Weinberger ha convertido en apostolado frenar el expansionismo militar sovi¨¦tico
La clase pol¨ªtica del Washington de Reagan se divide en true believers (verdaderos creyentes) y simples pragm¨¢ticos. El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, pertenece a la primera categor¨ªa. Este californiano de 67 a?os, licenciado en Derecho por la universidad de Harvard, tiene una fe ciega en la necesidad de rearmar a Estados Unidos y se ha convertido en el instrumento de Ronald Reagan para lograr que el Congreso apruebe el presupuesto militar m¨¢s alto de la historia de Estados Unidos en tiempos de paz: 275.500 millones de d¨®lares para el a?o fiscal de 1986.Le une con Reagan una convicci¨®n com¨²n: los sovi¨¦ticos persiguen dominar el mundo y Estados Unidos ha descuidado sus defensas desde los a?os que siguieron al fin de la guerra de Vietnam. Cuando le preguntaron a Weinberger qu¨¦ es lo que m¨¢s le hab¨ªa sorprendido tras llegar a su puesto en el Pent¨¢gono, una ciudad-ministerio de 23.000 personas y de la que dependen directamente otros cuatro millones e indirectamente el destino de la humanidad, Weinberger dijo que la gran sorpresa fue conocer "la extensi¨®n y el tama?o del rearme de la URSS y la rapidez con que se produc¨ªa en todas las ¨¢reas: en tierra, en los mares y en en aire".
Ronald Reagan hab¨ªa encontrado su hombre para hacer realidad su prop¨®sito de reforzar el potencial militar norteamericano. Hoy, cuatro a?os despu¨¦s, el poder de Weinberger en la Administraci¨®n es notable. En pr¨¢cticamente todas las disputas con sus colegas, especialmente con su adversario ¨ªntimo, el secretario de Estado, George Schultz, el presidente siempre ha votado por las posiciones defendidas por el jefe del Pent¨¢gono. No s¨®lo se ocupa de cuestiones militares sino que frecuentemente act¨²a como el portavoz de la Administraci¨®n para los temas de seguridad nacional, compitiendo con el secretario de Estado.
Para muchos observadores Weinberger es el primer halc¨®n del Gobierno Reagan frente al paloma y moderado secretario de Estado, George Shultz. Es verdad que su posici¨®n respecto al rearme y las negociaciones sobre armamento nuclear con Mosc¨², en las que filos¨®ficamente no cree, as¨ª como su insistencia en que la ¨²nica pol¨ªtica posible con Nicaragua es la desestabilizaci¨®n de los sandinistas, lo hace acreedor de esta fama.
Weinberger es inasequible al desaliento. Armado de gr¨¢ficos con columnas azules y rojas, estas ¨²ltimas representan al Pacto de Varsovia y son siempre mucho m¨¢s abultadas, pasa horas y horas en el Congreso defendiendo el presupuesto militar. La tozudez y el saber que cuenta con el favor de la Casa Blanca son sus principales armas. Su actitud recuerda en Washington a la de los negociadores del Kremlin, por su inflexibilidad y persistencia.
Weinberger es un trabajador infatigable al servicio de la cruzada del rearme. A las siete de la ma?ana est¨¢ en su despacho del Pent¨¢gono y poco despu¨¦s se re¨²ne con sus colaboradores para revisar lo que la Prensa dice de su departamento. No tolera las filtraciones, y a veces reacciona desproporcionadamente, como cuando dijo que el The Washington Post hab¨ªa puesto en peligro la seguridad nacional por revelar el objetivo de la primera misi¨®n militar del transbordador espacial del pasado enero, que el peri¨®dico hab¨ªa conseguido mediante una lectura atenta de las revistas especializadas. Suele abandonar su oficina a las ocho de la noche y acostumbra pasar por un par de c¨®cteles, aunque no bebe alcohol. A la una de la madrugada llama al Pent¨¢gono para ver c¨®mo est¨¢n las cosas, y repite esta llamada a las seis.
El h¨¦roe de Weinberger, un angl¨®filo declarado, es Winston Churchill, al que cita frecuentemente. La revista Time afirm¨® recientemente que Weinberger ve un paralelismo en su misi¨®n en el Pent¨¢gono con la cruzada emprendida por Churchill en los a?os treinta para rearmar al Reino Unido ante la amenaza nazi.
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