Rebeli¨®n unionista contra el acuerdo anglo-irland¨¦s
"No preguntemos por qui¨¦n doblan las campanas. Las campanas doblan por ella y por su Gobierno". Esta dram¨¢tica cita de Ernest Hemingway es el mejor ejemplo del clima reinante en la C¨¢mara de los Comunes brit¨¢nica al t¨¦rmino del debate, al filo de la medianoche del mi¨¦rcoles, respecto al hist¨®rico acuerdo entre Londres y Dubl¨ªn sobre Irlanda del Norte. "Ella" era, naturalmente, Margaret Thatcher. El autor de la cita era el ex ministro de Educaci¨®n conservador Enoch Powell, en un tiempo estrella fulgurante, de los tories y ahora refugiado a los 73 a?os en uno de los 15 esca?os que los unionistas (protestantes) del Uster tienen en la C¨¢mara.
El debate, ganado por el Gobierno por 473 votos contra 47 con el apoyo de todos los partidos de la oposici¨®n, constituye una de las m¨¢s brillantes victorias parlamentarias de Thatcher en sus seis a?os de primera ministra pero, al mismo tiempo, desencadena una serie de acontecimientos de imprevisibles consecuencias para el Ulster, los seis condados seccionados arbitrariamente por Londres en 1921, y para la propia pol¨ªtica brit¨¢nica.La primera consecuencia ha sido la dimisi¨®n autom¨¢tica de dos diputados unionistas, el reverendo Ian Paisley y su segundo, Peter Robinson, del Democratic Unionist Party, a la que seguir¨¢n de dos en dos la del resto de los parlamentarios protestantes de Irlanda del Norte hasta un total de 15. El procedimiento de dimisi¨®n en la C¨¢mara de los Comunes es kafkiano. Los diputados son miembros del Parlamento por toda una legislatura y la dimisi¨®n voluntaria no figura en el reglamento.
El subterfugio es solicitar el nombramiento de dos cargos de la corona remunerados, las mayordom¨ªas de Chiltern Hundreds y del Manor de Northstead, incompatibles con la condici¨®n de diputados. Lo que lo hace kafkiano es que esas mayordom¨ªas son en la actualidad inexistentes.
Se espera que las dimisiones hayan sido aceptadas antes del 1 de enero y que se puedan convocar nuevas elecciones parciales en Irlanda del Norte para finales de enero o principios de febrero. Los protestantes tienen intenci¨®n de convertir los comicios en un refer¨¦ndum.
De nada sirvieron los argumentos esgrimidos por Thatcher, el l¨ªder laborista, Nell Kinnock, y los dirigentes socialdem¨®crata, David Owen, y liberal, David Steel, tratando de convencer a los unionistas de que el tratado no era "una rendici¨®n" ni "una traici¨®n". La primera ministra, con la voz quebrada por la emoci¨®n, repiti¨® una y otra vez que ella era m¨¢s unionista que nadie -el t¨ªtulo oficial del Partido Conservador brit¨¢nico es Conservative and Unionist Party- y que el acuerdo "no era una cuerda resbaladiza que condujera a la uni¨®n de Irlanda".
Kinnock manifest¨® que si el tratado fracasa, "los ¨²nicos beneficiarios ser¨ªan los terroristas del IRA". Incluso el ex primer ministro Edward Heath, nada sospechoso de simpat¨ªa hacia Margaret Thatcher, rompi¨® su silencio para defender el acuerdo, quiz¨¢ recordando que cuando fue jefe de Gobierno firm¨® otro parecido en Sunningdale, hundido a los pocos meses de su conclusi¨®n por la intransigencia unionista.
La imponente mole de Ian Paisley se convulsionaba cada vez que repet¨ªa que el acuerdo era el principio del fin de la soberan¨ªa brit¨¢nica en el Ulster. "Somos brit¨¢nicos y queremos seguir si¨¦ndolo, y el Gobierno ha ignorado los sentimientos de la poblaci¨®n mayoritaria del Ulster". Pero el discurso m¨¢s dram¨¢tico vino de Powell, uno de los grandes oradores de la c¨¢mara, capaz de citar a Homero en griego en pleno debate. Powell acus¨® a Thatcher de haber cedido a las presiones de EE UU, que, dijo, pretende establecer bases de la OTAN en la isla, y de haber llegado a un acuerdo con Irlanda "que nadie desea y en el que nadie cree".
El debate demostr¨® una vez m¨¢s que las reacciones unionistas ante la posibilidad de una intervenci¨®n, aunque sea simb¨®lica, por parte de la Rep¨²blica de Irlanda en el Ulster son puramente viscerales. La batalla de Boyne, en la que sus antepasados derrotaron a las tropas cat¨®licas de Jacobo II en 1690, sigue presente en sus vidas.
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