El a?o decisivo de Ronald Reagan
En 1986 comenzar¨¢ el abandono de un l¨ªder que ya no puede optar a renovar su poder
La tradici¨®n norteamericana establece que un presidente en su segundo mandato s¨®lo tiene realmente poco m¨¢s de un a?o para establecer su influencia y conseguir resultados pol¨ªticos. En 1986 se celebrar¨¢n elecciones legislativas, y los representantes y senadores se juegan su carrera con independencia del hombre que ocupa la Casa Blanca, que ya no deber¨¢ presentarse m¨¢s a una reelecci¨®n.Esto significa que a partir del pr¨®ximo 31 de diciembre los republicanos del Capitolio se desengachar¨¢n pol¨ªticamente del presidente. Los dos ¨²ltimos a?os del segundo mandato son a¨²n m¨¢s solitarios para el jefe del Estado, que se convierte pr¨¢cticamente en un lame duck (un pato cojo). Para entonces, en el seno de su partido ya se ha abierto la carrera por la designaci¨®n a la Presidencia.
Nadie espera que a los 73 a?os Reagan d¨¦ un giro a la pol¨ªtica conservadora y populista que tan buenos rendimientos le ha producido. Los tres pilares del reaganismo, el crecimiento econ¨®mico sin inflaci¨®n, el rearme para conseguir la paz y el cultivo de los valores tradicionales, seguir¨¢n definiendo en los pr¨®ximos cuatro a?os los objetivos de la pol¨ªtica norteamericana.
Para realizar sus proyectos, Reagan ya no contar¨¢ con el clan de los californianos, el fiel equipo de amigos que con gran habilidad actu¨® de aut¨¦ntico Gobierno en la sombra en la Casa Blanca durante el primer mandato. Michael Deaver, casi un hijo para los Reagan, se ha ido a las relaciones p¨²blicas; James Baker, el capaz y pragm¨¢tico jefe de Gabinete, ser¨¢ el nuevo secretario del Tesoro; y Edwin Meese, influyente amigo del presidente, ser¨¢ el nuevo ministro de Justicia, pero abandonar¨¢ el entorno de la residencia presidencial. Otros amigos pol¨ªticos, como William Clark y William French Smith tambi¨¦n regresan a California. S¨®lo quedan, y eso debe bastar, Nancy Reagan, la principal consejera de su marido, y Ronald Reagan, que es el mejor vendedor de s¨ª mismo.
El actual secretario del Tesoro, Donald Regan, un hombre de empresa que presidi¨® Merrill Lynch en Wall Street, ser¨¢ el nuevo jefe de Gabinete de la Casa Blanca y dirigir¨¢ el lugar como si fuera un consejero delegado de una gran empresa, seg¨²n aseguran los que le conocen. Parece que las grandes cuestiones ya no estar¨¢n m¨¢s en manos de un peque?o grupo de amigos y que Reagan dejar¨¢ que sea el Gabinete ministerial quien saque adelante los negocios del pa¨ªs. Como balance final, los conservadores no han logrado una mayor influencia en los puestos claves junto al presidente, aunque esperan que se produzca la sorpresa final y que la hero¨ªna de los de rechistas, Jeanne Kirkpatrick, consiga alg¨²n cargo en la Casa Blanca.
En la pol¨ªtica exterior y de seguridad nacional, Reagan ha querido iniciar su segundo per¨ªodo poniendo ¨¦nfasis en la negociaci¨®n con los sovi¨¦ticos, a los que denunci¨® no hace mucho como "el imperio del mal". La ret¨®rica de la confrontaci¨®n ha sido abandonada y probablemente no vuelva a utilizarse por alg¨²n tiempo. Sin embargo, Reagan seguir¨¢ utilizando la pol¨ªtica de firmeza hacia Mosc¨², basada sobre todo en la continuaci¨®n del rearme.
El pulso con Mosc¨²
El presidente y una mayor¨ªa de norteamericanos de todos los colores est¨¢n convencidos de que s¨®lo la propia fortaleza y la decisi¨®n de no hacer concesiones, reflejada en la instalaci¨®n de euromisiles en Europa y en la prosecuci¨®n de las investigaciones para desarrollar una defensa en el espacio, han sido las claves para lograr que la URSS vuelva a la mesa de negociaciones.
Sin embargo, las manos de Reagan estar¨¢n menos libres que nunca para lograr que el Pent¨¢gono consiga todo el dinero que dice necesitar. La independencia del Congreso ya se ha manifestado en estos primeros d¨ªas de enero. Los propios republicanos han decidido redactar un presupuesto sin esperar a que la Casa Blanca presente el suyo, y est¨¢n dispuestos a que los recortes que cercenar¨¢n una serie de programas sociales alcancen tambi¨¦n el presupuesto militar. El Pent¨¢gono ha pedido un incremento del 8% durante los pr¨®ximos tres a?os, ajustada la inflaci¨®n, y probablemente no consiga m¨¢s de un 5%.
Todos los esfuerzos de los primeros meses de la segunda Administraci¨®n Reagan se dirigir¨¢n a lograr acuerdos r¨¢pidos de reducci¨®n en alguno de los apartados de las armas nucleares: misiles estrat¨¦gicos de largo alcance o de radio intermedio (INF), sin ceder en el proyecto de defensa espacial. Mosc¨² ya ha advertido contra la ilusi¨®n de que Washington logre esta cuadratura del c¨ªrculo.
El ¨¦xito de esta v¨ªa de deshielo iniciada con Mosc¨² no depende s¨®lo de Washington. El presidente es s¨®lo dos a?os m¨¢s joven que el l¨ªder del Kremlin, pero es previsible que Reagan conozca a¨²n a un -nuevo dirigente sovi¨¦tico. Esta posibilidad a?ade un factor de incertidumbre a las relaciones entre las dos superpotencias. Toda la capacidad de espionaje y an¨¢lisis de las diferentes agencias norteamericanas dedicadas a estos temas han sido insuficientes para anticipar qui¨¦nes ser¨¢n los nuevos dirigentes de la URSS y c¨®mo reaccionar¨¢n. Washington s¨®lo se enter¨® de que Andropov ten¨ªa una mujer cuando, ya viuda, se present¨® ante su cad¨¢ver en la Sala de Columnas de la Casa de los Sindicatos moscovita.
Puntos 'calientes'
Centroam¨¦rica es otra ¨¢rea de roce entre las superpotencias. Reagan no ha cambiado de opini¨®n, ni lo har¨¢, sobre los sandinistas. Si el Congreso no lo impide tratar¨¢ de reanudar la ayuda oficial de su Gobierno a los rebeldes que luchan contra la Junta de Managua. Sin embargo, los hombres de Reagan, ha escrito el The New York Times, saben "que no tendr¨¢n la suerte" de que Nicaragua invada a alguno de sus vecinos, ¨²nica acci¨®n que permitir¨ªa una inter
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venci¨®n militar directa norteamericana. La segunda Administraci¨®n Reagan seguir¨¢ manteniendo la presi¨®n sobre Managua, pero sin cerrar la v¨ªa negociadora. Los sandinistas, Cuba y la URSS deber¨¢n reconocer, si es preciso por la fuerza, que Washington tiene intereses estrat¨¦gicos en el Caribe.
En este punto, como en el resto de los temas exteriores, Reagan seguir¨¢ utilizando las dos pol¨ªticas, la de dureza y la pragm¨¢tica, representadas en su Administraci¨®n por el jefe del Pent¨¢gono, Caspar Weinberger, y por el secretario de Estado, George Shultz, respectivamente. Es posible que el presidente no se decida nunca definitivamente en favor de una u otra posici¨®n. Y, por tanto, muy arriesgado afirmar que ahora est¨¢ triunfando la suavidad de Shultz frente al halc¨®n Weinberger, cuando a¨²n no se han decidido las posturas concretas que Washington llevar¨¢ a las nuevas negociaciones con la URSS.
El secretario de Estado est¨¢ teniendo, por ejemplo, m¨¢s dificultades de las previstas para realizar un amplio cambio de embajadores, sustituyendo a la nube de enviados pol¨ªticos nombrados muy directamente desde la Casa Blance;, por diplom¨¢ticos m¨¢s profesionales. Se ha anunciado el cambio de todas las Embajadas centroamericanas, donde destaca la salida del proc¨®nsul en Honduras, John Negroponte. Los sectores m¨¢s conservadores del Partido Republicano han acudido a Reagan para que impida que Shultz designe a peligrosos liberales.
Econom¨ªa y 'moral'
En el terreno econ¨®mico, si Reagan tiene suerte y no se produce en los pr¨®ximos cuatro a?os una nueva recesi¨®n, al presidente le gustar¨ªa pasar a la historia como el pol¨ªtico que control¨® la inflaci¨®n y asegur¨® un crecimiento econ¨®mico sobre bases s¨®lidas. El enorme d¨¦ficit (200.000 millones de d¨®lares), el gran fracaso de su primer mandato, deber¨¢ ser encarado inmediatamente, porque en caso contrario corre el peligro de reavivar el crecimiento de los precios. Para ello, Reagan tendr¨¢ que tragarse algunas de sus promesas y recortar el gasto p¨²blico, sobre todo el civil, pero tambi¨¦n reducir el aumento del militar, e incluso subir los impuestos.
La cruzada iniciada por Reagan para restaurar los valores tradicionales seguir¨¢ siendo eso en el segundo mandato, es decir una cruzada m¨¢s bien ret¨®rica. Las posibilidades reales de criminalizar el aborto mediante una enmienda constitucional son inexistentes, lo mismo que los intentos de restablecer la plegaria en las escuelas. La nueva derecha, que tan ¨²til le fue a Reagan en las elecciones de 1980 y 1984, seguir¨¢ predicando en el desierto en estas cuestiones. El amplio electorado de Reagan es pragm¨¢tico y no desea que el Estado, que el presidente prometi¨® quitar de sus espaldas, se introduzca ahora en su vida privada.
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