Algo sigue oliendo a podrido en Palomares
Veinte a?os despu¨¦s de la ca¨ªda de cuatro bombas nucleares norteamericanas, el fantasma de la radiactividad no ha desaparecido
El pueblo espa?ol desconoc¨ªa por completo el hecho de que aviones B-52 del Strategic Air Command, de EE UU, cargados con bombas termonucleares, surcaban regularmente nuestro cielo. Los habitantes de Palomares y Villaricos no pod¨ªan ni so?ar que cuatro de esas bombas iban a caer en su entorno, marcando gravemente sus vidas. A los 20 a?os de aquel peligros¨ªsimo accidente nuclear todav¨ªa quedan muchas cosas por aclarar, y sigue en pie el fantasma de la contaminaci¨®n radiactiva.
Todo parece normal cuando se llega a Palomares, pedan¨ªa de Cuevas, de Almanzora (Almer¨ªa), un pueblo de poco m¨¢s de 800 habitantes, no muy diferente de los dem¨¢s esparcidos por el semides¨¦rtico noreste de la provincia de Almer¨ªa, que vive principalmente del cultivo del tomate. S¨®lo quedan de cuando se produjo la cat¨¢strofe algunos de los mojones que delimitaban la zona que se declar¨® contaminada nuclearmente y el socav¨®n que produjo la bomba que cay¨® en el mismo Palomares.Pero dos casetillas enrejadas de la firma General Metal Works Incorporated, de Ohio (EE UU), similares por fuera a las que se emplean en las estaciones meteorol¨®gicas, y un chal¨¦ cercado y cerrado que ostenta un cartel en el que se lee: "Junta de Energ¨ªa Nuclear", y del que sale el potente zumbido de un motor, muestran que el problema de la radiactividad no se ha dado totalmente por concluido.
Nadie en el pueblo, salvo el top¨®grafo Francisco Moreno Navarro, un empleado a sueldo que tiene all¨ª la Junta de Energ¨ªa Nuclear (JEN) desde que se produjo el accidente, ha visto el interior del chal¨¦.
"Tengo prohibido ense?ar las instalaciones y hacer declaraci¨®n alguna. Yo soy s¨®lo un empleado", dice Francisco Moreno. Pero todos saben en Palomares que peri¨®dica y sistem¨¢ticarnente sigue enviando a Madrid muestras de aire, tierra y hojas de planta de tomate para ser examinadas en la JEN.
Y tambi¨¦n ha continuado el examen m¨¦dico de la poblaci¨®n de Palomares. Hasta el pasado julio, dos taxis han llevado a Madrid todos los domingos durante estos a?os a 10 personas por turno para ser sometidas a revisi¨®n bajo la direcci¨®n del doctor Iranzo, en el ?rea de Protecci¨®n Radiol¨®gica de la JEN.
"Se nos hacen an¨¢lisis de sangre y de orina, radiograf¨ªa pulmonar y cardiograma. Al final se nos mete uno a uno en una extra?a c¨¢mara, en donde, completamente aislados, se nos hace estar inm¨®viles durante media hor¨¢", relata Antonia Flores, alcaldesa de Palomares.
Estas medidas indican que se est¨¢ haciendo un seguimiento de la evoluci¨®n de la radiactividad y de sus efectos en el medio ambiente y en las personas. Pero ni los directamente afectados ni la opini¨®n p¨²blica conocen con exactitud los resultados. Y es que en este tema, desde el momento mismo (le producirse el accidente hasta hoy, se ha impuesto una fuerte censura informativa.
El accidente nuclear
Aquel 17 de enero de 1966 hac¨ªa mal tiempo en la costa de Almer¨ªa. Llov¨ªa, soplaba el viento y la mar estaba agitada. A las 10.22 hiri¨® el cielo un fuerte resplandor, seguido de una tremenda explosi¨®n. Sobre el ¨¢rea de Palomares y Villarico llovieron los restos incandescentes del B-52 y el KC- 135 que ten¨ªa que aprovisionarlo de combustible. Pero tambi¨¦n cayeron cuatro bombas de hidr¨®geno, de 25 megatones cada una, tres en tierra y una en el mar. Dos de las bombas se abrieron y liberaron Uranio 235 y Plutonio 239, altamente radiactivos.
"Aunque s¨®lo ten¨ªa entonces seis a?os, lo recuerdo perfectamente. Asustados por el ruido, corrimos mi hermano y yo a refugiarnos en casa. Cuando vimos que no pasaba nada m¨¢s, salimos a la calle y recorrimos los lugares en donde hab¨ªan ca¨ªdo los objetos y los tocamos sin ninguna preocupaci¨®n, incluida la bomba que hab¨ªa producido un gran socav¨®n a poc¨®s metros de nuestra vivienda", cuenta Antonia Flores.
Los norteamericanos desencadenaron el supuesto Flecha Rota, previsto para graves accidentes nucleares. Enviaron a la zona 10 buques de guerra y un equipo de militares y cient¨ªficos, que hizo y deshizo a su antojo. Se desentendieron totalmente de la poblaci¨®n y emprendieron la operaci¨®n descontaminaci¨®n en tierra y la b¨²squeda de la cuarta bomba en el mar.
Delimitaron como contaminada por la nube de uranio y plutonio una extensi¨®n rectangular de unas 260 hect¨¢reas, negociando a la baja en Madrid la necesidad de someter a excavaci¨®n de 23 cent¨ªmetros de profundidad unas 150, y arrancar una capa de 4,6 cent¨ªmetros, sustituy¨¦ndola por tierra de fuera, en una extensi¨®n de algo m¨¢s de dos hect¨¢reas en torno a las dos bombas abiertas.
Cuando el 24 de marzo quedaron embarcadas las 1.750 toneladas de tierra y vegetaci¨®n para ser enterradas en el cementerio nuclear de Aiken (EE UU), los norteamericanos dieron por concluida la operaci¨®n. Fraga y el embajador Duke, con aquel ba?o del 6 de marzo cuya imagen recorri¨® el mundo, hab¨ªan ya demostrado que no hab¨ªa peligro alguno.
En marzo mismo les fueron devueltas las parcelas a sus propietarios, entreg¨¢ndoles dos certificados. En uno de ellos se dec¨ªa que "la contaminaci¨®n puede considerarse eliminada a partir de la fecha de este documento, comprobada la misma por la JEN y los t¨¦cnicos norteamericanos. ( ... ) El instrumento empleado fue el PAC-1S, fabricado en Eberline Instrument Company, Santa Fe (Nuevo M¨¦xico, EE UU), y la medici¨®n fue hecha por contacto directo con la superficie del terreno".
Algunos cient¨ªficos norteamericanos vieron confirmado el ¨¦xito de la operaci¨®n de descontaminaci¨®n en el hecho de que "la cosecha siguiente -comprobada rigurosamente- fue completamente normal". Pero no dieron nunca los datos exactos del nivel de radiaci¨®n que se produjo. Ni tampoco hablan de que las investigaciones m¨¢s recientes muestran la peligrosidad de las radiaciones alfa, que incluso a baja intensidad pueden producir efectos graves a largo plazo.
'Descontaminaci¨®n humana'
A las tres horas de producirse el accidente, la Guardia Civil puso a Palomares en cuarentena. Provistos de trajes protectores, los militares norteamericanos iban y ven¨ªan por la zona, ante los ojos at¨®nitos de la poblaci¨®n, que s¨®lo al cabo de tres d¨ªas se enter¨® por Radio Espa?a Independiente de lo que pasaba. Las fuerzas armadas de EE UU distribuyeron pocas horas despu¨¦s un comunicado en el que, tras reconocer que se hab¨ªa producido el accidente, se dec¨ªa que "no existe ning¨²n peligro para la salud y la seguridad p¨²blicas". Pero las tropas norteamericanas eran reemplazadas cada 15 d¨ªas y se las somet¨ªa a un riguroso examen en instalaciones especializadas de Ohio.
El examen de la poblaci¨®n espa?ola lo realiz¨® el personal de la JEN, encabezado por los doctores Ramos e Iranzo. Consisti¨® simplemente en pasarles por la ropa y el cuerpo un oscilador alfa, en un bar al principio y luego, por la aglomeraci¨®n de gente, en el cine Capri. Se comprob¨® que la mayor¨ªa estaban contaminados. A los que se consider¨® m¨¢s afectados se les hizo an¨¢lisis de orina. Se orient¨® a todos para que se ducharan bien e hirvieran o quemaran la ropa que llevaban en el momento del accidente. Posteriormente se continu¨® el examen en la JEN, en Madrid. Primero se flet¨® un autocar con 70 personas; luego, los dos taxis con 10 cada domingo.
Algunas casas tuvieron que ser evacuadas por sus inquilinos hasta 11 d¨ªas para ser sometidas a lavado y blanqueado.
Es evidente que el seguimiento m¨¦dico no ha sido lo riguroso y sistem¨¢tico que el caso exig¨ªa, y que nunca, ni a los propios afectados, se ha dado a conocer el resultado concreto del mismo. Oficialmente se ha tratado siempre de trivializar el asunto y restarle importancia. El entonces director de la J EN, doctor Otero Navascu¨¦s, lleg¨® a decir que no hab¨ªa habido ni un solo caso de contaminaci¨®n que pudiera considerarse como tal.
En enero de 1984, el alcalde de Cuevas y la alcaldesa de Palomares invitaron a una mesa redonda al doctor Iranzo para hablar del tema. Despu¨¦s de haber aceptado la invitaci¨®n, el doctor Iranzo no acudi¨®.
No se conocen con exactitud los efectos que las radiaciones est¨¢n produciendo. En algunos sectores m¨¦dicos sc habla de una incidencia inusualmente alta de defunciones por leucemia. En cualquier caso, las ¨²ltimas investigaciones realizadas con plutonio sobre seres vivos indican que la salud de no pocos de los habitantes de esa zona tuvo que verse afectada. Recientes estudios parecen mostrar la posibilidad de que contaminaciones de baja intensidad por rayos alfa produzcan efectos claros en seres con vida al cabo de 30 a?os.
"Yo no quiero ni pensar en la contaminaci¨®n, porque si no, me volver¨ªa loca", comenta Antonia Flores, expresando lo que siente la mayor¨ªa de sus convecinos.
Desde julio del a?o pasado y sin notificaci¨®n alguna a los afectados, la JEN ya no realiza los controles m¨¦dicos. El Ayuntamiento de Cuevas se ha dirigido en abril al gobernador de Almer¨ªa solicitando una explicaci¨®n.
Los campesinos de Palomares perdieron la cosecha entera del a?o 1966. Los comerciantes, durante bastante tiempo, no pudieron vender sus productos. Los pescadores de Villaricos tuvieron prohibido pescar por espacio de tres meses. Los habitantes de la zona vieron sus vidas y haciendas perjudicadas, y su salud, trastornada.
De acuerdo a la ley de Reclamaciones Extranjeras y los acuerdos hispano-norteamericanos vigentes en 1966, Estados Unidos tuvo que indemnizar a los damnificados. Pero lo hizo con un criterio enormemente restrictivo. Por da?os en la salud, actuales o potenciales, y perturbaci¨®n en sus vidas, no recibi¨® nadie nada. Los pescadores de Villaricos no percibieron indemnizaci¨®n alguna. Los campesinos de Palomares, s¨®lo por da?os materiales inmediatos, de manera muy desigual entre unos y otros y, en general, muy insuficiente.
Un caso pat¨¦tico
El caso de Francisco Flores Serrano es bien ilustrativo. Cuando ocurri¨® el accidente viv¨ªa, con su mujer y dos hijos peque?os, de una modesta explotaci¨®n ganadera. "Tengo constantemente dos vacas en producci¨®n, de las que ven¨ªa vendiendo 25 litros de leche diarios en Garrucha y Palomares; el resto de la producci¨®n, hierbas que recojo y piensos que compro, los dedico a la recr¨ªa de terneros, de los que hoy poseo cuatro, y otra vaca en gestaci¨®n", dec¨ªa Francisco Flores en uno de sus muchos escritos, parte de la pat¨¦tica correspondencia que mantuvo durante m¨¢s de cinco a?os con el Departamento de Defensa de EE UU. Incapacitado para el trabajo f¨ªsico, ¨¦l repart¨ªa la leche en una motocicleta, y su mujer le ayudaba en las tareas mec¨¢nicas.
Como consecuencia de la contaminaci¨®n, se hunde su negocio. Pide una indemnizaci¨®n de 1.200.000 pesetas, y la comisi¨®n de reclamaciones accede a liquidarle 28.672 pesetas. Exige, reclama, suplica, aporta pruebas, avaladas incluso por el entonces alcalde de Palomares, y llega a dirigirse hasta al mismo presidente Nixon. Pero todo es en vano. Al cabo de m¨¢s de seis a?os se ve obligado a aceptar el ultim¨¢tum de los norteamericanos de aceptar las 28.672 pesetas o no cobrar nada.
Entre tanto, Francisco Flores hubo de marcharse a Barcelona con su familia. Su mal estado f¨ªsico le impidi¨® abrirse camino, y no tuvo otro remedio, despu¨¦s de tres a?os, que volver a Palomares a rehacer como pudo su vida.
El acuerdo de liquidaci¨®n que se hizo firmar a todos los indemniza dos, "en concepto de indemnizaci¨®n y liquidaci¨®n final de mi reclamaci¨®n contra el Gobierno de Estados Unidos", inclu¨ªa una cl¨¢usula de renuncia "al ejercicio de cualesquiera acciones que me puedan corresponder contra dicho Gobierno en relaci¨®n con los hechos indicados".
Sin embargo, contradictoriamente, en unas "aclaraciones oficiales" espa?olas, dirigidas a todos los afectados y firmadas por el general jefe de la zona, se hab¨ªa dicho que "los da?os o lesiones, aun cuando surjan del mismo incidente, que aumenten posteriormente o fueran desconocidos en el momento de cumplimentar la primera reclamaci¨®n, pueden servir de fundamento para una nueva reclamaci¨®n". Y que "en el caso de que se produzcan cualesquiera reclamaciones futuras ( ... ), ser¨¢n tramitadas por v¨ªa diplom¨¢tica, conforme a los acuerdos existentes entre nuestros dos Gobiernos, que reconocen el art¨ªculo 67 de la ley de Energ¨ªa Nuclear espa?ola 25/ 1964, de 29 de abril de 1964, el cual, a su vez, prev¨¦ una norma de limitaciones de 10 y 20 a?os, en el caso de da?o inmediato o posterior, respectivamente".
Ante la evidente insuficiencia de las indemnizaciones y el hecho de que no haya finalizado todav¨ªa el plazo de los 20 a?os, se est¨¢ estudiando en determinados medios jur¨ªdicos la posibilidad de- nuevas reclamaciones. Algunos habitantes de Palomares, al calor del nuevo Ayuntamiento, est¨¢n dispuestos a llevarlas adelante.
Ya en 1984, el pleno extraordinario del Ayuntamiento solicit¨® del Gobierno que declarase "el territorio municipal de Cuevas de Almanzora zona no nuclearizable".
Pero no puede decirse que todo lo ocurrido fuera malo. Los norteamericanos decidieron hacer un regalo a los habitantes de Palomares, dotando de agua corriente al pueblo. Montaron en la playa una min¨²scula e ineficaz estaci¨®n desalinizadora, que llev¨® el agua a Palomares tan s¨®lo el d¨ªa en que las autoridades la inauguraron oficialmente. All¨ª siguen los cinco ca?os secos de una escu¨¢lida fuente en una polvorienta explanada del pueblo. Y a¨²n se yerguen en medio de un camping, como in¨²til producto de aquel accidente nuclear que conmovi¨® al mundo, los restos oxidados de la estaci¨®n desalinizadora.
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