Para los que nos duele
Euskadi en el coraz¨®n, resulta desconsolador el obcecado partidismo de sesgo pol¨ªtico de que hace gala una parte del clero vasco. En las homil¨ªas por las v¨ªctimas abertzales, estos curas padecen con frecuencia una singular estrechez de miras m¨¢s propia del apasionamiento de los pol¨ªticos que de la fraternidad sin fronteras que deber¨ªa irradiar en los depositarios de la palabra evang¨¦lica. Valga por ejemplo la homil¨ªa del p¨¢rroco de Itsasondo (Guip¨²zcoa) en el funeral de Juan Mar¨ªa Otegui, Txato, asesinado por los GAL el pasado d¨ªa 2. Es comprensible que el cura p¨¢rroco aproveche la ocasi¨®n para increpar a los GAL y denunciar las situaciones de injusticia social y opresi¨®n pol¨ªtica, aunque, a mi entender, puede haber en el tono de esos discursos m¨¢s demagogia que af¨¢n de superaci¨®n de odios e injusticias, m¨¢s narcisimo nacionalista que deseo sincero de reconciliaci¨®n y encuentro de soluciones humanas. Pero hacer los elogios de una persona que se ha cobrado las vidas de tantos seres humanos resulta ya sumamente sospechoso. No porque Juan Mar¨ªa Otegui no haya tenido, pese a sus cr¨ªmenes, virtudes y valores humanos que puedan ser objeto de elogio, sino porque detr¨¢s de su muerte no es justo ni honesto olvidar tan fr¨ªvolamente los otros muertos, los muertos del otro lado, los que cayeron bajo las armas del homenajeado.Y declarar en la homil¨ªa que "si Txato les ha ense?ado algo es qu¨¦ nunca hizo nada para s¨ª mismo y luch¨® contra todo aquello que significaba opresi¨®n" es caer en la desfachatez. Esa declaraci¨®n es una hiriente y torpe provocaci¨®n que se me hace totalmente indigesta cuando pienso en lo que puedan sentir cuando la lean las esposas, las madres y los hijos de aquellos guardias y polic¨ªas que asesin¨® Otegui. Es una burla al dolor de estas personas.
Porque se ha mostrado tibia y timorata en el tema de la violencia, la Iglesia en el Pa¨ªs Vasco tiene una cuota abrumadora de responsabilidad en ese triste y escalofriante cap¨ªtulo de los cr¨ªmenes pol¨ªticos. No quiero olvidar que hay excepciones que no merecen este juicio de tibieza, pero la t¨®nica general y persistente no parece en¨¦rgicamente comprometida en una labor de fraternidad que supere la divisi¨®n del pueblo y le ayude a rebasar el c¨ªrculo bestial y deshumanizador de la violencia y su contrapartida de venganza.
Quiero creer con todo que llegar¨¢ la hora en que la Iglesia vasca protagonice un D¨ªa de la Reconciliaci¨®n. Un d¨ªa en que la viuda o el hu¨¦rfano de un militante de ETA asesinado, como Otegui, acuda al encuentro para dar su abrazo a otra viuda o a otro hu¨¦rfano de un guardia de Badajoz o Cuenca que cay¨® ametrallado en Euskadi por ETA. Ese d¨ªa una luz de esperanza habr¨¢ nacido para todos.-
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