Los ¨²ltimos testigos de la vida de Ram¨®n y Cajal
Acababan de dar las 22.10 horas aquel 17 de octubre de 1934 cuando el joven doctor Francisco Tello se encontr¨® muerto a Santiago Ram¨®n y Caja?. Su cuerpo estaba caliente todav¨ªa, y mientras le cerraba los ojos de manera autom¨¢tica pens¨® que habr¨ªa dejado' de existir unos momentos antes, tal vez en el mismo instante en que aparcaba el coche delante de la casa del premio Nobel, en el madrile?o barrio de Cuatro Caminos.Y cuando ahora, 50 a?os despu¨¦s, este neum¨®logo de 75 a?os de edad, que vive retirado en Zaragoza, intenta evocar su estado de ¨¢nimo en aquellos momentos, no recuerda haber sentido ninguna emoci¨®n especial por ser la persona que cerr¨® los p¨¢rpados de Cajal, sino tan s¨®lo una gran pena, porque "se hab¨ªa muerto una gran persona muy ligada a mi entorno familiar, que me hab¨ªa visto nacer y que, adem¨¢s, era un gran cient¨ªfico".
Pero la muerte no le lleg¨® a Cajal de improviso. Se hab¨ªa puesto enfermo en el verano. Sufr¨ªa alteraciones digestivas y ninguno de los muchos especialistas que le visitaron lograron resolver el problema. El oto?o agrav¨® todav¨ªa m¨¢s su delicado estado de salud. "Sab¨ªamos que iba a suceder", recuerda Tello. "En aquella ¨¦poca, mi padre, Francisco Tello, que ten¨ªa una gran relaci¨®n con ¨¦l -ya que fue su primer disc¨ªpulo permanente y posteriormente su sucesor en la direcci¨®n del Instituto de Higiene y del Instituto Cajal, entre otros- y por quien don Santiago sent¨ªa un gran afecto, lo visitaba diariamente y en cuanto llegaba a casa nos daba el parte: 'Pues hoy, est¨¢ mejor' o 'Ha empeorado', comentaba".
"El d¨ªa 17 lo hab¨ªa visto tan mal que pensaba que podr¨ªa morirse en cualquier momento, y en cuanto lleg¨® me dijo que fuera r¨¢pidamente a su casa, porque estaban las hijas solas con ¨¦l, por si necesitaban que les ayudara en algo. Yo ten¨ªa entonces 25 a?os y era m¨¦dico del Hospital Nacional de Enfermedades Infecciosas, pero no iba como m¨¦dico, sino como amigo de la familia".
As¨ª que el joven Tello coge r¨¢pidamente su auto, se dirige a la casa del premio Nobel espa?ol y entra directamente en la habitaci¨®n donde agoniza Cajal. Y all¨ª, apoyado en el quicio de la puerta, se encuentra al doctor Te¨®filo Hernando, el m¨¦dico de cabecera, tan fuertemente emocionado por la gravedad del estado de Cajal que no se atrev¨ªa a entrar. "Tuve que empujarlo con cierta rudeza para que pasara, porque se resist¨ªa, y todav¨ªa despu¨¦s permaneci¨® all¨ª, al lado de la puerta, sin moverse".
Las hijas informan a Tello que su padre est¨¢ muy mal y ¨¦l sediri ge a la cabecera de la cama para comprobar c¨®mo sigue. "Observ¨¦ que no respiraba, as¨ª que destap¨¦ un poco la colcha, le auscult¨¦ el coraz¨®n y me encontr¨¦ con que no lat¨ªa: estaba muerto. Le cerr¨¦ los ojos de manera autom¨¢tica, igual que hab¨ªa hecho con otros muchos enfermos en el transcurso de mi carrera profesional. Despu¨¦s se llam¨® por tel¨¦fono a sus otros hi jos, a mi padre y al resto de sus, co laboradores. La casa se llen¨® r¨¢pidamente de gente y le hicieron la mascarilla. Quer¨ªan que fuese yo quien firmara el certificado de defunci¨®n, porque hab¨ªa sido quien hab¨ªa notificado su muerte, pero no quise. Pens¨¦ que deber¨ªa hacerlo uno de los m¨¦dicos que le hab¨ªan asistido, as¨ª que lo firm¨® Jim¨¦nez D¨ªaz".
"?l sab¨ªa que se mor¨ªa de aquella enfermedad", indica el hijo del gran amigo de Cajal, mientras recuerda las cartas que_¨¦ste le escrib¨ªa a su padre en aquella ¨¦poca diciendo: "Amigo Tello, esto se acaba, tengo muchos dolores, las diarreas no me dejan". Sin embargo, el factor que decidi¨® su muerte fue, en opini¨®n del neum¨®logo, sus 82 a?os de entonces, porque, dice, "82 a?os eran como 200 ahora. A mis 75 a?os me siento m¨¢s joven que cuando don Santiago ten¨ªa 60. ?l entonces dec¨ªa siempre que estaba acabado, aunque lo cierto es que vivi¨® m¨¢s de 20 a?os y escribi¨® mucho desde que empezara a decir que estaba viejo".
Aunque piensa que quien mejor ha descrito la vida de Cajal fue ¨¦l mismo en el libro Recuerdos de mi vida, Tello destaca, "aparte de su labor histol¨®gica, que ha sido inconmensurable", su postura humana de humildad y rectitud, que despertaba admiraci¨®n y cari?o entre la gente. "A los extranjeros les chocaba mucho el respeto que inspiraba como sabio Cajal en Espa?a, algo que no ocurr¨ªa con los cient¨ªficos de los otros pa¨ªses". Pese a reconocer que esto se deb¨ªa en gran parte al escaso n¨²mero de cient¨ªficos que hemos tenido, cree que esta actitud se produc¨ªa fundamentalmente como respuesta al comportamiento extraordinario de Cajal.
Conversador brillante
Tello le recuerda como "una persona magn¨ªfica, muy buena. Un hombre tremendamente trabajador, que estaba totalmente abstra¨ªdo en su trabajo. Ten¨ªa fama de hura?o", dice, "pero lo que ocurr¨ªa es que no le gustaba perder el tiempo. Y la mejor prueba de que no era hura?o es que ten¨ªa una tertulia de caf¨¦ y era un conversador brillante".
"No era gente que se prodigara en las manifestaciones de amistad, pero ten¨ªa un gran sentido de las relaciones humanas", recuerda Dionisio Nieto, catedr¨¢tico de Psiquiatr¨ªa y neuropat¨®logo de la universidad de M¨¦xico, pa¨ªs al que se exili¨® al final de la guerra civil espa?ola.
Nieto conoci¨® al premio Nobel espa?ol como director del Instituto Cajal, cuando se inaugur¨® ¨¦ste, en 1931. All¨ª, el joven disc¨ªpulo, que ten¨ªa entonces 21 a?¨®s, investigaba en histolog¨ªa del sistema nervioso y patolog¨ªa cerebral, en el departamento de Neurobiolog¨ªa. "Trabaj¨¢bamos con mucha independencia, aunque de cuando en cuando se le consultaba", indica este psiquiatra, que posteriormente, a trav¨¦s de la Junta de Ampliaci¨®n de Estudios -que tambi¨¦n presid¨ªa Cajal-, logr¨® una beca para seguir investigando en Alemania. Y all¨ª estaba precisamente cuando muri¨® el cient¨ªfico, que, seg¨²n su testimonio, "en los ¨²ltimos a?os de su vida ten¨ªa gran preocupaci¨®n de sufrir una esclerosis cerebral, pero nunca se le advirtieron s¨ªntomas de decadencia".
Luis Valenciano, psiquiatra de 79 a?os de edad, que vive en Murc?a ya jubilado, fue alumno del cient¨ªfico espa?ol en la facultad de Medicina. Para Valenciano, aqu¨¦l era el primer a?o de carrera, y para Cajal, el ¨²ltimo de docencia, la ¨²ltima promoci¨®n a la que explicaba. Valenciano, que ha sido presidente de la Sociedad Espa?ola de Neuropsiquiatr¨ªa, recuerda su contacto con Cajal durante aquel curso, en el que ten¨ªa 16 a?os. "S¨®lo con su figura nos impon¨ªa, y a ello hab¨ªa que a?adir su voz algo mon¨®tona, su dicci¨®n algo brusca". Sin embargo las explicaciones del maestro eran claras y sencillas, de f¨¢cil comprensi¨®n; aunque Valenciano reconoce que "quiz¨¢ no valor¨¢bamos suficientemente la importancia y la trascendencia de
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sus exposiciones, aunque sent¨ªamos una gran admiraci¨®n por ¨¦l, que entonces ya hab¨ªa recibido el premio Mosc¨² y posteriormente el Nobel de Medicina".Esta admiraci¨®n hacia la val¨ªa reconocida por otros se hizo propia entre aquellos j¨®venes estudiantes de Medicina a medida que avanzaban las clases, fundamentalmente a trav¨¦s de los dibujos que el famoso profesor improvisaba en la pizarra: "Nos maravillaba cuando sal¨ªa al encerado y pintaba las neuronas, unos dibujos perfectos que nos dejaban mudos de asombro".
A esta misma promoci¨®n perteneci¨® Rafael M¨¦ndez, un farmac¨®logo espa?ol exiliado en M¨¦xico, conocido por sus investigaciones sobre la digitalina. En aquella ¨¦poca sus alumnos lo recuerdan como un hombre "serio, ligeramente encorvado, poco comunicativo, pero muy cordial cuando se establec¨ªa contacto con ¨¦l".
Pero tal vez sea Galo Leoz, el decano de los oftalm¨®logos espa?oles, con sus 105 a?os de edad, el ¨²nico entre sus supervivientes del Nobel que conserva el recuerdo de un Cajal todav¨ªa joven y en pleno vigor f¨ªsico e intelectual. "Yo soy el ¨²nico disc¨ªpulo de Cajal que queda vivo de los que estuvimos pegados a ¨¦l y seguimos su trabajo", afirma el doctor Leoz, mientras recuerda que fue alumno suyo en la facultad de Medicina en los cursos primero y tercero, trabajando luego con ¨¦l en el laboratorio y manteniendo posteriormente un contacto continuado hasta el final de su vida.
La estrechez econ¨®mica
Lo conoci¨® cuando empez¨® a ense?ar histolog¨ªa, antes del Nobel, y afirma que ya entonces destacaba por su sencillez. "Se acercaba usted a ¨¦l y nadie sab¨ªa qui¨¦n era el estudiante y qui¨¦n el profesor. Se daba todo entero a quien ten¨ªa al lado y lo necesitaba. ?l fue mi mentor en los trabajos m¨¢s dif¨ªciles".
En su opini¨®n, la gran sencillez y disposici¨®n que le caracterizaban se acentu¨® todav¨ªa m¨¢s cuando le concedieron el Nobel. "Se volvi¨® m¨¢s comunicativo, porque antes pas¨® momentos de verdadera estrechez econ¨®mica, y a partir de entonces ya no ten¨ªa que preocuparse de las cosas materiales".
Galo Leoz interpreta la soledad del investigador como una renuncia libremente asumida a favor de la ciencia. "Durante una etapa de su vida tuvo una tertulia de caf¨¦ en donde se lo pasaba muy bien con sus amigos, pero se dio cuenta de que aquella amistad y aquellos buenos momentos le imped¨ªan dedicarse por entero a sus estudios, y ¨¦l mismo dej¨® escrito que por eso lo mejor era no tener amigos, una conclusi¨®n que le result¨® muy dolorosa". "Por eso", indica Leoz, "su vida era tan solitaria".
Y recuerda su entierro, "en plena revoluci¨®n, que hasta vinieron dos motocicletas con ametralladoras para guardar el orden, y los estudiantes se llevaban el ata¨²d delante, de manera que no llegamos al cementerio hasta las nueve de la noche. Y el d¨ªa siguiente al de su muerte, cuando abrieron el testamento, su colaborador y albacea Francisco Tello vio que junto al texto escrito a m¨¢quina hab¨ªa un mensaie hol¨®grafo: 'He vivido en laico y quiero morir en laico. Si para mi muerte se consigui¨® la secularizaci¨®n de los cementerios, que me entierren en La Almudena, junto a mi mujer. Si no, que me entierren en el cementerio civil, junto a Azc¨¢rate".
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