Venturas y desventuras del PNV
El Partido Nacionalista Vasco celebra hoy el Alderdi Eguna tras un a?o de grandes ¨¦xitos y grandes fracasos
?xito y fracaso, ambos en grado m¨¢ximo, convivieron en el PNV a lo largo de 1984. Nunca antes, en efecto, estuvo el partido tan en disposici¨®n de alcanzar sus objetivos pol¨ªticos como en ese a?o. Apenas desgastado por cuatro a?os de Gobierno monocolor -durante los cuales puso en pie una administraci¨®n a su medida-, el PNV obtuvo en las elecciones del 26 de febrero 451.000 votos; es decir, 100.000 m¨¢s que en la convocatoria anterior, 200.000 m¨¢s que su inmediato se guidor (el PSOE) y unos 20.000 m¨¢s que el conjunto de todas las fuerzas representadas, en ausencia de Herri Batasuna, en el Parlamento vasco.De esta manera, el PNV se encontr¨® al frente del Gobierno aut¨®nomo, de las tres diputaciones forales y del 85% de los ayuntamientos de Euskadi. Sumando los presupuestos de Gobierno y diputaciones se obtiene la cifra de 226.000 millones de pesetas, cantidad que expresa la capacidad de gasto de que dispuso el PNV en 1984 para intentar llevar a la pr¨¢ctica su programa pol¨ªtico.
El conjunto de las fuerzas nacionalistas obtuvo, el 26 de febrero, el 65,6% de los votos, frente al 34,4% de los partidos no nacionalistas, invirtiendo as¨ª la relaci¨®n resultante de las elecciones de 1977 (39,3% y 60,7%, respectivamente). El triunfo de la central de inspiraci¨®n nacionalista ELA-STV en las ¨²ltimas elecciones sindicales, m¨¢s la determinante presencia de personas vinculadas al PNV en todo tipo de instituciones econ¨®micas, grerniales, culturales, deportivas, afianzaban esas expectativas, configurando. un panorama muy pr¨®ximo al ideal de hegemon¨ªa pol¨ªtica, social e ideol¨®gica de todo movimiento nacionalista.
Pero pocas veces fue tan visible el fracaso del proyecto pol¨ªtico nacionalista como en ese mismo a?o de 1984. Incapaz de crear, pese a esa situaci¨®n privilegiada, un marco integrador de todos los ciudadanos vascos, el PNV ni siquiera fue capaz de ponerse de acuerdo consigo mismo respecto a un modelo de pa¨ªs, y el a?o se cerr¨® simb¨®licamente con el intercambio de paraguazos entre los afiliados que esperaban, a las puertas de un antiguo convento de Artea (Vizcaya), el desenlace de la asamblea en que el lendakari ser¨ªa obligado a dimitir.
Cargarse a Garaikoetxea
La filtraci¨®n a la Prensa, el 15 de septiembre de 1984, de un documento interno del Consejo Nacional del PNV netamente favorable a las posiciones defendidas por las diputaciones frente al Gobierno de Garaikoetxea sirvi¨® para confirmar que el verdadero conflicto no estaba planteado entre las instituciones forales y el Gobierno, sino m¨¢s bien entre el partido y el Gobierno. Ya por entonces hubo quienes fueron m¨¢s all¨¢ y, en juicio que en la ¨¦poca fue considerado demasiado. sumario y excesivamente simplista, concluyeron que "aqu¨ª lo que pasa es que Arzallus se quiere cargar a Garaikoetxea".
La tensi¨®n del ambiente y el tono de los discursos en la celebraci¨®n del Alderdi Eguna el ¨²ltimo domingo de septiembre proporcionaron pistas complementarias sobre el aut¨¦ntico alcance de la crisis. La mayor¨ªa de los observadores, empe?ados en dar con una explicaci¨®n m¨¢s presentable, se resist¨ªan todav¨ªa, sin embargo, a aceptar que todo se reduc¨ªa a una cuesti¨®n de rivalidad personal, y trataban de hallar, tras las palabras y los gestos, razones m¨¢s de fondo, intereses diferenciados.
El empe?o resultar¨ªa infructuoso, especialmente cuando se trataba de atribuir etiquetas de m¨¢s o menos progresista, o modernizante, o de m¨¢s o menos nacionalista, o integrador, etc¨¦tera. Los datos que iba aportando la realidad desment¨ªan un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n lo que la v¨ªspera parec¨ªa s¨®lidamente establecido.
Puede que no fuera Arzallus, o no s¨®lo ¨¦l, pero lo que a un a?o vista resulta evidente es que alguien, efectivamente, trataba de cargarse a Garikoetxea, y que ah¨ª se agotaba el alcance de los movimientos s¨ªsmicos registrados en el seno del partido. El posterior desarrollo de los acontecimientos ha ido aportando luz a situaciones que en su momento resultaron m¨¢s o menos sorprendentes. As¨ª, la espectacular disoluci¨®n de toda la organizaci¨®n del partido en ?avarra, producida en mayo, tiene una lectura m¨¢s comprensible a la luz del papel que habr¨ªa de desempe?ar la asamblea nacional (una cuarta parte de cuyos miembros pertenec¨ªa a dicha regional) en la defenestraci¨®n de Garaikoetxea.
Igualmente esclarecedor resulta, a la luz del desenlace del drama, el hecho de que ya en el mes de octubre (cuando, aparentemente, todo el problema se reduc¨ªa a una divergencia t¨¦cnica sobre las aportaciones de las diputaciones a los presupuestos de la comunidad aut¨®noma) hubiera personas que aseguraban conocer el nombre del tapado del Consejo General del PNV para "el caso de que Garaikoetxea tire la toalla". El nombre entonces deslizado en voz baja, el de Jos¨¦ Antonio Ardanza, hubiera ocupado en aquella ¨¦poca uno de los ¨²ltimos lugares en cualquier quiniela realizada por afiliados no iniciados en lo que se estaba cociendo.
La famosa intervenci¨®n de Arzallus en el batzoki de Beas¨¢in -producida el d¨ªa de los Inocentes de 1984, pero conocida cuatro meses despu¨¦s- permite tambi¨¦n una lectura retrospectiva de algunos de los desconcertantes acontecimientos del ¨²ltimo trimestre del a?o: las argumentaciones ad hominen no eran el complemento ret¨®rico del razonamiento, sino su sustancia misma.
De todas formas, si se eliminan los ep¨ªtetos, la principal, acusaci¨®n contra Garaikoetxea era esta: no gobierna. Si la acusaci¨®n se refer¨ªa estrictamente a 1984, no carec¨ªa probablemente de fundamento. Teniendo en cuenta, sin embargo, que el a?o se hab¨ªa iniciado con el enfrentamiento entre el lendakari y su partido a cuenta de la cuesti¨®n de la exenci¨®n o no de disciplina del primero, que hab¨ªa continuado con la expulsi¨®n de los garaikoetxe¨ªstas navarros y que hab¨ªa entrado en su ¨²ltimo trimestre con el pronunciamiento del Consejo Nacional del PNIV a favor de las diputaciones, parecen existir suficientes eximentes para esa, real o no, ausencia de iniciativa del Gobierno y su presidente.
Pero sobre todo el argumento chocaba con el hecho indisentible de que Garaikoetxea estaba legitimado por los votos del 42% de la poblaci¨®n vasca (y contaba adem¨¢s con el respaldo oficial, expresamente solicitado y obtenido en enero de 1984, en Zarauz, en la asamblea nacional de su partido). Cualquier eventual sucesor, independientemente de sus m¨¦ritos o idoneidad para el cargo, carec¨ªa de esa legitimaci¨®n democr¨¢tica.
Otro dato que s¨®lo se conocer¨ªa con posterioridad fue que el entonces diputado general de Guip¨²zcoa, Jos¨¦ Antonio Ardanza, auspici¨® a mediados de octubre una soluci¨®n basada en la aceptaci¨®n, por el plazo de un a?o, de los planteamientos de Garaikoetxea respecto a las aportaciones a los presupuestos. La iniciativa no prosper¨® al ser rechazada por los diputados generales de ?lava y Vizcaya. Conocido el talante conciliador de Ardanza, lo m¨¢s probable es que se tratase de una oferta totalmente sincera y orientada de buena fe a evitar la agudizaci¨®n de las tensiones. Sus rivales la interpretar¨ªan, sin embargo, como la confirmaci¨®n de que la operaci¨®n de relevo estaba tan calculada que sus promotores trataban de apartar a su candidato in p¨¦ctore del primer plano de la refriega, a fin de poder presentarlo en su momento como ajeno a la eliminaci¨®n de Garaikoetxea.
Lo pasado, pasado
Desde la investidura hasta el verano, m¨¢s o menos, el Gobierno de Ardanza consigui¨® hacer de la necesidad, virtud: su propia mala conciencia por la manera como hab¨ªa llegado al poder se convirti¨® en prudencia a la hora de gobernar, favoreciendo la identificaci¨®n con su estilo de una poblaci¨®n escamada de las grandes palabras y cada vez m¨¢s sensibilizada hacia valores que antes, en un Euskadi superideologizado, apenas contaban, como la eficacia en la gesti¨®n de los fondos p¨²blicos o la capacidad para desdramatizar la vida p¨²blica.
En ocasiones esa mala conciencia se ha desbordado por exceso como en el caso de la huelga de la televisi¨®n vasca. La inexplicable inhibici¨®n de la Administraci¨®n aut¨®noma ante tan prolongado conflicto en un servicio p¨²blico que ha costado al contribuyente v asco 4.000 millones de pesetas en 1985 ha estado condicionada por el temor del Ejecutivo a verse mezclado en un contencioso que se hab¨ªa planteado m¨¢s bien entre los dos sectores enfrentados dentro del partido. El argumento era que el Gobierno prefer¨ªa ser acusado de pasividad antes que de injerencia. El temor casi supersticioso a verse implicado en batallas intrapartidistas -pretendiendo olvidar que estaba en el poder merced a la victoria de un determinado sector en esa batalla- ha sido uno de los rasgos m¨¢s curiosos de la actitud del equipo de Ardanza en estos meses.
As¨ª estaban las cosas cuando reapareci¨®, saliendo de detr¨¢s de la cortina, Xabier Arzallus. Su pol¨¦mica con Bandr¨¦s sobre, en el fondo, el reflejo de lo que el PNV dice, en lo que ETA hace, sirvi¨® para afianzar la hip¨®tesis seg¨²n la cual el ex presidente del PNV desempe?ar¨ªa en la pol¨ªtica vasca el papel de l¨ªder carism¨¢tico no ya de un partido concreto, sino de la comunidad nacionalista en su conjunto, incluyendo sus sectores m¨¢s radicales: para bien o para mal, el mensaje de Arzallus act¨²a como referencia obligada para todos los sectores de la familia nacionalista.
A, diferencia con otros l¨ªderes pol¨ªticos (s¨®lo pol¨ªticos), como Jos¨¦ Antonio Aguirre o el mismo Garaikoetxea, el acento prof¨¦tico de los mensajes de Arzallus, transmitidos por v¨ªa afectiva antes que, racional, encuentran receptividad -conflictiva o no, pero directa- en heterog¨¦neos sectores unidos por la com¨²n aspiraci¨®n de canalizar sus sentimientos nacionales en un foco de lealtad visible.
Arzallus ha sido parco a la hora de explicitar su proyecto pol¨ªtico. Sus anteriores insinuaciones sobre un "nacionalismo a la altura del a?o 2000" se quedaron en una serie de obviedades (en una conferencia pronunciada en julio sobre El nacionalismo vasco ante el futuro) sobre el papel de Euskadi en la Europa comunitaria que en realidad forman parte del acervo de los nacionalistas instruidos desde hace 20 o 30 a?os. Mucho m¨¢s expl¨ªcito ha sido a la hora de definir su modelo de partido, defendiendo, pol¨¦micamente, el funcionamiento asambleario, la direcci¨®n colegiada, el sistema confederal de representaci¨®n, etc¨¦tera. Pol¨¦micamente porque cada vez que se ha referido al tema lo ha hecho en t¨¦rminos de contraposici¨®n con el modelo atribuido, no menos pol¨¦micamente, a Garaikoetxea (partido de cuadros profesionalizados, etc¨¦tera).
Pero si se pretende reducir el debate pol¨ªtico a esos t¨¦rminos, a la determinaci¨®n del tipo de partido antes que del modelo de pa¨ªs y de sociedad, ni siquiera un nuevo congreso (el ¨²ltimo se celebr¨® en 1977) servir¨ªa para recomponer la unidad perdida.
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