Zia Ul Haq , el dictador amable de Pakist¨¢n
Pakist¨¢n es el Ulster de la India el santuario espacioso y permanente de todo lo que hay de mal soldado en el vasto Estado del subcontinente, tr¨¢tese de sijs, separatistas de Cachemira, o enemigos de cualquier clase del laico poder de Delhi.Piara la India, la partici¨®n de 1947 fue el desgajamiento de la naci¨®n, como lo es para la mayor¨ªa irlandesa y cat¨®lica del Eire la amputaci¨®n sufrida en los seis condados del Ulster en 1922. De la misma forma que en Irlanda una minor¨ªa protestante consigui¨® forzar la mano amenazando con un ba?o de sangre al gabinete de Londres para que trazara una frontera a su capricho que le preservara de quedar sumergida en una naci¨®n cat¨®lica, la minor¨ªa musulmana fue v¨ªctima y verdugo de una matanza a escala para tener el derecho a formar su propio Estado isl¨¢mico. En las semanas anteriores a la declaraci¨®n de independencia millones de personas recorrieron a pie, o en todo tipo de m¨®viles de fortuna, cientos de kil¨®metros en uno y otro sentido de una frontera que a¨²n no exist¨ªa. El ¨²ltimo virrey, el difunto lord Mountbatten, que hab¨ªa tratado de preservar la idea de una India unida, acab¨® cediendo ante un virtual refer¨¦ndum de venganza y pillaje del que se hac¨ªan por igual culpables la mayor¨ªa hind¨², que permanec¨ªa en el Estado laico de Nerhu y Gandhi, y la minor¨ªa musulmana, que quer¨ªa un Estado religioso que preservara el islamic way of life, hasta aceptar la formaci¨®n de dos naciones en una tierra que el imperio colonial brit¨¢nico hab¨ªa gobernado como ¨²nica.
La fuga de lo que ser¨ªa el pueblo pakistan¨ª al abrigo de una nueva frontera, era a la vez un punto de partida y un regreso. De un lado, fundaba un nuevo Estado ce?ido por la religi¨®n y, de otro, quer¨ªa recobrar la idea del imperio mogol que hab¨ªa gobernado en nombre de un Islam sagaz y tolerante todo el espacio indost¨¢nico desde comienzos del XVI a principios del XIX. De esta forma, Pakist¨¢n es para la India el pa¨ªs que se fug¨® de casa, y para Pakist¨¢n la consolidaci¨®n de la Uni¨®n India, con una importante minor¨ªa isl¨¢mica en su seno, un elocuente desmentido a la necesidad de montar la tienda m¨¢s all¨¢ del r¨ªo Sudej en tierras del Punjab septentrional. Por ello, Pakist¨¢n es un campo atrincherado ante el poderoso vecino, regido por militares teocr¨¢ticos de los que Zia es simplemente el ¨²ltimo y m¨¢s consecuente de la lista, porque quiere legitimar por la v¨ªa del plebiscito celebrados esta semana su golpismo fundacional del Estado.
Zia es hijo de un devoto musulm¨¢n sun¨ª de la secta de los deobundi, funcionario del Civil Service colonial. La especial versi¨®n isl¨¢mica de los deobundi, peculiarmente paquistan¨ª, es un fundamentalismo menor que exige la pr¨¢ctica de la plegaria al menos cinco veces al d¨ªa, y no tres como acostumbra la relajada iglesia del sunismo. Zia cumple inflexiblemente esa obligaci¨®n, como ocurri¨® durante una visita a Corea del Norte donde interrumpi¨® una reuni¨®n con el l¨ªder comunista Kim Il Sung para irse a rezar a la habitaci¨®n de al lado. El general es geogr¨¢ficamente indio, puesto que naci¨® hace 60 a?os en Jullundur, en el noroeste de la Uni¨®n, de donde su familia se traslad¨® a Delhi, para cursar all¨ª la ense?anza secundaria en el colegio St. Stephen, de religiosos occidentales, audacia muy com¨²n entre la burocracia nativa de la ¨¦poca. La segunda guerra mundial, que condujo a la admisi¨®n en masa en el ej¨¦rcito a los aspirantes aut¨®ctonos, convirti¨® en militar a aquel a quien el sentido de la pureza y de la disciplina propios de su formaci¨®n religiosa hab¨ªan predestinado a la milicia.
Un militar obsequioso
El musulm¨¢n militarizado hab¨ªa de optar inevitablemente por Pakist¨¢n al tiempo de la partici¨®n y ah¨ª empezar¨ªa una carrera caracterizada por una general prudencia hasta que viera llegada su hora en la toma del poder. Como Pinochet, Zia pasaba por un general constitucionalista cuando en 1976 Bhutto le nombraba jefe de Estado Mayor pasando su nombramiento por encima de la cabeza de ocho generales de mayor antiguedad. Sus contempor¨¢neos le recuerdan como un militar excepcionalmente obsequioso, muy dado a las m¨¢s extremas efusiones con el poder civil, y al que en una ocasi¨®n se vio guardar un pitillo encendido en la faltriquera ante la aparici¨®n inesperada de Ali Bhutto en una recepci¨®n.
Al estilo del general Primo de Rivera el militar paquistan¨ª tom¨® el poder como quien libra una letra al inmediato futuro. Consumado el golpe de Estado anunciaba que a los 90 d¨ªas, una vez realizada la limpieza de corrompidos y demagogos, es decir pol¨ªticos, devolver¨ªa la administraci¨®n a los civiles. Como el dictador cristiano, el dictador musulm¨¢n quer¨ªa llegar al ciudadano sin intermediarios y para ello daba en crear unos concejos abiertos a los que las masas pod¨ªan acudir a invocar intercesi¨®n. Tras unas semanas en las que reparti¨® billetes gratuitos para la peregrinaci¨®n a La Meca, nacionaliz¨® una escuela por no pagar a sus maestros y le regal¨® una beca para estudiar h¨²ngaro en Budapest a un escolar sin medios, la descomunal concentraci¨®n de agraviados oblig¨® a dar por concluida la experiencia.
Al igual que a la dictadura del general Franco una circunstancia de pol¨ªtica exterior es lo que ha dado singular vida al r¨¦gimen isl¨¢mico. La instalaci¨®n de la guerra fr¨ªa a sus puertas en forma de invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n ha sido un bal¨®n de ox¨ªgeno para el general Zia. Mientras la instalaci¨®n de la ley cor¨¢nica como norma suprema en Ir¨¢n y una indudable disposici¨®n a aplicar la pena capital para reprimir toda disidencia han convertido a Jomeini en un enemigo capital de EE UU, id¨¦nticas maneras en Pakist¨¢n, siquiera atemperadas por la prudencia de quien conoce el mal efecto que causan esos excesos en Occidente, no incomodan lo m¨¢s m¨ªnimo en Washington. Es la oportuna bonanza de la geograf¨ªa. Pakist¨¢n, ruta de aprovisionamiento y santuario para los rebeldes afganos que luchan contra Mosc¨², es bueno como aliado, aunque haga de la justicia una exhibici¨®n p¨²blica de l¨¢tigo y azote para las disipaciones de erotismo a la occidental, o amenace con cortar la mano a los reos de latrocinio.
Zia, general pulido, de formidable cortes¨ªa militar, es un hombre personalmente honrado, amante de sus cinco hijos y devoto de uno de ellos, una chica subnormal, que impresion¨® hasta tal punto a un entrevistador de un peri¨®dico norteamericano que fue preciso ensombrecer el perfil que iba a publicarse de su persona para que no apareciera como todo un gentleman brit¨¢nico. Autoritario y coherente, militar y teocr¨¢tico que considera vano enredar a su pa¨ªs en la b¨²squeda de la democracia, Zia pretende llevar a Pakist¨¢n al reencuentro con un misterioso pasado isl¨¢mico en el que los r¨ªos manaban leche y los zarzales, miel. Convencido practicante de la m¨¢xima del a Dios rogando el general Zia ha regalado una estera para la oraci¨®n a todos los funcionarios del Gobierno mientras se encomienda a la ayuda militar norteamericana y a los subsidios isl¨¢micos saud¨ªes para aterrizar cuanto antes en ese para¨ªso prometido. De momento ya ha echado a los pol¨ªticos. S¨®lo falta ahora que manen leche y miel.
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