Beowulf, un manifiesto / 2
La lucha pol¨ªtica en un sistema consolidado -en el que tal lucha es acaso la mayor garant¨ªa de su continuidad y su progreso- atiende de manera prioritaria a su prolongaci¨®n en el tiempo. El gobernante m¨¢s ambicioso y pagado de s¨ª mismo nunca pretender¨¢ dominarla para terminar con ella e inaugurar un ilimitado per¨ªodo de silencio p¨²blico en el que no se oiga otra voz que la suya, y si as¨ª lo intenta (y a veces en apariencia lo consigue), si todav¨ªa conserva algunas luces que le alumbren en un momento de tanta confusi¨®n, tendr¨¢ que prepararse a proseguir la contienda en otras ¨¢reas distintas al foro, con otros m¨¦todos y leyes, con otras armas distintas de la palabra y las reglas de la ciudadan¨ªa. Tal vez la democracia (de la que tantas definiciones se han dado, las m¨¢s de ellas de car¨¢cter asert¨®rico dual, es decir, que afirman una negaci¨®n) sea poco m¨¢s que eso: el sistema que mejor garantiza el respeto al sistema. Una suerte de servomecanismo que act¨²a en el sentido de crear un desequilibrio tal, cuando se abandona el r¨¦gimen, que s¨®lo puede concluir con la vuelta al r¨¦gimen. El sistema de partidos es un procedimiento -quiz¨¢, por obvio, el m¨¢s simple y eficaz- que garantiza la prolongaci¨®n de la lucha, y por consiguiente, la extinci¨®n de uno de sus contrincantes no entra en sus c¨¢lculos; tampoco su permanente alejamiento del poder y su funci¨®n como mero comparsa, y si su ejercicio como aspirante no resulta eficaz, ya se encargar¨¢n el desgaste que sufre el gobernante y el cansancio que produce en su electorado su largo monopolio de llevar a otro al poder, aunque s¨®lo sea para mantener el p¨¦ndulo en movimiento.Pero el combate con la bestia no es as¨ª, ni mucho menos, porque la bestia no est¨¢ en la oposici¨®n al Gobierno, sino en guerra con los Geats; porque la bestia no descansa y no puede, en principio, ser vencida. Acaso un d¨ªa el gobernante se entere de que la crisis econ¨®mica ha sido superada; sin duda que su gesti¨®n puede haber contribuido a ello, con sus peque?as medidas de recta econom¨ªa y buena administraci¨®n, pero si un d¨ªa el monstruo desaparece para dar paso a un per¨ªodo de prosperidad -sin paro, sin inflaci¨®n, sin alza de precios, con una ciudadan¨ªa d¨ªa a d¨ªa m¨¢s pudiente y una riqueza m¨¢s uniformemente repartida-, ser¨ªa como consecuencia de un fen¨®meno ecum¨¦nico del que nunca llegar¨ªa a conocer las causas, como la llegada de una imprevista y no peri¨®dica primavera para quien ignorase la influencia del Sol y las leyes del movimiento de su sistema. Una soluci¨®n venida del m¨¢s all¨¢, como del m¨¢s all¨¢ puede regresar el monstruo, por fuerza tiene que engendrar un Beowulf tan perplejo como responsable, tan inseguro como decidido, resuelto siempre a aplicar medidas de buena administraci¨®n, aun cuando nunca llegue a saber cabalmente a qu¨¦ conducen.
En el clima de incertidumbre que actualmente domina a nuestro pa¨ªs, el espectador m¨¢s angustiado puede vislumbrar ciertos aspectos que -a poco que lo piense- reconocer¨¢ como firmes, como circunstancias que con pocas variaciones permanecer¨¢n tal como hoy son y que apenas se ver¨¢n afectadas por los cambios del futuro. No me parece de buen tono -aunque sea obligado hacerlo- mencionar la firmeza de la Corona, asentada como no lo ha estado en los dos ¨²ltimos siglos, violentados por toda clase de luchas por la ocupaci¨®n de la jefatura del Estado. En el otro polo -y por ahora con la misma firmeza- se sienta Grendel, en modo alguno, dispuesto a abandonar su sitial. Pero la crisis econ¨®mica, de tan gran poder estabilizador, es otra de las garant¨ªas para el funcionamiento de ese servomecanismo antes mencionado. En tanto Grendel est¨¦ donde est¨¢, los Geats se hallar¨¢n en guerra con ¨¦l, y un enemigo com¨²n es el mayor aglutinante de un pueblo. Repito: la divisi¨®n se producir¨¢ para la elecci¨®n de Beowulf, que una vez elegido contar¨¢ con una unanimidad en la expectativa, aunque no confesada y, desde luego, contestada -por razones obvias- desde las filas de la oposici¨®n, necesariamente dividida en dos conciencias, la expectante y la censora. La agudeza e intensidad con que la segunda expresa sus dudas da la medida de la confianza que en secreto concede a la primera.
La tercera circunstancia, muy digna de tener en cuenta, es la consolidaci¨®n del partido socialista como primera fuerza pol¨ªtica del pa¨ªs; por supuesto que lo de primera puede ser una eventualidad, despejada o desmentida dentro de dos, seis, diez o veintitantos a?os. Pero cualesquiera que sean los avatares electorales futuros, lo que parece fuera de toda duda es que para mucho tiempo por delante -para mucho m¨¢s del que soy capaz de prever- el partido socialista ser¨¢ el primero o el segundo de nuestro pa¨ªs, m¨¢s a¨²n cuando se piensa que, gozando de una entidad susceptible de desgaste (la piedra es lo que se desgasta, el barro se desl¨ªe), todav¨ªa est¨¢ por ver cu¨¢l ser¨¢ el partido que puede hacerle sombra pasado ma?ana: tal vez el de su derecha, o tal vez el de su izquierda, si sigue por la senda que ha emprendido.
En cierto modo, todav¨ªa estamos viviendo un per¨ªodo de formaciones lito-pol¨ªticas, como consecuencia de la inmersi¨®n de nuestro pa¨ªs en el oc¨¦ano de la democracia, tras toda una era de sequ¨ªa continental, y no deja de ser significativo que el primer dep¨®sito que bajo esa influencia ha logrado cementarse para formar una unidad s¨®lida sea el partido socialista, sobre cuyo z¨®calo vendr¨¢n a formarse otras unidades que todav¨ªa hoy, aun teniendo en suspensi¨®n los elementos necesarios, no han encontrado el aglomerante que los consolide en cuanto estrato resistente y aut¨®ctono. As¨ª que no puede resultar parad¨®jico, sino en apariencia, afirmar que el actual partido socialista ha de ser el estrato inferior de apoyo sobre el que ha de formarse el partido o los partidos que le den la r¨¦plica y se turnen con ¨¦l en el poder para luchar contra Grendel.
Desde la muerte del general Franco, todos los dem¨¢s partidos que en un momento u otro han pasado por la escena pol¨ªtica han sido s¨®lo apariencias de partido. Despejar esas apariencias y formar la base s¨®lida para la formaci¨®n de nuevos y duraderos partidos es una de tantas misiones que ante s¨ª tienen los socialistas. Pues la prioridad no es una casualidad ni obedece a leyes azarosas; los primeros elementos que se han depositado y aglomerado son los m¨¢s pesados y est¨¢ticos, los que -por decirlo de una manera un tanto espiritualista- m¨¢s necesitados estaban de equilibrio y resistencia y, por tanto, m¨¢s form¨¢ceos. La aptitud que los socialistas han demostrado para aglomerarse, la extensi¨®n con que han cubierto el mapa -tanto geogr¨¢fico como pol¨ªtico- y la prontitud y af¨¢n que han tomado el poder y replicado a aquellos que los consideraban inexpertos, poco profesionales y casi inermes frente a las trampas que pod¨ªan tenderles todos aquellos que llevaban a?os moviendo los resortes del tablado son pruebas bastante concluyentes de que representan a una gran masa, decidida a constituir un estrato permanente, s¨®lido y dispuesto a todo, menos a su disoluci¨®n y p¨¦rdida de entidad.
Si a estas condiciones que por el fallecimiento de unos y la inconsistencia e incapacidad de otros han investido al partido socialista con todos los derechos de la primogenitura dentro de la familia pol¨ªtica -que, mucho me temo, a la hora del reparto del patrimonio funciona de acuerdo con c¨®digos medievales- se a?aden determinados caracteres psicol¨®gicos, que en los dos a?os que lleva en el poder se han puesto de manifiesto de forma cada d¨ªa m¨¢s acusada, y que definen una personalidad m¨¢s en¨¦rgica que doctrinaria, m¨¢s atenta a los hechos que a las ideas, f¨¢cil es pronosticar sin caer en graves riesgos que los socialistas constituyen hoy por hoy el ¨®rgano -por m¨¢s consolidado- m¨¢s conservador del cuerpo pol¨ªtico.
Con la afirmaci¨®n anterior no pretendo, por el momento, introducir una acepci¨®n ideol¨®gica de la que en buena medida me exime la confusi¨®n topogr¨¢fica; quiero limitar el sentido del calificativo al derivado del verbo conservar y prescindir si se puede de la ecuaci¨®n conservador igual a derecha para insinuar que el esfuerzo conservador se ha de dirigir en primer lugar al edificio democr¨¢tico, y en segundo, a la posici¨®n m¨¢s progresista que el pa¨ªs ha adoptado en relaci¨®n a cualquier otra de su historia anterior.
Soy de la opini¨®n de que en Espa?a todav¨ªa no hemos beneficiado los 40 a?os de dictadura del general Franco. Los m¨¢s optimistas -los que siempre tienen los ojos puestos en la Europa vecina- acostumbran a pensar que tal dictadura y la guerra civil que la precedi¨® fueron el precio que nuestro pueblo tuvo que pagar -un ba?o de sangre y una prolongada lustraci¨®n- para, partiendo de un estadio mucho m¨¢s atrasado, llegar a ser una democracia moderna, homologable con las occidentales. Y esa opini¨®n, para ser consecuente consigo misma, se conforma por ende con semejante parecido, pues lo ¨²nico que teme es un nuevo retroceso, como consecuencia de cualquiera de los brutales imprevistos con que cierta gente acostumbra a pautar y condimentar nuestra historia. Como refuerzo de s¨ª misma y como conjura contra esos imprevistos, esa opini¨®n -que en su d¨ªa fue la m¨¢s progresista- no ve mejor pol¨ªtica para Espa?a que su vinculaci¨®n a la Europa vecina, con todos los lazos posibles. Pero realmente si desde la Reforma nuestro paso pol¨ªtico es m¨¢s lento que el de nuestros vecinos, y a causa de ello, al cabo de un cierto tiempo, nos encontramos siempre retrasados y no hay otra forma de superar ese atraso que mediante una convulsi¨®n -casi siempre sangrienta-, cabe pensar que esa atroz maldici¨®n hist¨®rica no dejar¨¢ de seguir funcionando en los per¨ªodos de homologaci¨®n y que el parecido del que ahora estamos tan ufanos no ser¨¢ tal dentro de 20 o 30 a?os. Tanto por eso cuanto porque ninguna de las democracias europeas ha pasado por una prueba semejante a la sufrida por este pa¨ªs con el general Franco, ese parecido no me satisface plenamente. Intentar¨¦ ilustrar la ra¨ªz de esa insatisfacci¨®n con un ejemplo. Hace unos 30 a?os me vi envuelto en el estudio de una v¨ªa f¨¦rrea en Mauritania de la entonces m¨¢s moderna t¨¦cnica del carril soldado. Viaj¨¦ a Suiza, donde se fabricaban los equipos m¨¢s especializados, y cuando en las diversas firmas interesadas
Pasa a la p¨¢gina 12
Viene de la p¨¢gina 11
insist¨ª en mi deseo de inspeccionar de visu una v¨ªa nueva ejecutada con aquella t¨¦cnica me dijeron que para eso ten¨ªa que dirigirme a Francia o Alemania, a la SNCF o la Bundesbahn, puesto que en Suiza no se hac¨ªa nada parecido. Suiza contaba, como ahora, con una de las m¨¢s competentes redes ferroviarias del continente, y el tradicional buen estado de sus intalaciones fijas no permit¨ªa el gasto de sustituci¨®n con una v¨ªa m¨¢s moderna pero mucho m¨¢s cara. Solamente los pa¨ªses que hab¨ªan sufrido en sus redes la intensa devastaci¨®n de la guerra mundial pod¨ªan servirse de ella para llevar a cabo una modernizaci¨®n de tal ¨ªndole. Era un ejemplo m¨¢s del porqu¨¦ de la radical modernizaci¨®n de la industria europea en la d¨¦cada de los cincuenta, que en muchos casos, a partir de un desmantelamiento casi total, abandon¨® los esquemas, m¨¦todos y equipos de preguerra para implantar de una vez y en un momento de excepci¨®n todo aquello que habr¨ªa requerido un lento proceso evolutivo de sucesivas sustituciones.
Pues bien, la devastaci¨®n pol¨ªtica que provoc¨® el r¨¦gimen de Franco fue completa, y ese momento de excepci¨®n para llevar a cabo la modernizaci¨®n est¨¢ ocurriendo hoy en Espa?a. A la muerte del general no quedaba vigente ning¨²n resto pol¨ªtico anterior a ¨¦l, lo que ¨¦l dej¨® no serv¨ªa para nada, y fue preciso montar una democracia de fortuna con unos cuantos residuos. Incluso la Monarqu¨ªa, que tan buenos frutos est¨¢ dando, fue m¨¢s producto de una instauraci¨®n que de una restauraci¨®n, pues poco o nada debe la Corona a su pasado, sino a su ejecutoria presente, para ser aceptada por los espa?oles. En tales condiciones, el aparato pol¨ªtico pod¨ªa optar por inventar un modelo o por copiar uno ya sancionado; en ese momento la soluci¨®n m¨¢s prudente era poco menos que obligada, pues cualquier aventura pod¨ªa provocar -como se pudo comprobar en varias ocasiones- la vuelta hacia atr¨¢s. No se trataba de modernizar una red, sino de ponerla en marcha con todos los materiales aprovechables.
Pero una vez puesta en marcha y demostrado que funciona, se trata de saber si hay que optar por una modernizaci¨®n a la manera de la SNCF o la Bundesbahn o por una conservaci¨®n a la manera suiza. Supongo que el tan cacareado cambio quiere decir lo primero, y no s¨®lo la limpieza a fondo de los polvorientos pasillos de la Administraci¨®n p¨²blica. Por eso sostengo que la devastaci¨®n franquista -que ning¨²n pa¨ªs occidental ha sufrido en escala parecida- no ha sido aprovechada para una renovaci¨®n t¨¦cnica de la pol¨ªtica que ninguna vecina democracia se ha visto en la necesidad de llevar a cabo gracias al buen estado en que conservan sus constituciones, anticuadas pero firmes. Lo m¨¢s parad¨®jico, a mi parecer, es que tras los sensibles desplazamientos del poder y los movimientos de las masas en busca de una nueva isostasis, la topograf¨ªa apenas aparezca alterada y s¨®lo asomen a la superficie los mismos accidentes de anta?o y en la misma posici¨®n que hace medio siglo. Como en 1900 o antes, de nuevo est¨¢ la escena ocupada por derechas e izquierdas, por partidarios de la Constituci¨®n y subversivos, por centralistas de ventanilla y nacionalistas de campanario, por el gran capital, de un lado, y de otro un programa de reformas. El ¨²nico que por defunci¨®n no est¨¢ presente en el elenco (y no parece relevante constatar la desaparici¨®n de la Iglesia como vector en acci¨®n) es el esp¨ªritu revolucionario de las masas proletarias, que, domesticadas por la larga y sostenida crisis, s¨®lo aspiran a no ser desalojadas del orden capitalista.
Me parece que lo m¨¢s rid¨ªculo de todo ello es que se siga considerando a los socialistas como un partido de izquierda, dicha esta vez la palabra con significaci¨®n ideol¨®gica. Resulta poco menos que un insulto al siglo XX que, pese a haber ensayado -con ¨¦xito o sin ¨¦l- casi todas las doctrinas nacidas en el XIX, pese a haber pagado con mucha sangre la tortuosa e hipocondriaca marcha del esp¨ªritu universal, pese a haber aceptado y asimilado todas las transformaciones sociales impuestas por el progreso, a¨²n debe vestir los mismos trajes y libreas de aquel doctrinario siglo pasado, como si nada importante hubiera pasado en ¨¦ste y a¨²n tengan que seguir siendo vigentes las clasificaciones inventadas en aqu¨¦l, casi con car¨¢cter imperecedero. La mayor¨ªa de los europeos, como los suizos su red ferroviaria, han sabido conservar ese traje, pero los espa?oles no, y cuando, despojados de toda vestimenta, decidieron acudir al sastre, aceptaron sin m¨¢s ni m¨¢s el modelo de levita de hace 100 a?os.
Sostengo con toda mi fuerza de convicci¨®n que los socialistas son los tories de 1984; los que, despejadas las brumas de la transici¨®n, no s¨®lo representan a la mayor masa de poder social, econ¨®mico, industrial y laboral del pa¨ªs, sino los que saben aglomerarla. El conservador, frente al whig, ser¨¢ el que tiende a mantener las cosas como est¨¢n, apoyado en el movimiento de inercia de una mayor¨ªa del pa¨ªs que, conforme con su situaci¨®n, s¨®lo aspira a mejorar con el progreso, es decir, a una mayor prosperidad conseguida poco a poco, sin traumas y gracias al trabajo. Y que s¨®lo lucha cuando se ve amenazado porque -esencialmente- aspira a vivir en paz. Frente a ¨¦l, el whig ser¨¢ el representante de una minor¨ªa descontenta e impaciente, cuya fuerza reside m¨¢s en lo que cree que ser¨¢ que en lo que es y que admite la lucha como forma de instalaci¨®n ciudadana.
?Qu¨¦ es lo que ha de ser prioritariamente conservado en la Espa?a de hoy, al decir un¨¢nime de todos los portavoces? ?El Estado de las autonom¨ªas? ?Los intereses del gran capital y las clases privilegiadas? ?El estatuto del trabajador? ?La soldadura con Europa y la alianza militar con Occidente? Por supuesto que todas esas cuestiones -y todas aquellas que asoman a los titulares de la Prensa- forman un sistema entreverado, pero al decir de todos, con una excepci¨®n que apenas cuenta, lo m¨¢s prioritario es la conservaci¨®n de la democracia, que, hoy por hoy, y en tanto no nazca el partido que pueda darle r¨¦plica, est¨¢ en manos de los socialistas. Pues, y aunque parezca absurdo formular tal desprop¨®sito, ?qu¨¦ ocurrir¨ªa si a los socialistas les diera un d¨ªa la ventolera de constituirse en partido ¨²nico? Por supuesto que ese d¨ªa firmar¨ªan su acta de defunci¨®n, pero, ?cu¨¢ntas cosas no sucumbir¨ªan con ellos? Otro ser¨ªa el caso si el actual Estado contara con una larga tradici¨®n o albergara en su seno otros partidos que, nacidos y desarrollados en ¨¦l, no tuvieran que preocuparse de su conservaci¨®n, como algo incuestionable; pero su firme instalaci¨®n para un largo futuro y la debilidad de sus adversarios convierten a los socialistas en los tories, y tanto m¨¢s fuertes se hagan, tanto m¨¢s tories tendr¨¢n que devenir.
Poca cosa ser¨ªa tal deber si no les acompa?ara el car¨¢cter y la vocaci¨®n de cumplirlo. A mi parecer, la actual generaci¨®n de socialistas se acomoda a la perfecci¨®n al papel de partido tory. Se ha dicho siempre -sobre todo en Inglaterra- que entre los tories y los doctrinarios -whigs, liberales o laboristas) existe, mutatis mutandis, la misma oposici¨®n que entre hombres e ideas, que a la m¨¢s o menos rectil¨ªnea obediencia a una doctrina m¨¢s n¨ªtida y racional que la simple conservaci¨®n evolutiva de un status quo un tanto arbitrario y heredado, los tories siempre sabr¨ªan oponer hombres capaces, dotados del arte de gobernar aun cuando est¨¦n carentes de una gu¨ªa espiritual. Los socialistas espa?oles de hoy han demostrado, con numerosos y algunos pintorescos ejemplos, que est¨¢n dispuestos a aprender el arte de gobernar como sea, a incluir entre sus filas nombres muy atractivos y, si es preciso, a abandonar todo catecismo.
El caso de la adhesi¨®n de Espa?a a la OTAN es el ejemplo m¨¢s demostrativo de ese estilo. Cualesquiera que sean las razones que aduzca un amplio sector del partido socialista -y que incluye a su cabeza- para promover esa adhesi¨®n es evidente que no las suscrib¨ªa ni manejaba antes de llegar al poder. Es posible que lo hiciera en secreto y que para ganar votos aireara las razones contrarias, pero lo m¨¢s probable es que ni siquiera las conociera en su verdadera dimensi¨®n; pod¨ªa contar con un atisbo de ellas, pero no con el instrumento -el poder- con que medirlas. Posiblemente antes de llegar al poder ten¨ªa el se?or Gonz¨¢lez una idea acerca de ¨¦l m¨¢s ingenua, y cre¨ªa que el catecismo era de aplicaci¨®n. Una vez en su nuevo despacho se enter¨¦ de que no (y tambi¨¦n es posible que sus antecesores fueran algo responsables de su talante na?f, de que el poder est¨¢ limitado -sobre todo en asuntos exteriores- por otro u otros de mayor cuant¨ªa y que, no siendo en ese terreno el catecismo de aplicaci¨®n, mejor era guard¨¢rselo. ?Pero c¨®mo hacerlo sin faltar al p¨²blico, cuando tanta ostentaci¨®n hab¨ªa hecho de ¨¦l y de su obediencia al credo? Pod¨ªa optar por dos soluciones: o bien confesar p¨²blicamente su vasallaje -ciertamente cosa poco agradable- o iniciar la campa?a donde dije digo digo Diego, cosa tambi¨¦n ingrata, pero m¨¢s tolerable que anunciar a su pueblo su parcial pero insuperable falta de soberan¨ªa. Y sobre todo, es la soluci¨®n m¨¢s factible cuando se cuenta con prestigio, un partido unido "y con voluntad de Estado" y apenas enemigos a la izquierda. ?Existe un m¨¢s contundente despliegue del estilo tory? Es pocos menos que el barroco, en su segundo esplendor, al servicio de la eccIesia triunfans. Un hombre de la izquierda iluminada, un fiel observador de la doctrina socialista, un papanatas de la estirpe Largo Caballero, ?habr¨ªa seguido esa l¨ªnea o habr¨ªa preferido hundirse antes que mancillar su fe? Y en contraste, ?qu¨¦ buen tory no la secundar¨ªa, y no tanto por atlantista o por derecha cuanto por tory?
Todo lo anterior ha sido dicho m¨¢s con prop¨®sito de retrato que de censura, y no porque yo simpatice con el esp¨ªritu conservador, sino a fuer de conceder al socialista espa?ol de hoy un sentido de la actualidad del que tal vez carec¨ªan sus correligionarios de ayer tarde. Ese sentido se agudiza cuando no se tiene una utop¨ªa delante -cuya visi¨®n lo desenfoca todo- y acaso la cortedad de miras se recompensa con el aplomo. Sin aplomo no se explica que este Beowulf, que no ha cumplido sus promesas respecto a la OTAN ni a la creaci¨®n de nuevo empleo, dos de sus m¨¢s importantes compromisos, no se tambalee. Pues el p¨²blico sabe -o mejor, intuye- que si no las cumple es porque no puede, y la desconfianza con que deb¨ªa cobrarse tal desacato la destina en secreto a aquel otro que, utilizando la censura m¨¢s elemental para su propio provecho, renueva la promesa para ganarse un voto. En tanto Beowulf siga luchando con denuedo, aunque sin grandes resultados, contra Grendel, no ser¨¢ Unferth quien le sustituya. Tendr¨¢ que esperar a su agotamiento.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Opini¨®n
- Democracia
- Pol¨ªtica nacional
- Ciencias pol¨ªticas
- Pol¨ªtica exterior
- OTAN
- Presidencia Gobierno
- Pol¨ªtica econ¨®mica
- PSOE
- Franquismo
- Organizaciones internacionales
- Gobierno
- Historia contempor¨¢nea
- Elecciones
- Administraci¨®n Estado
- Relaciones exteriores
- Espa?a
- Historia
- Partidos pol¨ªticos
- Pol¨ªtica
- Administraci¨®n p¨²blica
- Econom¨ªa