Siempre fiel a s¨ª mismo
Cuando en 1972 aparec¨ªa la Sagalfuga de J. B. comenzaba la recuperaci¨®n de un escritor en trance de convertirse en un raro o, lo que es peor, en el camino de dif¨ªcil retorno, del olvido. Aquella novela, plet¨®rica de sabidur¨ªa literaria, reivindicadora de una imaginaci¨®n en libertad que beb¨ªa en las fuentes de Cervantes y Swift, de lectura dif¨ªcil y gozosa a un tiempo, rebosante de humor, revelaba a muchos de quienes se acercaban a ella a una de las figuras m¨¢s singulares de la moderna literatura en lengua castellana. Pero antes de ese libro deslumbrante hab¨ªa habido otros libros, el intento por ir configurando una obra de un rigor extremo que, comenzada en Javier Mari?o -y antes, desde su primer teatro-, hab¨ªa dado ya frutos tan espl¨¦ndidos como Los gozos y las sombras -que m¨¢s de 20 a?os despu¨¦s de su aparici¨®n otorgar¨ªa a su autor, con su adaptaci¨®n televisiva, una popularidad impensada-, Don Juan -si hay alguna novela intelectual en nuestra literatura de hoy, es ¨¦sa-, Off-side y la ahora recuperada El golpe de Estado de Guadalupe Lim¨®n, de la que a¨²n era posible encontrar en las librer¨ªas viejos ejemplares a estrenar de su segunda edici¨®n.Tras la Sagalfuga de J. B. vinieron libros como Fragmentos de apocalipsis, La isla de los jacintos cortados, Quiz¨¢s nos lleve el viento al infinito y La rosa de los vientos. Pero, sobre todo, llegaron dos de las obras maestras del autor: una novela, Dafne y ensue?os, en la que el recuerdo de la infancia hac¨ªa hilo con la historia y sus personajes, y Los cuadernos de un vate vago, un diario de trabajo sobrecogedor que abr¨ªa a la luz la g¨¦nesis y el desarrollo de la creaci¨®n de alguna de sus grandes narraciones. Todos estos libros han ido mostrando a un Torrente due?o absoluto de su propio universo y en la plenitud de todos sus recursos, en una suerte de segunda juventud creadora. La imaginaci¨®n inagotable, la cultura extens¨ªsima, la profundidad de un lenguaje enraizado en una tradici¨®n literaria de la que se sabe heredero de un lado y revitalizador de otro hacen del autor de El Quijote como juego -otra de sus obsesiones- no s¨®lo el primero de nuestros novelistas, sino, por a?adidura, tambi¨¦n el m¨¢s moderno.
Por eso, conceder el Premio Miguel de Cervantes a Gonzalo Torrente Ballester es un acto de estricta justicia, es el reconocimiento a una obra que ha sido tambi¨¦n una vida por y para la literatura al margen de modas, de confusiones y de vanidades, atravesada del principio al fin por una admirable fidelidad a s¨ª misma.
Esa fidelidad, esa exigencia que m¨¢s de una vez ha sido tambi¨¦n confianza tenaz en un trabajo narrador que, incomprendido durante mucho tiempo, habr¨ªa de ser tarde o temprano tenido en cuenta. Y, c¨®mo no, esa fidelidad a un talante y a un modo de ser, a una inteligencia que, convertida en escritura, se propuso construir un mundo y dejarlo entre nosotros para siempre.
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