Julio Caro Baroja: "Soy un dimisionario"
El galard¨®n sorprendi¨® a un hombre renacentista que detesta competir
PEDRO SORELA La noticia de que hab¨ªa sido elegido para el Premio Nacional de las Letras Espa?olas dej¨® ayer a Julio Caro Baroja estupefacto. No hace muchos d¨ªas que le dieron el alta de una infecci¨®n que le mantuvo postra do en octubre, "como nunca lo hab¨ªa estado", y aunque sab¨ªa que era candidato, consideraba el premio como una remota posibilidad en la que ni hab¨ªa pensado". "Soy un dimisionario", dice quien siempre ha detesta do toda competici¨®n y cavila sobre la forma de que los hombres sean apreciados por s¨ª mismos, sin comparaciones.
A sus 71 a?os, Caro Baroja se desprende poco a poco de ese largo respeto que tuvo siempre por "la asepsia n¨®rdica" y se vuelve hacia el sur. Sucesos como el del campo de f¨²tbol de Bruselas, o hecatombes como la ¨²ltima guerra mundial, le han hecho pensar que, "en eI fondo hay un poco de tartufer¨ªa" en la idea de que el norte?o es m¨¢s flem¨¢tico y m¨¢s listo. Caro se vuelve hacia Italia, que es su debilidad, hacia N¨¢poles, su capricho, y recuerda que toda la canci¨®n moderna viene de all¨ª.Preso de zozobra como dijo con su lenguaje preciso, el escritor recibi¨® la confirmaci¨®n del premio por el ministro de Cultura, Javier Solana, a las 4.25 de la tarde, la agradeci¨® y despu¨¦s de colgar el tel¨¦fonos e mostr¨® preocupado por la gente contra la que le hab¨ªan obligado a competir, algo que detesta y que ha evitado cuidadosamente durante 71 a?os.
La llamada quebr¨® en dos una tarde despejada de dos grados de fr¨ªo que, a esa hora, se esforzaba por apagar los ocres encendidos del parque del Retiro, frente a la casa de Caro Baroja. Vive en un s¨¦ptimo lleno de luz, a pocos pasos de la que fuera la casa de Ram¨®n y Cajal, no lejos del domicilio de Ortega y Gasset, a la vuelta de la esquina de Mar¨ªa Zambrano. La pensadora fue profesora suya en el Instituto Escuela, producto de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza.
Nadie negar¨ªa que Caro Baroja es un hombre renacentista -esto es, un producto muy acabado de lo que pretend¨ªa el ideario de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza-, y sin embargo parece bastante esc¨¦ptico sobre la educaci¨®n. Se neg¨® en su d¨ªa a concurrir a c¨¢tedra, en los tiempos en que era preciso "un informe de la Falange, la guardia civil y la parroquia", y el a?o pasado se jubil¨® como catedr¨¢tico extraordinario en la universidad del Pa¨ªs Vasco, tras una experiencia de tres a?os. No lo a?ora: "Los alumnos est¨¢n sobrecargados, cansados, y se nota".
Reconoce en cambio el magisterio de su t¨ªo, P¨ªo Baroja, con quien vivi¨® 42 de los 84 a?os del novelista, y cuya figura nunca ha pesado sobre su espalda. El t¨ªo P¨ªo le gui¨® entre las lecturas, "sin imponer nunca su gusto", y el t¨ªo Ricardo por la pintura.
De Ricardo Baroja son los cuadros cl¨¢sicos y algo melanc¨®licos que cubren las paredes del sobrio despacho madrile?o, salvo un retrato grande de la madre, "que tiene un gesto duro que mi madre no ten¨ªa", explica el escritor. ?l mismo es un dibujante notable, aunque dice que "para uso interno", es decir, para ilustrar sus trabajos de investigaci¨®n. Cuando una vez se le ocurri¨® exponer en San Sebasti¨¢n, le compraron todo, y suya es una de esas muestras itinerantes del Ministerio de Cultura. Su l¨¢piz es fino y tiene humor.
Tambi¨¦n toca la flauta, muy bien al parecer, y sobre todo escucha m¨²sica que, dice, le ha ayudado toda su vida. Sobre una mesa, un disco de sonatas de Weber interpretadas por Rampal. Toda esta actividad de caballero cultivado es lo que ¨¦l llama "esfuerzo desinteresado"; -recuerda que la gente lo suele considerar p¨¦rdida de tiempo, y explica que, por lo que a ¨¦l respecta, es lo principal. Para hacerse perdonar dice que es un solter¨®n con tiempo.
Itzea, una casa sobre el r¨ªo
Pero tambi¨¦n ¨¦l tiene m¨¢s proyectos que tiempo. No ha podido, por ejemplo, redactar las conclusiones de su larga investigaci¨®n en Marruecos, cuando realiz¨® aquella sobre el S¨¢hara que le dio un prestigio de anciano de la tribu entre la gente del desierto, pues sab¨ªa tradiciones que ellos desconoc¨ªan. Caro evoca y lamenta la forma en que Espa?a se march¨® del S¨¢hara.
Con la misma pulcritud con que se alinean sobre el despacho siete l¨¢pices bien afilados,- en una mesa se amontonan libros de ¨¦poca, en evidente buen estado. Y es que el escritor les da. atenciones -de bibli¨®filo -los inyecta, les repasa las letras, los recose- antes de llev¨¢rselos a su casa de Itzea, en Vera de Bidasoa, una mansi¨®n de piedra que como indica el lugar est¨¢ en el borde de Espa?a, sobre el r¨ªo, a tiro de piedra de Francia. All¨ª se sentaba a pensar P¨ªo Baroja frente a la puerta, y cuando alg¨²n aldeano le preguntaba "Qu¨¦, don P¨ªo, ?descansando?", ¨¦l dec¨ªa: "No. Trabajando". Y cuando le sorprend¨ªan cultivando la huerta y le preguntaban ?trabajando?", el dec¨ªa: "No. Descansando".
All¨ª, donde Julio Caro pasa la mitad del a?o, guarda la familia m¨¢s de 30.000 libros, y pronto ser¨¢ dif¨ªcil meter m¨¢s. No tanto por problemas de espacio, explica el escritor, como por el deseo de agruparlos por temas: antropolog¨ªa, historia, literatura cl¨¢sica espa?ola, los m¨²ltiples intereses del escritor, que ahora investiga sobre criminalidad a trav¨¦s de la literatura espa?ola -es falso el clis¨¦ del bandido libertario, explica-; prepara una Historia de la Fisiognom¨ªa, esa ciencia que investiga el car¨¢cter de las personas a trav¨¦s de sus rasgos; y lleva laboriosamente un diario -m¨¢s de a?os ya- con el exclusivo objeto de investigar alg¨²n d¨ªa sobre la memoria.
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