La Pedriza, una de las 'playas' de Madrid
Unas 10.000 personas, y sus aut¨®moviles, se agolpan durante los d¨ªas festivos de este verano especialmente caluroso en los caminos de asfalto y tierra que bordean el r¨ªo Manzanares a su paso por la localidad madrile?a de Manzanares el Real. La Pedriza, antiguo coto reservado para monta?eros solitarios, se convierte cada fin de semana en una gran piscina p¨²blica donde no faltan problemas, como el hacinamiento, la dudosa salubridad del agua del r¨ªo y la falta de servicios asistenciales y de vigilancia.
Alrededor de las 10 de la ma?ana de la festividad de Santiago Ap¨®stol, Eduardo Jim¨¦nez, de 47 a?os de edad, sali¨® del portal de un edificio del barrio de Moratalaz. Una mesa y sillas plegables de loneta pendiendo de ambas manos le hac¨ªan mantener el equilibrio con dificultad. Todav¨ªa tuvo que hacer varios viajes m¨¢s para dejar instalados en el maletero del coche todos los enseres, flotadores y nevera port¨¢til, necesarios para pasar un d¨ªa en el campo.Media hora despu¨¦s de iniciar la operaci¨®n, y despu¨¦s de esperar la llegada de unos amigos que se unieron a la expedici¨®n, Eduardo y el resto de la familia, compuesta por cuatro hijos de edades comprendidas entre los 15 y los 6 a?os, circulaban con su utilitario por la M-30 para salir de la ciudad. Objetivo: un tranquilo d¨ªa de campo, sol y ba?o en La Pedriza.
Todav¨ªa tuvieron que aguantar casi una hora en el interior del autom¨®vil para llegar a la desviaci¨®n situada a la entrada de Manzanares el Real, localidad de unos 1.500 habitantes, situada a 45 kil¨®metros de Madrid. "Lo que m¨¢s nervioso me pone", repite Jim¨¦nez, "es que cuando es fiesta hasta para echar gasolina hay caravana".
Una carretera asfaltada, que pronto se convierte en un camino de tierra que se va estrechando, sube desde el centro urbano hasta la falda de la cadena de monta?as formada por las enormes piedras redondeadas que dan nombre a La Pedriza.
Otro parque sindical
En los alrededores del tercer merendero que encontraron en el camino, y despu¨¦s de conseguir aparcar con casi m¨¢s problemas que en el centro de Madrid, los miembros de la familia se dispersaron en busca de una sombra libre para colocar la mesa y las sillas. Al final se instalaron en la orilla del r¨ªo, bajo un ¨¢rbol del que todav¨ªa colgaban algunos pl¨¢sticos, propiedad de los anteriores visitantes. Cientos de personas con el uniforme de excursionista dominguero, gorro para el sol, pantal¨®n corto y toalla al hombro, rodeaban al grupo y saltaban por encima de los obst¨¢culos para llegar a mojarse los pies en el r¨ªo o dar unas brazadas en una poza en la que flotaban colillas de cigarrillos y alguna que otra lata que la corriente hab¨ªa aprisionado contra las rocas. Los autom¨®viles, tiendas de campa?a, tumbonas, toallas y personas se suceden en una estrecha hilera entre el r¨ªo y los quioscos donde se venden refrescos. "Vienes al campo buscando tranquilidad", se queja Eduardo Jim¨¦nez, "y tienes m¨¢s trastos alrededor que en el parque sindical. Pero, ?cualquiera se lleva a la se?ora y a los ni?os monte arriba buscando una charca m¨¢s tranquila y m¨¢s limpia."'
Poco despu¨¦s del mediod¨ªa, como si de repente sonara un toque de corneta, se suceden las hogueras, encendidas sin orden ni concierto, para ir preparando las brasas donde se cocinar¨¢ la comida. Mientras, los ni?os y los mayores continuan utilizando las rocas mojadas como toboganes, y saltando sobre los colchones de goma que flotan en el r¨ªo. El olor a fritanga se extiende por las orillas, y las colas delante de los chiringuitos se hacen interminables.
Por la tarde la historia se repite hasta la ca¨ªda del sol. Entonces comienzan los problemas para conseguir sortear los autom¨®viles mal aparcados que obstruyen las salidas de los caminos, y de nuevo miles de familias como los Jim¨¦nez formar¨¢n parte de una caravana para volver a la ciudad despu¨¦s de un d¨ªa de campo en La Pedriza.
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