El sol de las Navas
Un d¨ªa del caliente julio que disfrutamos, nos fuimos tres amigos, a recorrer el campo de batalla de las Navas en fechas an¨¢logas a las que corresponden a la memorable efem¨¦ride. Quisimos identificarnos con el clima en que se desarrollaron las hist¨®ricas jornadas que pusieron fin, hace m¨¢s de siete siglos, a la amenaza invasora isl¨¢mica y a cuyo acontecimiento llam¨® con acierto "la divisoria de aguas" de la Reconquista, Juli¨¢n Mar¨ªas, en su reciente libro. El ambiente de ese extenso territorio, relativamente aislado, no se ha modificado mucho en ese lapso y la toponimia es de tal precisi¨®n que cabe se?alar con rigor y sin lugar a dudas, los movimientos de los ej¨¦rcitos en lucha, los distintos episodios del acontecimiento y los lugares exactos en que se desarrollaron los enfrentamientos finales. Dentro de un circo de monta?as situado entre el desfiladero de Despe?aperros al Este; el macizo del Muradal por el Norte; los altos de Santa Elena por el Sur y la sierra de la Estrella por el Oeste, tuvo lugar el tremendo choque. El acceso a esos lugares no es f¨¢cil, ni c¨®modo. Pero esa misma condici¨®n rec¨®ndita lo hace m¨¢s atractivo y fascinante. La acci¨®n ecol¨®gica de Icona no s¨®lo ha protegido la naturaleza, sino t4mbi¨¦n la historia. El veh¨ªculo todo terreno y las trochas y caminos forestales hacen posible el recorrido minucioso e imaginativo de los remotos escenarios.El sol de las Navas si que pegaba fuerte ese ma?ana. Ca¨ªa de plano sobre los barrancos y las lomas; y descubr¨ªa el hond¨®n de los arroyos que mostraban el seco curso cargado de pedernales con su repertorio de nombres: Navaquejigo, Navavacas, Arroyo del Castillo, Arroyo de Valdeazores. Los relatos de la batalla a cargo de los m¨¢ximos protagonistas del bando cristiano son breves y coincidentes. El rey Alfonso VIII escribe al Papa y le da cuenta de lo ocurrido. Don Rodrigo Xim¨¦nez de Rada compone la cr¨®nica del suceso. El arzobispo de Narbona completa la informaci¨®n. No se pueden poner en duda sus testimonios directos y recientes. Ven¨ªan los ej¨¦rcitos cristianos desde el castillo de Calatrava, solos. Quiero decir que los caballeros extranjeros, en su gran mayor¨ªa, hab¨ªan desertado volvi¨¦ndose a sus feudos ultrapirenaicos. Llegaron las tropas a orillas del r¨ªo Maga?a y all¨ª acamp¨® el grueso del formidable cuerpo combatiente sin pasar el r¨ªo. Los tres reyes, el de Castilla, el de Navarra y el de Arag¨®n, juntamente con sus estados mayores, montaron sus tiendas en un otero: el llamado hoy d¨ªa Cerro del Rey. Lo contemplamos asomados desde lo alto del puerto de Muradal. Por este dif¨ªcil sendero subieron las vanguardias un 12 de julio de 1212. No encontraron al enemigo, pues el poderoso dispositivo musulm¨¢n esperaba a los cristianos en el que llama la cr¨®nica paso de la Losa, desfiladero tan estrecho y peligroso que "mil hombres eran capaces de defenderlo contra cualquier atacante", seg¨²n opinaba el rey Alfonso. Era ese vericueto el que utilizaban los arrieros y trajinantes para atravesar Despe?aperros, el grandioso paso cortado a pico entre ingentes pe?ascos, que hoy se contempla al atravesarlo por la doble carretera, reci¨¦n completada.
Una peque?a hueste exploradora baj¨® del alto del puerto para atacar y ocupar el castillo del Ferral haciendo prisionera a la guarnici¨®n agarena. Las ruinas de El Ferral que hoy d¨ªa se conservan son un valioso hito de referencia para explicarse con facilidad los movimientos de la batalla. Se llega a los seculares muros de la derruida fortaleza por un camino forestal reci¨¦n abierto. Los mu?ones del castillejo ¨¢rabe se: yerguen hacia el cielo como un manojo de paredes rojizas de mamposter¨ªa, ladrillos y piedras sueltas. El Ferral era un observatorio militar de primer orden pues dominaba casi todo el circo monta?oso de las Navas. Desde ese pit¨®n los cristianos divisaban a simple vista la tienda de cuero del jefe supremo de los almohades -Anassir- de color p¨²rpura, s¨ªmbolo de la soberan¨ªa, situada a poca distancia hacia el Oeste sobre la crester¨ªa del desfiladero de Despe?aperros.
Los reyes subieron con sus ej¨¦rcitos al puerto del Muradal el 1 37,de julio al tener noticia de este primer ¨¦xito t¨¢ctico. Pero las noticias que les llegaron les hicieron desistir de un ataque frontal al desfiladero, empe?o arriesgado que llevar¨ªa a una derrota segura a manos del espectacular despliegue isl¨¢mico. Vacilan los monarcas y discuten entre s¨ª. Hay quien propone abandonar la campa?a y volver al punto de partida. Alfonso VIII decide, sin embargo, en contra. Piensa que no se puede retroceder por el grave impacto que ello tendr¨ªa en las poblaciones de sus reinos. En esto lleg¨® un pastor al alto del Muradal que pidi¨® hablar en secreto con el rey de Castilla. Avis¨® que no se fuera en ning¨²n caso por el desfiladero, sino por otro itinerario que ten¨ªa mayores ventajas. Era una ruta invisible y oculta para los observadores del mando enemigo. Y no resultaba tampoco posible atacar tal movimiento porque lo impedir¨ªa la compleja orograf¨ªa del terreno. Adem¨¢s ese sendero desembocaba finalmente en un extenso llano, una meseta que ofrec¨ªa un lugar ideal a los ej¨¦rcitos cristianos para desplegar ¨ªntegramente sus formaciones y ordenarlas con vistas a la futura batalla. El rey ten¨ªa sus dudas sobre la persona del mensajero y la veracidad de lo que dec¨ªa. Envi¨® otra vez al grupo de reconocimiento para que explorara el supuesto camino y comprobara la veracidad de lo dicho. Mientras tanto los tres monarcas hab¨ªan instalado sus tiendas en lo alto de? puerto del Muradal. A las pocas horas vol-
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vieron los exploradores con la noticia: cuanto dec¨ªa el pastor era cierto. El inmenso ej¨¦rcito se puso en marcha al d¨ªa siguiente, 14 de julio, para seguir la trayectoria del pastor.
Re corrimos en la ma?ana caluros¨ªsima la ruta de Mart¨ªn Alhaja y de los 20.000 o 30.000 caballeros armados que lo segu¨ªan por el cordel de la sierra de Malabrigo, "¨¢rida y pedregosa", seg¨²n dicen las cr¨®nicas. La vegetaci¨®n es, en efecto, pobre pero arom¨¢tica: huele la jara requemada, brilla el lustre del madro?o, orea la suave ventisca los pinos. Los chaparros, el enebro, el rebollo completan la vegetaci¨®n de los bordes del sendero. Corren por la ladera ciervos y vuelan los perdigones en torno a la perdiz materna que los ampara. Hay jabal¨ª abundante, zorras y conejos. Seguimos el camino de las cumbres, de Este a Oeste, hasta cruzarnos con una vereda antigua en direcci¨®n Norte-Sur.
Es el llamado Puerto del Rey, que atravesando la sierra Morena sigue en parte el trazado de la calzada romana -el empedra¨ªllo- visible a trozos. Por esa v¨ªa que desciende hacia la izquierda se llega al cabo de un par de horas de suelo dif¨ªcil, a los estribos de la meseta que anunci¨® el pastor: la que hoy todav¨ªa se llama la Mesa del Rey.
?Y qu¨¦ Mesa! El ej¨¦rcito entero de los tres reinos de Espa?a cupo sobradamente en el providencial campamento. Se instalaron en ¨¦l tiendas, talleres, caballerizas, cocinas, hospitales de urgencia, defensas y se?ales. Y se ordenaron los haces para la batalla. Dijo la misa el arzobispo de Toledo y comulgaron en ella muchos cruzados. Esperaron los Reyes dos d¨ªas a tener listo hasta el ¨²ltimo detalle de la hueste. El dispositivo t¨¢ctico musulm¨¢n hubo de ser modificado a toda prisa. Los combatientes almohades, que esperaban diezmar al enemigo en el embudo de Despe?aperros, hubieron de cambiar el despliegue coloc¨¢ndose escalonadamente en las navas que existen al norte y al pie de lo que hoy es el pueblo de Santa Elena, frente por frente a la Mesa del Rey. El atroz combate, que dur¨® un d¨ªa entero -el 16 de julio-, acab¨® en un triunfo decisivo para el porvenir de Espa?a y para el Occidente europeo.
En ese per¨ªodo de nuestra excursi¨®n pudimos comprobar que el sendero se ocultaba efectivamente de cualquier observador situado en el castillo del Ferral o en las crester¨ªas de Despe?aperros, con lo que el movimiento cristiano result¨® un factor de sorpresa para el adversario, que crey¨® que se trataba de una retirada general sin combatir. Tambi¨¦n observamos que, exist¨ªa un error notable en la cartograf¨ªa moderna del lugar, pues sit¨²a el llamado salto del fraile -curiosidad geol¨®gica y legendaria- en otra ubicaci¨®n muy distante de la verdadera. El salto del fraile es uno de los hitos mencionados en el recorrido realizado por los ej¨¦rcitos para llegar a la Mesa del Rey.
La tienda de cuero p¨²rpura, del Miramamol¨ªn, se hallaba en la ¨²ltima fase de la batalla, en los altos de lo que luego se llam¨® Santa Elena, en un cerro que dominaba el campo de lucha. Hasta all¨ª lleg¨® el empuje final de los caballeros cristianos en el famoso episodio que ha sido profusamente celebrado y que origin¨® s¨ªmbolos her¨¢ldicos y nobiliarios de grandes consecuencias. El guarda forestal Julio, que nos conduce al Cortijillo de las Vi?as, refiere que en los cimientos del edificio que all¨ª exist¨ªa, y que fue derribado hace unos a?os, apareci¨® un gran n¨²mero de saetas, puntas de lanzas, trozos de metal y restos humanos, por lo que se colige que pudo ser el emplazamiento del c¨¦lebre palenque del Miramamol¨ªn, rodeado de cadenas y custodiado por la guardia de los soldados negros.
El sol de las Navas nos permiti¨® realizar un v¨ªdeo de gran calidad de estos paisajes que rezuman historia. Los pueblos antiguos como el nuestro son un palimpsesto que contiene relatos superpuestos en el mismo suelo. Cuando examinamos las ruinas del Ferral filmando sus alrededores, acertamos a distinguir entre el espeso boscaje del barranco pr¨®ximo un sendero abandonado que zigzagueaba en la verdura. "Ese era un camino de las diligencias de Andaluc¨ªa que se utiliz¨® hasta bien entrado el siglo pa sado", nos dijo nuestro acompa?ante. Seg¨²n las historias que corren por aqu¨ª, los asaltos de bandoleros en sierra Morena so l¨ªan ocurrir con frecuencia en estos parajes. Lo curioso del caso era que desparec¨ªan las diligencias asaltadas ;sin dejar ni rastro. La tradici¨®n sostiene que el cerro del Ferral tiene debajo del castillo una gran oquedad. Y que en ella exist¨ªa una especie de inmensa cochera subterr¨¢nea en la que met¨ªan las diligencias asaltadas para borrar cualquier indicio de lo sucedido. Este escenario de nuestra ¨¦pica, ?habr¨¢ servido tambi¨¦n para protagonizar entre sus riscos un drama rom¨¢ntico de la Espa?a de Merim¨¦e?
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