El menosprecio de la fon¨¦tica
Abochorna una vez m¨¢s que en una serie televisiva por lo dem¨¢s decorosa, Mozart, se pronuncien los nombres propios de modo sistem¨¢ticamente detestable. Los ejemplos son incontables y ata?en para empezar, a su mismo protagonista. Un doblaje impresentable lee Mosar, con una rid¨ªcula ese silbante y la te final perdida, en lugar de "Mozart", una palabra fuerte, en donde la zeta suena como la tseta griega y la te final de ning¨²n modo se pierde. Pero el rid¨ªculo sube de punto cuando "Wolfgang", otro nombre fuerte, abdica algunas de sus inc¨®modas consonantes, cosa que el alem¨¢n jam¨¢s con siente, y la uve doble, cuyo sonido es semejante al de la uve castellana -a diferencia de la uve sencilla, que suena vecina a la efe- se convierte en u al modo ingl¨¦s, con lo cual queda algo como Uolfgan.La sarta de disparates puede prolongarse: los telespectadores asisten asimismo al travestido fon¨¦tico de "Michael Haydn" en Michel Jaidin. Y todo ello sucede al margen de criterio alguno. Porque no se trata de una lectura acorde con las reglas de la fon¨¦tica castellana, lo cual, por otra parte, estar¨ªa fuera de lugar en una puesta en escena destinada a la divulgaci¨®n biogr¨¢fica e hist¨®rica.
Como tampoco se trata de la castellanizaci¨®n de los nombres usual a principios de siglo, cuando Beethoven era sencillamente Luis, y Wagner, Ricardo, o Shakespeare, Guillermo. No: la perversi¨®n televisiva es simplemente arbitrar¨ªa y aplica al alem¨¢n reglas fon¨¦ticas de cualesquiera otras lenguas, cuando el alem¨¢n es un idioma de fon¨¦tica estricta y nada dificil de observar. Esa indiferencia hacia lo que suena enlaza probablemente con los subterr¨¢neos de nuestra incultura musical. Porque la m¨²sica echa ra¨ªces en el lenguaje. Y si el lenguaje es un pedregal -y el nuestro lo es en muchas de sus regiones-, no echa ra¨ªces.
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