?Entrevistas o di¨¢logos?
Recientemente (EL PA?S de 19 de diciembre de 1985) he le¨ªdo unas declaraciones de Milan Kundera acerca de la novela y los novelistas con las que casi estoy de acuerdo en todo. Estar tan de acuerdo en todo con Kundera me ha parecido, parad¨®jicamente, alarmante. Y no he podido menos de preguntarme a m¨ª mismo si semejante concordancia no es fruto de un vulgar encantamiento m¨¢s bien que de una coincidencia intelectual. Milan Kundera, a juzgar por sus fotograf¨ªas, es, sin, duda, un hombre fascinante; dotado, adem¨¢s, del magn¨¦tico don de la exageraci¨®n. Sus declaraciones, una vez rele¨ªdas, se nos quedan en la cabeza resonantes como melod¨ªas. Por eso las he rele¨ªdo varias veces en busca de notas falsas o -lo que para un pensador suele ser casi m¨¢s grave que el error- medias verdades. (Llamo medias verdades a todos esos miles de verdades del sentido com¨²n y la experiencia m¨¢s o menos refinada a las cuales cabe siempre o casi siempre oponer con igual, grado de verdad una proposici¨®n exactamente contraria. Las verdades del llamado refranero constituyen un ejemplo caracter¨ªstico.)Parece ser que desagradan a Kundera las entrevistas period¨ªsticas porque deterioran, a su juicio, ese mecanismo fundamental para el escritor que es la responsabilidad sobre sus propias palabras. Yo mismo he pensado esto muchas veces. M¨¢s aun: se lo he echado en cara, furibundo, a m¨¢s de un inocente periodista. Lo que Kundera dice me parecer¨ªa, pues, perfecto si no descubriera luego -que nuestro autor, rehusando conceder entrevistas, concede, en cambio, di¨¢logos. ?Qu¨¦ -en nombre de la responsabilidad intelectual- se gana con esto? ?Por qu¨¦ es m¨¢s serio dialogar que ser entrevistado? Desde el punto de vista del texto escrito, no hay nada -ning¨²n rasgo textual- que permita distinguir una buena entrevista de un buen di¨¢logo. En ambos puede haber vivacidad, claridad, iron¨ªa, profundidad, chuler¨ªa o memez. El punto de vista para distinguirlos no puede ser objetivo, sino, por fuerza, subjetivo. Y as¨ª parece reconocerlo el propio Kundera al revisar juntamente con su interlocutor lo dialogado y al autorizarlo o desautorizarlo tambi¨¦n conjuntamente para salvaguardar "la real coautor¨ªa y corresponsabilidad de los dialogantes". Se trata, pues, de una distinci¨®n notarial. A diferencia de las entrevistas que se publican a pelo y que se abandonan a la intemperie casquivana, aleve, de un papel-peri¨®dico, los di¨¢logos se firman y rubrican de tal suerte que sus interlocutores se legalizan mutuamente. Estamos en el terreno hipersus¨ªancializado de las legitimidades y el dar fe. Milan Kundera merecer¨ªa en este punto ser notario, por oposici¨®n, de Madrid. La pregunta pendiente sigue siendo, por supuesto, qu¨¦ se entiende por responsabilidad sobre la propia palabra. Mucho me temo que Kundera entienda ante todo responsabilidad como propiedad. Uno se hace responsable de lo que dice o hace s¨®lo en la medida en que lo reconoce como propio.
En la medida en que se reconoce inequ¨ªvocamente en ello como en algo suyo. Estamos en pleno subjetivismo rom¨¢ntico. La responsabilidad es autenticidad: la firma del autor-notario deber¨¢ ir siempre autenticada. En este sentido es muy cierto que los perio?listas y, en general, los medios de comunicaci¨®n, deforman con facilidad todo lo que tocan. Tambi¨¦n es cierto, sin embargo, que a la larga y que en conjunto, en el curso, digamos, de una vida, lo que qu isimos decir, si es que val¨ªa la pena escucharlo, acaba siendo reproducido y repetido exactamente. Lo que ocurre es que con frecuencia decimos estupideces o mentiras. Y es muy cierto que la situaci¨®n de entrevista, con sus emotividades, sus careos, sus violencias extraliterar¨ªas, propicia la estupidez o la inexactitud. Pero somos nosotros, los entrevistados, los est¨²pidos. La entrevista en cuanto tal, en cuanto subg¨¦nero de la comunicaci¨®n humana, es enteramente inocente. M¨¢s aun: yo dir¨ªa que, a diferencia del di¨¢logo, que tiende a canonizar (y a ataca?ar) lo que se dice, la entrevista es un veh¨ªculo desmitificador y magn¨¢nimo, casi asc¨¦tico, que deja la propia palabra suelta, a la intemperie, en peligro de muerte, pero tambi¨¦n de boca en boca, a disposici¨®n de uno cualquiera, del lenguaje hablado en general, la conciencia absoluta. Con el debido respeto a la situaci¨®n intelectual y pol¨ªtica de un hombre como Kundera (no me cabe la menor duda de que es much¨ªsimo m¨¢s serio y peligroso ser entrevistado en su patria que serlo hoy d¨ªa en Espa?a), yo dir¨ªa que maldecir al primer escritor que permiti¨® que un periodista interpretara libremente sus palabras es s¨®lo una boutade, una coqueter¨ªa. ?C¨®mo es posible que un escritor que describe la levedad del ser no advierta la inmediata y correspondiente levedad del lenguaje? A pesar de todos nuestros esfuerzos estil¨ªsticos, jam¨¢s lo que decimos nos pertenece por completo. Y, a la vez, todo gran escritor sabe que gran parte de lo que dice puede ser alterado y ser¨¢ alterado sin merma de su identidad geneal¨®gica. Avellaneda no pudo con Cervantes.
Pero hay un segundo asuntoen las declaraciones de Kundera que me suena tambi¨¦n un poco en falso, a media verdad: la distinci¨®n entre escritores y novelistas de pura sangre. Mientras que los primeros se caracterizan un tanto precipitadamente en t¨¦rminos de su voluntad de publicidad y actualidad, los segundos se describen, m¨ªsticamente casi, como aquellos seres que le ocultan tras su obra y viven escondidos y como negados en ella. Lo dificil aqu¨ª es que Kundera hable de novelistas. El novelista es el m¨¢s h¨ªbrido y m¨¢s impuro de todos los escritores: de ah¨ª viene su grandeza intelectual, su superioridad sobre el fil¨®sofo como Kundera tan certeramente se?ala. Y ocurre que no se puede vivir escondido a medias, de la misma manera que no se puede ser asceta o ser santo a medias. El simple hecho de conservar nuestros manuscritos y no m¨¢s bien quemarlos es un acto de absoluta arrogancia, un acto de afirmaci¨®n p¨²blica, universal. Y yo no puedo imaginar a ning¨²n santo, a un monje budista, por ejemplo, haci¨¦ndose espl¨¦ndidas fotograflias con Aaron Manheimer o con Bernardo P¨¦rez. Milan Kundera es, sin duda, un hombre fascinante adem¨¢s de ser, seg¨²n creo, un escritor fascinante. Por ser ambas cosas est¨¢, como todos nosotros, en perpetuo estado de revista, en perfecto estado de entrevista, dispuesto, quiero decir, a figurar todo lo que haga falta. Para demostrarnos lo contrario, no deber¨ªa publicar a partir de ahora mismo ya nunca m¨¢s ni una l¨ªnea.
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