Estados Unidos, los buenos vecinos del mundo
El presidente Ronald Reagan ha comenzado su segundo mandato con cielo soleado en la econom¨ªa norteamericana. Por el momento, los pueblos y Gobiernos de otros pa¨ªses pueden tachar a Estados Unidos de su lista de preocupaciones, y pueden concentrarse en sus propios programas nacionales de recuperaci¨®n y crecimiento econ¨®mico.?Qu¨¦ diferente es la situaci¨®n econ¨®mica actual de la del pasado oto?o, cuando parec¨ªa realmente posible al menos una recesi¨®n de crecimiento en Estados Unidos! Fecho en el pasado mes de noviembre la recuperaci¨®n general de la actividad econ¨®mica, aunque no puedo considerar la coincidencia con la fecha de las elecciones m¨¢s que como una casualidad. Al fin y al cabo, el pasado mes de octubre no hab¨ªa la menor duda de que el candidato republicano obtendr¨ªa una victoria resonante.
En los c¨¢lculos del PNB real, revisados al alza, en el ¨²ltimo trimestre de 1984, nuestra producci¨®n real crec¨ªa a un ritmo anual del 4%. Tales eran mis objetivos previstos para la recuperaci¨®n, que dura ya dos a?os. Todo aumento por debajo del 4% resultar¨ªa descorazonador, ya que nuestro ¨ªndice de desempleo se mantiene testarudamente por encima del 7% de la fuerza laboral civil. Todo aumento por encima de la cantidad se?alada causar¨ªa preocupaci¨®n sobre la duraci¨®n y mantenimiento de la expansi¨®n.
?Suerte?
Me parece igualmente tranquilizadora la moderaci¨®n del ¨ªndice actual y previsto de inflaci¨®n. No hay nada peor para las perspectivas de un crecimiento vigoroso en un sistema de econom¨ªa mixto que las se?ales de aceleraci¨®n de la inflaci¨®n. Esto eleva los tipos de inter¨¦s y obliga al banco central y al Gobierno a tomar medidas para urdir la recesi¨®n.
Afortunadamente, no se han cumplido las poco halag¨¹e?as predicciones de los monetaristas sobre la inflaci¨®n a finales del a?o 1984. Los precios de la OPEP est¨¢n todav¨ªa sometidos a presi¨®n. Los salarios muestran a¨²n cierta moderaci¨®n.
Mi lista de bendiciones contiene un ¨²ltimo elemento. Todas estas buenas nuevas no son ¨²nicamente cuesti¨®n de suerte. No hay duda de que si se hubieran debido ¨²nicamente a la suerte, nosotros y el resto del mundo hubi¨¦ramos estado igualmente agradecidos por el man¨¢ recibido. Pero las personas sensatas son conscientes de que no se puede esperar que contin¨²e eternamente la buena suerte.
Si no ha sido suerte, ?a qu¨¦ atribuirse la reciente buena fortuna econ¨®mica de Estados Unidos? Desde luego, no a ning¨²n tipo de actuaci¨®n brillante por parte del Congreso o de la Administraci¨®n Reagan. La Casa Blanca se ha contentado con dejarse llevar por las buenas corrientes. El estancamiento pol¨ªtico en el Congreso hace que el d¨¦ficit fiscal estructural siga su tendencia al deterioro. El largamente esperado descenso del tipo de cambio del d¨®lar no parece por ahora que vaya a darse.
Mi h¨¦roe en estos momentos es el Banco de la Reserva Federal. Paul Volcker y sus compa?eros de direcci¨®n lograron esta recuperaci¨®n por medio de sus acertadas acciones a lo largo de la segunda mitad del a?o 1982. Luego, en los meses finales de 1984, cuando su recuperaci¨®n mostraba se?ales de agotamiento, le infundieron nueva vida acelerando el ritmo de expansi¨®n monetaria y provocando y tolerando la ca¨ªda de los tipos de inter¨¦s.
Debates acad¨¦micos
S¨¦ que la nueva escuela de expectativas racionales cree que las pol¨ªticas antic¨ªclicas del banco central no pueden conseguir nada real. Conozco sus teor¨ªas de que aumentando la oferta monetaria, tal como se hizo el oto?o pasado y a principios del invierno, s¨®lo se puede provocar efectos alcistas en los precios de los productos que compramos.
Esta vez debo anotar en mi marcador particular un fracaso de la teor¨ªa de los defensores de las expectativas racionales. La multitud de operadores cuyo comportamiento y opini¨®n tante¨¦ en Wall Street entend¨ªa que la Reserva Federal estaba actuando para estimular la actividad econ¨®mica, y aprobaban sus medidas en general. As¨ª, pues, no fue sorprendiendo a la gente ni enga?¨¢ndoles en cuanto a las expectativas racionales como logr¨® la Reserva Federal sus ¨¦xitos en el campo de la expansi¨®n real.
Lo que est¨¢ por venir
?Y el futuro? A finales de 1985, cuando el boom est¨¦ ya en su tercer a?o, ?seguir¨¢ aumentando la producci¨®n a un ritmo satisfactorio del 4% anual?
No lo s¨¦. Nadie puede saberlo. En una ciencia inexacta como es la econom¨ªa, lo m¨¢s que podemos hacer es calcular probabilidades sobre la base de los datos pertinentes. Y a medida que un boom va envejeciendo, la historia econ¨®mica del pasado sugiere que debemos transformar gradualmente nuestros c¨¢lculos del crecimiento medio.
Pero, una vez aceptada esta inevitable inexactitud de conocimientos, la reciente experiencia me infunde cierto optimismo. La libertad de actuaci¨®n de la Reserva Federal, y su disposici¨®n a actuar, debe ser tenida en cuenta como factor positivo para el futuro.
Y a¨²n m¨¢s, hacen falta dos para bailar el tango. No s¨®lo tienen que tener las autoridades del banco central la sabidur¨ªa y el
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Viene de la p¨¢gina 9poder para actuar, sino que, adem¨¢s, si se desea tener un programa de estabilizaci¨®n eficaz, el mercado monetario y el sistema econ¨®mico en general deben mostrar cierta propensi¨®n a no reaccionar con terquedad a las medidas de la Reserva Federal.
Ha habido ¨¦pocas en las que la Reserva Federal puls¨® las palancas acostumbradas para hacer que la econom¨ªa tomara cierto rumbo, y en las que, por el contrario, llev¨® a la econom¨ªa por el rumbo opuesto. As¨ª, pues, su pongamos que se toma la decisi¨®n de acelerar el crecimiento monetario con la esperanza de hacer bajar los tipos de inter¨¦s con el objetivo de reestimular las inversiones no especulativas y la construcci¨®n.
En una ¨¦poca en la que tanto Wall Street como el hombre de la calle esperan que la creaci¨®n de dinero nuevo acelere la tasa de inflaci¨®n, tales medidas por parte de la Reserva Federal har¨¢n que la gente se deshaga de sus bonos, elevando consecuentemente, por terquedad, los tipos de inter¨¦s en lugar de conseguir el objetivo deseado de bajarlos.
No hay que enga?arse. Volver¨¢n a darse ¨¦pocas de este tipo. Esto es lo que convierte a la econom¨ªa pol¨ªtica en un arte en lugar de una ciencia mec¨¢nica. Y es por esto por lo que, si bien tengo que saber lo que dicen los libros de texto de econom¨ªa para ser un buen int¨¦rprete de los acontecimientos, tengo que saber mucho m¨¢s de lo que tales tratados encierran.
Resumen
Mi opini¨®n, de la que deber¨ªan tomar buena nota los observadores de la escena norteamericana, es la siguiente. El sentimiento prevalente en la econom¨ªa norteamericana en nuestros d¨ªas es que, probablemente, va a reaccionar bien a las medidas sensatas a contramarcha de la Reserva Federal en el presente a?o. Los futuros historiadores de la econom¨ªa dir¨¢n que, en el per¨ªodo 1983-1985, Estados Unidos fue un vecino extraordinariamente bueno para las econom¨ªas de los otros pa¨ªses. Y aunque no haya sido por un deseo altruista, es un hecho que nuestro d¨¦ficit comercial ha provocado una reactivaci¨®n en la cuenca del Pac¨ªfico. La balanza de pagos con Am¨¦rica Latina se ha inclinado hacia un excedente importante, indicio altamente esperanzador para aquellos a quienes nos preocupa el impago de las deudas bancarias. La bella durmiente europea ha sentido el beso vivificante del pr¨ªncipe norteamericano.
Ahora le toca responder a Europa. Su complacencia frente a los ¨ªndices de desempleo de dos cifras en todo el Mercado Com¨²n ser¨ªa dif¨ªcil de creer si no existiera.
Jap¨®n est¨¢ experimentando un crecimiento real al mayor ritmo posible. Le toca ahora a Alemania Occidental poner freno a su paranoia por la inflaci¨®n, e iniciar y presidir una expansi¨®n continental simult¨¢nea. Las reducciones fiscales de Reagan indican el camino.
Las buenas ocasiones como la actual se presentan muy raras veces. Es el momento de que Europa entre en acci¨®n, no por nuestro bien o por el de los pa¨ªses menos desarrollados, sino por su propio inter¨¦s a largo plazo.
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