Haz y env¨¦s de los prop¨®sitos
Ya desde los primeros momentos que siguieron a la victoria del partido socialista en la presente legislatura se alzaron, desde la derecha, voces que pregonaban la ilegitimidad de sus usos pol¨ªticos. Seg¨²n se reconoce general y p¨²blicamente -salvo empecinamientos cerriles y no del todo importantes- la transici¨®n espa?ola hacia la democracia ha venido a resultar, am¨¦n de ins¨®lita y sorprendente, un nuevo y exclusivo modelo que hubo de incorporarse a la doctrina de la teor¨ªa, la historia y la sociolog¨ªa pol¨ªticas. Pues bien: debe entenderse que esa transici¨®n no hubiera podido completarse como tal ejemplar proceso sin la alternativa de gobierno que supuso la victoria socialista, pese a que determinadas y muy extendidas cr¨ªticas parezcan olvidar tales supuestos mientras encubren, en sus argumentos, una descalificaci¨®n de los usos democr¨¢ticos en general. Esta actitud la entiendo como algo preocupante porque la consabida t¨¢ctica de asedio al poder -tambi¨¦n practicada extensiva y, con frecuencia, irresponsablemente desde las filas socialistas en la oposici¨®n, desde las filas socialistas todav¨ªa de ayer- no puede exagerarse sin arriesgar instituciones y modos institucionales y, por ende, suprapartidistas, a menos que se estuviere apostando muy a las claras por la involuci¨®n.En estos ¨²ltimos tiempos tuvimos ocasi¨®n, los espa?oles, de o¨ªr un leit-motiv mon¨®tono aplicado al Gobierno y al Parlamento: el del rodillo socialista. Al argumento del partido en el poder sobre los c¨¦lebres y pregonados 10 millones de votos se le dio la vuelta, como a la piel de un conejo, para invocar supuestas ilegitimidades sobre el funcionamiento de las Cortes y el Bolet¨ªn Oficial del Estado. No ser¨ªa leg¨ªtimo, en esa tesitura, el imponer leyes que pudieran perjudicar los intereses del conjunto de los ciudadanos representados ideol¨®gicamente por los partidos de la actual oposici¨®n en su ala, muy grande por supuesto, de la derecha, ni siquiera -de dar por v¨¢lidos tales argumentos- cuando esas leyes y decretos hicieran realidad proyectos ya contenidos en el programa electoral triunfante.
Nadie duda ni del car¨¢cter electoralista de los programas ni de la necesidad de todo gobernante de adoptar una perspectiva de Estado que jam¨¢s llega a coincidir del todo con la que se disfruta -o se padece- desde la oposici¨®n, pero concluir de ah¨ª que las promesas electorales deben arrinconarse y suplirse por norma con la que desarrollar una pol¨ªtica de consenso, resulta una sutil y peligrosa falacia que puede conducir, en ¨²ltimo t¨¦rmino, a la comedia de las alternativas de poder pactadas y al pucherazo en nombre de una turbia suerte de despotismo ilustrado. La democracia exige, como uno de sus principios fundamentales, el derecho de los ciudadanos a equivocarse, sobre todo cuando el supuesto error se calibra desde unas posiciones pol¨ªticas sesgadas. Me parece que el ejemplo de lo sucedido con la ley org¨¢nica de Educaci¨®n es bien patente.
Pero en realidad, ?qu¨¦ es lo que han hecho los socialistas como desarrollo de su programa? Y de otra parte, ?en qu¨¦ pueden basarse objetivamente las cr¨ªticas que reciben desde la derecha? El partido que ahora est¨¢ en el poder ha sido un magn¨ªfico modelo de las dificultades que se tienen para gobernar en momentos de crisis, dificultades que habitualmente se achacan a la debilidad parlamentaria cuando no se cuenta con tan holgada mayor¨ªa como la que tienen. La gesti¨®n socialista puede seguirse sin m¨¢s que enumerar sus ciertas m¨ªnimas y m¨²ltiples torpezas, sus escasos e importantes aciertos, sus arrogancias y sus muestras de leg¨ªtimo sentido de poder.
Pero nada de eso hace ahora a mi discurrir, ya que lo que verdaderamente me interesa es la consideraci¨®n de que, en no pocas ocasiones, el Gobierno se ha apartado claramente de la l¨ªnea enunciada en su programa electoral. Jam¨¢s ha sido eso piedra de esc¨¢ndalo para las fuerzas pol¨ªticas, al margen, claro es, de la absurda promesa sobre la reducci¨®n de las cifras del paro. Cuando los antagonistas claman airados es en el momento en que el Gobierno resulta consecuente con las promesas electorales, esto es, cuando lleva a cabo una pol¨ªtica de Estado de corte socialista. Entonces se habla de rodillos y se reclaman los pactos institucionales que puedan evitar punto menos que la dictadura del proletariado.
Lo bufo del planteamiento no debe desviar atenciones ni minimizar riesgos. Resulta obvio que nuestro socialismo es de una moderaci¨®n desmesurada -tambi¨¦n ejemplar- y es probable que las circunstancias hist¨®ricas en las que vivimos no permitiesen tampoco otros m¨¢s acelerados ritmos de cambio. Pero la descalificaci¨®n de los muy t¨ªmidos pasos que se dan hacia una socialdemocracia de corte europeo no pueden irse denunciando como vicios del propio sistema democr¨¢tico. La oposici¨®ntiene el perfecto derecho -y aun el riguroso deber- de criticar la pol¨ªtica gubernamental y denunciar sus errores y, en realidad, resulta encomiable el ver hasta qu¨¦ punto se ha tomado en serio -ahora y entre nosotros- su papel institucional; tambi¨¦n es de resaltar su inteligente madurez como facci¨®n perdedora, que puede llegar hasta asombrarnos y admirarnos. Pero fuera del Parlamento, quiero decir en la calle, se levantan de continuo voces pretendidamente sociales que est¨¢n abon¨¢ndose a la t¨¢ctica del grupo de poder arropadas por una Prensa en su mayor¨ªa d¨®cil y complaciente. Y esas voces extraparlamentarias, en el m¨¢s estricto sentido del t¨¦rmino, tiran por elevaci¨®n contra la propia democracia. Recientemente se ha dicho, por ejemplo, que una nueva victoria socialista por mayor¨ªa absoluta significar¨ªa el fin de la democracia y el advenimiento de la dictadura de izquierdas. Y eso no descalifica al partido socialista, sino a los espa?oles que ejercen su derecho al voto. Una victoria absoluta de quien sea, al margen de que fuere o no deseable por unos o por otros, es una consagraci¨®n de los modos democr¨¢ticos; la nostalgia de correcciones externas de la voluntad expresada por los votos es, ciertamente, algo muy distinto y que no hace falta nombrar porque quiz¨¢ est¨¦ todav¨ªa en el inmediato recuerdo.
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