El lirismo del alfabeto
Yo, desde muy chico, me sent¨ª subyugado por las letras sueltas del alfabeto, por el abecedario, y luego, por la palabra escrita, pero no por su sonido, su significado, sino por la graf¨ªa, por la representaci¨®n visual de las letras que componen cada palabra. Mucho antes de sumergirme totalmente en el mar de la poes¨ªa, las letras me pinchaban los ojos, me lastimaban las retinas. Cuando -1922- hice una exposici¨®n en el Ateneo de Madrid, entre las obras, muy de vanguardia que llev¨¦, hab¨ªa una titulada Friso r¨ªtmico de un solo verso. Este verso dec¨ªa: "Para la frente blanca de tu caballo blanco". Y era de un joven amigo m¨ªo, Celestino Espinosa, poeta que muy pronto dej¨® de serlo, terminando en su madurez como un conocido cronista taurino. Con ese verso yo quise representar gr¨¢ficamente el ritmo cambiante, musical, seg¨²n el salto, o respingo, que me suger¨ªa la acentuaci¨®n de cada palabra, d¨¢ndome por resultado una como sobresaltada composici¨®n lineal, muy parecida al zigzagueo de un electrocardiograma. Luego, durante mucho tiempo, me olvid¨¦ de todo esto, aunque por debajo me segu¨ªan fascinando, comprob¨¢ndolo al leer, las formas de las letras, su figuraci¨®n tan llena de fant¨¢sticas sugerencias. En 1946, a?o en que termin¨® la II Guerra Mundial, sent¨ª que me golpeaba fuertemente mi primera vocaci¨®n, porque sobre todo la nostalgia del Museo del Prado, en donde hab¨ªa vivido mis m¨¢s j¨®venes a?os, se me concret¨® en un libro de poemas titulado A la pintura, que me hizo volver a la experimentaci¨®n de los colores y la l¨ªnea, pero esta vez entremezcl¨¢ndolos con la palabra, es decir, con el verso. y se me ocurri¨® un t¨ªtulo: Liricografia, liricograma, que, aunque pudiera pensarse, no ten¨ªa nada que ver con el caligrama apollineriano. Hice muchas exposiciones en la Argentina y el Uruguay, con excelentes resultados, escribiendo, a veces, brev¨ªsimos poemas, para adaptarlos a mi estilo l¨ªrico-gr¨¢fico. Era ya, aunque yo no lo pretendiera expresamente, un autor de poes¨ªa visiva, que tanto se lleg¨® a cultivar, m¨¢s que nunca, en la posguerra. A todo esto, cuando en Argentina la situaci¨®n se iba poniendo cada vez m¨¢s peligrosamente militar, tuvimos que regresar a Europa, despu¨¦s del tercer allanamiento policial de mi casa. Y nos instalamos en Italia, en Roma, primero en la Via Monserratto y luego en la Via Garibaldi, en el coraz¨®n del Trastevere, barrio genial que viene a ser la capital de la ciudad de San Pedro. Yo llegaba ya cargado de unos deseos desasosegantes de aprender a grabar -solamente conoc¨ªa un poco la serigraf¨ªa-, pues me interesaba dar una consistencia m¨¢s permanente a mis liricogramas, a mi decidido maridaje de la palabra con el signo. Y mi primer maestro fue un grand¨ªsimo estampador sardo, de apellido espa?ol, Renzo Romero. Con ¨¦l aprend¨ª diversos procedimientos de grabar: el aguafuerte, la punta seca, el aguatinta, la xilograf¨ªa, el lin¨®leo, la litograf¨ªa y el grabado sobre plancha de plomo, t¨¦cnica ¨¦sta la m¨¢s fascinante y sorprendente de todas. Yo, paciente m¨¢s que un monje miniador del medioevo -un chino ¨ªtalo-ar¨¢bigo-andaluz-, hice libros, de gran formato, manugrafiados por m¨ª, con tiradas restringidas, de 10 o 15 ejemplares solamente: X sonetos romanos, con aguafuertes y grabados en plomo; Los ojos de Picasso, con dibujos al pastel y tambi¨¦n grabados en plomo; Corrida de toros, con poema manuscrito y seis litograf¨ªas; Homenaje a Mir¨®, con caligraf¨ªa a la t¨¦mpera y s¨®lo un grabado central en plomo tambi¨¦n, etc¨¦tera. Al fin, en la V Rassegna d'Arte Figurativa di Roma -1966- me concedieron el primer premio de Grabado, realizado asimismo sobre plancha de plomo, procedimiento ¨¦ste poco conocido, que me anim¨® a usar el ¨²nico artista que lo practicaba, el escultor Umberto Mastroianni, t¨ªo del gran actor cinematogr¨¢fico Marcello Mastroianni, protagonista de tantas pel¨ªculas archipopulares.... Pero el estudio de mi casa trasteverina se ampli¨®, en aquel tiempo, con otro que tom¨¦ en lo alto de Anticolo Corrado, un peque?o pueblo maravilloso de los montes Sabinos, en la provincia del Lazio, famos¨ªsimo en el siglo XIX y comienzos del XX por sus bellas modelos. En la ¨¦poca en que yo llegu¨¦ a Anticoli, las que quedaban ya eran viejas, pero a¨²n se pod¨ªa comprobar lo lindas que hab¨ªan sido y lo hermosas que eran las muchachas anticolanas descendientes de aquellas abuelas y bisabuelas, retratadas en tantos cuadros y alegor¨ªas y, sobre todo, en la fuente Essedra de Roma como ninfas desnudas, audaces y graciosas, abrazadas a caballos u otros an¨ªmales, recibiendo el chorro de agua m¨¢s plateado y refrescante de todas las fuentes romanas. Yo estoy contando ahora aqu¨ª lo que me contaron, como tambi¨¦n que en Anticoli exist¨ªa a¨²n una bella anciana, muy conocida, que fue modelo de Auguste Rodin, porque ella creo que posaba en la Academia de Francia en Roma, en la Villa Medici, en cuyos jardines pint¨® Vel¨¢zquez dos cuadritos extraordinarios que se conservan en el Prado y que vienen a ser casi los abuelos del impresionismo. Parece ser que un d¨ªa nevado de invierno, en que se encontraba junto al gran escultor franc¨¦s, le oy¨® decir: "Qu¨¦ hermoso ser¨ªa ver tendida sobre esta nieve una mujer desnuda". Y entonces, aquella hermosa modelo anticolana se apresur¨® a contestarle con toda naturalidad: "Maestro, yo deseo dar a usted ese gusto". Y, desnud¨¢ndose, se tendi¨® sobre la nieve inmaculada del jard¨ªn.
Anticoli Corrado, adem¨¢s de hacerse famoso por la belleza de sus modelos, lo fue tambi¨¦n por los grandes pintores que lo visitaron o permanecieron trabajando en los entonces numerosos estudios que hab¨ªa en el pueblo. Subiendo del Valle del Aniene, largo y estrecho r¨ªo afluente del T¨¦vere, alcanz¨® un d¨ªa aquella altura anticolana Corot, el maravilloso "pintor de domingo" franc¨¦s que tanto am¨® los paisajes romanos. Otro nombre que se recuerda en el pueblo es el de Boeklin, el creador fant¨¢stico de La isla de los muertos; tambi¨¦n el del escultor Mechtrovic y, entre los pen¨²ltimos visitantes, el nombre de Kokoschka, as¨ª como tambi¨¦n el de muchos artistas de la Academia espa?ola de Bellas Artes de Roma. Anticoli Corrado, hoy, no ha perdido del todo la tradici¨®n, aunque su edad de oro fue en la ¨¦poca en que los pintores no hab¨ªan hecho desaparecer de sus lienzos la figura humana, sustituy¨¦ndolas por esas divagaciones abstractas, lejos de toda figuraci¨®n. En la ¨¦poca en que yo llegu¨¦ a Anticoli ten¨ªa su estudio veraniego un excelente pintor ingl¨¦s, Inlander, muerto no hace mucho, y otro, espa?ol, tambi¨¦n fallecido recientemente, Mariano Villalta. Queda a¨²n en Anticolo Corrado un extra?o y constante pintor, nacido all¨ª, Enrico Gaudenzi, con una bell¨ªsima casa se?orial en la ladera de la monta?a, desde la que se divisa parte del Valle de Aniene, con los pueblos de los Abruzzi al fondo, y el inalcanzable y m¨¢gico Cervara di Roma, camino del monasterio de Subiaco, fundado por san Benito y donde se estableci¨® la primera imprenta de Italia. Guardo de Enrico Gaudenzi la visi¨®n de aquellos objetos, siempre los mismos, difuntos, que entonces pintaban: una granada reseca, dos arenques completamente metalizados, unas abiertas o cerradas tenazas, dos grandes mu?ecos articulados, y una enorme mu?eca de papel pintado de unos cuatro o cinco metros de altura. Al hablar ahora de Gaudenzi me acuerdo tambi¨¦n de Sergio Selva, otro buen pintor anticolano, tambi¨¦n desaparecido hace ya tiempo. Por el a?o en que yo tom¨¦ aquel estudio -un gracioso jardinillo agobiado de enredaderas, cuatro malvas reales, una higuera rampante hincada en uno de los muros, un viejo olivo en el centro y una sigilosa hilera de audaces y min¨²sculos ratones campesinos que entraban y sal¨ªan de ¨¦l por un agujerito bajo que hab¨ªa en la puerta-, ya me encontraba yo, m¨¢s que nunca, alucinado por las letras del abecedario. Un nuevo galerista de Roma, que iba a inaugurar un gran palacio de exposiciones -la Galer¨ªa Rondani- nime hab¨ªa aceptado la propuesta de crearle un gran alfabeto -50 l¨¢minas en total- realizado con las m¨¢s diversas t¨¦cnicas de estampar. La carpeta se titular¨ªa El lirismo del alfabeto. Me hab¨ªa vuelto la obsesi¨®n de las letras. Desde hac¨ªa tiempo que sent¨ªa como si me atacasen enceguecidas en la noche, cerc¨¢ndome durante el d¨ªa, tom¨¢ndome realmente los ojos al asalto, arranc¨¢ndome el sue?o y arroj¨¢ndomelo violentamente de la luz a la sombra, de la sombra a la luz, en un claroscuro constante. Yo sab¨ªa que Rimbaud le hab¨ªa dado color a las cinco vocales. Pero a m¨ª cada letra -todo el alfabeto- se me exaltaba en un color, se me hac¨ªa visible, hasta casi poder tocarlo, su sonido. Era lo mismo que un ej¨¦rcito invencible, en el que las iniciales se alzaban como los jefes de las palabras, unas torres may¨²sculas, altos capitanes que en una batalla sin fin, entrelazados, provocaran desde hac¨ªa siglos todas las conmociones, desde las m¨¢s ligeras hasta las m¨¢s profundas, del ser, del pensamiento. Y dibuj¨¦ el alfabeto: 25 may¨²sculas grandes en color, inicial cada una de una palabra en italiano. As¨ª: A(more), B(ottiglia), C(atena), D(iavolo), E(ros), F(iore), G(allo), H-, I(ra), J(ota), K-, L(libert¨¢), M(are), N(otte), O(cchio), P(ace), Q(uercia), R(ivoluzione), S(irena), T-, U(ccello), V(ittoria), X-, Y(o), Z(ig-zag). Cada una de estas may¨²sculas iba acompa?ada de una serigraf¨ªa en blanco y negro en la que se repet¨ªan, entre m¨²ltiples signos y arabescos, palabras, tanto en espa?ol como en italiano, que comenzaban con la misma letra de la may¨²scula en color. Franco Toppi, genial e imaginativo estampador, ya desaparecido, durante todo el a?o 1972 realiz¨® aquel trabajo que yo pacientemente hab¨ªa dibujado en Anticoli. Pintura, poes¨ªa, caligraf¨ªa y m¨²sica -hojas, estrellas, flores- luc¨ªan en aquellas l¨¢minas como en un solo ramo.
Cumpl¨ªa yo mi 70? aniversario. Del brazo de Joan Mir¨®, que se encontraba en Roma, entr¨¦ en la Galer¨ªa Rondanini, para inaugurar mi exposici¨®n, titulada La palabra y el signo, en la que se exhib¨ªa, desplegado en una rutilante y prodigiosa sala, El lirismo del alfabeto, toda la paciente obra de ese chino-italiano-ar¨¢bigo-andaluz que soy yo.
Cuando muy pocos d¨ªas despu¨¦s volv¨ª a Anticoli Corrado, al entrar en la cocina de mi estudio vi c¨®mo cinco o seis ratones, dentro de una gran sopera de loza blanca, luchaban, resbalando, por salir del fondo chorreado de aceite que hab¨ªa dejado como trampa, seg¨²n consejo eficaz de una vecina. Cog¨ª la sopera, y a todos aquellos encantadores ratoncillos pringosos los solt¨¦ con vida por una escalerilla del jard¨ªn que bajaba a un callej¨®n, camino del campo. Ni qu¨¦ decir tiene que a los pocos d¨ªas los volv¨ª a ver entrar, ya todos muy aseados, por el mismo agujerillo de la puerta de mi acogedor estudio. Pero yo estaba muy contento. No me pude dormir, porque a la noche escuch¨¦, maravillado, c¨®mo todas las letras de mi alfabeto cantaban en todas las antenas.
Copyright Rafael Alberti
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