Montoli¨² entra en la mitolog¨ªa
Se hac¨ªa presente el subalterno Manuel Montoli¨² en los medios para iniciar la suerte de banderillas, y el p¨²blico le dedicaba una ovaci¨®n cerrada. Aficionados veteranos murmuraban por el tendido: "Hay mucho tifus en esta corrida, casi todos han venido de ga?ote; gente que no va nunca a los toros". No ir¨¢ nunca a los toros, pero sab¨ªa qui¨¦n es Montoli¨²; un conocimiento para nota. De donde se deduce que no hab¨ªa tanto ga?ote, o que el tifus lo compon¨ªan eruditos en ciencia taurina. As¨ª que Montoli¨² era famoso cuando se hac¨ªa presente en los medios para iniciar la suerte de banderillas, y tras consumarla, tal como lo hizo, tan guapamente, reuniendo y prendiendo arriba, entraba en la mitolog¨ªa.Las Ventas ha consolidado el mito Montoli¨², que se fraguaba a?os atr¨¢s, mientras pertenec¨ªa a la cuadrilla de El Soro, y con mayor evidencia durante su actividad torera a las ¨®rdenes de Anto?ete. Los dos pares que prendi¨® ayer en la corrida de la Prensa poseyeron los rasgos esenciales de la maestr¨ªa, y el p¨²blico, tanto el de ga?ote como el que tir¨® bravamente de cartera para presenciar el acontecimiento, los aplaudi¨® enfervorizado. Mas no s¨®lo era el reconocimiento a la suerte bien hecha, sino tambi¨¦n a .que la hubiera consumado, sencillamente, pues los banderilleros, a salvo otra reuni¨®n de Curro ?lvarez, ayer no acertaban a clavar los palos a pares. Pon¨ªan uno, o bien ninguno.
Plaza de Las Ventas
24 de octubre. Corrida concurso de ganader¨ªas, organizada por la Asociaci¨®n de la Prensa de Madrid.Toros de Miura, Albaserrada (dos; el 62 sobrero), Murteira, Marcos N¨²?ez y Torreblanca. De impresionante trap¨ªo, todos mansos. El Inclusero: pinchazo, golletazo y tres descabellos (silenci¨®); bajonazo (algunos pitos). Marisme?o: pinchazo, media desprendida y descabello (silencio); dos pinchazos y siete descabellos (silencio). Ra¨²l Aranda: tres pinchazos y media tendida atravesada (silencio); tres pinchazos y descabello (silencio).
Tampoco era f¨¢cil banderillear. En realidad, con los toros que salieron, aquella arboladura impresionante, aquel feo estilo, no era f¨¢cil nada. Con el Miura no era f¨¢cil ni respirar. Se trataba de un animal pavoroso, desde la descomunal cornamenta hasta el anca gigantesca, que adem¨¢s no humillaba. Ni para su padre (el semental) humillaba. Result¨® manso declarado, igual que todos; topaba en lugar de embestir, nada m¨¢s plantar la cicl¨®pea pezu?a en la arena se avis¨® de d¨®nde estaban los enga?os toricidas, d¨®nde el hombre burlador, d¨®nde su cartera, y se la quer¨ªa quitar a El Inclusero, con descaro.
El Inclusero no se dej¨®: menudo es. En el siguiente turno le sali¨® un Marcos N¨²?ez descatastado y pretendi¨® aplicarle el toreo estilista que crea adicci¨®n entre aficionados. El Inclusero so?aba. Nada ten¨ªa que ver la torer¨ªa del diestro, el cite impecable ofreciendo el medio-pecho, la cargaz¨®n de la suerte, el empe?o en ejecutarla con temple, con los arreones destemplados del toro, sus l¨¢nguidas miradas a la profesi¨®n period¨ªstica, parado en medio del redondel; la b¨²squeda afanosa de hierba donde no hab¨ªa m¨¢s que arena. Sobre manso, el toro era est¨²pido.
Un toro de casta
Distinta categor¨ªa de manso exhibi¨® el primer Albaserrada. Ese, de est¨²pido no ten¨ªa nada. Se trataba de un toro de casta, seg¨²n conviene al aut¨¦ntico toro de lidia, por a?adidura fiero y bronco, al que parti¨® la espalda el picador de turno mediante carniceras cuchilladas por la trasera del espinazo. No fue la ¨²nica v¨ªctima el Albaserrada. Los picadores de ayer trataron la corrida-concurso como todas; es decir, demoliendo toros y demoliendo, de paso, toda la teor¨ªa y la pr¨¢ctica de la lidia. Toros mansos deslucen una corrida concurso, pero s se a?aden matarifes de castore?o atacados de barbarie, corrida y concurso deber¨ªan prohibirlos por decreto. Marisme?o estuvo valiente con el Albaserrada y si no estuvo templado tambi¨¦n, la fiera ten¨ªa la culpa.En cambio al manso de Torreblanca, el ¨²nico manejable, pudo hacerle mejor faena. Marisme?o, quiz¨¢ impresionado por el corpach¨®n colorao que se le ven¨ªa encima, en vanguardia unos acaramelados pitones de tremendo desarrollo y terror¨ªfico diamante, no se cruzaba. Finalmente, ya pasado de faena el toro, le cit¨® con la izquierda, y el colorao, s¨®lo con una leve crispaci¨®n de su cabezota, le enganch¨® la entrepierna y le lanz¨® por los aires, catapultado a la lejan¨ªa. C¨®mo pudo el toro pegar tan bestial cabezazo y c¨®mo Marisme?o levantarse entero tras el batacazo, son misterios que se suman al profundo arcano de la tauromaquia ins¨®lita.
Para Ra¨²l Aranda, no menos valiente y torero que sus compa?eros de desdichas, tambi¨¦n constituy¨® la lidia un sinsabor. El Murteira y el sobrero que le correspondieron, cuajados y mansos, peleaban reservones e inciertos. Cuanto porfi¨® y arriesg¨® Aranda, no lo merec¨ªan esos pajarracos de mal ag¨¹ero.
Voces eruditas de aficionados amenizaron la tarde con sus proclamas sobre el estado de la cuesti¨®n. A un operador que asomaba irresponsablemente la c¨¢mara por encima de la barrera le dijeron picard¨ªas y, por extensi¨®n, a Calvi?o. Chopera, ya que est¨¢bamos all¨ª, tambi¨¦n se llev¨® lo suyo. Y para Montoli¨² hubo flores. S¨®lo para Montoli¨², que se las gan¨®, ya es un mito, y de ah¨ª no hay quien le apee.
Babelia
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