El conmovedor destino del idioma castellano
Texto ¨ªntegro del discurso que ayer pronunci¨® en la universidad de Alcal¨¢ de Henares el escritor argentino Ernesto S¨¢bato, premio Cervantes de Literatura de 1984
Es el m¨¢s alto honor de mi vida recibir el Premio Miguel de Cervantes, doblemente honroso por serme entregado de las manos de un hombre que los partidarios de la libertad admiramos y respetamos: su majestad don Juan Carlos I, rey de Espada.
Con su lucidez y su indomable energ¨ªa, Isabel la Cat¨®lica quiso que el habla de Castilla, ya consolidada, se convirtiese en el idioma de los vastos territorios que so?aba, en el convencimiento de que s¨®lo la religi¨®n y el lenguaje pueden aligar pueblos diferentes. Nebrija, a su lado, trat¨® de fijarla para siempre, porque la lengua castellana estaba "ya tanto en la cumbre, que m¨¢s se pudiera temer el descendimiento de ella que esperar su subida". El intento era pol¨ªticamente comprensible, pero los idiomas terminan por rechazar todas las imposiciones, tambi¨¦n las imperiales. Y, as¨ª, el castellano sigui¨® cambiando, pues, como se?al¨® Wilhelm von Humboldt, una lengua no es un producto cristalizado, sino energ¨ªa en perpetua transformaci¨®n. De este modo, la vida y sus vicisitudes fueron enriqueciendo y alterando el castellano, tanto en la metr¨®poli como, a trav¨¦s de descomunales selvas y cordilleras, en el nuevo mundo; probando en semejante epopeya su formidable vigor y su invencible resistencia, manteni¨¦ndose siempre una en las mutaciones, seg¨²n esa dial¨¦ctica entre la tradici¨®n y la renovaci¨®n que rige los grandes fen¨®menos culturales.
Misterios de la lengua
Conmovedor destino el de este idioma en sus 1.000 a?os, y revelador del misterio de la Conquista. Porque si ¨²nicamente fuera cierto lo que cuenta la leyenda negra, los descendientes de las razas subyugadas deber¨ªan manifestar hoy su resentimiento. Y no. Dos de los m¨¢s grandes poetas de nuestro tiempo, Rub¨¦n Dar¨ªo y C¨¦sar Vallejo, con sangre india en sus venas, no s¨®lo escribieron en la lengua de los conquistadores, sino que cantaron a Espada en poemas memorables. ?sta es la prueba, a trav¨¦s de los sigilosos pero infalibles signos del lenguaje, de que la Conquista fue algo infinitamente m¨¢s complejo que lo transmitido por aquella leyenda fue un profund¨ªsimo fen¨®meno que despu¨¦s de medio milenio convirti¨® en una unidad espiritual a una veintena de naciones de diferentes razas. ?Cu¨¢ntos y cu¨¢les imperios produjeron semejante prodigio?Por este intrincado camino, Cervantes es el antepasado de todos los que hoy escribirnos en castellano, sea en Espada como en las remotas tierras que alguna vez integraron el vasto imperio.
Cuando admirables ex¨¦getas han indagado el Quijote -uno de los cuales me honra con su amistad y su presencia-, puede parecer un atrevimiento que yo, sin m¨¢s t¨ªtulos que el de escritor, pretenda aportar algo a todo lo que se ha dicho. Si lo hago es porque este premio que se me concede lleva el nombre de Cervantes y porque ¨²nicamente me referir¨¦ al enigma de la ficci¨®n; y cada novelista, por modesto que sea, ha tenido la vivencia de ese enigma y puede, quiz¨¢, contribuir a desentra?arlo.
Calcular la ficci¨®n
?Supo Cervantes que escrib¨ªa una obra trascendente? No, por cierto, cuando comenz¨® a hacerla. Un ingeniero sabe de antemano lo que llegar¨¢ a ser el puente que ha calculado en sus planos; pero no se puede calcular una gran ficci¨®n, porque no se construye ¨²nicamente con las razones de la cabeza, esas que sirven para demostrar teoremas sino tambi¨¦n -y sobre todo- con lo que Pascal llamaba "les raisons du coeur", las incomprensibles y contradictorias verdades del coraz¨®n. Dostoievski se propuso escribir un folleto sobre el problema del alcoholismo en Rusia y le sali¨® Crimen y castigo.Cervantes quiso escribir una regocijante parodia de las novelas de caballer¨ªa y termin¨® creando una de las conmovedoras par¨¢bolas de la existencia, un pat¨¦tico y melanc¨®lico testimonio de la condici¨®n humana, un ambiguo mito sobre el choque de las ilusiones con la realidad y de la esencial frustraci¨®n a que ese choque conduce. Esto no lo sab¨ªa al comenzar su empresa, no lo pod¨ªa saber ni aun con su prodigiosa inteligencia, porque el coraz¨®n es inconmensurable con la cabeza: lo fue sabiendo a medida que avanzaba, seg¨²n los acontecimientos imprevistos y los actores, que iban mucho m¨¢s all¨¢ o en diferentes direcciones de lo preconcebido. Y quiz¨¢ no lo supo nunca del todo, ni siquiera despu¨¦s de haber dado cima a la gran aventura, como nunca podemos descifrar acabadamente el significado, de nuestros propios sue?os; porque todas las explicaciones que la raz¨®n intenta son impotentes, porque el sue?o es irreductible a los puros conceptos, porque el sue?o es una ontofon¨ªa, una revelaci¨®n de esa oscura realidad del inconsciente en la ¨²nica forma en que puede expresarse. De ah¨ª todas las interpretaciones que se dan de un mismo sue?o, seg¨²n la ¨¦poca y las teor¨ªas que se utilicen; y de ah¨ª, y por los mismos motivos, las diversas y hasta encontradas lecturas de una ficci¨®n profunda como la del Quijote. Si no fuera m¨¢s que una s¨¢tira de la novela de caballer¨ªa no habr¨ªa perdurado cuando esas narraciones estaban olvidadas y carec¨ªan de la menor vigencia. Y tampoco se explicar¨ªa por qu¨¦ esa presunta s¨¢tira, adem¨¢s de hacer re¨ªr, nos anuda la garganta. Todos comprendemos que sus aventuras son grotescas y al mismo tiempo intuimos que algo tan visible como los molinos de viento constituyen un revelador mito de la condici¨®n humana. ?Qu¨¦ es, entonces, el Quijote: una simple burla o un s¨ªmbolo inacabable?
Los personajes protag¨®nicos de una gran ficci¨®n son emanaciones, hip¨®stasis del yo m¨¢s rec¨®ndito del escritor, y por eso son inesperados y toman por caminos que el creador no hab¨ªa previsto, o cambian sus atribuciones seg¨²n se desarrollan, atributos que van descubri¨¦ndose por los actos que ejecutan, a medida que la acci¨®n avanza. Nada m¨¢s sensato que don Quijote cuando da consejos a Sancho para gobernar la ¨ªnsula, y nada m¨¢s quijotesco que Sancho cuando cree en esa ?nsula. El escritor experimentado sabe que este fen¨®meno es inevitable y que debe ser modestamente atacado, porque es lo que asegura la aut¨¦ntica vida de sus criaturas. No debe suponerse que por tener existencia en el papel y por ser inventados por el autor carecen de libre albedr¨ªo; son t¨ªteres con los que el escritor puede hacer lo que quiera. Por el contrario, el artista se siente frente a su propio personaje tan intrigado como ante un ser de carne y hueso, un ser que tiene su propia voluntad y realiza sus propios proyectos. Lo curioso, lo ontol¨®gicamente motivo de asombro, es que ese personaje es una prolongaci¨®n del creador, sucediendo como si una parte de su ser fuera testigo de la otra parte, y testigo impotente. Pero esto, que a primera vista nos asombra, se comprende cuando tenemos en cuenta que esa emanaci¨®n no es el resultado de la raz¨®n del autor y de su voluntad, sino de motivaciones de su yo m¨¢s enigm¨¢tico. As¨ª tambi¨¦n pasa con nuestros sue?os, esas ficciones de las que cada uno de nosotros somos autores, con personajes que no han salido, que no podr¨ªan haber salido, m¨¢s que de nosotros mismos y que, no obstante, son de pronto tan desconocidos que hasta nos aterran.
Esta caracter¨ªstica de las grandes ficciones es precisamente la que las convierte en grandes verdades. De un sue?o se puede decir cualquier cosa, menos que sea una mentira. No sabemos, dif¨ªcilmente alcanzamos a entender el significado ¨²ltimo de ese portentoso fen¨®meno, pero sin duda es la expresi¨®n aut¨¦ntica de un hecho. Mediante aquello que desde antiguo se llam¨® inspiraci¨®n, sin propon¨¦rselo, el escritor rescata de ese territorio arcaico s¨ªmbolos y mitos que confieren verdad a sus creaciones, y que les dar¨¢n la perdurabilidad de la especie humana. El esp¨ªritu puro produce ideas, pero las ideas cambian, y de ese modo Hegel es superior a Arist¨®teles; pero el Ulises de Joyce no es superior al Ulises de Homero. Los sue?os no progresan: dan verdades inmutables y absolutas.
En una carta a un amigo, Karl Marx manifiesta su perplejidad porque las tragedias de S¨®focles segu¨ªan conmoviendo, a pesar de ser las sociedades modernas tan fundamentalmente distintas. Pero es que los atributos ¨²ltimos de la condici¨®n humana no sufren las vicisitudes de la historia. La muerte no es hist¨®rica; siempre el hombre ha sido mortal y seguir¨¢ si¨¦ndolo, y as¨ª tambi¨¦n con otras caracter¨ªsticas que constituyen el fondo metaf¨ªsico del hombre. Estos atributos ¨²ltimos son los que alcanzan a descubrir y describir los grandes escritores en sus ficciones. Es precisamente por esto que el Quijote vale para todas las ¨¦pocas y en cualquier parte del mundo. Cervantes es radicalmente espa?ol, hasta el punto que es dif¨ªcil imaginar que pudiera haber surgido en otra parte; pero al mismo tiempo revela y enuncia misterios del alma de todos los hombres. Como dec¨ªa Kirkegaard, m¨¢s ahondamos en nuestro coraz¨®n, m¨¢s ahondamos en el coraz¨®n de cualquier ser humano.
Esta suerte de complejidades es lo que vuelve imposible juzgar razonablemente la obra m¨¢xima de Cervantes. Su mente comenz¨® planeando un "pasatiempo al pecho melanc¨®lico", pero su instinto po¨¦tico logra finalmente levantar de entre las ruinas de su protagonista apaleado, escarnecido y ridiculizado una figura imponente y conmovedora. Y no son los ingeniosos y descre¨ªdos bachilleres los que se imponen al lector, sino el destartalado hidalgo con su fe inquebrantable, su candoroso coraje, su heroica ingenuidad. Esto es lo que despu¨¦s o hasta en medio de la risa llena de pronto de l¨¢grimas nuestros ojos.
En el ¨²ltimo cap¨ªtulo, Cervantes le hace renunciar a todas ilusiones y quimeras. Como escritor, intuyo que escribi¨® esta parte con el alma contrita, oscuramente sintiendo que comet¨ªa con su caballero la ¨²ltima y m¨¢s dolorosa de sus aventuras, oblig¨¢ndolo a morir desquijotado, para felicidad y tranquilidad de los mediocres, de los que aceptan la existencia como es, con la cabeza gacha, cualesquiera sean las renuncias y sordideces. Para m¨ª, el Cervantes de tantas andanzas en pos de ideales frustrados, dolorosamente se autocontempla y humilla en esa escena final, aceptando el acabamiento de su propia vida con honda amargura. Podr¨ªa pensarse que aceptaba con resignaci¨®n cristiana la voluntad de Dios. Pero ?por qu¨¦ Dios no ha de querer a los Quijotes? Me atrevo a pensar que Cervantes am¨® hasta el final al Caballero de la Triste Figura y que, t¨ªmida y lateralmente, desplaza sus ilusiones nada menos que al risible escudero, para que su amargura sea m¨¢s ir¨®nicamente dolorosa.
Y as¨ª Cervantes dio cabo a su grandiosa fantas¨ªa.
Carnalidad y pureza
Regi¨®n desgarrada y ambigua, sede de la perpetua lucha entre la carnalidad y la pureza, entre lo nocturno y lo luminoso, campo de batalla entre las furias y las ol¨ªmpicas deidades de la raz¨®n, el alma es lo m¨¢s tr¨¢gicamente humano. Por el esp¨ªritu puro, a trav¨¦s de las matem¨¢ticas y la filosof¨ªa, el hombre explor¨® el hermoso universo de las ideas, universo infinito e invulnerable a los poderes destructivos del tiempo; aun las poderosas pir¨¢mides de Egipto terminan por ser desfiguradas ante el implacable viento del desierto, pero la pir¨¢mide geom¨¦trica que es su esp¨ªritu permanece eternamente id¨¦ntica a s¨ª misma. Mas ese orbe plat¨®nico no es la verdadera patria del ser humano: es apenas una nostalgia de lo divino. Su verdadera patria, a la que retorna despu¨¦s de sus periplos ideales, es esa regi¨®n intermedia del alma, regi¨®n en que amamos y sufrimos, porque el alma es prisionera de su cuerpo y el cuerpo es lo que nos hace "seres para la muerte". Es all¨ª, en el alma, donde se aparecen los fantasmas del sue?o y de la ficci¨®n. Los hombres construyen penosamente sus inexplicables fantas¨ªas porque est¨¢n encarnados, porque ans¨ªan la eternidad y deben morir, porque desean la perfecci¨®n y son imperfectos, porque anhelan la pureza y son corruptibles. Por eso escriben ficciones. Un dios no necesita escribirlas. La existencia es tr¨¢gica por esa esencial dualidad. El hombre podr¨ªa haber sido feliz como un animal sin conciencia de la muerte o como esp¨ªritu puro, no como hombre: desde el momento en que se levant¨® sobre sus dos pies inaugur¨® su infelicidad metaf¨ªsica.As¨ª, Cervantes escribi¨® el Quijote porque era un simple mortal.
Tierno, desamparado, andariego, valiente, quijotesco Miguel de Cervantes Saavedra, el hombre que alguna vez dijo que por la libertad, as¨ª como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida: ?qu¨¦ emoci¨®n siento ahora, en el final de mi existencia, al ser protegido por su generosa e innumerable sombra!
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