52.521 personas, en 438 hormigueros
Subsisten en Madrid unas 440 corralas, de las que menos de 10 son anteriores al siglo XIX. Las m¨¢s antiguas, de los siglos XVI, XVII y posteriores, recog¨ªan la arquitectura de la casa rural manchega trasladada a la ciudad: eran muy parecidas a las actuales, pero de s¨®lo dos plantas, con patios m¨¢s grandes, m¨¢s desahogadas. A lo largo del siglo XIX, Madrid sufre un crecimiento de poblaci¨®n vertiginoso: de 200.000 habitantes en 1864 -por citar una estad¨ªstica conocida- a 530.000 en 1900, apenas 25 a?os despu¨¦s. La especulaci¨®n se ceba en los barrios perif¨¦ricos, y los propietarios de fincas se limitan a aplicar la misma f¨®rmula, pero subiendo tres o cuatro plantas m¨¢s y estrechando los patios para aprovechar el espacio al m¨¢ximo.Es el chabolismo vertical, que luego se repetir¨ªa en el Madrid de la posguerra, con la diferencia de que el tiempo, aparte de cubrirlas de mugre y romanticismo, las ha reconocido como ejemplos de arquitectura popular, y es este mismo car¨¢cter el que ahora se constituye como el mejor escudo para su protecci¨®n.
El hacinamiento. En el magn¨ªfico estudio de Philiph Hauser sobre la vida en los barrios populares madrile?os, de 1904, se cita un dato escalofriante: en 438 corralas viv¨ªan 52.521 vecinos. Las Ordenanzas de Polic¨ªa Urbana y Rural de 1847, vigentes con ligeras modificaciones hasta 1892, se preocupaban muy poco de las medidas de higiene que deb¨ªan cumplir las nuevas edificaciones. Es signigficativo el dato, recogido en otros estudios y libros de la ¨¦poca, de que buena parte de los concejales madrile?os eran propietarios de fincas. El resultado es que en algunos de los barrios m¨¢s pobres la mortalidad llegaba al 48 por mil, un ¨ªndice tercermundista Las epidemias de tifus y c¨®lera se localizaban en estos edificios, que quedaban en cuarentena te¨®rica
Pero, como dice Baroja, en aquellos tiempos, la pobreza y el hacinamiento eran un mal necesario, contemplado por la generalidad con pesadumbre y poco m¨¢s. Situadas en barrios hoy c¨¦ntricos y muy revalorizados, el Plan Especial de Protecci¨®n de la Villa de Madrid ataj¨® de ra¨ªz los deseos de los especuladores. "Pero la protecci¨®n de edificios se complementa con la protecci¨®n de sus habitantes; en caso contrario, no tiene sentido. Para lograr esto hay que estudiar el caso particular de cada vecino, casi hacer sociolog¨ªa, y esto nos exige buscar soluciones muy flexibles", afirma Enrique Bardaj¨ª, gerente municipal de Urbanismo.
Ocho son las corralas restauradas o en tr¨¢mite de hacerlo directamente por la Oficina de Barrios en Rehabilitaci¨®n municipal; entre ellas, las muy conocidas de Miguel Servet y de Mes¨®n de Paredes, con entradas por Sombrerete, 13, y Tribulete, 12, comprada en 25 millones de pesetas. La historia administrativa de esta ¨²ltima no es menos curiosa que la de sus vecinos: una sentencia del Tribunal Supremo reconoc¨ªa su estado de ruina t¨¦cnica, lo que implicaba la expulsi¨®n de sus habitantes, pero tambi¨¦n resaltaba su car¨¢cter de monumento local, por lo que era obligado restaurarla. "El sue?o de un propietario", afirman al un¨ªsono Carlos Soto y Francisco Pol, responsables directos de la oficina.
"Lo que quer¨ªamos era asegurar a los vecinos que permanecer¨ªan en sus casas de toda la vida, pero no en las mismas condiciones, las reflejadas por el costumbirsino facil¨®n de Carlos Arniches y compa?¨ªa. Se lleg¨® al acuerdo con el propietario y se fijaron cantidades muy bajas de alquiler, que entrar¨¢n en vigor cuando el edificio est¨¦ ya rehabilitado. Algunos no pueden pagar ni siquiera alquileres bajos, y quedar¨¢n en precario; no pagar¨¢n nada mientras vivan, y luego el Ayuntamiento podr¨¢ disponer de la vivienda, lo que nos permitir¨¢, en unos a?os, ofrecer casas decentes y baratas en el centro de Madrid, ideales para parejas j¨®venes".
La picaresca es v¨¢lida para todos. Soto y Pol se han encontrado con vecinos que ten¨ªan realquilada la vivienda y que, al mismo tiempo que pugnaban porque se reconociera su derecho a permanecer en ella, entablaban pleitos para expulsar a sus subarrendados, ahora que las expectativas son buenas. Otros han querido ocupar de nuevo pisos que hab¨ªan abandonado, pero que conservaban gracias a su baj¨ªsimo alquiler.
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