Un anciano lleva dos meses durmiendo en el suelo del Primero de Octubre
Jos¨¦ Rodr¨ªguez Parada, un campesino gallego de 73 a?os de edad, lleva dos meses durmiendo en el suelo de la habitaci¨®n 41 de la planta novena, departamento de urolog¨ªa, del hospital Primero de Octubre, en la que se encuentra su hijo Luis Rodr¨ªguez, de 37 a?os, que sufre una enfermedad de la vejiga larga y dolorosa. El reglamento hospitalario proh¨ªbe que los acompa?antes pernocten en los centros, aunque de hecho se tolera en algunos casos.Jos¨¦ Rodr¨ªguez, casado y con tres hijos, Luis y otras dos chicas, es natural de un peque?o pueblo de Orense, Silvaoscura, y posee un c¨®digo de conducta muy personal, que se sintetiza en aceptarlo todo como viene, confiar siempre en sus propias fuerzas y no pedir ayuda a nadie mientras su cuerpo y su ¨¢nimo aguanten. Jos¨¦ s¨®lo tiene palabras de elogio para las enfermeras y m¨¦dicos que atienden a su hijo "Me dejan que est¨¦ junto a mi hijo y eso es lo importante para los dos", dice.
Jos¨¦ Rodr¨ªguez se gast¨® 53.000 pesetas en trasladar en ambulancia a su hijo de Orense a Madrid. "En el hospital de Orense quer¨ªan hacerle una operaci¨®n con la que no est¨¢bamos de acuerdo. Pedimos que le trasladaran a Madrid, pero no quisieron firmarnos los papeles, as¨ª que me lo traje yo". El hombre no sabe explicar qu¨¦ papeles eran esos. No entiende de burocracia ni le interesa demasiado el mundo de las ventanillas. Se trajo a su hijo a Madrid y desde entonces no le ha abandonado un instante.
Unos primos de su mujer, con los que dice que se lleva muy bien, viven en Madrid. "?Y no estar¨ªa usted mejor con ellos que durmiendo en el suelo?'. La cuesti¨®n se zanja inmediatamente: "Mire, mi hijo y yo estamos vivos. Cuando uno de los dos muera, el otro har¨¢ lo que quiera o lo que pueda. Mientras tanto, a nosotros no nos separa nadie".
A Jos¨¦ no le queda dinero. Algunos d¨ªas, cuando sus familiares le dejan dinero y al principio de llegar a Madrid, pod¨ªa comer en la cafeter¨ªa del hospital, pero cuatro de cada cinco d¨ªas de los que lleva se alimenta de bocadillos.
Cuando a su hijo le operaron por segunda vez sufri¨® un desmayo. "Entonces me pusieron una cama plegable y las enfermeras me dieron la comida del hospital, pero a los seis d¨ªas me quitaron la cama y la comida". "?Y eso no le molest¨® a usted?". "No, no, supongo que tendr¨ªan que hacerlo. Yo aqu¨ª me apa?o bien. Un muchacho al que dieron de alta me pas¨® la manta de su cama, y as¨ª me arropo por la noche". Juan Rodr¨ªguez no ha hecho ninguna gesti¨®n ante la asistenta social ni ante la direcci¨®n del hospital. En realidad, ni se le ha pasado por la cabeza. A su hijo le quedan otros dos meses de hospitalizaci¨®n si la cosa va bien.
Un profesional de la medicina explic¨® que en los hospitales no se permiten acompa?antes ni introducir comida, aunque se tolera la presencia de alguna persona allegada junto al enfermo, por sus necesidades de asistencia o psicol¨®gicas, e incluso, a veces, para suplir escasez de personal asistencial. "Esa tolerancia deber¨ªa convertirse en un reglamento, para que casos como el que nos ocupa pudieran solucionarse, por razones humanitarias y de calidad asistencial. El futuro hospital de Legan¨¦s ya tiene previsto este cupo de camas para acompa?antes".
El Primero de Octubre y otros hospitales del pa¨ªs tienen una carta de derechos y deberes de los pacientes que, aunque no contempla estos casos concretos, s¨ª habla de que la hospitalizaci¨®n debe incidir lo menos posible en las relaciones de los enfermos.
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