨®n social que envuelve a nuestro pa¨ªs se refiere primordialmente a la comprobaci¨®n de que esa utop¨ªa merec¨ªa efectivamente su nombre. El desaliento electoral que alberga la izquierda, con un PSOE institucionalizado, un partido comunista dividido y una protesta radical con tendencias est¨¦ticas que en no pocos casos la deslizan inconscientemente hacia formas de neofascismo, es el confuso caldo de cultivo de la posmodernidad. Otros pa¨ªses lo han vivido antes que nosotros. Pero la extravagancia del nuestro pretende adem¨¢s construir una corriente intelectual y un movimiento cultural desde las barras de los bares antes que desde las aulas de la universidad. Un nivel de bohemia ha sido siempre inexcusable a la hora de estas cosas, pero tampoco estoy seguro de que la bohemia a solas las genere. As¨ª que al esfuerzo intelectual se le suplanta con frecuencia por el diletantismo, sea del signo que sea.
Naturalmente que hay aspectos positivos en todo esto: intentos de b¨²squeda, preguntas sobre lo que nos sucede, actitudes de autocr¨ªtica. Tambi¨¦n hay mucha mangancia y no poca megaloman¨ªa. En el plazo de pocos d¨ªas, un director de peri¨®dico de Madrid ha lanzado ni m¨¢s ni menos que un Manifiesto al pueblo espa?ol -?qu¨¦ hermosa pieza arqueol¨®gica esa de los manifiestos!-, y otros amenazamos con analizar los grandes retos y las grandes transformaciones que aguardan a nuestra Espa?a -ni m¨¢s ni menos- La n¨®mina de salvadores de la patria, en la que la abundancia de periodistas es mucha -y supongo que no me escapo yo mismo a la tentaci¨®n de incluirme en ella-, crece vertiginosamente; claro que, felizmente, no tanto como la de quienes no quieren patria alguna para ser salvada. Y mientras discutimos a grandes voces sobre el sentido profundo de la democracia -por el que un ¨¢crata posmoderno se preguntaba hace no mucho-, la ingenier¨ªa gen¨¦tica se dedica a cambiar nuestra especie; la microelectr¨®nica, a destruir nuestros antiguos h¨¢bitos sociales, y el poder nuclear, a limitar nuestra esperanza colectiva de supervivencia.
Supongo que cualquier manifiesto, programa, anuncio o promesa de mundo mejor debe partir de la investigaci¨®n y el conocimiento de estas cosas, que son universales y sobre las que es dificil saber sin un esfuerzo continuado de estudio. Lo curioso es que ese esfuerzo se da en sectores de nuestra inteligencia, pero est¨¢n lejos -salvo excepciones- de los l¨ªderes sociales, de los que escriben en los peri¨®dicos y de los que hacemos peroratas. Las reacciones suscitadas ante la concesi¨®n del Premio Nobel de Literatura al checo Seifert son un buen ejemplo de esto. Se?fert no es un desconocido para los investigadores espa?oles, pero s¨ª lo era para los columnistas de los peri¨®dicos, cuya ignorancia no s¨®lo abarcaba al poeta, sino precisamente a sus traductores de aqu¨ª. De modo y manera que mientras para los traductores del checo y los ling¨¹istas el premio supon¨ªa una novedad interesante y era concedido al poeta vivo m¨¢s conocido de Checoslovaquia, para los otros se trataba de un premio de conveniencia. Si la ignorancia es siempre atrevida, la de los intelectuales es, adem¨¢s de atrevida, culpable.
En la n¨®mina de salvadores de patrias y develadores de grandes desaf¨ªos -?qui¨¦n nos resuelve los peque?os?-, la izquierda mantiene su cuota num¨¦rica nada desde?able. Pero en nuestro caso la cuesti¨®n est¨¢ adem¨¢s en saber c¨®mo se puede ser de izquierdas, ni aun como actitud moral -como l¨²cidamente predica hoy mismo en este peri¨®dico Agnes Heller-, en un pa¨ªs en el que gobierna la izquierda. La tendencia hacia las actitudes deslumbrantes, o extravagantes, que es desde luego una forma de oportunismo, es por eso inevitable. En el seno del Gobierno, un buen caso es el del ministro de Asuntos Exteriores, dispuesto a contradecirse a s¨ª mismo todos los d¨ªas y recientemente defensor de un modelo a lo franc¨¦s para nuestra integraci¨®n en la OTAN: ?pretende el se?or Mor¨¢n que Espa?a se convierta en una potencia nuclear? Pues ese es exactamente el modelo a lo franc¨¦s. Pero, en el seno de la oposici¨®n de izquierdas a este Gobierno de izquierdas, las iniciativas son a veces m¨¢s chocantes si cabe. Hace no m¨¢s de un mes que un conspicuo representante de la izquierda m¨¢s o menos radical afirmaba ante un selecto p¨²blico de escritores y artistas que el Pa¨ªs Vasco estaba peor ahora que con Franco (sic), mientras otro anunciaba el crecimiento de popularidad, con ribetes de hero¨ªsmo, del teniente coronel Tejero, convertido, al parecer, en una especie de Paquirri de la tauromaquia pol¨ªtica. 0 sea, que no es de extra?ar que la muerte de este ¨²ltimo haya servido para reverdecer todas las viejas teor¨ªas de la Espa?a ca?¨ª, adobadas con la coincidencia -terrible en la realidad, pero feliz para el desparpajo literario- del asesinato de tres guardias civiles por ETA.
El gusto por el casticismo est¨¢ demasiado enraizado en este pa¨ªs como para prescindir de ¨¦l s¨®lo porque se haya reconocido el sufragio universal. Franco era un producto tan espa?ol, tan esperp¨¦ntico y valleinclanesco, que su ausencia hace sentirse mal a quienes no ten¨ªan mejor fuente de inspiraci¨®n. Por eso no basta, para que Espa?a siga siendo Espa?a, con que existan los toros y con que mueran los toreros: es preciso sacar consecuencias trascendentes de todo ello, meditaciones sobre el ser espa?ol -que son en realidad toda una interpretaci¨®n folkl¨®rica de la pol¨ªtica- del rango de aquellas que dec¨ªan durante la dictadura que cada pa¨ªs tiene el r¨¦gimen que se merece; cuando la ¨²nica consecuencia obvia de la muerte del torero habr¨ªa sido pedir la cabeza de los responsables del Ministerio del Interior que permiten la pr¨¢ctica de actividades peligrosas para la vida humana en condiciones sanitarias inmundas.
Mientras estas cosas suceden y se debate el colectivo intelectual espa?ol en busca de la originalidad, yo veo a la sociedad espa?ola bastante lejos de sus preocupaciones. No estoy seguro de si es posmoderna del todo, pero me parece bastante modernizada, en sus h¨¢bitos y en sus limitadas creencias. Ha despejado los fantasmas a base de incorporarlos todos, y est¨¢ interesada por el futuro inmediato que le aguarda -sea el aumento de los impuestos, el colegio para sus hijos, la reforma del servicio militar o el uso de los videoterminales- m¨¢s que por las grandes cruzadas hist¨®ricas. Tenemos, me parece, por vez primera una sociedad secularizada, compleja y vital; una sociedad civil desinhibida a la que todav¨ªa no ha llegado la moda arcaizante del neoconservadurismo. Pero hay tambi¨¦n en ella signos preocupantes: brotes de racismo en las grandes ciudades, b¨²squeda inactual de un sentido trascendente y omnivalente de la democracia, fuga hacia la privatizaci¨®n -revestida de protesta ante el aparato que nos gobierna-, aumento del populismo de todo g¨¦nero y de los nacionalismos, injustamente disfrazados de caracteres liberadores...
Con todo esto sobre nuestras cabezas, ?qu¨¦ puede significar ser de izquierdas? ?Y qu¨¦ simbolismo a?adido tienen en ello la modernidad y la posmodernidad, man¨ªas bastante escol¨¢sticas si bien se mira? Hay todav¨ªa en este mundo preguntas sin respuesta, y qui¨¦n sabe si ¨¦stas pertenecen a ese elenco. Mientras lo decidimos, la izquierda en el poder se refugia en el estupor de la nostalgia. Son millares, Moncho Alpuente, los que se acuerdan de cuando beb¨ªan agua: su batalla era derribar un muro s¨®lido y antiguo, el del franquismo, que se derrumb¨® m¨¢s por la inclemencia del tiempo que por los empujones recibidos, para dejar ver los otros muros que hab¨ªa detr¨¢s y que no le eran propios. Este pa¨ªs nuestro est¨¢ ahora en manos de los progres perplejos. Pero la gente que llega baila el rock and roll, que es un invento de los cincuenta, y ellos se peinan como Paul Anka y se afeitan la barba. Por eso no est¨¢ de m¨¢s esperar que la respuesta nos venga de ellas, sin modelos ni referencias de un pasado que se les hurt¨®, ni nostalgias de lo que no vivieron. Es una de las pocas utop¨ªas vivas que nos quedan.
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