El credo de un hombre libre
Si ser de menguada estatura y lucir grandes orejas son atributos propios de un gnomo, puede que un reconocedor autom¨¢tico de los que utilizan los bancos para identificar los cheques de sus clientes catalogase sin rechistar a Karl Popper como una de esas irreales criaturas. Una impresi¨®n parecida cuenta haber tenido su disc¨ªpulo Bartley la primera vez que lo entrevist¨®. Y algo as¨ª pudo antoj¨¢rsele por un fugaz momento al p¨²blico que hace un par de a?os escuchaba al maestro en el congreso de Salzburgo. Al tomar asiento para leer una cita en silla tal vez demasiado baja, el gran fil¨®sofo se esfum¨® tras la mesa, dejando al alcance de nuestra mirada el solo espect¨¢culo de las prominentes gafas que acababa de calar en sus a¨²n divisables pabellones auditivos.La estampa de los grandes fil¨®sofos, de aquellos hombres de estilo prof¨¦tico, como Russell, Heidegger, Wittgenstein o Luk¨¢cs, cuyos escritos configuraban una concepci¨®n del mundo o se dol¨ªan de haberla perdido, es algo que el paso del tiempo ha ido dejando fuera de circulaci¨®n. Quiz¨¢ sea porque las revoluciones cient¨ªficas y sociales, tan apretadamente sucedidas, invalidaron muchos de nuestros anteriores esquemas. O porque en nuestra moderna aldea global las posibilidades de adaptaci¨®n de una filosof¨ªa como aquella no son las de antes. Los nuevos pensadores parecen preferir la estrategia de orientarse primero en campos sectoriales del saber, como Chomsky en ling¨¹¨ªstica o Kripke en sem¨¢ntica; o emigrar, como el reci¨¦n fallecido Foucault, al territorio de la contracultura.
El ¨²ltimo superviviente
Karl Popper es el ¨²ltimo superviviente de esa tribu de heroicos mohicanos que fueron los grandes fil¨®sofos de nuestro siglo. El lector medio lo conoce sobre todo por dos datos. Uno es haber escrito La sociedad abierta y sus enemigos, un grueso volumen que descarga andanada tras andanada contra Plat¨®n, Hegel y Marx (los enemigos, seg¨²n sir Karl, de la sociedad libre) y que apareci¨® al t¨¦rmino de la segunda guerra mundial, pocos a?os despu¨¦s de que El ser y la nada, de Sartre, hubiera empezado a inundar las bibliotecas europeas.
El otro dato que suele conectarse con el nombre de Popper es su criterio falsacionista del conocimiento cient¨ªfico. Este criterio fue la respuesta a un problema de m¨¦todo, y el marco que lo encuadra no es la guerra mundial de 1939 ni tampoco la de 1914, sino la teor¨ªa de la relatividad. El hecho de que la f¨ªsica de Einstein derrocase a la de Newton, que parec¨ªa definitivamente establecida, provoc¨® una crisis de confianza en el valor de las pruebas cient¨ªficas. La originalidad del joven Popper consisti¨® en sostener, contra el criterio verificacionista del C¨ªrculo de Viena, que las teor¨ªas cient¨ªficas son s¨®lo conjeturas y no brindan jam¨¢s un conocimiento positivo seguro, por m¨¢s que parezcan ser corroboradas por los hechos. Lo ¨²nico que podemos dar por seguro de ellas es que son falsas si los hechos las desmienten. Es como si la naturaleza, en su respuesta a nuestras pesquisas, susurrase cuando afirma y vociferase cuando niega.
50 a?os de controversia
Cincuenta a?os de controversia sobre la racionalidad de la ciencia han detectado puntos vulnerbes en el criterio falsacionista y sugerido su reformulaci¨®n. Con todo, este criterio es particularmente ilustrativo de la significaci¨®n general del pensamiento de su autor.
Desde Hegel a la escuela de Francfort se ha venido imponiendo la idea de que filosofar es meditar sobre el esp¨ªritu y la cultura, sin darle demasiada importancia a los problemas que plantea el mundo f¨ªsico. Popper se inscribe, por el contrario, en el reducido conjunto de pensadores contempor¨¢neos que, siguiendo a Russell, reivindican para la filosof¨ªa la tarea de especular cr¨ªticamente sobre el cosmos.
El hombre es parte del mundo natural y del mundo social, y la conquista de su libertad exige el conocimiento de ambos. El novelista Kazantzakis relata en una de sus obras las peripecias de un pastor de almas que conduce por entre monta?as una caravana. 'Una noche tiene una visi¨®n y decide fundar all¨ª un poblado. Cuando el hambre y las epidemias diezman el grupo, el fervoroso dirigente achacar¨¢ el mal a los pecados de sus feligreses y no al p¨¢ramo elegido. En casos como ¨¦ste debi¨® pensar Bertrand Russell cuando escribi¨® que el conocimiento cient¨ªfico del cosmos forma parte del credo de un hombre libre: del hombre que, despu¨¦s de mirar a la naturaleza tal y como es, prefiere aceptar la aterradora verdad de que la vida de cada uno de nosotros o de toda la raza humana es s¨®lo un viaje hacia la noche, antes que someterse al yugo de los dogmas pol¨ªticos y religiosos de su comunidad.
El cient¨ªfico ¨¦pico de Russell se transmut¨® luego en el triunfalismo sin imaginaci¨®n de los nuevos positivistas. Pero en Popper la opci¨®n por la ciencia est¨¢ literalmente erizada de incertidumbres. Nuestras teor¨ªas no son m¨¢s que conjeturas: ideas revisables que se apoyan en ideas asimismo revisables. La fe en la realidad no implica fe en ning¨²n principio de la realidad. No hay punto arquim¨¦dico que sea comienzo absoluto del filosofar. La b¨²squeda del fundamento es una b¨²squeda sin t¨¦rmino.
Ni siquiera la fe en la verdad implica para Popper la certidumbre de alcanzarla. La verdad es la meta del conocimiento. Pero es como una cima perpetuamente envuelta en nubes a la que no es posible acceder m¨¢s que a tientas. Tambi¨¦n la b¨²squeda de la verdad es una b¨²squeda sin t¨¦rmino.
La imaginaci¨®n y la cr¨ªtica ayudan a disipar la niebla de nuestra ignorancia. Por eso la apuesta por el hombre es la apuesta por la raz¨®n, tal y como hicieron Darwin y Einstein, los dos hombres que m¨¢s decisivamente han contribuido a configurar nuestra actual imagen cient¨ªfica del cosmos.
Apostar por la raz¨®n
La apuesta por la raz¨®n no es, sin embargo, una apuesta elitista. Puede que la imaginaci¨®n, si es creadora, no nos haya sido dada a todos por igual. Pero la cr¨ªtica es la m¨¢s democr¨¢tica de nuestras facultades, y en ella la ¨²ltima palabra la tiene el pueblo soberano. Fue Voltaire quien propuso que se le diera el t¨ªtulo de d¨¦cima musa. En el per¨ªodo de la modernidad esa musa inspir¨® a Hume y a Kant la cr¨ªtica de la metaf¨ªsica, a Nietzsche la cr¨ªtica de la ¨¦tica y a Marx la cr¨ªtica de la econom¨ªa pol¨ªtica. Seguramente ser¨¢ correcto sostener que ahora, en la posmodernidad, esa misma musa inspir¨® a Karl Popper la cr¨ªtica de la raz¨®n cient¨ªfica. Pero es m¨¢s sencillo decir que el mensaje de Popper es que, en la rep¨²blica del pensamiento, la cr¨ªtica es el credo del hombre libre.
Manuel Garridoes catedr¨¢tico de L¨®gica de la Universidad Complutense.
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