Gregorio Mara?¨®n, m¨¢s que m¨¦dico
La Prensa madrile?a del 28 de marzo de 1960 public¨® una esquela mortuoria en la que se le¨ªa: "Gregorio Mara?¨®n y Posadillo. M¨¦dico". No es dificil adivinar una ¨²ltima voluntad del difunto bajo sobriedad tan elegante. Quien adem¨¢s de m¨¦dico era tantas de las cosas que la vanidad espa?ola exhibe a la hora de la suprema soledad, que es la hora de morir,s¨®lo como m¨¦dico quiso ser en ella visto. Record¨¦mosle, pues, como m¨¦dico. Pero seamos tan justos con su persona como respetuosos con su volupiad, y sepamos ver en ¨¦l, a los 25 a?os de su muerte, lo que a lo largo de su vida, y sin la menor infidelidad a su vocaci¨®n primera y central, le hizo ser m¨¢s que m¨¦dico.Como m¨¦dico, m¨¢s precisamente como m¨¦dico espa?ol, Mara?¨®n fue la figura m¨¢s representativa de la espl¨¦ndida generaci¨®n que ¨¦l mismo, refiri¨¦ndola t¨¢citamente a la I Guerra Mundial, la de 1914, propuso llamar "de la preguerra"; como tal generaci¨®n, acaso la m¨¢s eminente de la historia entera de nuestra medicina. He aqu¨ª, para quien lo dude, algunos de sus hombres: Ach¨²carro, R¨ªo-Hortega, Tello, Pi y Sufier, Goyanes, Lafora, N¨®voa Santos, Garc¨ªa Tapia, Hernando, Pittaluga y, por supuesto, Mara?¨®n. "Cuando mi generaci¨®n empez¨® a trabajar en sentido moderno", escribi¨® en 1935, est¨¢bamos en la situaci¨®n de Robinson Crusoe, que tuvo que ser alba?il, cazador, cocinero, maestro y p¨²blico de s¨ª mismo. Si los que vienen detr¨¢s pueden tocar un solo instrumento y afinarlo hasta la perfecci¨®n, algo nos alcanzar¨¢ a nosotros de su m¨¦rito".
En efecto: a la generaci¨®n de Gregorio Mara?¨®n se debe la definitiva instalaci¨®n de la medicina espa?ola en el nivel de la medicina europea, tanto en lo relativo a la formaci¨®n cient¨ªfica como en lo tocante a la producci¨®n original. Descontando la gigantesca figura de Cajal, es preciso remontarse hasta el dieciochesco Gaspar Casal, primer descriptor de la pelagra, para encontrar un espa?ol que con indiscutible plenitud de derecho deba figurar en los anales de la medicina universal.
Pero despu¨¦s de Cajal, y en buena medida por obra de su magisterio y de su incitaci¨®n, una historia rigurosa del saber m¨¦dico no podr¨¢ hacerse sin contar con muchos de los nombres de la generaci¨®n espa?ola que Mara?on representa y encabeza. ?Acaso no fue ¨¦l -fisiolog¨ªa de la emoci¨®n, patolog¨ªa tiroidea y suprarrenal, biolog¨ªa y antropolog¨ªa de la sexualidad, edad cr¨ªtica...- uno de los m¨¢ximos creadores de la endocrinolog¨ªa cl¨ªnica? ?Acaso no conserva lozana y eficaz actualidad su magn¨ªfico Manual de diagn¨®stico etiol¨®gico?
Y no s¨®lo cl¨ªnico eminente y creador de medicina cient¨ªfica fue este gran m¨¦dico; fue tambi¨¦n fundador de una escuela en la que durante decenios se que ense?¨® a los m¨¦dicos de Espa?a competencia t¨¦cnica, rigor cient¨ªfico, llaneza cordial, amplitud de la mente y elegancia profesional.
Comentarista de la vida humana
M¨¦dico m¨¢s que m¨¦dico fue Mara?¨®n, y de varios modos complementarios: como escritor, como ensayista, como historiador, como espa?ol militante, como moralista, como s¨ªmbolo. Glosar¨¦ sumariamente un par de ellos.
He llamado a Mara?¨®n moralista y debo justificar mi denominaci¨®n, porque muy expl¨ªcitamente nos dijo ¨¦l que no era y no quer¨ªa ser tal cosa: "Yo no soy moralista", afirm¨®. "No, creo, como se ha dicho, que el moralista es el hombre que exige a los dem¨¢s las virtudes que le faltan a ¨¦l. Pero s¨ª estoy cierto de que muchas veces el moralista exige a los dem¨¢s virtudes cuyo mecanismo desconoce". Si por moralista se entiende el d¨®mine de la vida moral o el expendedor de ese barato subproducto cosm¨¦tico que Nietzsche llam¨® Moralin, "rnoralina", Mara?¨®n, evidentemente, no lo fue. Pero moralista es tambi¨¦n el libre considerador y comentarista de la vida humana con un prop¨®sito fundamentalmente ¨¦tico y social -as¨ª lo fueron los escritores que en Francia dieron lugar a tal acepci¨®n del t¨¦rmino: Vauvenargues, La Rocheflaucauld, Chamfort, Joubert-, y ¨¦ste es el sentido en que a mi juicio debe aplicarse tal ep¨ªteto a Marafl¨®n. El cual, por lo dem¨¢s, alguna vez pens¨® que la palabra moralista puede tener sentido favorable.
"La obra de los moralistas", dec¨ªa, a esa misma altura de su vida, consiste en crear en el lector el sereno criterio que le haga inmune a todo lo que no sea jus¨ªo. Cuando se pueden leer los versos de Ovidio sin sentirse pecador y El capital, de Carlos Marx, sin lanzarse a la calle para increpar a los burgueses es cuando se ha logrado elevar al hombre sobre el nivel del animal, esclavo de sus instintos".
Pues bien, no pocas de las p¨¢ginas de nuestro autor se hallaban destinadas a que sus lectores pudieran leer con provecho moral los versos de Ovidio, y El capital de Marx.
Todo lo que en la ingente producci¨®n escrita de Mara?¨®n no es medicina o historiograf¨ªa, todo cuanto en ella es ensayo, expresa elocuentemente su honda vocaci¨®n y su gran talento de moralista. Nadie ha valorado m¨¢s altamente que ¨¦l la dignidad intelectual y ¨¦tica del ensayo: "Lo m¨¢s serio -y por tanto lo m¨¢s responsable- es ensayar y ensayar escribi¨®.
Como Cervantes, Mara?¨®n prefiri¨® el camino a la posada, y su personal modo de preferirlo fue idear y escribir ensayos acerca de lo que la vida le presentaba o su mente le suger¨ªa; ensayos en los cuales sirvi¨® ejemplar y simult¨¢neamente a los dos m¨¢ximos fines de su existencia personal: la verdad y el bien. Esta constante presencia del bien necesario en la intenci¨®n de sus ensayos es lo que muestra su esencial condici¨®n de moralista.
Los deberes del hombre
Nada nos permite penetrar tanto en el alma de Mara?¨®n como los m¨²ltiples ensayos en que tem¨¢tica u ocasionalmente expone su modo de entender los deberes del hombre in g¨¦nere y del hombre en situaci¨®n.. Deberes gen¨¦ricamente humarios son para ¨¦l la seriedad jovial, la responsabilidad, el entusiasmo, la permanente disposici¨®n a la invenci¨®n de deberes para uno mismo, la apertura constante y corriprensiva a la realidad de los otros, el exigente ejercicio de la libertad y la inteligencia, el fiel y esforzado cumplimiento de la vocaci¨®n propia; tan amplio y esforzado que necesariamente conduzca hacia el l¨²cido planteamiento de lo que para uno mismo sea el fundamento de la propia vida.
Deberes del hombre en situaci¨®n: los propios de las distintas edades, los tocantes a la vida sexual, los pertinentes al arraigo en el pa¨ªs de que se es parte, "patriotismo de la patria", y a la pertenencia a la situaci¨®n hist¨®rica en que se existe, "patriotismo del tiempo", los concernientes a la profesi¨®n que se ejerce. ?tica del perfecto liberal podr¨ªa ser el t¨ªtulo del libro que met¨®dicamente reuniese la doctrina moral que con tan llana y sugestiva elegancia proponen los ensayos de Mara?¨®n.
Quien as¨ª vivi¨® su condici¨®n de hombre y de espa?ol ?pod¨ªa no ser un espa?ol militante? Una importante l¨ªnea de su biografia lo manifiesta con evidencia: su juvenil campa?a por la humanizaci¨®n de la asistencia hospitalaria y por la redenci¨®n de Las Hurdes; su prisi¨®n con motivo de "la Sanjuanada"; su parte, como cofundador, en la Asociaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica; la constante proclamaci¨®n dentro y fuera de Espa?a de su fervorosa y exigente espa?ol¨ªa; su desvelo por el incremento y la calidad de nuestra producci¨®n cient¨ªfica; su clara devoci¨®n por lo mejor de nuestra historia y de nuestras costumbres; su vivo y profundo deseo de ver a Espa?a fiel a s¨ª misma y fiel a Europa, y la incesante predicaci¨®n de ese alto ideal con el ejemplo de su conducta y de su palabra; su generosa contribuci¨®n durante los tres lustros finales de su vida al logro de una digna concordia -digna para todos- entre las dos Espa?as que la guerra civil tan sangrientamente hab¨ªa enfrentado.
S¨ªmbolo
De todo ello fue s¨ªmbolo Gregorio Mara?¨®n desde su regreso a Espa?a, tras su exilio en Par¨ªs y sus viajes a Hispanoam¨¦rica, y as¨ª iba a demostrarlo la ingente expresi¨®n de dolor colectivo que fue el acto de su entierro. Al d¨ªa siguiente de su muerte una multitud incontable y silenciosa acompa?aba su cad¨¢ver.
?Qu¨¦ hab¨ªa congregado a tantos y tan diversos hombres en torno a ese cad¨¢ver? Cuando alguien muere, a los que han estado o est¨¢n junto a ¨¦l se les muere a la vez una realidad y una posibilidad: la realidad de lo que el muerto hab¨ªa llegado a ser, la posibilidad de lo que llegar¨ªa a ser ma?ana si hubiese seguido viviendo. Una gran realidad mor¨ªa con Mara?¨®n: un m¨¦dico eminente, un preclaro hombre de ciencia, un espl¨¦ndido escritor, un historiador insigne, un se?orial dispensador de amistad, un apasionado de la vida y la perfecci¨®n de Espa?a.
Mas tambi¨¦n mor¨ªa con ¨¦l una posibilidad: la de su inteligente, cordial, autorizado, esfuerzo futuro en pro de una Espa?a de veras decorosa y conviviente.
El dolor de ver muertas esa realidad y esta posibilidad -la que en el futuro d.eb¨ªan recoger los hombres que tras ¨¦l vinieran- era lo que reun¨ªa a tantos y tantos millares de espa?oles dispares en torno al cad¨¢ver de Gregorio Mara?¨®n aquella fr¨ªa y lluviosa tarde de marzo.
Babelia
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