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-?A d¨®nde va usted?El guardia me miraba sin encono, pero seriamente.
-A ese bar. ?Por qu¨¦?
-No puede ser. Es s¨®lo para negros.
-No me importa.
-Pero a m¨ª s¨ª. Est¨¢ prohibido. Hay bares para blancos y bares para negros, taxis para blancos y taxis para negros, ambulancias para blancos y ambulancias para negros y, naturalmente, barrios para blancos y barrios para negros. Los que mantienenrelaciones sexuales con individuos de otra raza son susceptibles de multa o prisi¨®n, aunque, en ese aspecto, las autoridades de Sur¨¢frica son mucho m¨¢s l¨®gicas que las de Misisip¨ª que conoc¨ª en los a?os cincuenta, cuando todav¨ªa en las estaciones de autobuses se precisaba la entrada de los servicios con "Se?oras blancas" y "Mujeres negras". En aquella ocasi¨®n y lugar el blanco que yac¨ªa -por decirlo cl¨¢sicamente- con negra pod¨ªa en todo caso recibir la suave reprimenda del juez: "?No le da verg¨¹enza? Claro, que esas negritas se descaran mucho", pero jam¨¢s eran castigados por ello. En la Ciudad del Cabo hubiera ido a la c¨¢rcel igual que su pareja seg¨²n la ley llamada Inmorality Act, cuya ¨²nica inmoralidad es la de existir.
He estado dos veces en Sur¨¢frica y siempre me ha impresionado por la seguridad con que tres millones y medio de blancos es t¨¢n seguros de tener la raz¨®n ante 16 millones de negros y dos o tres millones de coloured, hind¨²es o mestizos. Era entre asombroso y c¨®mico ver c¨®mo las leyes del apartheid rizaban el rizo en el intento desesperado de ajustar la realidad de la vida moderna a conceptos medievales. As¨ª, por ejemplo, la televisi¨®n tard¨® en entrar en Sur¨¢frica porque era pr¨¢cticamente imposible conformar los programas anglosajones nacidos en un clima liberal con las prohibiciones locales. S¨®lo cuando la imposibilidad de ver la llegada del hombre a la Luna provoc¨® la indignada rebeli¨®n ciudadana encabezada por la blanca, el Gobierno tuvo que admitir ese instrumento de Satan¨¢s, aunque, naturalmente, vigilando atentamente los programas. Fue s¨®lo una m¨ªnima victoria, porque las contradicciones han seguido constantes. Por ejemplo, cuando yo estaba all¨ª se plante¨® el problema de que en un cine s¨®lo para blancos no hab¨ªa nadie de esta raza que quisiese la plaza de acomodador. Se recurri¨® a una chica negra, pero ?c¨®mo iba a ver ella unas pel¨ªculas que no le estaban destinadas? Soluci¨®n disparatada: la muchacha ten¨ªa que orientar y colocar a los asistentes... sin mirar a la pantalla.
-Cosas como ¨¦stas nos hacen quedar en rid¨ªculo ante todo el mundo -me dec¨ªa un liberal de origen ingl¨¦s-. F¨ªjese en ese comercio...
Era una tienda con dos puertas: una para blancos y otra para negros.
-As¨ª hay muchas -dije.
-Ya. Pero lo que no sabe usted es que al cruzar esas puertas hay un s¨®lo mostrador ante el. que se alinean todos juntos. Incre¨ªble, ?verdad? Pues todav¨ªa hay m¨¢s cosas absurdas. En los ascensores, blancos y negros suben al mismo tiempo, mientras en la escuela hay segregaci¨®n. Se me ocurri¨® entonces escribir que, puesto que el problema estaba en la convivencia sentada y no de forma erecta, ?por qu¨¦ no suprimir los pupitres de las aulas y que los ni?os de todas las razas est¨¦n de pie? No me hicieron caso, claro.
Por lo que leo estos d¨ªas, el problema sigue igual que cuando lo conoc¨ª, aparte de detalles de cosm¨¦tica como el nuevo grupo parlamentario de los coloured. La ONU condena sus actos, las manifestaciones contrarias, como la ¨²ltima, con intervenci¨®n de, unos Kennedy, se suceden, y ellos siguen. Mozambique y Angola les atacan f¨ªsicamente, y ellos contraatacan -tienen un ej¨¦rcito potente- hasta cansarlos. Las sanciones econ¨®micas ni se han intentado. Ser¨ªa rid¨ªculo que lo hicieran en un pa¨ªs que tiene el 73% de todo el oro del mundo, aparte de hierro, manganeso, diamantes, platino, carb¨®n. S¨®lo le falta petr¨®leo, pero siempre hay alguien capaz de vend¨¦rselo a un cliente tan rico. Las federaciones deportivas extranjeras proh¨ªben a sus afiliados competir en Sur¨¢frica, lo que, para un pueblo enamorado del aire libre, es quiz¨¢ lo que m¨¢s les molesta, por lo que intentan, muchas veces con ¨¦xito, combatir el boicoteo con ofrecimientos millonarios a atletas y jugadores de tenis y golf.
Pol¨ªticamente, su mejor baza es agitar el espectro del comunismo, recordando que la mayor¨ªa de barcos del mundo pasa ante el cabo de Buena Esperanza. ?Quieren que este pa¨ªs quede en manos de unos negros como los de Etiop¨ªa, ¨ªntimos de la URSS? Las potencias occidentales se asustan ante la perspectiva y se limitan a declaraciones plat¨®nicas, con lo que el Gobierno de Pretor¨ªa sigue su camino apoyado en un bloque monol¨ªtico donde no hay fisuras sociales, como podr¨ªa ocurrir con otras ideolog¨ªas. La raz¨®n es clara. Al rico le interesa mantener la superioridad racial sobre el criado o el Pbrero, pero esa superioridad resulta mucho m¨¢s importante para el proletario blanco, que, por modesto que sea su sueldo, estar¨¢ siempre por encima del kafir, el mote despectivo que se usa para el individuo de tez oscura, de forma similar al nigger de Alabama.
Gente dura, cori¨¢cea, esos descendientes de los bors, convencidos de que la Biblia les da la raz¨®n. "Porque, vamos a ver", me dec¨ªa un camionero de Durban, "?usted ha visto a los animales de la selva mezcl¨¢ndose unos con otros? ?Cu¨¢ntas veces se ha apareado un le¨®n con una cebra?".
Nunca, claro. Lo que hacen es aterrarla... como ellos con los negros.
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