Encuentros en la feria
JOS? DONOSO
Este a?o, la Feria del Libro de Buenos Aires se anunci¨® con gran tralal¨¢. Adem¨¢s de la, feria, se llevar¨ªa a cabo un encuentro de escritores excepcionalmente brillante, al que se anunci¨® a D¨¹rrenmatt, a Susan Sontag, a Arthur Miller, a Octavio Paz, a Juan Rulfo, a Dacia Maraini, a Mario Vargas Llosa, entre otros. Pero sucedi¨® lo de siempre: la mayor parte de los nombres que despertaron curiosidad a ¨²ltima hora se excusaron y no apareci¨® ni D¨¹rrenmatt, ni Arthur Miller. Juan Rulfo asiste a todas las paradas, de modo que no fue extra?o verlo otra vez m¨¢s en otra feria y en otro encuentro, casi tan transparente como uno de sus propios espectros. Result¨®, por otra parte, que Vargas Llosa y Octavio Paz no asistir¨ªan al encuentro ni a la feria propiamente tal, sino a una Semana de la Cultura organizada por el diario La Naci¨®n, comenzando unos d¨ªas despu¨¦s del final de la feria y del encuentro de escritores. De modo que quedamos, en realidad, con astros menores, fuera de Benedetti, que se ha transformado en una especie de dios para cierto sector de la juventud marxista, y de los escritores argentinos, que parecen haberse multiplicado por partenog¨¦nesis desde el a?o pasado a ¨¦ste, y de dos mujeres extraordinarias, Dacia Maraini y Susan Sontag. Esta ¨²ltima especialmente, es una presencia intelectual formidable en el panorama intelectual neoyorquino, rodeada de leyendas y dotada de una temible inteligencia acerada, siempre la primera en ver ciertas cosas que luego se transforman en tendencias o rumbos del gusto, del pensamiento y de la moda de Nueva York. Dacia Maraini, por otra parte, que public¨® una novela que llam¨® la atenci¨®n con el Premio Formentor, cuando era pareja de Alberto Moravia, parec¨ªa, junto a la Sontag, una presencia menos formidable. A pesar de todo, fue la interacci¨®n de estas dos mujeres lo que m¨¢s anim¨® la feria.No es que el encuentro de escritores haya sido deslucido. David Vi?as y Griselda Gambaro estuvieron brillantes en sus ponencias -hablo de mi mesa, ya que por pertenecer a ella no pod¨ªa asistir a las otras-, y algunos de los m¨¢s j¨®venes dijeron cosas que val¨ªa la pena o¨ªr durante las tres ma?anas en que funcionaron los coloquios. Pero era en la feria, con su constante hervidero de actos, buenos y malos, aburridos y apasionantes, narcisistas y defensivos, donde los productos intelectuales parec¨ªan venderse de veras, como tiene que ser en una feria, exhibi¨¦ndose, pregon¨¢ndose: el Turco As¨ªs, en un encuentro directo con sus lectores; di¨¢logo entre Jorge Luis Borges y Susan Sontag, entre Juan Jos¨¦ Arreola y Juan Rulfa, infinitos encuentros de escritores con sus lectores, especialmente los j¨®venes, como Mempo Giardinelli y como Osvaldo Soriano, y la emotiva presencia de escritores hasta ahora en el exilio, como Di Behedetto y David Vi?as, enfrentando despu¨¦s de a?os a sus lectores, y una mesa con Mar¨ªa Elena Walsh, Susan Sontag y Dacia Maraini para hablar de literatura (no de pol¨ªtica, que era de lo que se terminaba hablando). Los actos eran infinitos. Las colas para asistir, interminables. Cant¨® Silvio Rodr¨ªguez. Los escritores de Am¨¦rica, sobre todo, se encontraban en almuerzos y cenas con Heberto Padilla, y por otro lado, con los escritores cubanos castristas, lo que hizo un ambiente a veces un poco tenso, aunque siempre interesante. Todo esto, presidido por la mirada tutora, magistral, de Ernesto, S¨¢bato en v¨ªsperas de viajar a Espa?a a recoger su Premio Cervantes, absoluta y totalmente serio, con la mirada, tr¨¢gica, la corbata justa y el bigote recortado.
Susan Sontag es una mujer de apariencia impresionante: delgada y morena, dotada de la cabellera negra y lisa m¨¢s vigorosa y abundante que conozco, se deja una estr¨ªa totalmente blanca a un lado, lo que llama la atenci¨®n sobre la inteligencia de sus ojos, y en esa cara tan dura, sobre la extra?a seducci¨®n de su sonrisa, que uno tiene la impresi¨®n que maniobra conscientemente, para que la ilumine. Siempre que la he visto -y me la he encontrado en varias ocasiones sociales muy neoyorquinas- va vestida con una redingote de cuero negro, o por lo menos muy oscuro, y uno siente que la tenida deb¨ªa estar completada con una fusta, que uno asume t¨¢cita. Durante su primer encuentro, su relaci¨®n con su pobre traductora simult¨¢nea fue atroz: la Sontag sabe castellano y correg¨ªa constantemente a la pobre muchacha, hasta dejarla casi en l¨¢grimas. Cuando hablando de Juan Rulfo la int¨¦rprete tradujo la frase de la Sontag "a very great writer% refiri¨¦ndose al autor de Pedro P¨¢ramo, acreedor, seg¨²n ella, del Premio Nobel pese a no ser autor m¨¢s que de dos libros, se enfureci¨® cuando la int¨¦rprete tradujo "un autor muy importante", y mostr¨® vivamente su desagrado, corrigi¨¦ndola impacientemente varias veces m¨¢s durante el di¨¢logo. En su di¨¢logo con Borges -quiz¨¢ porque Borges exhala una atm¨®sfera de tal benignidad, d¨¦ tal civilizaci¨®n-, la Sontag se port¨® bien: hab¨ªa en ella algo como un deseo de equipararse con Borges, de ser su par, y sus referencias a los gustos de Borges and L que ser¨ªan parecidos, fueron constantes. Sin embargo, con gestos impacientes, sus manos jugaban con su negra champa de cabellos, sobre todo cuando la int¨¦rprete le cortaba una frase porque, naturalmente, no es f¨¢cil traducir simult¨¢neamente los largu¨ªsimos y complejos p¨¢rrafos con que expresa su pensamiento la Sontag. No recuerdo, sin embargo, absolutamente nada de lo que se dijo en ese di¨¢logo, como me sucede a menudo con Borges improvisando, ya que con los a?os parece haberse empantanado en su amor por lo paradejal, lo que impide que su pensamiento, cuando no se trata de un texto preparado o un tema que le interese verdaderamente, se desarrolle con riqueza. Y la Sontag, que era quien interrogaba, parec¨ªa demasiado. ansiosa de equipararse con ¨¦l.
Lo que s¨ª fue interesante, sin embargo, fue el coloquio de las tres mujeres, Mar¨ªa Elena Walsh, Susan Sontag y Dacia Maraini, coloquio que, si bien no revel¨® profundidades en el pensamiento de la Maraini y la Sontag (la Walsh interrogaba), ciertamente puso sus temperamentos en ¨¢spero contraste. Ambas mujeres -feministas activas, que han llevado vidas totalmente desprendidas de prejuicios y se han jugado, por lo menos literariamente, por las grandes causas contempor¨¢neas- tuvieron ni?eces orientales; la Maraini, en Jap¨®n; la Sontag, en China. La Maraini, como muchas mujeres bellas que han pasado la ni?ez en Jap¨®n, conserva algo de la delicadeza oriental, pese a ser rubia como el trigo, algo de la gracia, de la armon¨ªa japonesa en su ausencia de ¨¦nfasis, tan contrastada con el ¨¦nfasis casi arquitect¨®nico de la Sontag. Cuando la Walsh pregunt¨® -como buena autora de libros para ni?os, brillantes y atrevidos- cu¨¢les hab¨ªan sido los grandes libros de la juventud de ambas mujeres, las -respuestas de las dos feministas fue curiosa: Dacia Maraini reconoci¨® filiaci¨®n con cinco novelistas italianas (entre ellas, Natalia Ginzburg y Elsa Morante), y confes¨® tener en ellas cinco madres". La Sontag, en cambio, no reconoci¨® madre alguna. Pero habl¨® de su propia biograf¨ªa, de su matrimonio a los 17 a?os con un acad¨¦mico mucho mayor que ella, e hizo el paralelo con la gran novela Middle-march, de la escritora brit¨¢nica del siglo pasado George Eliot, que trata del matrimonio de Dorothea Brooke con m¨ªster Casauhon, un acad¨¦mico mayor que ella, y c¨®mo ese matrimonio destruy¨® a Dorothea. Pero la mujer tierna, la mujer encantadora, mujer delicada, que a pesar de su delicadeza se ha atrevido a todos los peligros y compromisos sin perder su sensibilidad y su poes¨ªa, reconoci¨® no una, sino cinco madres. La intelectual, brillante y dura, vestida de cuero sombr¨ªo, seductora y con algo de siniestro, rechaz¨® toda filiaci¨®n, reclamando t¨¢citamente una especie de autogeneraci¨®n.
Lo m¨¢s bello de esta mesa, sin embargo, ocurri¨®, no en el ¨¢mbito del pensamiento, sino en el de las relaciones humanas, de nuevo referido a la relaci¨®n de ambas escritoras con sus int¨¦rpretes simult¨¢neas. La Maraini habl¨® en italiano de andar "in giro per la citt¨¢", lo que, traducido, da andar "de paseo por la ciudad". La traductora se equivoc¨® debido a la prisa de la situaci¨®n, y tradujo esa frase tan familiar en Argentina ("yirar", que signific¨® el paseo de las "mujeres de mala vida" por la calle en busca de clientela, y ahora es parte del l¨¦xico porte?o diario) por "andar girando por la ciudad" lo que produjo una hilaridad en el p¨²blico que casi se vino abajo el teatro. Cuando se le explic¨® a la Maraini la causa de la risa, ri¨® tambi¨¦n, y tomando la cabeza de su traductora la bes¨® dulcemente en la frente.
El error que su traductora cometi¨® con la Sontag -fue menos dulcemente recibido. Se trat¨® de la palabra inglesa lo haunt, que no tiene traducci¨®n exacta en castellano. La int¨¦rprete intent¨® una, dos, tres, cuatro veces, y cada vez la Sontag se iba impacientando y malhumorando m¨¢s, pas¨¢ndose m¨¢s vivamente las manos por el pelo, contradiciendo y exigi¨¦ndole otra palabra a la int¨¦rprete. Hasta que a la cuarta traducci¨®n, y ante el malhumor de la Sontag, la int¨¦rprete le dijo en voz alta: "Se?ora, le he dado las cuatro acepciones posibles de haunt, no hay otra". Con lo cual, como en un partido de f¨²tbol, el teatro de nuevo particip¨®, esta vez no con simpat¨ªa, en el intercambio entre la intelectual y su traductora.
La feria estuvo activa y llena. Los libreros se quejaron, sin embargo, de que este a?o se vendi¨® poco: hay crisis. Al llegar a Buenos Aires encontr¨¦ el d¨®lar a 430 pesos., Al partir, dos semanas m¨¢s tarde, estaba a 540. Los argentinos se impacientan con Alfons¨ªn despu¨¦s de esperar s¨®lo un a?o para intentar enderezar los entuertos de d¨¦cadas. Hay que darle tiempo al tiempo, pero cada a?o la feria del libro da la temperatura, no s¨®lo de la literatura argentina, sino del pa¨ªs.
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