El mal menor
Reg¨ªmenes pol¨ªticos cruentos y desp¨®ticos ha habido muchos, y sigue habiendo m¨¢s de lo que ser¨ªa de desear, pero si se confeccionara una lista de los m¨¢s desalmados es seguro que el instaurado en Camboya por el Jemer Rojo bajo el mando de Pol Pot ocupar¨ªa un lugar prominente. Si hay un caso en el que el fin no justifica los medios, ese r¨¦gimen lo ejemplifica plenamente. Las crueldades cometidas por Pol Pot y el Jemer Rojo desde que tomaron el mando, en abril de 1975, hasta que los vietnamitas los desalojaron de Pnom Penh, en enero de 1979, son de tal calibre que nada puede excusarlas o justificarlas. Durante esos casi cuatro a?os Camboya mereci¨® el t¨ªtulo de una pel¨ªcula maravillosa y sobrecogedora que refleja aquella situaci¨®n de horror y espanto: Los gritos del silencio.
En vista de ello puede causar sorpresa que el pr¨ªncipe Norodom Sihanuk -proclamado rey de Camboya en 1941, jefe de Estado hasta su derrocamiento en 1970 por Lon Nol, y actualmente presidente, exiliado en China, del Gobierno de coalici¨®n de la Camboya democr¨¢tica- se empe?e en mantener dentro de esta coalici¨®n al tristemente recordado Jemer Rojo (siga siendo o no Pol Pot su jefe). ?Ser¨¢ porque el pr¨ªncipe Norodom Sihanuk es, a su vez, un tirano cruel? Ni su temperamento ni su actuaci¨®n pol¨ªtica como rey y jefe del Estado de Camboya permiten concluir cosa semejante. Norodom Sihanuk parece justamente todo lo contrario: un hombre sereno y compasivo, adem¨¢s de un ' dem¨®crata sin tacha. ?Ser¨¢ acaso por que tiene simpat¨ªa a Pol Pot y al Jemer Rojo o, en todo caso, est¨¢ dispuesto a excusar sus excesos? En una larga entrevista en Nueva York, tras haberse dirigido, en nombre de una Camboya libre e independiente, a la Asamblea General de las Naciones Unidas, Norodom Sihanuk no se mordi¨® la lengua en lo qu¨¦ toca a enjuiciar la actuaci¨®n de Pol Pot y del Jemer Rojo durante los a?os en que tuvieron a los camboyanos bajo su f¨¦rula. Tanto sus jefes como sus seguidores -que originariamente fueron recibidos como liberadores del corrupto r¨¦gimen de Lon Nol- mostraron pronto su verdadera faz, y ¨¦sta fue, en palabras de Norodom Sihanuk, la de unos completos desalmados. "Nadie pod¨ªa imaginar", declar¨® sin ambages Norodom Sihanuk, "que pudieran ser, en cuanto se hicieron con el poder, los monstruos que fueron". Sihanuk revel¨® inclusive haber estado de acuerdo con el senador McGovern cuando ¨¦ste propuso, sin ¨¦xito, que Estados Unidos interviniera ' en Camboya con el fin de salvar a mi pueblo". Entonces ?por qu¨¦ insistir en mantener a esos asesinos en masa en la Coalici¨®n Democr¨¢tica? ?No ser¨ªa m¨¢s razonable excluirlos de sus filas? ?Qu¨¦ cabe esperar de quienes convirtieron Camboya en un vasto cementerio de campos de muerte?
Las razones que proporciona el pr¨ªncipe Norodom Sinahuk pueden resumirse en una. Hay que ser realistas: las gentes del Jemer Rojo son lo bastante fuertes para defenderse contra todo intento de desarmarlos. Est¨¢n apoyados adem¨¢s por China. ?sta ha manifestado claramente que no permitir¨¢ ninguna coalici¨®n meramente bilateral (la formada por Sihanuk y los nacionalistas de Son Sann) y ha insistido en una coalici¨®n tripartita, que incluye a Pol Pot y al Jemer Rojo. Lo m¨¢s importante es liberar a Camboya del yugo de los vietnamitas, que no s¨®lo han invadido y ocupado militarmente el pa¨ªs sino que tambi¨¦n, y sobre todo, parecen dispuestos a vietnamizarlo, lo que quiere decir simplemente reducir a los camboyanos a una minor¨ªa. El Jemer Rojo es, o sigue siendo, un mal, pero es -y aqu¨ª los argumentos se concentran en uno- un mal menor.
No es la primera vez que el pr¨ªncipe Norodom Sihanuk hace
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frente a una situaci¨®n que acarrea un mal menor. Cuando tanto los vietnamitas del Norte como el Vietcong hicieron presi¨®n pata ocupar los llamados santuarios en Camboya, y Estados Unidos por su lado hizo presi¨®n para que los camboyanos se resistieran, Sihanuk se decidi¨® en favor de los primeros. No porque considerara que ten¨ªan raz¨®n contra Estados Unidos o que ¨¦stos tuvieran raz¨®n contra aqu¨¦llos. Linos y otros representaban un mal, pero en aquella saz¨®n los vietnamitas del Norte y el Vietcong representaban, al entender de Sihamik, un mal menor. Hab¨ªa que aceptar ¨¦ste para evitar un mal mayor: la total ocupaci¨®n y posible destrucci¨®n de Camboya por cualquiera de los bandos en pugna.
El problema que la situaci¨®n de Norodom Sihanuk suscita es un problema capital, que se plantea a menudo en la vida cotidiana de cada uno de los seres humanos y que se agudiza en la vida p¨²blica, especialmente en el campo de la acci¨®n pol¨ªtica. Dados dos (o m¨¢s) males de diversa intensidad y alcance, y suponiendo que no haya ning¨²n mal y tampoco ning¨²n bien que puedan estimarse absolutos, parece obvio que hay que aceptar el mal menor, o el menos malo, pues la alternativa es un mal mayor; esto es, peor. En todo caso esto es lo que hacemos con frecuencia, y lo ¨²nico malo del caso, por as¨ª decirlo, es que podemos equivocarnos y terminar por elegir un mal que se nos antojaba menor y que puede terminar por ser peor que el aceptado.
Por desgracia las cosas no son siempre tan claras.
?Qu¨¦ ocurre, en efecto, cuan do el mal menor es realmente may¨²sculo? ?Cuando sin ser esa abstracci¨®n que llamamos un mal absoluto es de tal proporci¨®n e intensidad que nos cuesta esfuerzo pensar ni siquiera que pueda preferirse a otra cosa? ?Cuando, en suma, el adjetivo menor, aunque comparativamente adecuado, resulta definitivamente repelente? ?Ser¨¢n los cr¨ªmenes de Stalin preferibles a los de Hitler? ?No ser¨¢n todos los cr¨ªmenes recusables y, por tanto, de ning¨²n modo preferibles?
El asunto es tan enmara?ado que la respuesta no puede ser nunca tajante. En principio, cuando los males menores son muy grandes empiezan a dejar de ser menores. En este sentido cuesta admitir que Pol Pot y el Jemer Rojo, a menos que hayan cambiado sus monstruosos puntos de vista, puedan ser realmente males menores. Ser¨¢n menores en comparaci¨®n con otros, pero seguir¨¢n siendo desmedidos. Por otro lado, ninguna situaci¨®n es simple, y Norodom Sihanuk puede tener buenas y suficientes razones para defender su posici¨®n.
De modo que la conclusi¨®n puede ser ¨¦sta: los titulados males menores no son autom¨¢tica y mec¨¢nicamente convertibles en bienes relativos, pero no pueden tampoco dejar de ingresar en una especie de pragm¨¢tico balance moral. Quer¨¢moslo o no, inclusive la moral es objeto de tanteos y ajustes. 0, como escribi¨® hace poco en estas mismas columnas Victoria Camps, "hemos de saber forjar una moral m¨¢s perpleja pero m¨¢s aut¨®noma. La moral del depende". Es la que presumiblemente ha tenido en cuenta el pr¨ªncipe Norodom Sihanuk.
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