Svetlana, el "gorrioncillo' de Stalin
El atormentado itinerario entre el Este y el Oeste de la hija del ¨²ltimo 'zar' de la Uni¨®n Sovi¨¦tica
Hace unos 18 a?os, la ¨²nica hija de Josif Stalin, Svetlana Alliluyeva, desert¨® a Occidente. En una conferencia de prensa en Nueva York, televisada a todo el mundo, y posteriormente en dos libros, la hija de uno de los tiranos m¨¢s brutales de la historia moderna repudi¨® a su padre y al comunismo, al tiempo que declaraba su confianza en Dios y en la libertad. La deserci¨®n de Svetlana fue para Occidente algo m¨¢s que un acontecimiento propagand¨ªstico: fue un acontecimiento simb¨®lico para la moral imaginaria de millones de personas. La hija del hombre acusado de haber ordenado matanzas masivas hab¨ªa escapado con su humanidad intacta.
El pasado mes de octubre, Svetlana volvi¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, llev¨¢ndose a su hija norteamericana, Oiga, de 13 a?os. En una conferencia de prensa en Mosc¨² manifest¨® que en Occidente no hab¨ªa conocido "ni un solo d¨ªa" de libertad. Dijo que volv¨ªa a la Uni¨®n Sovi¨¦tica a reunirse con los dos hijos que hab¨ªa abandonado en 1967. Pero sus antiguas denuncias de la revoluci¨®n bolchevique ("un error fatal y tr¨¢gico") de su padre ("un monstruo moral y espiritualmente"), del sistema sovi¨¦tico ("profundamente corrupto") y de la KGB (compar¨¢ndola con la Gestapo alemana), daban a entender que su retorno era un acto desesperado.?Qu¨¦ le hab¨ªa salido mal a Svetlana en Occidente? ?Por qu¨¦ volv¨ªa a un pa¨ªs del cual hab¨ªa huido aborreci¨¦ndolo? Las respuestas son multifac¨¦ticas e, incluso, contradictorias, como la personalidad que Svetlana fue desvelando dolorosamente durante su estancia en Occidente.
A juzgar por las entrevistas mantenidas con mucha gente que la conoci¨® en EE UU, donde vivi¨® de 1967 a 1982, y en el Reino Unido, donde pas¨® los ¨²ltimos dos a?os, Svetlana era una mujer a menudo encantadora, pero inquieta, desgraciada y polemista. Su febril entusiasmo por personas y lugares pronto se convert¨ªa en frustraci¨®n y recriminaciones, como demuestra una larga lista de amistades rotas y expresiones agrias. Retrospectivamente, parece ser que el conflicto fundamental era con su propio padre, a quien fatalmente se parec¨ªa.
En 1967, cuando Svetlana lleg¨® a EE UU, despu¨¦s de su deserci¨®n durante una visita a la India, no se percib¨ªa gran cosa de su conflicto interno. El rostro que presentaba ante el fascinado p¨²blico americano estaba radiante de felicidad. Una mujer atractiva y vital de 41 a?os, de pelo ondulado, mejillas encendidas, ojos azules de mirada t¨ªmida y sonrisa encantadora, transpiraba dulzura y sencillez. Parec¨ªa encantada con su celebridad -y con el mill¨®n y medio de d¨®lares que hab¨ªa ganado con su primer libro de memorias, Twenty letters to a friend (Veinte cartas a un amigo).
En medio de tan calurosa atenci¨®n no parec¨ªa preocuparse innecesariamente por sus dos hijos de Mosc¨², Joseph, de 22 a?os, y Yekaterina (Katya), de 17 a?os, pues, seg¨²n ella dec¨ªa, ya estaban muy crecidos. "La vida de mis hijos no cambiar¨¢".
Es indudable que Svetlana hab¨ªa cambiado. Durante sus ¨²ltimos a?os en Mosc¨² hab¨ªa dejado de ser la princesa del Kremlin, aunque esto no fue bien comprendido en Occidente. Despu¨¦s del 20? Congreso del Partido Comunista, en 1956, cuando Nikita Jruschov denunci¨® los cr¨ªmenes de Stalin, Svetlana vivi¨® una d¨¦cada de oscuridad, despojada de su status y privada de algunos de sus privilegios. Aunque contaba con algunos amigos fieles, en Mosc¨² era generalmente evitada por ser la hija de un d¨¦spota cuyo solo nombre "despertaba miedo y odio en millones de personas", como ella misma manifest¨® m¨¢s tarde. En 1957 cambi¨® legalmente el nombre de su padre por el de su madre, Alliluyeva.
Dramas amorosos
La vida amorosa de Svetlana en la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa estado marcada por la tragedia y las disputas. A los 16 a?os hab¨ªa elegido como primer amante al director de cine Alexei Kapler, de 40 a?os; Stalin recompens¨® el ardor de Kapler envi¨¢ndolo al gulag por 10 a?os. A continuaci¨®n siguieron dos matrimonios y dos divorcios, y una uni¨®n consensual con Brajesh Singh, un comunista indio 17 a?os mayor que ella. Al morir ¨¦ste, en 1966, Svetlana obtuvo permiso para llevar sus cenizas a la India. Fue durante este viaje cuando tom¨® la decisi¨®n impulsiva de desertar.
En Princeton, Svetlana se enamor¨® de Louis Fischer, un escritor especializado en temas sovi¨¦ticos, que muri¨® en 1970. Mujeriego empedernido y 30 a?os mayor que ella, caus¨® muchos disgustos a Svetlana, y los rumores de sus accesos de ira contra ¨¦l pronto fueron del dominio p¨²blico.
A su rotura con Fischer, en 1968, le sigui¨® un per¨ªodo de dolorosa soledad. Fue entonces cuando se vio envuelta en una extra?a y desventurada aventura que se inici¨® con una serie de cartas de una admiradora desconocida. La autora era la viuda del arquitecto Frank Lloyd Wright, Olgivanna, mujer de m¨¢s de -70 a?os. La se?ora Wright presionaba a Svetlana para que fuera a visitarla a Taliesin West, el edificio de piedra y secuoya que Wright hab¨ªa dise?ado para la firma y escuela de arquitectura que ¨¦l mismo hab¨ªa fundado en el desierto, cerca de Scottsdale (Arizona).
La viuda del arquitecto imaginaba a la hija de Stalin como una representante m¨ªstica, quiz¨¢ como una reencarnaci¨®n de su propia hija, que hab¨ªa muerto en 1946 en una accidente de autom¨®vil. La se?ora Wright, disc¨ªpula del m¨ªstico ruso Georgi Gurdjieff, se sent¨ªa hechizada por ciertas coincidencias entre la viva y la muerta. Su hija, fruto de un matrimonio anterior en Rusia, tambi¨¦n se llamaba Svetlana; es m¨¢s, hab¨ªa nacido en Georgia, la regi¨®n de procedencia del padre de Svetlana Alliluyeva. De alguna forma, se le hab¨ªa metido en la cabeza a la se?ora Wright que la hija de Stalin deber¨ªa casarse con el viudo de la primera Svetlana, William Wesley Peters, de 57 a?os.
Svetlana no tard¨® en seguir los deseos de la se?ora Wright y a¨²n no hab¨ªan transcurrido tres semanas desde su llegada a Arizona cuando ella y Peters estaban casados. A la se?ora Wright se le oy¨® decir alborozada: "Ya puedo volver a decir: '?Svetlana y Wes!'".
Pero la felicidad de Svetiana dur¨® poco. Menos de un mes despu¨¦s de la boda, unos clientes de la firma de arquitectura se sorprendieron al ver a Svetlana abofetear a su marido en una cena de gala.
Svetlana ten¨ªa verdadera necesidad de amistades. Al dejar a su marido se llev¨® con ella a su nueva hija, Oiga Margedant Peters, nacida el 21 de mayo de 1971. Svetlana, que no conseguir¨ªa la ciudadan¨ªa norteamericana hasta 1978, se sent¨ªa sola en un pa¨ªs ajeno y parec¨ªa especialmente vulnerable a las angustias de una maternidad tard¨ªa. En las cl¨¢usulas de su divorcio de Peters, en 1973, le hab¨ªa sido concedida la custodia de Oiga y se negaba a que la ni?a visitara a su padre en Taliesin West. As¨ª frustrado, el atareado arquitecto raras veces iba a visitar a Oiga, y aunque se escrib¨ªa con ella, resultaba una figura m¨¢s remota que su t¨ªa Margedant.
"Oiga es el centro de mi existencia", dec¨ªa a menudo Svetlana. Mimaba mucho a su hija, pero a menudo el temperamento ingobernable de Svetlana se interpon¨ªa en sus intenciones amorosas. En todas partes de Estados Unidos donde madre e hija vivieron, la gente recuerda que Svetlana pegaba frecuentemente a Oiga.
La educaci¨®n de Oiga fue casi un caso de estudio de c¨®mo algunos padres tienden a repetir en sus hijos lo que ellos han sufrido de peque?os. La madre de Svetlana, Nadezhda Alliluyeva, con quien se cas¨® Stalin en 1919, hab¨ªa sido una mujer enormemente estricta. Una vez que Svetlana estrope¨® un mantel con las tijeras, su madre la golpe¨® repetidamente en las manos. Nadezhda se suicid¨® cuando Svetlana ten¨ªa seis a?os, dejando la disciplina de la ni?a en manos de Stalin.
Seg¨²n Svetlana recuerda, su papochka, Stalin, era muy tierno con ella durante su ni?ez, propin¨¢ndola "besos ruidosos" y llam¨¢ndola "gorrioncillo". Pero al llegar a la adolescencia ¨¦l se irritaba con su esp¨ªritu independiente. La reprend¨ªa por la expresi¨®n "insolente" de su rostro y le hizo una escena cuando la vio llevando un jersei ce?ido. Odiaba verla con faldas cortas y la obligaba a llevarlas m¨¢s largas que las de las otras chicas de la escuela. Al enterarse de que ten¨ªa un amante, le dio dos bofetadas.
"Soy americana"
Svetlana se quejaba continuamente de lo que consideraba carencia de disciplina en las escuelas de Estados Unidos; de hecho, el principal motivo de su marcha al Reino Unido en 1982 fue matricular a Olga en un internado estricto. Pero al llegar demasiado tarde para inscribir a la joven en el tipo de instituci¨®n que buscaba, Svetlana tuvo que conformarse con una escuela cu¨¢quera de Saffron Walden. La madre alquil¨® un piso en Cambridge.
Dejar Estados Unidos fue para Olga una experiencia dolorosa y siempre se presentaba diciendo: "Soy americana". La nueva escuela result¨® ser excepcionalmente liberal y Olga estaba encantada. Svetlana se horroriz¨® al descubrir que despu¨¦s de las clases las j¨®venes pod¨ªan salir a pasear solas por la ciudad. Le prohib¨ªa a Olga llevar vaqueros ce?idos y ropa alegre, igual que las dem¨¢s chicas. Durante las vacaciones imped¨ªa a Olga jugar con los hijos de las amistades de Cambridge. Fay Black, ex profesora de la escuela de Oiga, dice: "Su madre vigilaba como un guardi¨¢n a un prisionero. La chica no deseaba otra cosa que volver a la escuela".
En una carta a un amigo de Cambridge, Svetlana se lamentaba. "Estoy atada de pies y manos por culpa de esta preciosa y atolondrada hija m¨ªa. Gracias a Dios ya vuelve a la escuela el domingo. Cuando la tengo conmigo es cuando m¨¢s echo de menos a mis Katya y Osia (sus hijos en la Uni¨®n Sovi¨¦tica). Son tan deliciosos... Sin embargo, ella (Olga) es una est¨²pida caprichosa".
Durante su ¨²ltimo a?o en Occidente, Svetlana sufr¨ªa m¨¢s y m¨¢s de accesos depresivos. Se sent¨ªa acosada por el suicidio de su madre: de ni?a lo hab¨ªa percibido con toda seguridad como una forma de castigo. "Mi madre se dispar¨® un tiro la noche del 8 al 9 de noviembre", le escribi¨® a un amigo brit¨¢nico, "y cada vez que se acerca esa fecha empiezo a sentirme mal y odio al mundo".
Aunque era evidente que Svetlana estaba desequilibrada, nada indicaba que pudiera sentir la tentaci¨®n de volver a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Su odio hacia el r¨¦gimen no hab¨ªa disminuido en nada. En 1984 public¨® en la India un libro de memorias decididamente antisovi¨¦tico, titulado The Jaraway music (La m¨²sica lejana). "El odio de Svetlana a la Uni¨®n Sovi¨¦tica estaba arraigado hasta los huesos", dice un emigrado ruso que la conoci¨® ¨ªntimamente. El sentimiento pol¨ªtico de Svetlana estaba en la extrema derecha. Confes¨® que la conservadora National Review era su publicaci¨®n favorita, y en 1981 envi¨® 500 d¨®lares al editor, William F. Buckley. El pasado agosto, Donald Denman, profesor retirado de la universidad de Cambridge, la invit¨® a visitar la C¨¢mara baja, para conocer el funcionamiento de la democracia brit¨¢nica. Al acercarse a Westminster, Denman se ofreci¨® para presentarle a Svetlana a algunos miembros del Parlamento. En su rostro se dibuj¨® una expresi¨®n de horror. "No quiero saber nada de los socialistas", dijo. "Solamente tories".
Un cambio significativo
De todas formas, en ella se hab¨ªa producido un cambio significativo. El soviet¨®logo Leopold Labedz, que la conoci¨® en 1968, lo not¨® en 1981: "Se estaba ablandando en relaci¨®n con papochka". En un
tiempo hab¨ªa reconocido la responsabilidad personal de Stalin en la muerte de millones de personas; ahora lo llamaba prisionero de la ideolog¨ªa comunista. En su nuevo libro casi no se encuentra una cr¨ªtica a su padre. Probablemente sent¨ªa que lo hab¨ªa traicionado. "Mi padre me hubiera mandado fusilar por lo que he hecho", dec¨ªa a menudo durante su ¨²ltimo a?o en el Reino Unido.Mientras tanto, en la Uni¨®n Sovi¨¦tica se estaba produciendo una rehabilitaci¨®n parcial de Stalin, al aproximarse la celebraci¨®n del 40? aniversario de la victoria de 1945 sobre la Alemania nazi. Por primera vez desde 1956, se alababa a Stalin como genio estrat¨¦gico y extraordinario jefe durante la guerra. Dice Robert C. Tucker, bi¨®grafo de Stalin: "Es evidente que las autoridades sovi¨¦ticas pensaron que era un buen momento para que volviera la hija de Stalin". Es indudable que conoc¨ªan su tormentoso estado emocional. A sabiendas de que un emisario oficial de Mosc¨² ser¨ªa rechazado por Svetlana, parece ser que decidieron utilizar su hijo Jos¨¦, hom¨®nimo de Stalin, como intermediario.
La excitada Svetlana dec¨ªa que durante 17 a?os raramente hab¨ªa tenido noticias de sus hijos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. A Jos¨¦, un f¨ªsico de 38 a?os, y Katya, cient¨ªfica de 33 a?os, les estaba prohibido comunicarse con su madre desde que ¨¦sta hab¨ªa desertado. Los regalos que les hab¨ªa enviado le hab¨ªan sido devueltos con la inscripci¨®n rechazado. Solamente alguna carta o llamada de tel¨¦fono ocasionales hab¨ªan roto la prohibici¨®n. Sin embargo, despu¨¦s de las Navidades de 1983, Jos¨¦ la llamaba con regularidad y ella pod¨ªa llamarlo a ¨¦l.
En agosto de 1984 Svetlana recibi¨® la noticia de que ¨¦l estaba bastante enfermo y se encontraba en un hospital en Mosc¨². El 10 de septiembre de 1984 fue a la Embajada sovi¨¦tica de Londres y solicit¨® volver. Aparentemente, las autoridades le prometieron devolverle la ciudadan¨ªa sovi¨¦tica y que tambi¨¦n se la conceder¨ªan a Olga, lo que sucedi¨® alg¨²n tiempo m¨¢s tarde.
El 19 de octubre de 1984, Olga fue a Cambridge a pasar unas cortas vacaciones y Svetlana le solt¨® la noticia de que se iban a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. No se sabe si le dijo que era una visita o para siempre. Lo ¨²nico cierto es que Olga no quer¨ªa ir. Los Mansfield oyeron los gritos del piso de abajo. Al principio creyeron que se trataba de otro de los ataques de furia de Svetlana, pero entonces se dieron cuenta de que la que gritaba era Olga. "?Por qu¨¦ no me lo has dicho? ?Por qu¨¦ no me has preguntado?". Dos d¨ªas m¨¢s tarde, madre e hija estaban en Mosc¨².
Unos d¨ªas despu¨¦s de su vuelta, Svetlana ya se hab¨ªa peleado con Jos¨¦; Katya, que vive en el extremo oriente sovi¨¦tico, no fue a Mosc¨² a ver a su madre. Cuando los c¨¢maras de la televisi¨®n americana descubrieron a Svetlana con expresi¨®n agria y adusta por las calles de la capital, ¨¦sta se volvi¨® hacia ellos fuera de control y les dijo una retah¨ªla de obscenidades en ingl¨¦s. Olga, que al igual que su madre todav¨ªa conserva la ciudadan¨ªa estadounidense, se neg¨® a vestir el uniforme reglamentario de una escuela de Mosc¨².
El mes pasado, las autoridades trasladaron a Svetlana fuera de Mosc¨². Madre e hija fueron enviadas 1.600 kil¨®metros al sur, a Tblisi, capital de Georgia, no lejos del lugar de nacimiento de Stal¨ªn.
Svetlana recibi¨® un modesto apartamento, pero no le dieron coche ni dacha, ni otras de las ventajas de que gozan las familias de la elite sovi¨¦tica.
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