Jos¨¦ Luis G¨®mez estrena 'Bodas de sangre', de Garc¨ªa Lorca, en Almer¨ªa
ENVIADO ESPECIALJos¨¦ Luis G¨®mez y su compa?¨ªa presentaron al p¨²blico almeriense, el 5 de octubre, su ¨²ltimo trabajo, Bodas de sangre, la tragedia lorquiana que, al parecer, llevaba 25 a?os sin representarse en Espa?a.
Hab¨ªa un clima de gran expectaci¨®n, en un teatro de unas 900 localidades, el Cervantes, que el resto del a?o funciona como cine. Se trata de una producci¨®n del Teatro de la Plaza, en la que han intervenido la Comunidad de Madrid, el Ministerio de Cultura, la Junta de Andaluc¨ªa, la Diputaci¨®n y el Ayuntamiento de Almer¨ªa.
De Bodas de sangre guardo un recuerdo lejano, de principios de los sesenta, en el Espa?ol, en Madrid, si no me equivoco, con Pepita Serrador (la madre) y Paquita Rico (la novia). Un trabajo de Tamayo, negro, crispado, que no me convenci¨®.
El planteamiento de G¨®mez es mucho m¨¢s atractivo y m¨¢s inteligente, y tiene tambi¨¦n la astucia de llevar a Lorca hacia un terreno mucho m¨¢s acorde con la sensibilidad presente. El suyo es un Lorca -me refiero, claro, al Lorca de Bodas- tel¨²rico, arcaico, enraizado con los mitos ancestrales que rigen la vida de las gentes del campo. Ese Lorca, un tanto irracional, atra¨ªdo por el amor oscuro, visceral, nos resulta hoy m¨¢s pr¨®ximo que aquel otro negro y crispado, poniendo el acento en la honra castellana, que se prodigaba poco, todo hay que decirlo, 20 a?os atr¨¢s, y digo poco porque entonces Lorca, a pesar de ser el gran poeta asesinado, la gran v¨ªctima, era criticado desde las perspectivas del teatro social.
G¨®mez trata el crimen de N¨ªjar, la parte de la obra que precede a la fantas¨ªa po¨¦tica del acto tercero, en un tono etnol¨®gico: el resto de los personajes asiste, a modo de coro, a determinadas escenas, y asiste a ellas con una pose de vieja fotograf¨ªa tribal, como memoria y, a la vez, a modo de exorcismo.
Es un coro que interviene, adem¨¢s, de manera musical, tocando el pandero o la flauta, cantando, como ocurr¨ªa en la tragedia griega, d¨¢ndole a la obra una estructura oper¨ªstica que nadie le discute. Recu¨¦rdese lo que dec¨ªa Gerardo Diego, el mejor cr¨ªtico de Bodas, a ra¨ªz de su estreno en Madrid en 1933: "S¨ª Mariana Pineda era un libreto de ¨®pera, Bodas de sangre es ya una ¨®pera, un drama l¨ªrico, letra y m¨²sica a la vez. Y no lo digo por los pasajes musicales, ni aun por los puramente l¨ªricos, pero de tan evidente linaje musical que, a trav¨¦s de una declamaci¨®n deficiente (.. .), se dir¨ªa que los escuch¨¢bamos, que los goz¨¢bamos en alma y m¨²sica real. Aun suprimiendo tales ilustraciones, que son las ¨²nicas musicales de la obra, todo el resto lleva en s¨ª la m¨²sica dentro, transformada en sustancia po¨¦tica y teatral".
Gritar las palabras
G¨®mez afirma (v¨¦ase EL PA?S del 17 de agosto) que "hay un paralelismo tremendo entre Bodas... y las Bacantes, de Eur¨ªpides". Cierto; pero Bodas es, en mi opini¨®n, antes un S¨¦neca, porque si Eur¨ªpides hace gritar en su teatro a las acciones m¨¢s que a las palabras, S¨¦neca (y Lorca), como bien se?ala Bergam¨ªn, hace gritar, en sus tragedias, a las palabras "m¨¢s alto aun que a la acci¨®n tr¨¢gica". En ese gritar m¨¢s alto las palabras -"Y la finalidad del grito", sigo con Bergam¨ªn, "como la de la m¨¢scara, no es la de encubrir un sentimiento o emoci¨®n; la de tapar un rostro, sino la de fijar por su trazo su fisonom¨ªa, en el recuerdo; la de paralizar el tiempo, aparentemente, por la memoria"-, en ese gritar m¨¢s alto aun las palabras, est¨¢, a mi modo de ver, la mayor d¨ªficultad de esta parte, hasta el acto tercero, y luego en el cuadro ¨²ltimo, de Bodas. Pese a la inteligente construcci¨®n de la partitura oper¨ªstica, pese a la induscutible belleza y calidad crom¨¢tica, visual, del espect¨¢culo, se aprecia en las voces, en los instrumentos, una noto?a desigualdad a la hora de gritar esc¨¦nicamente esas palabras.Hay momentos en que, quieras o no quieras, terminas por olvidar la visi¨®n, la construcci¨®n del director, y te das de bruces con un teatro viejo, en que Lorca es tan s¨®lo un Lorca correcto, con t¨ªcs, de voz y adem¨¢n, de gesto, por parte de ciertos actores que, c¨®mo no, se las saben todas. Y ese Lorca correcto es, de por s¨ª, una gran incorrecci¨®n: Lorca no puede ser tan s¨®lo correcto. Jam¨¢s.
La carta m¨¢s arriesgada la juega G¨®mez, tal y como debe jugarse, en el tercer acto, durante la fantas¨ªa po¨¦tica, que es lo m¨¢s m¨¢gico, lo m¨¢s maravilloso, de esa tragedia, donde Lorca definitivamente nos tiene en un pu?o. Aqu¨ª, la modernidad de Lorca, el Lorca que se anticipa, el Lorca intuitivo, genial, de 1933, es servido como se merece por G¨®mez y el escen¨®grafo, el alem¨¢n Manfred Dittrich.
El bosque y la noche son realmente m¨¢gicos. La luz lo es tambi¨¦n. Y la luna y la muerte est¨¢n ah¨ª, con toda su fuerza. Es esta una escena que justifica, por s¨ª sola, a pesar de esos le?adores que parecen un anuncio de Pescanova escapado de un montaje de Bob Wilson, todo el trabajo de G¨®mez y Dittrich. Eso, se?ores, eso es servir a Lorca, servirlo en 1985, y servirlo estupendamente.
En conjunto se trata de un trabajo muy ambicioso, que adolece en todo caso de una falta de homogeneidad en el tratamiento musical de la partitura, en ese gritar las palabras -y que los actores salvan defendi¨¦ndose con sus viejas artes-, pero, en cualquier caso, es indudable que estamos ante una de las m¨¢s interesante y f¨¦rtiles revisiones de Lorca, y que debe proseguir con otras obras del autor, anunciadas ya por G¨®mez.
El p¨²blico se puso de pie, aplaudiendo y lanzando bravos. Lo que se dice un triunfo.
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