El favor de Damasco
EL SECUESTRO de los 39 pasajeros norteamericanos en poder de la guerrilla shi¨ª de L¨ªbano se ha saldado sin que aparentemente EE UU haya tenido que ceder al chantaje inicial de los piratas a¨¦reos. Sus exigencias, como es sabido, se centraban en la liberaci¨®n de m¨¢s de 700 shi¨ªes que se hallan en las c¨¢rceles israel¨ªes a cambio del fin del cautiverio de los secuestrados, lo que se ha producido sin contrapartida previa.El espect¨¢culo de un ministro de Justicia -que lo es adem¨¢s de Agua, Electricidad y sur de L¨ªbano- como Nabih Berri convirti¨¦ndose en responsable aparente de un secuestro, pese a su indudable exotismo, no debe hacernos perder de vista cu¨¢l era el verdadero papel representado en esta farsa con final feliz por el l¨ªder del shi¨ªsmo moderado liban¨¦s. Berri asumi¨® desde el primer momento el papel de director-interlocutor del secuestro con el evidente acuerdo de EE UU, para impedir que la acci¨®n degenerara en tragedia y al mismo tiempo pusiera en peligro su propia posici¨®n pol¨ªtica en L¨ªbano. El secuestro protagonizado por la secta Hezbollah, l¨ªnea extremista del shi¨ªsmo liban¨¦s, se convert¨ªa as¨ª en un campo de batalla para el control del mill¨®n largo de musulmanes de esta confesi¨®n que habitan en el pa¨ªs. Por un lado, Berri no pod¨ªa condenar sin m¨¢s el secuestro y tratar de forzar la liberaci¨®n de los rehenes sin exponerse a perder credibilidad ante el shi¨ªsmo liban¨¦s en general; por otro, hallaba en la acci¨®n la oportunidad de hacerle un favor a EE UU convirti¨¦ndose en el eventual liberador de los secuestrados. Eso explica el curioso ballet de danzas y contradanzas en torno a los secuestrados en las ¨²ltimas semanas.
Ocurr¨ªa, sin embargo, que la capacidad de maniobra de Berri no era suficiente para forzar la liberaci¨®n de los secuestrados sin el concurso de la potencia protectora de L¨ªbano. Nos referimos a Siria, adversaria de EE UU, pero desde los tiempos de Henry Kissinger en la Secretar¨ªa de Estado en excelentes relaciones clandestinas con Washington y fuerza normalmente asequible para echar una mano siempre y cuando haya motivo suficiente para ello.
Damasco ha sido, finalmente, la que ha impuesto a los secuestradores la liberaci¨®n de los rehenes, evitando as¨ª que EE UU debiera exclusivamente a Israel la soluci¨®n del problema. El concurso de Israel en el embrollo diplom¨¢tico habr¨ªa consistido en la liberaci¨®n de sus 700 shi¨ªes para complacer a Washington. Pero aun considerando que ceder al chantaje de los secuestradores no habr¨ªa sido plato de gusto para el presidente Reagan, hay que a?adir que hab¨ªa s¨®lidas razones de otro tipo para resistirse a pedir con caracter exclusivo la colaboraci¨®n israel¨ª. En los meses venideros se jugar¨¢n las bazas decisivas para determinar si va a haber o no una convocatoria de conferencia sobre Oriente Pr¨®ximo con el concurso de Jordania, algun tipo de representaci¨®n palestina e Israel como principales actores. Si ahora Israel se hac¨ªa acreedora fundamental de los EE UU, ello limitar¨ªa la libertad de maniobra de la diplomacia norteamericana a la hora de hacer alguna presi¨®n sobre Tel Aviv en busca de concesiones negociadoras.
Parece haber sido, por tanto, Siria, quien ha sacado fundamentalmente a Reagan de la dificultad en la que se hallaba, descontando tambi¨¦n que las amenazas norteamericanas si no se pon¨ªa en libertad a los rehenes habr¨¢n pesado lo suyo para explicar la aparente moderaci¨®n de ¨²ltima hora de los secuestradores y sus m¨¢s o menos reacios protectores. Habr¨ªa que saber ahora en qu¨¦ habr¨¢ quedado Washington deudor del presidente sirio, Hafez el Assad -probablemente el m¨¢s experto manipulador diplom¨¢tico del mundo ¨¢rabe- y si en los meses pr¨®ximos se producir¨¢ el pago de esa deuda de una manera visible, sin que la liberaci¨®n de los shi¨ªes, que se producir¨¢ gradualmente en las semanas pr¨®ximas y que, en cualquier caso, estaba prevista con o sin secuestro, tenga que ser el ¨²nico quid por quo de la negociaci¨®n.
El desenlace de la historia, en definitiva, parece beneficiar menos a Israel que a Siria, puesto que la diplomacia israel¨ª es comprensiblemente picajosa en todo lo que haga referencia a las relaciones de EE UU con sus adversarios ¨¢rabes, se trate de Jordania o de Arabia Saud¨ª, aliados tradicionales de Washington, o m¨¢s a¨²n de Siria. A mayor abundamiento, el presidente Reagan, sin la necesidad de guardar los flancos de una reelecci¨®n que ya no puede producirse, tiene una libertad de la que carec¨ªa hasta ahora para impulsar una iniciativa de paz en Oriente Pr¨®ximo. Todo ello m¨¢s que suficiente para preocupar a los halcones del Gobierno israel¨ª.
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