Carl Schmitt o la raz¨®n encadenada, entre Epimeteo y Tocqueville
Hace unos meses falleci¨® Carl Schmitt. Casi centenario -hab¨ªa nacido en 1888-, fue, sin duda, una de las inteligencias m¨¢s l¨²cidas e ingeniosas, pol¨¦micas y destructoras de la cultura jur¨ªdica y pol¨ªtica contempor¨¢nea y, por extensi¨®n, de la cultura europea de preguerra. Carl Schmitt tiene importancia no s¨®lo por su influencia real en la Alemania de entreguerras, en la fecunda y desintegradora etapa weimeriana, sino tambi¨¦n por su recepci¨®n continuada, aunque elitista, en nuestro mundo acad¨¦mico.Sucede con Carl Schmitt algo singular que, tal vez, s¨®lo se encuentre en los poetas, pero no en los juristas o ide¨®logos. Me refiero a la valoraci¨®n ambivalente de su obra. En Ezra Pound, Marinetti o Fernando Pessoa o, en otro campo, C¨¦sar Vallejo, podemos separar su ingenio de su reflexi¨®n o acci¨®n pol¨ªticas. Es decir, valorar su creaci¨®n po¨¦tica y olvidarse de su mensaje pol¨ªtico. Pero ?c¨®mo, intelectualmente, se puede desligar esta unidad teor¨ªa/pr¨¢ctica en un fil¨®sofo de la pol¨ªtica interna y de la vida internacional? "El mundo es todo lo que es el caso", dec¨ªa Wittgenstein, y el caso Schmitt ejemplifica un mundo que se deshace en la irracionalidad y, aun as¨ª, se mantiene la estimaci¨®n por la agudeza de sus escritos -y, a veces, sofismas- y la desvalorizaci¨®n de una filosof¨ªa que, como resultado, legitim¨® una de las dictaduras m¨¢s sombr¨ªas de toda la historia de Europa. Esta contradicci¨®n, es cierto, sucede con algunos cl¨¢sicos -incluso los cl¨¢sicos queridos de Schmitt, de las guerras civiles europeas de los siglos XVI y XVII-, pero nunca a los niveles m¨¢ximos de irracionalidad desde una declarada racionalidad.
?Qui¨¦n era Carl Schmitt? Es una pregunta dif¨ªcil de contestar y, m¨¢s todav¨ªa, de sistematizar o de encuadrar su proceso mental, anal¨ªtico y discursivo, que, a la vez, capta y simula la realidad.
En cierto modo, como Pessoa, es tambi¨¦n un fingidor, pero un fingidor que teologiza las sociedades pol¨ªticas. Habermas, buen conocedor y cr¨ªtico de la etapa en que vivi¨® m¨¢s intensamente Schmitt, dir¨¢ de ¨¦l, con justicia, que "es el m¨¢s sagaz e importante de los fil¨®sofos alemanes del Estado". Luk¨¢cs, tambi¨¦n con justicia, le incluir¨¢ dentro de la corriente que desnaturaliza la raz¨®n, que elogia la guerra total y el Estado totalitario, que establece el dogma fascista del Imperio. En Espa?a ser¨¢, de alguna manera, maestro de los profesores Javier Conde, de Jes¨²s Fueyo y de Manuel Fraga, pero habr¨¢ reconocimiento y admiraci¨®n por parte de los profesores Enrique Tierno, Carlos Ollero o Francisco Ayala. A su vez, Lucas Verd¨², Pedro de Vega o El¨ªas D¨ªaz criticar¨¢n su resultado pol¨ªtico (su destrucci¨®n de la democracia representativa), pero aceptar¨¢n -y yo tambi¨¦n- sus v¨¢lidas cr¨ªticas a Kelsen.
El caso Schmitt, como ocurri¨® tambi¨¦n con Heidegger, habr¨ªa que analizarlo, al menos, desde dos perspectivas: una, general, dentro del proceso de disoluci¨®n anticipada y m¨¢gica de la racionalidad europea, y otra, personal, de su propia semblanza. Carl Schmitt, ciertamente, en su dualidad de constitucionalista e internacionalista, capta la crisis total de una ¨¦poca. La disoluci¨®n de los valores y de las instituciones m¨¢s aparentemente asentados. Es decir, el mundo del fascismo ascendente y la disfuncionalidad del parlamentarismo. Mannheim, Heller o Kelsen escapan a este proceso de disoluci¨®n, pero Schmitt, convirtiendo la filosof¨ªa en teolog¨ªa, queda encadenado a la destrucci¨®n de la libertad. S¨®lo el intento ¨²ltimo de racionalizar la locura pudo llevar, como llev¨®, a Carl Schmitt a identificar F¨¹hrer con Derecho ("el F¨¹hrer crea el Derecho... es el propio F¨¹hrer quien determina el contenido y alcance de un delito"), disolviendo Estado- Derecho-Justicia en la voluntad carism¨¢tica e irresponsable de un l¨ªder. S¨®lo un deslizamiento hacia la irracionalidad m¨¢s desesperada puede explicar la defensa de la nueva limpieza de sangre antisemita, masivamente inquisitorial, con holocausto posteior, elogiando "la magn¨ªfica lucha del gauleiter Julitis Streicher". S¨®lo desde un nacionalismo primario y un imperialismo sin l¨ªmites se puede convertir la relaci¨®n pol¨ªtica en guerra interna e internacional (amigo/ enemigo), negando la neutralidad y la tolerancia, tan cara a Bodino, y pretendiendo dividir el mundo en grandes zonas imperiales. ("Ay, de los neutrales".)
Hay una segunda explicaci¨®n, que se puede deducir de sus testi
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monios del a?o 1945. En esta ¨¦poca, Carl Schmitt estuvo detenido en un campo de concentraci¨®n por su colaboraci¨®n con el nazismo, y escribe un penetrante ensayo-di¨¢logo con E. Spranger, un educador que act¨²a de acusador intelectual. En su respuesta -tu qui es?- va impl¨ªcita su b¨²squeda de autodefinici¨®n y, parad¨®jicamente, no esculpatoria. Y, as¨ª, cita a Epimeteo: "M¨ª natural", le dice Schmitt, "puede ser poco di¨¢fano, pero mi caso se puede denominar gracias a un nombre descubierto por un gran poeta. Es el caso desagradable, pero glorioso, y sin embargo aut¨¦ntico, de un Epimetheus cristiano. Pero de esta contestaci¨®n no se desprendi¨® ning¨²n di¨¢logo" (Ex captivitate salus).Con su habitual iron¨ªa, Carl Schmitt, en esta respuesta, hace, realmente, su semblanza y casi su autorretrato -que complementar¨¢ con Tocqueville. No desarrolla, es cierto, el mito de Epimeteo, ni explica su similitud. Tan s¨®lo, de forma despectiva, dir¨¢ que su acusador no sigue el di¨¢logo. Pero es suficiente: en esta expresi¨®n sutil se puede, en efecto, adentrarse en su tragedia vital e intelectual. Como Epimeteo, desoye los consejos de su hermano Prometeo (la raz¨®n libre), le desobedece, acepta el regalo-venganza de Zeus, Pandora, y se casa con ella. Pandora, enjoyada por las Gracias, cubierta de flores por las Horas, con la belleza de Afrodita, y, sobre todo, con la crueldad y la falta de inteligencia que le da Hermes, simbolizar¨ªa el mito imperial nazi. Pandora, instrumento de Zeus para vengarse de la raza humana, ser¨ªa el sue?o hideriano. El cristianismo adicional compensar¨ªa la teologizaci¨®n b¨ªblica del mito pagano. Spranger, su acusador, no entendi¨® que, en el fondo, Carl Schmitt no quer¨ªa defenderse, sino confesarse.
Si, con Epimeteo, la raz¨®n encadenada, se explica su esquema del pasado, con Tocqueville querr¨¢ Carl Schmitt legitimar su presente. Pero con un matiz diferenciador no trivial. Tocqueville, en verdad, ser¨¢ un derrotado, es decir, un liberal antiguo r¨¦gimen que asume la democracia. Carl Schmitt tambi¨¦n, pero ya un totalitario vencido que acepta, nost¨¢lgica y con evasi¨®n religiosa, la derrota.
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