La guerra invisible que no cesa en El Salvador
San Salvador no da, a primeros de diciembre, la sensaci¨®n de ser la capital de un pa¨ªs en guerra. En los comercios est¨¢n ya instalados los ¨¢rboles de Navidad, en los barrios circulan carrozas con aspirantes a reinas de belleza, se celebran carnavales y verbenas y los ni?os se entretienen en los caballitos. Los taxistas se esfuerzan por conseguir un viaje con periodistas a la zona de guerra y prometen toda clase de sensaciones: guerrilleros que incendian autobuses, gentes que huyen de los bombardeos... lo que luego no se cumple.La guerra se ha hecho relativamente invisible en El Salvador, pero esto no quiere decir que no contin¨²e. Todav¨ªa hace dos semanas la guerra se pudo o¨ªr desde la capital, cuando la aviaci¨®n bombarde¨® el volc¨¢n de Guazapa, donde los aviones lanzaron 35 toneladas de bombas, que hac¨ªan vibrar los cristales de las casas de San Salvador, situada a 30 kil¨®metros de la zona atacada. Parece que la operaci¨®n no mat¨® a ning¨²n guerrillero, pero el Ej¨¦rcito la justific¨® con el argumento de que se esperaba all¨ª un encuentro de los dirigentes del FMLN.
En el pueblo de Guazapa, a unos kil¨®metros del bombardeado volc¨¢n, el p¨¢rroco Miguel ?ngel Rodr¨ªguez, de 86 a?os, expone la situaci¨®n de un pueblo que "quiere la paz, la tranquilidad, el orden y la justicia". "Ahora estamos", dice, "en buenas relaciones con las autoridades civiles y militares. El Ej¨¦rcito se ha acercado bastante a la Iglesia despu¨¦s de la ¨¦poca de asesinatos salvajes. En 1980 daba miedo, pero las cosas han ido cambiando poco a poco. La fuerza armada ha ganado confianza".
La protecci¨®n de EE UU
El anciano sacerdote cree que la guerrilla est¨¢ perdiendo la guerra, "porque EE UU protege con armas, dinero y alimentos". "De lo contrario, el comunismo habr¨ªa invadido todo". Explica el sacerdote que los guerrilleros llegan a escondidas al pueblo para comprar abastecimientos. La campana llama a la misa de ma?ana y la plaza del pueblo se llena poco a poco de mujeres que amasan las tortillas de ma¨ªz. El cura explica orgulloso que se mantiene en activo por la falta de clero. Adem¨¢s est¨¢ reparando la iglesia: "Con unos centavitos que tra¨ªa organic¨¦ todo".
Veinte kil¨®metros al norte de Guazapa est¨¢ el cuartel de El Para¨ªso, la sede de la cuarta brigada de Infanter¨ªa, mandada por el coronel Sigfredo Ochoa, que se ha convertido en uno de los militares m¨¢s famosos por su actitud b¨¦lica de no dar reposo a la guerrilla y por sus declaraciones sin pelos en la lengua. A la puerta del cuartel se encontraba toda una familia. Una mujer de edad lloraba desgarradamente y daba gritos. Explicaba la mujer que el d¨ªa anterior por la tarde soldados de caballer¨ªa se llevaron a su hijo.
La mujer ha llegado con otros hijos y dos ni?as de 10 y 8 a?os del detenido que estaban con su padre en el momento en que llegaron los soldados. La mayor de las ni?as explica: "Se llevaron a mi papi. Eran cinco soldados; yo lloraba mucho, pero se lo llevaron". En el puesto de guardia no les dan raz¨®n del detenido y los familiares se van con la mujer, que contin¨²a llorando a gritos. Un cartel advierte a la puerta: "En la desconfianza est¨¢ la seguridad. No te conf¨ªes. Cuida tu vida".
El teniente coronel Benjam¨ªn Canjura es el segundo de Ochoa, que el fin de semana ha tomado vacaciones.
Canjura no oculta su disconformidad por el reciente canje de los guerrilleros presos por la hija del presidente Napole¨®n Duarte, y comenta: "El problema es que la tropa nos reclama y pregunta por qu¨¦ soltaron a los subversivos", y a?ade: "?Por qu¨¦ si a un soldadito le destrozan el pie no lo llevan tambi¨¦n a Alemania a curarse?". El oficial se lamenta de que "a esos malditos hubo que darles seguridad de que salieran del pa¨ªs". No entiende Canjura que se pueda llegar a un di¨¢logo con la guerrilla: "Las ¨²nicas fuerzas armadas que existen somos nosotros. Ellos son una banda de terroristas y ladrones. No podemos ponemos a su altura". El militar tiene las ideas claras: "El comunista lo puede abrazar y besar, lo ama y despu¨¦s le mete a uno el cuchillo por la espalda".
El teniente coronel recibi¨® una instrucci¨®n buen¨ªsima" para la guerra psicol¨®gica en un curso de tres meses en la Rep¨²blica de Taiwan. Sobre su mesa se encuentran un par de folletos, El expansionism¨® comunista y Occidente y Por qu¨¦ estoy contra el comunismo. En los pasillos del cuartel un cartel advierte de "tres debilidades de la subversi¨®n a explotar: el arma psicol¨®gica, eliminar las bases ideol¨®gicas y la conquista de las masas".
Chalatenango parece una ciudad tomada por el Ej¨¦rcito. El pasado s¨¢bado a mediod¨ªa dos compa?¨ªas acaban de llegar de varios d¨ªas de batida por las monta?as, y sin apenas reposar tienen que salir de nuevo para ocupar los retenes en las carreteras. La plaza de la catedral, enfrente del cuartel, rebosa de militares a punto de partir. Un anciano comerciante se queja de que la guerra ha arruinado pr¨¢cticamente toda posibilidad de hacer negocio. Una joven muchacha espeta: "La culpa es de ustedes, los mayores, que metieron al pa¨ªs en esto. Los j¨®venes no tenemos nada que ver con esto".
Afici¨®n por la poes¨ªa
Entre los pocos j¨®venes de paisano que deambulan por la plaza se ve a uno con un cuaderno gastado en la mano, lleva una camisa de manga corta y se le aprecia una cicatriz de bala en el brazo. Es un subteniente que tiene permiso. "La herida me la hizo un quem¨®n de bala de los muchachos" (los guerrilleros), explica el subteniente. En el cuaderno, manoseado y grasiento, el joven, a quien le gusta la vida del Ej¨¦rcito, escribe: "Cuando llegue, mi amor, te dir¨¦ tantas cosas. O quiz¨¢ simplemente te regale una rosa".
La guerra ha dejado algunos pueblos en El Salvador convertidos en tierra de nadie; son comunidades sin ley donde no hay autoridades ni alcalde. Sesori es uno de estos pueblos. Est¨¢ situado en el oriente del pa¨ªs y se llega all¨ª por 20 kil¨®metros de un camino infernal cuesta arriba y adecuado s¨®lo para veh¨ªculos todo terreno. El pasado domingo a mediod¨ªa se celebraba la misa, y el cura aprovech¨® para bendecir un matrimonio. En una especie de tienda que m¨¢s parece un establo, don Erasmo, un viejo de religi¨®n evang¨¦lica, explica que lo ocurrido ten¨ªa que suceder: "Porque lo leo yo en la Biblia que ten¨ªa que haber guerra para que aprendi¨¦semos a tratarnos los unos a los otros".
Don Erasmo saca una biblia muy usada y lee p¨¢rrafos del Apocalipsis en apoyo de sus tesis. El anciano formula espont¨¢neamente la teor¨ªa de la dualidad de poderes en El Salvador.
Con gran sentido pragm¨¢tico, el pueblo de Sesori ha aprendido a convivir unas veces con el Ej¨¦rcito y otras con la guerrilla. Dice don Erasmo: "A los dos respetamos, porque los dos son autoridades".
El sacerdote es un salvadore?o de 45 a?os que ha tenido dificultades con los dos poderes. Rafael Antonio Santo dice que ¨¦l ech¨® de varios pueblos a los comandantes de la defensa civil, unidades de paisano encargadas de misiones antiguerrilleras, "porque eran unas bestias y mataban gente. "Los saqu¨¦ de varios pueblos. Uno, que era un animal, me dec¨ªa que yo era guerrillero porque no les dejaba matar gente. Hoy no hay defensa civil ni la queremos. El coronel M¨¦ndez me mand¨® llamar y se enoj¨®, pero no dej¨¦ que pusieran defensa civil. Me amenazaron por predicar la verdad".
El cura lo pas¨® tambi¨¦n mal con la guerrilla, que le acus¨® de ser "agente de la CIA" y le prohibi¨® la entrada en el pueblo durante tres meses y medio. El cura prepar¨® su regreso: "Llegu¨¦ sin permiso y dialogamos aqu¨ª los comandantes guerrilleros y yo. El pueblo me apoy¨®. Salieron a recibirme unas 10.000 personas a la entrada del pueblo. Eso me ayudo a m¨ª". En las paredes del pueblo aparecen pintadas de apoyo a la guerrilla: "Hacemos la guerra porque queremos la paz" y "La clase trabajadora, al poder con su vanguardia, el FMLN".
La cosecha de caf¨¦
La guerrilla ha iniciado una guerra de sabotaje contra la cosecha de caf¨¦. Por sus emisoras clandestinas, el Frente Farabundo Mart¨ª de Liberaci¨®n Nacional (FMLN) exige que se pague a los jornaleros un m¨ªnimo de seis colones (150 pesetas) por arroba cortada, o un jornal diario de 20 colones (500 pesetas). Al borde de la carretera hacia el oriente, en la zona cafetalera de El Salvador, los jornaleros esperan ser contratados.
La cosecha este a?o es mala por unas lluvias inoportunas, y s¨®lo tendr¨¢n trabajo durante tres semanas. Uno de los jornaleros explica que los cafetaleros s¨®lo les han ofrecido el mismo jornal del a?o pasado: 3,60 colones por arroba cortada (90 pesetas). Al d¨ªa se pueden cortar de cuatro a cinco arrobas; es decir, un jornal de unas 400 pesetas diarias. San Agust¨ªn, un pueblo de la regi¨®n de Usulut¨¢n, situada al este del pa¨ªs, est¨¢ a nueve kil¨®metros carretera arriba, en una zona de actividad guerrillera.
A las cuatro de la tarde del pasado domingo, en la plaza del pueblo, los hombres juegan a las cartas sobre la acera. En medio de la plaza un joven con uniforme de soldado conversa con unos chicos de su edad. Otros patrullan por la plaza con las metralletas en la mano. La guerrilla est¨¢ de compras en el pueblo. Cargan sacos con alimentos. Dos guerrilleras llevan sobre la cabeza, en un milagro de equilibrio, varias docenas de huevos sobre cartones. Tambi¨¦n compraron aceite para engrasar las armas. Todo tiene un aire de normalidad.
El guerrillero vestido con uniforme de soldado s¨®lo tiene 17 a?os. "Estoy en la guerra desde los 10; hasta hoy estoy vivo por la voluntad de Dios". El chico dice que nunca fue a la escuela y que aprendi¨® a leer en la guerrilla. "Todos somos hermanos, incluidos los soldados", dice el chico.
Nueve kil¨®metros m¨¢s abajo, en la carretera, patrullan soldados. Tienen la misma edad que el chico que patrullaba en San Agust¨ªn. La misma edad y las mismas caras. La guerra sigue; a veces es invisible, pero sigue.
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