15 / Los del 27
Con el 27 pasa como con el 98, que ya se ha dicho todo.S¨®lo que peor. Uno cree que nunca se ha dicho todo sobre nada, porque siempre faltar¨¢ el todo, certero o equivocado, de uno mismo. Pero los del 27 son muchos y est¨¢n muy difundidos. Gerardo Diego, ant¨®logo de la generaci¨®n (algo as¨ª como lo que fue Azor¨ªn al 98), me lo contaba una vez en el caf¨¦:-Luis Cernuda me dijo: "Lo que no le perdono a usted, Gerardo, es que en su antolog¨ªa haya desvelado mi segundo apellido, Bid¨®n".
Realmente, era un apellido para esconderlo, y m¨¢s en poeta tan ahilado. Pero Gerardo, con la locuacidad de los parcos, le replic¨®:
-Pues agrad¨¦zcame usted, Luis, que no he dado una foto suya de perfil.
Cernuda, naturalmente coqueto, quedaba bien de frente, pero ten¨ªa una nariz insuficiente, de perfil, y jam¨¢s quer¨ªa retratarse en esa postura. Esta an¨¦cdota explica, entre otras cosas, que los del 27, pese a haber sido llamados "la generaci¨®n de la amistad", segu¨ªan trat¨¢ndose de usted. Quiz¨¢ gracias a eso, gracias al "usted", pudieron ser amigos toda una vida, y lo si,guen siendo. El "t¨²" desbarata mucho las cosas. Gerardo, por seguir con su antolog¨ªa, mete en ella .a D¨¢maso Alonso, que por aquellos abrile?os entonces se lo ten¨ªa prestigios de erudito. Siglos m¨¢s tarde, D¨¢maso confirma su violenta y original cualidad de poeta, seg¨²n el presagio de Gerardo. La generaci¨®n del 27 me parece a m¨ª que es un cruce de los van¨ªguardismos de entreguerras con la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. Es decir, un acertado cruce hist¨®rico. Todos ellos son poetas ¨¦ticos, pero sin decirlo (y en el no decirlo est¨¢ su elegancia ¨¦tica). Pero todos elloviven- en comunicaci¨®n con "las palpitaciones de los tiempos", y hacen lo que se hace en el mundo, erigiendo a G¨®ngora como Santo Patr¨®n, porque, en Espa?a, hasta un marxista como Tierno necesita un patr¨®n de alg¨²n santoral, como san Isidro. Aunque G¨®ngora no fue precisamente un dechado de santidad, ni falta qu¨¦ hac¨ªa. El 27, para entenderlo un poco, habr¨¢ que irlo deslindando en contingentes, lejos de la noci¨®n escolar de generaci¨®n compacta.
En principio, insisto en que me parece que ha sido poco subrayado el car¨¢cter ¨¦tico, institucionista, de esta generaci¨®n de poetas que queda como eminentemente est¨¦tica. El institucionismo, entre otros manaderos, les viene de Juan Ram¨®n, como tantas cosas. Una primera descontinge¨ªntaci¨®n del 27 pudiera ser as¨ª:
Vanguardistas / surrealistas.
Gongorinos.
Poetas "puros".
Otros (1). ,
Federico Garc¨ªa Lorca hace vanguardismo y surrealismo toda su vida, intuyendo la irracional relaci¨®n entre Andaluc¨ªa y surrealismo (2). Rafael Alberti hace un poco de vanguardia parisina, pero le tiran los cl¨¢sicos y los barrocos. Hizo mucho Lope, hasta confesarme en Italia, a?o 69, cuando fui a verle:
-Estoy pasando de G¨®ngora a Quevedo. Quevedo es la profundidad hacia afuera.
"La profundidad hacia afuera". Buena definici¨®n de lo barroco. En efecto, Alberti acababa de sacar su gran libro Roma, peligro para caminantes, de sonetos quevedescos por el asunto y la manera. Luis Cernuda principia dudando mucho. Imita a Guill¨¦n en Perfil del aire, aunque toda la vida negar¨ªa esa influencia. Despu¨¦s hace surrealismo y, finalmente, decide suprimir de su poes¨ªa todo efectismo y toda met¨¢fora, pero sustituye la ret¨®rica, digamos, por el ¨¦nfasis. Ya no desciende, en su tercera y ¨²ltima ¨¦poca, a los juegos de ingenio, pero el ¨¦nfasis pedante desde donde escribe le hace insufrible. Por otra parte, la f¨®rmula no era suya, sino de Kavafis, a quien todav¨ªa no se conoc¨ªa debidamente en.Espa?a. Cernuda vivi¨® siempre .en una elegante miseria. En Londres, de profesor, le planchaba las camisas y los pa?uelos el pintor Gregorio Prieto, que tambi¨¦n recib¨ªa a las visitas:
-Luis, Luis, que aqu¨ª hay unos j¨®venes espa?oles que vienen a conocerte...
Pero Luis estaba con un l¨ªrico dolor de cabeza, como el de Juan Ram¨®n, y no sal¨ªa a recibir a los peregrinos.
El gran vanguardista / surrealista es Vicente Aleixandre (aunque ¨¦l rechazase para s¨ª este t¨ªtulo), y una de cuyas virtudes, en su extensa obra (virtud poco se?alada por los cr¨ªticos, me parece a m¨ª), es la fidelidad a una: misma escritura, desde el primer libro de'poemas en prosa, Pasi¨®n de la tierra, hasta los pen¨²ltimos, ya que los ¨²ltimos entran en un filosofismo, dialogado o no (3), que nos recuerda la sentencia de Machado: "El intelecto no canta". Y cuando canta, pienso yo, enronquece pronto. (Esta sentencia se la tendr¨ªa que haber aplicado Machado a s¨ª mismo, contra sus ¨²ltimos filosofemas en verso pareado o no.) La influencia de Aleixandre llega a ser inmensa, en Espa?a y Am¨¦rica, despu¨¦s de la guerra, hasta que un d¨ªa cesa, porque la m¨¢s alta poes¨ªa l¨ªrica est¨¢ sujeta a modas, como la minifalda. A Aleixandre le hac¨ªa yo entrevistas horizontales en su casa de Velintonia (siempre estaba echado) y en su chalet de Miraflores, desde donde me mostr¨® la sierra:
-Es el paisaje de La destrucci¨®n o el amor, me dijo.
Yo le encontraba algo de mayor ingl¨¦s retirado, con sus ojos azules y su calva rubia, Pase¨¢bamos por el ppeblo y nos hac¨ªamos fotos junto a un ¨¢rbol corpulent¨ªsimo (el superlativo es fundamental en la escritura de VA), con fest¨®n redondo de viejos. En Miraflores, la leche la vend¨ªan en el estanco. Ten¨ªan la vaca detr¨¢s del tenderete de las cajetillas, pero la leche era muy rica y no sab¨ªa a picadura. La o disyuntiva de, Aleixandre -"mano o pluma"- establece nadamenoi que una nueva relaci¨®n entre las cosas, que no es el ya grosero "coino" ni la equivalencia directa de los surrealistas, sin preposici¨®n ni ninguna otra pr¨®tesis comparativa. ?ltimamente, Aleixandre y yo s¨®lo nos ve¨ªamos en la consulta del gran doctor Garc¨ªa Castell¨®n. A ¨¦l se le acercaba el bulto de sombra de la ceguera, y a m¨ª tambi¨¦n, pero de m¨¢s lejos. Garc¨ªa Castell¨®n me escribi¨® no hace mucho una preciosa carta explic¨¢ndome los males de aquellos ojos claros, azules, que hab¨ªan visto el mundo con mayor entusiasmo y elucidaci¨®n que cualquier otro poeta del siglo, quiz¨¢. Le dieron el Nobel y se muri¨®.
A Jorge Guill¨¦n le visit¨¦ por primera vez en Valladolid, a?o 58, en una de sus visitas semielandestinas a Espa?a. Parec¨ªa ya un profesor americano con calcetines verdes, ca¨ªdos, y zapatos marrones. Me dedic¨® la edici¨®n completa de C¨¢ntico, de 1950, que yo hab¨ªa comprado en la librer¨ªa de Dom¨ªnguez, el d¨ªa de mi santo, con 20 duros que me dio mi madre para una corbata. Mi angustia en la visita a Guill¨¦n era qu¨¦ le iba a preguntar yo para no quedar completamente imb¨¦cil, pero quien pregunt¨® todo el rato fue Guill¨¦n, cordial y curioso de las cosas de la ciudad y las cosas de la poes¨ªa, incluso de mis cosas, que no eran tales, pues que a¨²n no exist¨ªan. Luego le visit¨¦ algunas veces en casa de su hijo Claudio, en Madrid, y mantuvimos siempre una cordial correspondencia, inevitablemente vallisoletana. Sus cartas me llegaban de Estados Unidos, de Italia o, finalmente, de M¨¢laga. Por modo insoslayable, yo hice entonces algunos poemas guillenianos en los tabernones de Valladolid. Con Gerardo Diego he tomado caf¨¦ durante 10 a?os, del 60 al 70, en la tertulia de sobremesa que reun¨ªa en el Gij¨®n. Gerardo, casi siempre a cuerpo y con trajes ce?idos, un poco toreros, viv¨ªa o vive en Covarrubias, tomaba el Metro en Alonso Mart¨ªnez y bajaba hasta Col¨®n. De Col¨®n al Caf¨¦ se daba un paseo. En la tertulia ten¨ªa fama de no hablar, pero lo que pasa es que Gerardo necesitaba que le escuchasen. Yo le hablaba de Lope, por ejemplo, invent¨¢ndome problemas, y Gerardo me hablaba. mucho y hasta exaltado. Estos hombres lac¨®nicos lo que suelen es sufrir una falta de auditorio. Gerardo hab¨ªa alternado toda su vida el vanguardismo, de que ya se ha hablado aqu¨ª, con una poes¨ªa muy religiosa, muy espa?ola, muy sonet¨ªstica (aunque no siempre hiciese sonetos), muy bien hecha. Gerardo estaba dotado del continuo hallazgo verbal, que es lo ¨²nico que delata al poeta y al escritor de raza, lo que le distingue del hombre culto o inculto que redacta, caso tan frecuente hoy. Gerardo usaba unos trajes marrones o grises, completos, de chaqueta cruzada, m¨¢s bien estrechos, que perfilaban lo que ¨¦l ten¨ªa de sobrio y absurdo torero santanderino y retirado: le gustaban mucho los toros (4).
Dada la eslora de esta generaci¨®n y su longanimidad, y dado el laconismo de estas memorias, me estoy limitando casi a los "veintisietes" que he conocido. A D¨¢maso Alonso, de quien soy vecino, lo he visitado varias veces en su chalet de la Avenida de la Luz. D¨¢maso me ha parecido, en las ¨²ltimas visitas, m¨¢s preocupado por sus prestigios de poeta que otra cosa, y ya no toma wodka con naranja, como en mis primeras visitas, de modo que conversamos en seco, y a veces me deja unos libros en la porter¨ªa o sube a casa con ellos. Me lo encuentro mucho paseando por el barrio, como he contado en diversos art¨ªculos, porque a los viejos les conviene andar. Antes iba de sombrero negro y duro, en verano, cuello r¨ªgido, chaleco y chaqueta. El ¨²ltimo verano ya andaba en mangas de camisa corta, al aire su calva tatuada de erudiciones, como un mapa de Polinesia. De su libro Hijos de la ira nace toda la poes¨ªa social espa?ola. S¨®lo un profundo conocedor de nuestra poes¨ªa renacentista y barroca pod¨ªa hacer prosa¨ªsmo y verso libre sabiendo lo que hac¨ªa. Ahora, delante del chalet le han puesto una pagoda de comida china. A Rafael Alberti lo visit¨¦ en Italia, como ha quedado dicho, un verano, en su casa de Ant¨ªcoli, que ol¨ªa a gato. Cuando volvi¨® a Espaf¨ªa, aparte encuentros continuos en la vida madrile?a, lo visit¨¦ en el hotel Pr¨ªncipe P¨ªo. Estuvimos un rato juntos viendo la televisi¨®n, hasta que se me durmi¨®. Para m¨ª sigue siendo el poeta de Sobre los ¨¢ngeles y A la pintura. Como pol¨ªtico, lo ha hecho casi tan eficazmente como Neruda, y en la misma trinchera. Tengo varios cuadros suyos. Juan Jos¨¦ Domenchina (5) fue secretario particular de Aza?a y no volvi¨® nunca del exilio. Volvi¨® su viuda, Ernestina de Champourc¨ªn, a quien yo hab¨ªa le¨ªdo con emoci¨®n adolescente, y que se estaba en los caf¨¦s de Madrid, vieja y de negro, ignorada (casi nadie hab¨ªa le¨ªdo sus apaisados / apasionados versos), recibiendo en los lentes de alambre una ¨²ltima luz de Madrid que ya no era su Madrid. S¨®lo he hablado, ya digo, de los "veintisietes" que conoc¨ª. Y podr¨ªa hablar de la legendaria Solita Salinas, glosada /, eternizada por Juan Ram¨®n, que me llamaba siempre que ven¨ªa a Madrid, en sus primeros regresos. Y el 27 es mucho m¨¢s, pero esta serie es mucho menos.
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