El ojo del teatro
Por lo general, a los directores de cine que hacen teatro se les nota poco o nada en la escena su condici¨®n de cineastas. Por el contrario, los directores de teatro que hacen cine ponen en la pantalla algo dif¨ªcil de definir que, no obstante, les identifica sin error como hombres de escena.El cine de Serguei Eiseinstein, George Cukor, Nicholas Ray, Orson Welles, Charles Chaplin, Elia Kazan, Ingmar Bergman, Peter Brook, Luchino Visconti, Ernst Lubitsch, por s¨®lo citar unos pocos entre docenas de conocidos cineastas formados en el teatro, lleva dentro, sin dejar de ser cine en ocasiones muy puro, la condici¨®n teatral de sus autores y ¨¦sta se nota de manera muy acusada en sus pel¨ªculas.
El caso de Andrzej Wajda es similar: su cine, por mucho que en ¨¦l domine la imagen y sea muy ortodoxo con las tradiciones de la expresi¨®n cinematogr¨¢fica, es sin discusi¨®n el cine de un hombre de teatro. Ese algo a que antes alud¨ª palpita en la pantalla cuando se proyecta uno de sus filmes.
El tiempo y el actor
Esta peculiaridad, este algo del hombre de teatro que hace cine, tiene que ver al menos con tres elementos de gran importancia en la composici¨®n de una pel¨ªcula: la densidad del tiempo o de la secuencia, la tendencia hacia el escenario interior y la intensidad en la direcci¨®n del actor.
El cineasta sin experiencia teatral previa -salvo casos rar¨ªsimos, como es el de Joseph L. Mankiewicz- suele concebir el tiempo del filme, es decir la secuencia, de manera m¨¢s distendida y abierta que el que s¨ª la tiene. ?ste, por el contrario, da a la escena m¨¢s densidad, una mayor concentraci¨®n de elementos dram¨¢ticos. Por ejemplo, Wajda, en Cenizas, Lady Macbeth en Siberia y sobre todo en La boda, llega incluso a abrumar un poco al espectador con esa concentraci¨®n, inimaginable en quien carece de genuinos antecedentes teatrales.
El escenario, en estos cineastas, tiende a buscar la sensaci¨®n de interioridad, ajanque el filme se ruede en exteriores. En Wajda esta interioridad llega a veces a la claustrofobia, como ocurre en dos de sus mejores filmes: Canal y Cenizas y diamantes. El dominio de la mirada en los peque?os espacios es un don que da el ejercicio del teatro e imprime un sello inimitable en las pel¨ªculas realizadas por este tipo de cineastas.
Finalmente, el hombre de teatro en el cine sabe c¨®mo dirigir al actor en continuidad y c¨®mo darle gradualmente pautas de comportamiento que le conduzcan a la posesi¨®n de sus personajes. Esto, que es pr¨¢cticamente inaccesible para quien no tiene un aprendizaje profundo del teatro, en el Andrzej Wajda de El director de orquesta llega a ser una lecci¨®n de magistral facilidad: los actores orientados por ¨¦l alcanzan una intensidad con frecuencia asombrosa.
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