Peregrinajes
Uno de los principales logros de nuestro siglo ha sido el estrechamiento del mundo por medio de sistemas de transporte cada vez m¨¢s r¨¢pidos. Te¨®ricamente, cualquier hombre o mujer puede volar de Par¨ªs a Nueva York en tres horas, atravesar Italia en un d¨ªa en coche o recorrer Europa por ferrocarril. Lo que no se suele destacar tanto es que son pocas las personas que pueden permitirse comerse el atlas de tal manera. El Concorde es para funcionarios gubernamentales, estrellas pop o las queridas de los parlamentarios europeos. Incluso los peajes de las autopistas, por no citar el coste de la gasolina, impiden que los europeos descubran Europa. Los precios del tren aumentan constantemente. La gente normal est¨¢ ahora m¨¢s atada a su tierra que nunca.Naturalmente, y te¨®ricamente de nuevo, podemos caminar por las carreteras, pero los coches y los camiones nos niegan este antiguo derecho. No estamos en la feliz situaci¨®n de los peregrinos de la Edad Media, que recorr¨ªan a pie los enlodados caminos hacia los santos sepulcros o que trotaban tranquilamente a caballo en alegre compa?¨ªa.
Al releer los Cuentos de Canterbury de Chaucer (tan profanados en la pel¨ªcula del desaparecido Pasolini que los italianos quiz¨¢ los consideren demasiado sucios para su gusto), me sorprendi¨® la admirable sensatez de los peregrinos medievales camino de Jerusal¨¦n, Canterbury o Compostela. Visitar un santuario no era simplemente un acto de adoraci¨®n por el cual el adorador ganaba una indulgencia eclesi¨¢stica; era una excusa para viajar. Viajar es un acto in¨²til si no se persigue un fin u objetivo determinado, y el deseo de visitar esta o aquella ciudad para ver (o paladear) es un deseo demasiado balad¨ª para echarse a la carretera o a los aires o a las v¨ªas. Para los peregrinos de Chalacer lo principal era el viaje. No llegan nunca a Canterbury, o al menos Chaucer perdi¨® todo inter¨¦s por llevarlos hasta el dorado santuario de Santo Tom¨¢s Becket. Viajan cont¨¢ndose historias y, seg¨²n la promesa de Harry Bailey, el posadero de la Tabard Inn de Southwark, quien cuente: la mejor historia tendr¨¢ la cena gratis. Celebran as¨ª mismo un fen¨®meno puramente pagano: la llegada de la primavera tras el largo invierno, el suave sol de abril, los cantos de los p¨¢jaros.
Van a caballo. Los caballos siguen siendo m¨¢s baratos que los coches: consumen heno, no petr¨®leo refinado, y su paso est¨¢ de acuerdo con el ritmo pausado de la naturaleza. Pueden ponerse enfermos, pero no se aver¨ªan de repente. El viaje es pausado, y es el lento paso de los peregrinos lo que oprime al lector moderno, volcado en la velocidad. Estos caballeros medievales, mercaderes, abadesas, y sencillos hombres y mujeres no ten¨ªan una larga vida, y sin embargo aqu¨ª los tenemos, desperdici¨¢ndola en un viaje artr¨ªticamente lento. Lo an¨®malo es que somos nosotros, no ellos, quienes desperdiciamos nuestras vidas viajando, pues nuestras modernas autopistas no constituyen un aspecto de vida, mientras que las antiguas carreteras s¨ª. Cuando nos metemos en una autopista entramos en una negaci¨®n, una m¨¢quina veloz aislada de la naturaleza. Es una especie de sue?o activo en el que la mente y los sentidos, oprimidos por un simple proceso, el de trasladarse de un sitio a otro, no pueden entretenerse en contar historias, en hacer el amor o en cualquier otro acto que realce la vida.
En cuanto al viaje por avi¨®n, cuanto m¨¢s r¨¢pido, m¨¢s negativo es. En el Concorde s¨®lo da tiempo a realizar una comida o una cena profusa, que se hace pegado a un compa?ero al que no se ha elegido. El tiempo se retuerce a medida que aumentan los machs: se vive en un par¨¦ntesis. S¨®lo el viaje por tren permite, o al menos permit¨ªa, la tranquilidad para contar una historia o componer una sinfon¨ªa. Pero nadie hasta ahora ha escrito unos Cuentos de Canterbury ambientados en un viaje en tren.
?Volveremos a viajar a caballo, sea a Canterbury, a Roma, a Compostela o a Jerusal¨¦n? Es bastante posible que se vuelva al transporte a caballo, pero no ir¨¢ ligado al peregrinaje a un lugar sagrado.
Si se observa la historia del transporte se ve que la ¨¦poca de los veh¨ªculos mec¨¢nicos constituye un peque?o segmento de excentricidad en la larga saga del caballo. Estamos esperando a que el petr¨®leo se agote y a que los ¨¢rabes sean tan pobres como nosotros. Entonces seguramente volveremos al caballo (deber¨ªamos empezar a criarlos ahora; pero no caballos ¨¢rabes de carreras, tremendamente excitables, sino rocines fuertes, lentos y tranquilos). Har¨ªamos bien tambi¨¦n en pensar en volver a nuestros pies.
El santo patr¨®n de los caminantes es el padre Jos¨¦, la eminencia gris del cardenal Richelieu. Viajaba con frecuencia a pie entre Par¨ªs y Roma. No perd¨ªa el tiempo durante estas caminatas; en sus viajes compuso un poema ¨¦pico en hex¨¢metros latinos. No he le¨ªdo el poema y supongo que no debe ser muy bueno, pero no hay duda de que escribir en la p¨¢gina de la mente un poema en lat¨ªn puede considerarse como una actividad leg¨ªtimamente humana. Cambiar de marchas y pasar del carril r¨¢pido al lento no lo es. El padre Jos¨¦ pod¨ªa marcar el ritmo de sus hex¨¢metros con los pies; el motor de combusti¨®n interna no evoca ning¨²n metro po¨¦tico. Yo tambi¨¦n he caminado en mis d¨ªas, aunque no tan lejos como el padre Jos¨¦. He ido y vuelto de Zeebrugge a Berl¨ªn, y he compuesto en mi cabeza la
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partitura orquestal entera de una obertura titulada De Zeebrugge a Berl¨ªn. No se ha interpretado jam¨¢s, pero eso no importa. Fue una actividad leg¨ªtimamente humana, y eso basta.
Volvamos a nuestros peregrinos medievales. La Iglesia acert¨® al montar sus santos sepulcros, con sus indulgencias y todo, y acert¨® por razones de tipo secular. El viajar, como la composici¨®n de sinfon¨ªas o de poemas ¨¦picos en lat¨ªn, es un bien humano, pero ¨²nicamente si tiene un objetivo. Si el objetivo se hace lo suficientemente sagrado o m¨¢gico, el proceso de alcanzarlo se torna excitante y, consecuentemente, saludable. Como el lector ya sabr¨¢, el santuario de Santo Tom¨¢s Becket, en Canterbury, fue una astuta instituci¨®n del rey de Inglaterra que hizo matar a Becket. Pidi¨® r¨¢pidamente su canonizaci¨®n, y Roma la concedi¨® gratamente, consider¨¢ndola un golpe a favor de la autoridad eclesi¨¢stica contra un asesino seglar, si bien de sangre real. El asesinado Becket se convirti¨® en una buena inversi¨®n. Manten¨ªa abiertos los caminos y fomentaba el turismo. S¨®lo cuando Enrique VIII, imbuido de fervor protestante, despoj¨® el sepulcro de sus tesoros y detuvo el tr¨¢fico de peregrinos, la antigua y saludable pr¨¢ctica del peregrinaje ingl¨¦s en primavera cay¨® en desuso. La secularizaci¨®n de la Europa cat¨®lica convirti¨® los viajes de la gente sencilla en vagabundeos, cargados de bultos, de las personas desplazadas. Las carreteras se convirtieron en las arterias del tr¨¢fico mercantil y de los ej¨¦rcitos. Se hab¨ªan acabado las peregrinaciones.
Y, sin embargo, esa l¨ªnea del poema de Chaucer, Foks long to go on pilgrimages ("La gente tiene deseos de ir en peregrinaci¨®n"), estaba llena de una nostalgia tan fuerte que algunas personas, especialmente los j¨®venes, quer¨ªan recuperar esa pr¨¢ctica, si bien no en los t¨¦rminos de los bienes espirituales que sol¨ªan conceder. Liverpool, en la costa noroeste de Inglaterra, se convirti¨® en un centro de peregrinaci¨®n para los j¨®venes adoradores de los Beatles. Eran muchos los que viajaban hasta all¨ª de una forma poco adecuada, por vuelos charter o haciendo autostop, y todos ellos se sent¨ªan desilusionados al comprobar que no se llenaban de gracia. Pero acud¨ªan por gratitud (amaban a los Beatles) y no, a diferencia de los peregrinos que acuden a Lourdes, por un deseo de frustrar la naturaleza y sanar un miembro roto por la simple inmersi¨®n en agua sucia. El arte se ha convertido en un sustituto de la fe en nuestra ¨¦poca. Si los j¨®venes van en busca del lugar de nacimiento de los Rolling Stones (arte inferior), sus educados mayores van a Trieste, Dubl¨ªn y Zurich a beber cerveza o vino, donde sol¨ªa hacerlo James Joyce. O van a Stratford-on-Avon, donde comerciantes que en su vida jamas han le¨ªdo a Shakespeare les venden bustos de pl¨¢stico del Bardo. Son pobres peregrinos comparados con los de Chaucer, pero en ellos se mantiene el instinto de peregrinaci¨®n.
John Bunyan, un calderero ingl¨¦s con poca educaci¨®n, escribi¨® un libro titulado The pilgrim's progress, que trata de un hombre, de nombre Christian, que emprende un viaje a la Ciudad Eterna. Aunque el libro trata realmente de los pecadores a los que se encuentra a lo largo del camino: es la picaresca elevada a un nivel sagrado. Y, sin embargo, nuestras m¨¢s sagradas narraciones de peregrinajes son, en cierto sentido, novelas picarescas: Dante conducido por Virgilio hacia Beatriz; Parsifal en busca del Santo Grial. Nuestra mejor literatura secular gira en torno a aventuras en un viaje: Gil Blas, Tom Jones, Don Quijote, Lolita. El hombre se realiza poni¨¦ndose en movimiento hacia una meta sagrada o caprichosa. Pero tiene que sentir que est¨¢ en movimiento. Las autopistas y los reactores le impiden esa sensaci¨®n: vivimos en una era muy est¨¢tica. Y ganamos pocas indulgencias.
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