Un competidor para la NASA
Robert Truax, un californiano de 65 a?os, construye en el jard¨ªn de su casa su propio cohete espacial
Un californiano de 65 a?os, interesado en la aeron¨¢utica, construye en su jard¨ªn, en Saratoga (Estados Unidos), el primer cohete espacial privado del mundo. Fecha de lanzamiento: primavera de 1986.Si la experiencia concluye con ¨¦xito, ser¨¢ un momento hist¨®rico, en el que la conquista del espacio dejar¨¢ de ser coto vedado de la NASA (Administraci¨®n Nacional para la Aeron¨¢utica y el Espacio). Para alcanzar su objetivo, Truax ha gastado ya 500.000 d¨®lares (86 millones de pesetas) en su programa espacial, que seduce tanto como inquieta al vecindario.
Cuando se le pregunta c¨®mo llegar hasta su casa, Robert Truax responde: "No puede equivocarse: es la ¨²nica casa de la zona con un cohete en el jard¨ªn". Por s¨ª misma, la casa no tiene nada especial: de estilo californiano, con tres garajes que su propietario ha transformado en laboratorio, rodeada de gran cantidad de flores y con un cohete de 10 metros en medio del patio. Los visitantes que no hayan comprendido el tipo de actividad a la que se dedica Truax pueden informarse a trav¨¦s de un preciso letrero, bien visible, que anuncia al reci¨¦n llegado: "Empresa privada". Precisemos: estamos en el negocio espacial.
"Me he entregado a este proyecto", nos confiesa Robert Truax, presidente de la Truax Engineering Incorporated, "para demostrar que en la actualidad cualquier particular puede realizar vuelos espaciales con un coste muy reducido".
"Tenemos que admitir que la nave espacial de la NASA ha hecho maravillas, pero, desgraciadamente, sus constructores han olvidado por completo las reglas de econom¨ªa. En mi opini¨®n, es innecesariamente compleja. Est¨¢ provista de alas, lo que no deja de ser algo superfluo y costoso; adem¨¢s, limita la capacidad de carga. La que construimos en mi jard¨ªn es mucho m¨¢s simple, pero estar¨¢ habitada".
Astronauta voluntario
En ciertos aspectos, el proyecto de Truax puede parecer rid¨ªculo. ?l mismo es consciente de que a partir del momento en que se hicieron p¨²blicas sus intenciones, algunos periodistas esc¨¦pticos -y algunos vecinos- comenzaron a considerarlo un so?ador simp¨¢tico, pero un poco loco. Incluso se hab¨ªan hecho apuestas sobre si llegado el momento encontrar¨ªa alg¨²n voluntario para jugar a los astronautas. Sin embargo, hace algunas semanas Robert Truax sorprendi¨® a todo el mundo anunciando que la construcci¨®n de su nave espacial se desarrollaba seg¨²n el plan previsto y que su astronauta ya hab¨ªa sido contratado.
El hombre en cuesti¨®n, cuya esposa no parece valorar especialmente tal decisi¨®n, es Fell Peters, quien le ha brindado a Truax todos sus ahorros, es decir, 40.000 d¨®lares. Desde su contrato oficial -"?c¨®mo habr¨ªa podido rehusar semejante prueba de entusiasmo?", dice Truax- el astronauta sigue un entrenamiento riguroso en el patio de la Truax Engineering: salto de cuerda, jogging, trampol¨ªn, nataci¨®n y mucha lectura t¨¦cnica; adem¨¢s, Peters echa una mano en la construcci¨®n de su cohete, que deber¨¢ hacerlo famoso en el mundo entero, de una forma o de otra, dentro de algunos meses.
Mientras tanto, trabaja concienzudamente con otros dos t¨¦cnicos, rodeado de bar¨®metros, telescopios, bal¨®metros, oscilogramas, radares y reactores (comprados del material excedente del Ej¨¦rcito); hace c¨¢lculos con Truax, el cerebro de la empresa, sobre los efectos de la gravitaci¨®n molecular, la atracci¨®n terrestre y las ¨®rbitas variables geosincr¨®nicas, el¨ªpticas y heliosincr¨®nicas. No se trata de un juego de ni?os.
Sin duda alguna, para Truax el espacio es toda su vida. "He pasado 20 a?os en la Marina americana en calidad de oficial y durante todo ese tiempo me he ocupado de los cohetes. De hecho, soy el primer oficial naval en el comercio de los rockets. Cuando me fui de la Marina trabaj¨¦ durante siete a?os en una importante compa?¨ªa constructora de cohetes. Como puede comprender, no soy precisamente un reci¨¦n llegado en este terreno. Soy uno de los pocos miembros del Instituto Americano de Aeron¨¢utica y Astron¨¢utica que puede llevar la medalla de 40 a?os de servicios".
Con orgullo me acompa?a en la visita a su laboratorio, del que hace un r¨¢pido inventario: diplomas, fotos de veh¨ªculos espaciales, planos electr¨®nicos, dibujos de estrellas errantes, filantes, aerol¨ªticas, la V¨ªa L¨¢ctea en color, la galaxia en relieve, y al lado de la factura del tel¨¦fono, y de forma bien visible, la f¨®rmula de la velocidad: ve = re 2q/ (ro + h), la misma que he visto en mi visita a la rampa de lanzamiento del Polaris, en Cap Kennedy. Normal. Truax no quiere dejar nada al azar. Se trata de su reputaci¨®n (desea mantener su t¨ªtulo de pionero en la evoluci¨®n de la astron¨¢utica privada)... Adem¨¢s, est¨¢ en juego la vida de su primer astronauta.
Material de desecho
"Hemos construido este cohete, al igual que todos los anteriores que nos han servido de ensayo", nos confiesa Truax, "utilizando el material excedente del Ej¨¦rcito. Los motores provienen de la serie de misiles Atlas. La gente ignora generalmente que el Ej¨¦rcito americano posee m¨¢s material de este tipo que la misma NASA, lo cual ha hecho que el Gobierno Reagan establezca un programa regular de reventa mediante cat¨¢logo. Por ejemplo, los motores en producci¨®n continua cuestan 75.000 d¨®lares, y nosotros hemos podido comprarlos en su lugar de embalaje a 125 d¨®lares la pieza. Como puede comprender, este tipo de econom¨ªas nos ayuda mucho en nuestro programa".
Es preciso aclarar, especialmente a los esc¨¦pticos, que hace algunos meses Truax ha llevado a cabo con ¨¦xito dos ensayos, en condiciones muy similares a las del pr¨®ximo lanzamiento. Estos ensayos han tenido lugar en un terreno desconocido, cerca de un bosquecillo. Robert Truax habla de los planes previstos para el d¨ªa X.
"Despu¨¦s de la gran prueba", dice, "la velocidad ser¨¢ de 4.320 kil¨®metros por hora; la altitud l¨ªmite establecida es de 104,5 kil¨®metros sobre el nivel del mar; una vez consumido el carburante, el paraca¨ªdas se desplegar¨¢, y la velocidad de ca¨ªda para el regreso a la Tierra no sobrepasar¨¢ 15 metros por segundo. Una pluma. A continuaci¨®n el cohete caer¨¢ en el mar y permanecer¨¢ flotando como un corcho hasta la llegada de los helic¨®pteros que transportar¨¢n a los hombres ranas encargados de recogerlo. Finalmente, al astronauta se le llevar¨¢ hasta la orilla, en donde, naturalmente, se encontrar¨¢ con la Prensa internacional (si todo va bien ... ). Y si por fortuna la experiencia resulta un ¨¦xito, como desean Truax y su equipo, la empresa estar¨¢ en condiciones de ofrecer viajes similares destinados al gran p¨²blico a partir de 1987. Seg¨²n parece, esto podr¨ªa costar la broma de 20.000 d¨®lares (tres millones y medio de pesetas). Truax tiene ya una larga lista de espera. Mientras llega el gran d¨ªa (y un mill¨®n de d¨®lares que le faltan para completar los trabajos), Truax ha prometido manipular con mucho cuidado las reservas de dimetilhidracina y de per¨®xido de azotano (que, como es sabido, son combustibles muy vol¨¢tiles), por lo cual le est¨¢n profundamente agradecidos tanto su mujer como los vecinos.
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