Hacia un teatro totalitario
EL CIERRE del teatro Pav¨®n de Madrid, a los cinco d¨ªas de una inauguraci¨®n proclamada y esperada, por el fracaso de la obra estrenada, Buenos, se emparenta con el de La ronda, en otro teatro madrile?o, el Bellas Artes, esta misma temporada. El punto com¨²n es que los dos teatros est¨¢n concertados, o sea que gozan de un r¨¦gimen especial de protecci¨®n por parte de la Administraci¨®n central, a cambio de ciertas condiciones estimadas como culturales y sociales: el dinero del Ministerio de Cultura no es, por tanto, una garant¨ªa de permanencia si el p¨²blico no acude. Y lo que se ha perdido no es de unos empresarios, sino de todos. En el segundo de estos dos casos, los perceptores del beneficio estatal hab¨ªan incumplido reiteradamente las contraprestaciones; no s¨®lo en esta empresa, sino en otras anteriores. La bondad de la Direcci¨®n General de Teatro al mostrar esta tolerancia es muy estimable desde el punto de vista humano, pero inquietante cuando se trata de administrar el dinero p¨²blico, y cuando otras iniciativas se pueden ver privados de ¨¦l.Es cierto que el ¨¦xito o el fracaso de una obra de teatro es imprevisible: en el caso de Buenos, toda la profesi¨®n teatral hab¨ªa denunciado previamente su inviabilidad, por una serie de factores conocidos, que la Direcci¨®n General no quiso escuchar. Pero el problema reside en si un funcionario o grupo de funcionarios debe tener calidad prof¨¦tica y capacidad para elegir a qui¨¦n favorece o no, d¨®nde est¨¢ la verdadera cultura y cu¨¢l es el benefic¨ªo socio-cultural que puede haber detr¨¢s de cada proyecto.
Tanto por la manera de plantear el Gobierno su actuaci¨®n en materia teatral, como por la forma parecida con que se est¨¢ desarrollando en las autonom¨ªas en las que ha sido transferida esta competencia, estamos asistiendo insensiblemente a la creaci¨®n de un teatro totalitario. El Ministerio o la consejer¨ªa de turno no es s¨®lo empresario de locales y compa?¨ªas propios, sino que ¨ªnterviene decisivamente en el teatro privado. Es capaz tambi¨¦n de manipular algunas masas de p¨²blico -colegios, grupos de empresa, vales- en los casos en que no lo tienen. Y en el caso de Madrid, su disconformidad con el criterio de la opini¨®n expresada en los peri¨®dicos lo resuelve creando su propio ¨®rgano de cr¨ªtica e informaci¨®n, el peri¨®dico El P¨²blico, dedicado a exaltar su pol¨ªtica y su gesti¨®n, y cuyos ejemplares reparte en gran n¨²mero gratuitamente.
Hay que decir que las instancias oficiales tienen una objetividad cr¨ªtica considerable en estas ayudas. El Ministerio de Cultura ha contribuido, por ejemplo, con la mitad de los gastos de producci¨®n de Di¨¢logo secreto, de Buero Vallejo, que se est¨¢ presentando como un alegato contra la gesti¨®n del Gobierno socialista. Pero puede no tenerla con personas o empresas, ya que lo que se ayuda con pr¨¦stamos o subvenciones son proyectos, y en ellos representa mucho la personalidad o la fuerza de quienes los presentan. No se ha inventado todav¨ªa una forma mec¨¢nica de objetar la ayuda "al teatro", y mucho menos de discernir d¨®nde reside la cultura y el inter¨¦s social dentro del mismo.
Las iniciativas del Centro de Nuevas Tendencias, de Madrid, cuestan muchos millones que no responden a su inter¨¦s y que confunden el genio minoritario con el lujo dispensado; las producciones y los calendarios del Teatro Nacional de la Zarzuela resultan administrativamente disparatados; el Centro Dram¨¢tico Nacional ha multiplicado su carest¨ªa, aunque afortunadamente est¨¦ en estos momentos encubierta por la asistencia de p¨²blico. La producci¨®n de espect¨¢culos de gran prestigio a precios reducidos puede aparentar un valor social, pero sit¨²a a la empresa privada en un terreno de concurrencia en el que no puede mantenerse; si se la alucina con protecciones o subvenciones, pueden ocurrirle desastres; les ocurren de hecho, como acaba de demostrarse.
En torno a las ayudas de todas clases, surge una picaresca que se lanza sobre la Direcci¨®n General: las autonom¨ªas -que est¨¢n teniendo en este aspecto de la cultura un car¨¢cter mim¨¦tico del Estadop- repiten sus errores. En el caso de Catalu?a, por ejemplo, frente a la penuria generalizada del mundo teatral, se est¨¢n primando tambien montajes de prestigio, a veces tan desproporcionadamente caros como el de Una jornada particular, subvencionado directamente desde la Presidencia de la Generalitat, al margen de todo tipo de canales establecidos. Y lo mismo empieza a suceder con las ayudas que prestan los ayuntamientos o cualquier otro tipo de instituciones. En tanto, otros proyectos, otros nombres, otras empresas que no tienen por qu¨¦ ser menos valiosos, se quedan al margen del reparto o incluso quedan perjudicadas no s¨®lo por la competencia que act¨²a. primada, sino tambi¨¦n por el colapso de escenarios, al quedar inaccesibles las salas privadas por los alquileres institucionales. No hay la menor sospecha de que en esta dilapidaci¨®n de dinero haya ninguna deshonestidad oficial; pero s¨ª las hay, y graves, de incapacidad.
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