Toro urbano
El toro quiso meterse, hist¨®rica mente, en un lugar desconocido para ¨¦l: el arte humano. Entr¨® con toda su hermosa estampaci¨®n en la historia. El hombre sabio analfabeto tante¨® durante milenios con mucho entendimiento, con fervor, su figura. Y traz¨®, con su memor¨ªa y su curiosidad conversacional, la geometr¨ªa, el bulto del animal que sabe, como un don de su naturaleza, embestir. El bulto se cifr¨® en cuantos movimientos hiciera; tambi¨¦n se tuvo muy en cuenta, adem¨¢s, el que pudiera trazar el derrote desconocido.Con este profundo estudio popular se fijaron las normas, severas, de entrarle el hombre al toro con un trapo rojo; se construy¨® la forma de lidiarle, su ley art¨ªstica probabil¨ªsima: la tauromaquia.
He bajado esta tarde, a las siete a la Monumental de Las Ventas a ver lidiar al toro. El toro que espero ver est¨¢ todav¨ªa en el chiquero; all¨¢ dentro, debajo, envuelto en su mejor penumbra, rumia. El bulto contiene su figura junto al muro de ladrillo, sobre sus cuatro patas, cornamentado. Detr¨¢s de esa oscuridad por la que s¨®lo se filtra, suficientemente espabilado y t¨®nico el amortiguado ir y venir, el aroma, el acomodarse de la gente en la plaza. Se abre la puerta del chiquero y el toro inicia ahora una carrera ¨²nica a trav¨¦s del laberinto hacia la luz. Corre por el c¨²bico corredor que lentamente se transparenta, olfatea el tufo de la muchedumbre y ve, al fondo, cuadrada la luz, por donde ha de salir. Comienza la ceremonia donde va a mostrar su inmenso poder animal, el don sagrado de su casta: embestir.
El toro desnudo
El toro bravo traspasa brutalmente desnudo el cuadrado de la luz y corre; el toro en su enorme bulto corre corto sucesivamente fluido. Parece en este correr, musculosamente largo, que quisiera pararse a cada instante en el aire. Se le ve, con claridad casi imperceptible, correr y detenerse mientras va desprendi¨¦ndose su hermosa estampa por la arena. La estampa bulle. Su¨¦ltase a cada paso, tambi¨¦n fluida; se queda a un lado y a otro de s¨ª mismo, por encima, atr¨¢s, hacia delante. Suelta, derrama su estampa fabulosa por todas partes y ¨¦stas se van quedando como sombras oscuras. Es entonces cuando el toro deja caer, decidido, su flor sobre la panza de la plaza.
El toro organiza su voluminosa maquinar¨ªa muscular con una velocidad precisa; emplaza en el c¨ªrculo la distancia que su ojo ve y conduce as¨ª su volumen cornamentado hacia el hombre que luce con el trapo rojo. El torero le espera al final de la l¨ªnea. El bulto agitadamente se engrasa, abrillantado sudor, y siente ahora fuertemente, qu¨¦ olor desprende, trae. El toro embiste desnudo, furiosamente; de su ingle cuelga esf¨¦rica saca con dos piedras cil¨ªndricas juntas, esmeriladas: su coj¨®n esplendoroso.
Diurno y circular
Este toro que acaba de salir es un toro diurno, circular, voluminoso y prieto, alta la testuz, el pit¨®n veloz, enllamado; su tremenda masa corp¨®rea se desplaza con el tino y la correcci¨®n del tumbo conocido. Su pezu?a pisa absolutamente fiel la arena; la embestida navega espinazo arriba hacia esa cabeza terminada con la mejor cornamenta.
Este toro bravo corri¨® todas las suertes, feraz. Este toro bravo hizo todo su recorrido arrim¨¢ndose temerariamente a lo desconocido. Y el rito, majestuoso, se cumpli¨®.
Baj¨¦ al desolladero. Hablo con Juan Antonio Mesa Arag¨®n, Juan el Rubio, matarife, muchacho manchego y n¨®rdico, que me entrega aquellos mismos poderosos pitones. Tengo ahora en mis manos es tos: pitones que ya me dan a entender su distancia; tallo y torneo la madera con que sustentarlos; construyo en el lienzo con mis de dos aquel bulto; trabajo con el pincel su forma y su pelaje. Coloco la cornamenta y la atornillo. El toro bravo que he visto esta tarde en la plaza ha querido meterse entero en mi arte.Manuel Padorno es pintor.
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