Elogio del analfabeto
De los peri¨®dicos que en estos meses me han acompa?ado en el desayuno saco la deducci¨®n de que las culturas literarias o documentales, las culturas no ¨¢grafas, se hallan amenazadas de decadencia. Y ello no s¨®lo en nuestro pa¨ªs, sino en el conjunto del globo. A alguien que como yo vive de escribir, y por tanto de leer, no puede dejar indiferente semejante noticia amenazadora.?Puede prescindirse de la palabra escrita? ?sa es la cuesti¨®n. Y quien la suscita se ve obligado a hablar del analfabetismo. Pero el asunto tiene un inconveniente. El analfabeto no se halla nunca presente all¨ª donde se habla de ¨¦l. Ni se presenta ni se da por enterado de nuestras afirmaciones. Guarda silencio. De ah¨ª que yo quiera asumir su defensa, aun cuando, desde luego, ¨¦l no me lo ha pedido.
Uno de cada tres habitantes de nuestro planeta se las apa?a para vivir sin el arte de leer y sin el arte de escribir. Redondeando la cifra, son 850 millones los que se encuentran en esa situaci¨®n, y su n¨²mero va a seguir aumentando con toda seguridad. Se trata de una cifra impresionante, pero equ¨ªvoca, pues el g¨¦nero humano se compone no s¨®lo de los vivos y de los que a¨²n no han nacido, sino tambi¨¦n de los que ya han muerto. Y si se los tiene en cuenta hay que sacar la conclusi¨®n que saber leer y escribir no es la regia, sino la excepci¨®n.
Solamente a nosotros, a esa min¨²scula minor¨ªa que constituimos las gentes que leemos y escribimos, pod¨ªa ocurr¨ªrsenos tomar por minor¨ªa min¨²scula a quienes no suelen hacerlo. Semejante idea revela una ignorancia con la que no quiero conformarme.
Muy por el contrario, cuando contemplo al analfabeto se me presenta ¨¦ste como una figura digna de todo respeto. Envidio su memoria, su capacidad de concentraci¨®n, su listeza, sus dotes de invenci¨®n, su tenacidad y su exquisito o¨ªdo. Por favor, no vayan a pensar que estoy hablando del buen salvaje. No estoy hablando de una fantasmagor¨ªa rom¨¢ntica, sino de seres humanos con los que me he encontrado en la vida. Lejos de m¨ª la intenci¨®n de idealizarlos. Tambi¨¦n veo lo estrecho de su horizonte, su error, su obcecaci¨®n, su extravagancia.
Se preguntar¨¢n que c¨®mo es que precisamente un escritor toma partido por los que no pueden leer... Pues est¨¢ muy claro. Porque los analfabetos fueron los que inventaron la literatura. Sus formas elementales, desde el mito a las rimas infantiles, desde el cuento a la canci¨®n, desde la plegaria al acertijo, son todas ellas mucho m¨¢s antiguas que la escritura. Sin la tradici¨®n oral no habr¨ªa poes¨ªa; sin los analfabetos no existir¨ªan los libros.
Pero ?y la Ilustraci¨®n?, me responder¨¢n... De acuerdo... ?La insensibilidad de una tradici¨®n que exclu¨ªa a los pobres de todo progreso!... ?Y a qui¨¦n se lo cuentan ustedes? La desdicha social tiene su base no s¨®lo en los privilegios materiales, sino tambi¨¦n en los inmateriales. Fueron los grandes intelectuales del dixhuiti¨¨me los que lo descubrieron. Que el pueblo no pueda emanciparse, pensaron, no se debe ¨²nicamente a su sometimiento pol¨ªtico y a la explotaci¨®n econ¨®mica de la que es objeto, sino tambi¨¦n a su ignorancia. Generaciones posteriores dedujeron de estas premisas que leer y escribir son parte de una existencia humanamente digna.
Esta idea, pre?ada de consecuencias, sufri¨® con el tiempo, es cierto, una serie de curiosas interpretaciones. Casi imperceptiblemente el concepto de Ilustraci¨®n se vio sustituido por el de instrucci¨®n. "La segunda mitad del siglo XVIII", dice Ignaz Heinrich von Wessenberg, pedagogo alem¨¢n de los tiempos napole¨®nicos, "hizo ¨¦poca por lo que se refiere a la instrucci¨®n del pueblo. El conocimiento de lo que se consigui¨® a este respecto llena de satisfacci¨®n al fil¨¢ntropo, alienta al sacerdote de la cultura y es de lo m¨¢s aleccionador para el gestor de los asuntos p¨²blicos".
No todos sus coet¨¢neos estuvieron de acuerdo con ¨¦l. Otro educador del pueblo, Johann Rudolph Gottlieb Beyer, escrib¨ªa en torno a la lectura de libros: "?No es de ah¨ª precisamente de donde surgen siempre la revuelta y la revoluci¨®n? Al menos crea descontentos e insatisfechos que miran siempre torcidamente cuanto emprende el poder legislativo y ejecutivo y que no sienten inclinaci¨®n por la Constituci¨®n de su pa¨ªs".
La argumentaci¨®n nos suena. El miedo a la Ilustraci¨®n ha sobrevivido a ¨¦sta. Inverna no s¨®lo en las dictaduras del siglo XX, sino tambi¨¦n en la democracia alemana occidental. Al menos siempre hemos tenido entre nosotros alg¨²n cretino de legislador o ejecutivo que ha preferido dejar en suspenso la Constituci¨®n para preservarla de los nocivos efectos de determinados escritos.
Pero tambi¨¦n es poco lo que ha conseguido aprender la cr¨ªtica de la cultura de signo conservador durante los ¨²ltimos 200 a?os. En ning¨²n momento ha dejado de alzar el dedo en se?al de advertencia. "?Por qu¨¦?", se pregunta ya en tiempos de Goethe Georg Heinzman. "?Por qu¨¦ (ha de) escribirse e imprimirse preferentemente para lo m¨¢s depravado del g¨¦nero humano, para quienes eternamente no quieren otra cosa que diversi¨®n, para quienes no quieren sino que se les adule y se les enga?e?".
"Las consecuencias de semejantes lecturas, carentes de gusto y de sentido, son ( ... ) el derroche insensato, el rechazo insuperable de todo esfuerzo, la afici¨®n sin l¨ªmites al lujo, la tendencia a acallar la voz de la conciencia, el tedio vital y la muerte prematura", se quejaba Johann Adam Bergk.
Cito estos textos largo tiempo olvidados porque sus tesis andan a¨²n como duendes por nuestra ¨¦poca. Quien escuche los sermones y las discusiones sobre pol¨ªtica cultural tendr¨¢ la impresi¨®n de que en el curso de estos dos siglos no se nos ha ocurrido ning¨²n argumento nuevo.
Ahora bien, por lo que respecta al proyecto de alfabetizaci¨®n, nuestros avances han sido considerables. En esto han alcanzado notables ¨¦xitos, a lo que parece, los sacerdotes de la cultura y los dirigentes de la cosa com¨²n. Qui¨¦n contradir¨ªa a Joseph Meyer, uno de los principales editores del siglo XIX, que acu?¨® el lema: "?La instrucci¨®n hace libre!". La socialdemocracia elev¨® este lema a exigencia pol¨ªtica y ha luchado hasta hoy incansablemente por la igualdad de oportunidades y contra el privilegio en la educaci¨®n. ?El saber es poder! ?Cultura para todos! Desde Bebel y Bismarck se han sucedido las buenas nuevas. Ya en 1880 la tasa de analfabetismo hab¨ªa descendido en Alemania por debajo del 1 %. Y en m¨¢s de un pa¨ªs europeo se tard¨® m¨¢s tiempo. Pero tambi¨¦n en el resto del mundo se han hecho enormes progresos desde que, en 1951, la Unesco inscribiera en su bandera el lema de la alfabetizaci¨®n. En una palabra: es el triunfo de la luz sobre las tinieblas.
Nuestra alegr¨ªa por este triunfo se mantiene dentro de ciertos l¨ªmites. El mensaje es demasiado hermoso para ser verdad. Los pueblos no han aprendido a leer y escribir porque tuvieron ganas de hacerlo, sino porque se les ha obligado. Su emancipaci¨®n ha sido al tiempo una incapacitaci¨®n. A partir de ese momento, el aprender ha quedado sometido al control del Estado y sus agencias: la escuela, el ej¨¦rcito, la justicia. Los ni?os de Ravensburg que en 1811 participaron en la adjudicaci¨®n de un premio cantaban ya:
"Trabajador y obediente / es lo que el buen ciudadano / debe ser honradamente. / La escuela, cual debe ser, / forjar¨¢ en la juventud / el sentido del deber. / S¨®lo la escuela consagra / a esta virtud eminente / y presta conocimientos / que enriquecen nuestra mente. / Para siempre agradezcamos: / ?Viva el Rey! ?Viva el Estado / donde de escuelas gozamos!".
La finalidad que persegu¨ªa la alfabetizaci¨®n de la poblaci¨®n nada ten¨ªa que ver con la Ilustraci¨®n. Los fil¨¢ntropos y los sacerdotes de la cultura que la propagaron fueron ¨²nicamente los instrumentos de la industria capitalista, que exig¨ªa del Estado que pusiera a su disposici¨®n una mano de obra cualificada. Nunca se trat¨® lo Bueno, Bello y Verdadero de que hablaran los patriarcales editores del Biedermeier y que todav¨ªa hoy gustan de citar sus ep¨ªgonos. Nunca se trat¨® de allanar el camino a la cultura escrita y mucho menos a¨²n de liberar a los hombres de su minor¨ªa de edad. El progreso del que se hablaba era un asunto muy diferente. Consist¨ªa en amaestrar a los analfabetos, a "la m¨¢s baja entre las clases de hombres", en arrebatarles su fantas¨ªa y su obstinaci¨®n para, en adelante, no explotar solamente la fuerza de sus m¨²sculos y la habilidad de sus manos, sino tambi¨¦n su cerebro.
Para terminar con el hombre ¨¢grafo hab¨ªa que empezar por definirle, detectarle y descubrirle. El concepto de analfabetismo no es antiguo. Su invenci¨®n puede datarse con bastante precisi¨®n. La palabra aparece por primera vez en un escrito ingl¨¦s de 1876 y se extiende velozmente por toda Europa. Casi simult¨¢neamente inventa Edison la l¨¢mpara incandescente y el fon¨®grafo, Siemens la locomotora el¨¦ctrica, Linde la m¨¢quina frigor¨ªfica, Bell el tel¨¦fono y Otto el motor de gasolina. La relaci¨®n est¨¢ clara.
LOS CONSUMIDORES CUALIFICADOS
Por lo dem¨¢s, el triunfo de la educaci¨®n popular en Europa coincide con el desarrollo m¨¢ximo del colonialismo. Lo cual tampoco es ninguna casualidad. En las enciclopedias de la ¨¦poca puede leerse que el n¨²mero de analfabetos "comparado con poblaci¨®n total de un pa¨ªs (constituye) un ¨ªndice de la situaci¨®n cultural de un pueblo". "Este estado de cultura (es) m¨ªnimo en los pa¨ªses escandinavos y entre los negros de Estados Unidos de Am¨¦rica. ( ... ) En el escal¨®n m¨¢s alto se encuentran los ( ... ) pa¨ªses germ¨¢nicos, los blancos de Estados Unidos de Am¨¦rica y el tronco fin¨¦s". Tampoco hab¨ªa de faltar la indicaci¨®n de que "los hombres ( ... ) est¨¢n por t¨¦rmino medio por encima de las mujeres" (Meyers Grosses Konversationslexikon 1905, Brockhaus 1894).
Aqu¨ª ya no se trata de estad¨ªsticas, sino de discriminaci¨®n y estigimatizaci¨®n. Tras la figura del analfabeto se dibuja ya la del hombre inferior. Una peque?a minor¨ªa radical usufruct¨²a la civilizaci¨®n y discrimina a todos los que no bailen al son que ella toca. Esta minor¨ªa puede determinarse con exactitud: los hombres dominan sobre las mujeres, los blancos sobre los negros, los ricos sobre los pobres, los vivos sobre los muertos. Lo que los gestores de los asuntos p¨²blicos no pod¨ªan sospechar hab¨ªa de quedar claro para sus bisnietos y v¨ªctimas: que la Ilustraci¨®n desemboca en persecuci¨®n y la cultura puede convertirse en barbarie. Se preguntar¨¢n por qu¨¦ les vengo aqu¨ª con problemas que s¨®lo tienen ya un inter¨¦s hist¨®rico. Pues bien, porque esta prehistoria nos ha tomado la delantera. La venganza de lo excluido no carece de una negra iron¨ªa. El analfabetismo, del que nos hab¨ªamos desinfectado, ha vuelto, y lo ha hecho en una forma en la que ya no queda nada de digno. La figura que hace
Elogio del analfabeto
ya tiempo que domina la escena social es la del analfabeto secundario.Le va bien, puesto que no sufre por la atrofia de memoria que le aqueja; el carecer de obstinaci¨®n le sirve de alivio; aprecia su propia incapacidad para concentrarse en nada; tiene por ventaja el no saber ni entender lo que ocurre con ¨¦l. Es activo. Es adaptable. Posee una considerable capacidad para abrirse camino. No tenemos, as¨ª pues, que preocuparnos por ¨¦l. Contribuye a su bienestar el hecho de que el analfabeto secundario no tiene ni la menor idea de que es un analfabeto secundario. Se tiene por bien informado, es capaz de descifrar las indicaciones para el uso de los objetos que compra, los pictogramas y los cheques, y se mueve en un mundo que le a¨ªsla herm¨¦ticamente de todo cuanto pueda inquietar a su conciencia. Es impensable que naufrague en el mundo que le rodea. Es ¨¦l el que le ha producido y formado para garantizar su estabilidad y permanencia. El analfabeto secundario es producto de una nueva fase de la industrializaci¨®n. Una econom¨ªa cuyo problema ya no es la producci¨®n, sino la forma de darle salida, no necesita ya ning¨²n ej¨¦rcito de reserva disciplinado. Lo que necesita son consumidores cualificados. Al mismo tiempo que el obrero productor y el empleado cl¨¢sicos se ha vuelto superflua la preparaci¨®n r¨ªgida a que se somet¨ªa a ¨¦stos, y el analfabetismo se convierte en una traba que conviene quitar de en medio lo antes posible. Nuestra tecnolog¨ªa ha desarrollado la soluci¨®n adecuada a la vez que planteaba el problema. El medio ideal para el analfabeto secundario es la televisi¨®n.
Es probable que la mayor parte de las teor¨ªas que se han puesto en pie en tomo a este fen¨®meno sean falsas. S¨¦ de lo que hablo, pues no hace a¨²n 20 a?os que adscrib¨ª maravillosas posibilidades emancipatorias al medio electr¨®nico. En todo caso, aquella esperanza, aunque fuera infundada, ten¨ªa la ventaja de la audacia. No puede decirse otro tanto de las consideraciones que hace el soci¨®logo norteamericano Neil Postman, de las que hoy tanto se habla: "Cuando un pueblo se deja distraer con trivialidades, cuando se define de nuevo la vida cultural como una serie interminable de representaciones de diversi¨®n, como gigantesca empresa de espect¨¢culos, cuando el discurso p¨²blico se convierte en palabrer¨ªa indiferenciada; en suma, cuando los ciudadanos se convierten en espectadores, los asuntos p¨²blicos se degradan hasta devenir en n¨²meros de vari¨¦t¨¦, la naci¨®n est¨¢ en peligro y la muerte de la cultura se toma un peligro real".
Tan s¨®lo ha variado la terminolog¨ªa. En todo lo dem¨¢s, la argumentaci¨®n del norteamericano de 1985 es id¨¦ntica que la del buen suizo que en 1795 dirig¨ªa una Llamada a su naci¨®n para advertir de la amenaza del hundimiento de la cultura. Es evidente que Postman tiene raz¨®n con su afirmaci¨®n central de que la televisi¨®n es una majader¨ªa con salsa. Lo curioso es que vea en ello un inconveniente. Al hecho de ser retrasada mental es a lo que debe la televisi¨®n su encanto, su irresistibilidad, su ¨¦xito. Todav¨ªa m¨¢s extra?o es otro tic que puede observarse en los apologetas de la cultura lectora. Ant¨®jaseles que de lo que se trata primordialmente es de los medios con los que se produce la imbecilidad. Si aparece en letra impresa se considera sin m¨¢s que constituye un bien cultural. En cambio, si se difunde a trav¨¦s de antenas o cables, "la naci¨®n est¨¢ en peligro". En fin, la culpa es de los que toman la cr¨ªtica cultural por moneda de ley.
A m¨ª al menos se me hace cuesta arriba creer en una Casandra cuyos presagios sirven para hacer apolog¨ªa de su propio negocio, m¨¢xime cuando simult¨¢nea y ciegamente echa mano de nuevos mercados de salida. Vamos a hacer memoria: fue con un producto impreso, con el peri¨®dico sensacionalista Bild-Zeitung, prof¨¦tico producto con el que se demostr¨® que es posible vender como lectura el destierro de la lectura y fabricar un medio impreso para analfabetos secundarios. Y son naturalmente editores los que se aprestan a cablear toda la naci¨®n, a imponer los sat¨¦lites y cubrir el continente con programas de los que se ha borrado todo vestigio de programa. Lo mismo que hace 100 a?os, cuando el prop¨®sito era alfabetizar a la poblaci¨®n, tambi¨¦n hoy, cuando de lo que se trata es de hacer esa alfabetizaci¨®n reversible, pueden confiar en la ayuda del Estado. El actual proyecto para hacer obligatoria la instalaci¨®n de la televisi¨®n por cable se corresponde exactamente con la escuela obligatoria a la que alud¨ªan entonces las leyes. Resulta muy oportuno que la industria disponga como interlocutor de un ministro que encama con encomiable claridad el tipo del analfabeto secundario.
CAJONES CULTURALES
Tambi¨¦n la pol¨ªtica educativa del Estado tendr¨¢ que adaptarse a las nuevas prioridades. Ya se ha dado un primer paso reduciendo el presupuesto previsto para las bibliotecas. Y tambi¨¦n en la escuela se detectan novedades. Es sabido que hoy d¨ªa puede asistirse durante ocho a?os a la escuela sin aprender alem¨¢n y que tambi¨¦n en las universidades este dialecto germ¨¢nico se va convirtiendo poco a poco en un idioma extranjero que s¨®lo se domina imperfectamente.
Por favor, no vayan a creer que me anima la intenci¨®n de polemizar contra una situaci¨®n de cuya inevitabilidad me doy perfecta cuenta. Tampoco me propongo lamentarla. Lo ¨²nico que quisiera es exponerla y, en la medida de lo posible, explicarla. Ser¨ªa locura negar la raz¨®n de ser del analfabeto secundario, y lejos de mi intenci¨®n est¨¢ el negarle su lugar al sol o desaprobar sus diversiones.
S¨¦ame permitido en cambio dejar constancia de que el proyecto de la Ilustraci¨®n ha fracasado a este respecto. Por lo que se refiere al lema "Cultura para todos", su fracaso resulta c¨®mico. Y a¨²n menos tenemos a la vista una cultura sin clases. Muy por el contrario, es previsible una situaci¨®n en la que se formen ambientes culturales cada vez m¨¢s marcadamente separados y que ya no conozcan un ¨¢mbito p¨²blico y una opini¨®n p¨²blica comunes.
Estoy incluso dispuesto a arriesgar la afirmaci¨®n de que la poblaci¨®n se va a dividir en cajones culturales de manera cada vez m¨¢s clara. (Este t¨¦rmino lo utilizo desde luego con intenci¨®n descriptiva, sin pretensiones sistem¨¢ticas.) Los cajones ya no pueden describirse con ayuda del modelo marxista tradicional, seg¨²n el cual la cultura dominante es la cultura de los dominadores. Clase econ¨®mica y conciencia se separan cada vez m¨¢s.
En este proceso la regla ser¨¢ que los analfabetos secundarios ocupen las posiciones m¨¢s elevadas en la pol¨ªtica y la econom¨ªa. Baste con se?alar al actual presidente de Estados Unidos y al actual canciller de la Rep¨²blica Federal de Alemania. En contraste, tanto en nuestro pa¨ªs como en Estados Unidos es f¨¢cil encontrar grandes cantidades de taxistas, obreros sin cualificar, vendedores de peri¨®dicos y receptores de ayuda social que, con superior conciencia de los problemas, sus normas culturales y sus amplios conocimientos, hubieran llegado lejos en cualquier otra sociedad. Pero incluso una yuxtaposici¨®n semejante no refleja exactamente la situaci¨®n, una situaci¨®n que ya no permite ninguna clasificaci¨®n un¨ªvoca. Pues tambi¨¦n entre los maestros en paro pueden encontrarse zombies, y en la oficina del presidente, gente que no se limita a saber leer y escribir, sino que es capaz de pensar de una manera productiva. Pero tambi¨¦n implica esto que el determinismo social ha agotado tambi¨¦n sus posibilidades para la interpretaci¨®n de los problemas de la cultura. Cuando los padres son en ambos casos analfabetos secundarios, el hijo de personas prominentes ya no tiene ventaja alguna sobre el hijo del obrero. La casta cultural a la que se pertenezca depender¨¢ en adelante m¨¢s de la propia opci¨®n que del origen.
De todo ello deduzco que la cultura se encuentra en nuestro pa¨ªs en una situaci¨®n totalmente nueva. Podemos olvidar la pretensi¨®n de obligatoriedad general de la que siempre ha hecho gala pero que nunca ha cumplido. Los dominadores, analfabetos secundarios en su mayor¨ªa, han perdido todo inter¨¦s por ella. Lo cual tiene como consecuencia que ya no tenga que servir a ning¨²n inter¨¦s dominante ni pueda hacerlo. La cultura ya no legitima nada. Es libre como los p¨¢jaros. Lo que tambi¨¦n es al fin y al cabo una forma de libertad. Una cultura semejante queda reducida a sus propias fuerzas, y cuanto antes lo comprenda as¨ª, tanto mejor.
Ah, s¨ª, falta por mencionar la cuesti¨®n de si han distinguido ustedes a un anacronismo... ?Casi lo hab¨ªamos olvidado! Por lo que se refiere a la literatura, los cambios que acabo de se?alar la han afectado menos de lo que podr¨ªa parecer. En el fondo siempre ha sido un asunto minoritario. Es probable que el n¨²mero de los que viven con ella se haya mantenido relativamente constante durante los ¨²ltimos dos siglos. Tan s¨®lo ha cambiado la composici¨®n de sus adeptos. Hace ya tiempo que no constituye un privilegio de ning¨²n estamento, pero tampoco una obligaci¨®n estamental, ocuparse de la literatura. El triunfo del analfabetismo secundario no puede hacer sino radicalizar la literatura: hace que sobrevenga una situaci¨®n en la que ya s¨®lo se leer¨¢ por propia decisi¨®n. Cuando haya dejado de ser un s¨ªmbolo de status, un c¨®digo social, un programa de educaci¨®n, s¨®lo se ocupar¨¢n de la literatura los que no pueden dejarla.
Y eso que lo denuncie quien tenga ganas de hacerlo. Yo no las tengo. Tambi¨¦n la mala hierba constituye una minor¨ªa, y todo jardinero sabe lo dif¨ªcil que es terminar con ella. La literatura seguir¨¢ viva mientras disponga de una cierta tenacidad, de una cierta astucia, de la capacidad de concentrarse, de una cierta obstinaci¨®n y de buena memoria. Y como recordar¨¢n, son ¨¦stas las cualidades del verdadero analfabeto. Quiz¨¢ sea ¨¦l el que tenga que decir la ¨²ltima palabra. Pues no necesita de ning¨²n otro medio m¨¢s que una voz y un o¨ªdo.
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