Enrique Aguirrezabala
Un millonario atrapado por el refinamiento, que invierte el dinero en satisfacer sus caprichos de erudito
La frase que utiliza para explicar que es un trotamundos de lujo parece: una provocaci¨®n: "Conozco todos los pa¨ªses del mundo, excepto Paraguay", dice tranquilamente, sin asomo de pedanter¨ªa, como si ¨¦sta fuera ya tan depurada que, resultara innecesaria. Tales veleidades viajeras a sus 37 a?os no significan, en cualquier caso, un derroche de tiempo. En estas cuatro d¨¦cadas, Enrique Aguirre zabala ha hecho negocios de altos vuelos y se ha convertido en un hombre exageradamente rico. Propietario de dos restaurantes madrile?os, La Galette y La Foflie, a la vez que director y accionista de Technolog y International, una compa?¨ªa de televisi¨®n por v¨ªa sat¨¦lite, este mexicano listo pasa varias horas al d¨ªa investigando en su biblioteca, un sancta sant¨®rum repleto de libros raros y caros.
Hay un momento en el que ¨¦l m¨¢s inocente interlocutor se pregunta c¨®mo ha podido Enrique Aguirrezabala cultivarse tanto haci¨¦ndose a la vez tan rico-, c¨®mo se las arregla para estirar tiempo y dinero. Como si su est¨®mago alimentara a la vez a dos cerebros, como si fuera una suerte de mister Hyde desdoblado e id¨¦ntico: si wsted le mira de frente se encuentra con un duro hombre de negocios, un mexicano al que sus cuidadas ropas no le evitan un aire de cantante de tangos o un ramalazo de patr¨®n pele¨®n; pero si se sienta a hablar con ¨¦l -y comparte un t¨¦ servido en vajilla de Limoges por un uniformado criado filipino-, su erudici¨®n puede hacerle pensar que este hombre se ha recorrido las mejores librer¨ªas europeas y, no ha salido de ellas de vac¨ªo.El misterio quiz¨¢ se ileba al origen de su fortuna, una mezcla h¨ªbrida entre la cuna y el ingenio. Su padre, un acaudalado comerciante del acero, le ense?¨® a viajar con la misma naturalidad con la que pudo advertirle del peligro de cruzar un sem¨¢foro en rojo. Enrique Aguirrezabala pas¨® su? nfancia en re la India, Birmania y Jap¨®n. La revoluci¨®n cultural de Occidente, mayo de 1968, fue un aconteci miento relativamente lejano: ¨¦l se encontraba en M¨¦xico, escribiendo para Misi¨®n Internacional, una revista editada por un exiliado haitiano. Pero en 1969, a los 22 a?os, Aguirrezabala se vine, a Europa como fot¨®grafo, "pero sin la ayuda de mi padre". Y en seguida, cuenta, inici¨® negocios como interme diario de comercio exterior entre Europa y Am¨¦rica. O sea, la aventura controlada del heredero; la orfandad respaldada. Y coronada con ¨¦xito: ha vendido terrenos que luego edificaba, ha dise?ado joyas, ha hecho cine experimental y teatro.
Su casa madrile?a, dise?ada por ¨¦l, es una proyecci¨®n de todos sus fantasmas. Es, adem¨¢s, una exposici¨®n de sus logros -la puerta es una reproducci¨®n de un edificio de Houston dise?ado por ¨¦l- de su saber -s¨ªmbolos egipcios traspasados a lo decorativo junto a elementos modernos y maderas de palisandro- y de toda su ambici¨®n -vivir en un universo exquisito, en una mansi¨®n de m¨ªrame y no me toques que de cuando en cuando abre para dar conciertos de chelo y violines destinados a los miembros de la inteligencia moderna y posmodema de la capital- Con un refugio-biblioteca, donde trabaja con su ayudante -una arque¨®loga- en una nueva teor¨ªa f¨ªsico-matem¨¢tica. "Desde hace 12 a?os dedico varias horas a elaborar la teor¨ªa del campo unificado, que no parte de postulados anteriores, pero los corrige".
"Siempre supe qu¨¦ quer¨ªa, qu¨¦ era el bien y qu¨¦ era el mal", afirma, pero no revela el secreto. Sus hijos tienen nombres mitol¨®gicos: Paris, Uriel y Aglae. El ama a Dionisio, el dios que naci¨® dos veces, la pantera que busca el ¨¦xtasis.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.