Tal como ¨¦ramos
Veinte a?os, despu¨¦s de la asamblea constituyente del Sindicato Democr¨¢tico de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) los perfiles de lo que ¨¦ramos empiezan a desdibujarse en el recuerdo. Y no s¨®lo porque la memoria falla -nos falla a todos- ni tampoco porque desde entonces se haya dejado de hablar o de escribir acerca de lo que los estudiantes llamaron cari?osamente la capuchinada. No por eso o no s¨®lo por eso; sino m¨¢s bien porque la reconstrucci¨®n de aquella historia hecha desde la ¨®ptica de ideolog¨ªas que se impusieron en la pol¨ªtica catalana mucho despu¨¦s (en particular el nacionalismo y las varias versiones de la socialdemocracia postmoderna) tiende a sobrevalorar an¨¦cdotas de dudosa importancia y a ignorar lo esencial: que todo aquello fue posible porque la mayor¨ªa de los estudiantes barceloneses de entonces lo consideraron un proyecto colectivo, cosa propia.No quisiera herir las vanidades de los intelectuales siempre a flor de piel, pero ?alguien se ha tomado la molestia de preguntar a los 500 y pico delegados del SDEUB que asistieron a la asamblea de capuchinos cu¨¢ntos de entre ellos hab¨ªan o¨ªdo una sola vez el nombre de los que luego han pasado a la historia como invitados famosos? A¨²n recuerdo la impresi¨®n que nos hizo a quienes form¨¢bamos parte de la junta de delegados la personalidad intelectual y moral del doctor Jordi Rubio, de quien hasta entonces desconoc¨ªamos hasta el nombre y sobre cuya ancianidad hab¨ªamos ironizado con la impertinente ignorancia de la juventud. Los intelectuales eran all¨ª invitados, invitados a un proyecto estudiantil. Y ¨¦se fue precisamente el argumento que el propio Jordi Rubio esgrimi¨® con valent¨ªa frente a la polic¨ªa que pretend¨ªa sacar del convento de los padres capuchinos a las personalidades m¨¢s conocidas. Les dijo con sencillez: "Yo soy aqu¨ª un invitado y para ausentarme he de consultar por cortes¨ªa con los anfitriones". Palabras sencillas, pero decisivas para nosotros, los estudiantes de entonces.
As¨ª que, m¨¢s all¨¢ de las an¨¦cdotas, importa preguntarse c¨®mo ¨¦ramos, qu¨¦ quer¨ªan las Martas y los Jordis, las Neus y los Ramones de 1966, aquellos miles de universitarios barceloneses que durante un a?o consideraron al SDEUB como cosa propia. Hecho en falta una valoraci¨®n pol¨ªtica, e incluso cultural en un sentido amplio, en las respuestas actuales a ese pregunta.
Aspir¨¢bamos a cosas elementales pero b¨¢sicas. Quer¨ªamos autoorganizarnos como estudiantes universitarios y llam¨¢bamos a este proyecto -con cierta redundancia- sindicato libre, democr¨¢tico, aut¨®nomo y representantivo para mejor indicar as¨ª, con la repetici¨®n, nuestra oposici¨®n radical al Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU); quer¨ªamos que los alumnos y profesores expedientados, expulsados y multados en varias universidades espa?olas, fueran amnistiados; exig¨ªamos libertad de expresi¨®n docente y discente en la Universidad. Y como empez¨¢bamos a saber que estas aspiraciones elementales no se lograr¨ªan en el marco del r¨¦gimen pol¨ªtico entonces existente, junt¨¢bamos las, reivindicaciones m¨¢s propiamente universitarias (la gesti¨®n democr¨¢tica de los ¨®rganos de gobierno de la Universidad, la reforma de planes de estudio obsoletos, la desaparici¨®n de las c¨¢tedras vitalicias) con otras exigencias que rebasaban ya ese marco: la autonom¨ªa de la Universidad respecto del poder pol¨ªtico, la racionalizaci¨®n de los recursos con un aumento sustancial del presupuesto dedicado a la ense?anza superior, el desarrollo de la investigaci¨®n en consonancia con las nuevas necesidades sociales, etc¨¦tera.
En esa l¨ªnea, el Manifiesto por una Universidad democr¨¢tica -documento redactado por el profesor Manuel Sacrist¨¢n y aprobado un¨¢nimemente en la asamblea constituyente del SDEUB- represent¨® un notable paso adelante, no s¨®lo porque recog¨ªa y sistematizaba una d¨¦cada de reivindicaciones estudiantiles sino sobre todo porque sacaba a la luz la contradicci¨®n de fondo de la pol¨ªtica tecnocr¨¢tica que el Opus Dei pretend¨ªa imponer a la Universidad.
Se ha dicho que aqu¨¦llos eran, estudiantes burgueses y se han multiplicado iron¨ªas sober las, vestimentas igualmente burguesas de los Jordis y las Martas de la ¨¦poca. Cierto: casi todos los universitarios barceloneses del 66 eran hijos de la burgues¨ªa, grande y peque?a, pero ser¨ªa injusto olvidar ahora que muchos de aquellos hijos de burgueses tuvieron conflictos agudos con sus padres, asustados por el compromiso pol¨ªtico de los v¨¢stagos. Eran hijos de burgueses que se entregaron a un proyecto de transformaci¨®n con generosidad.
?C¨®mo explicar, si no, las constantes muestras de solidaridad con los obreros ante las reivindicaciones salariales de ¨¦stos? ?C¨®mo explicar la b¨²squeda de v¨ªnculos con las incipientes Comisiones Obreras (CC OO) en Catalu?a? ?De d¨®nde, sin esa generosidad, el papel hegem¨®nico del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) en el movimiento estudiantil de aquellos a?os? ?C¨®mo explicar sin ella el hecho de que la cr¨ªtica a las barreras clasistas existentes tanto en la Universidad como en los otros niveles del aparato educativo acabara convirti¨¦ndose en uno de los puntos m¨¢s ampliamente asumidos por los estudiantes? Se objetar¨¢ que eso no es mucho. Y ah¨ª entran necesariamente las comparaciones odiosas: ?era eso menos que el corporativismo y el "s¨¢lvese quien pueda" que han impuesto luego en ese mismo medio los aspirantes a burgueses?
Desde luego, no er¨¢mos nacionalistas. Hab¨ªa en la mayor¨ªa un sentimiento nacional catal¨¢n sobre cuya justificaci¨®n no har¨¢ falta extenderse. Basta con recordar que en aquellos d¨ªas los Jordis estaban obligados a llamarse Jorges y las Neus, Nieves. Por eso tambi¨¦n aquella parte de los estudiantes universitarios barceloneses que hab¨ªamos llegado poco antes a Catalu?a compart¨ªamos las razones del sentimiento de los otros y su resistencia a la asimilaci¨®n; por eso el Manifiesto hablaba en forma expl¨ªcita de Espa?a como un estado multinacional. Pero ese sentimiento era sobre todo solidario; sab¨ªamos que la nuestra era la misma lucha de los estudiantes de Madrid, Santiago, Bilbao, Sevilla o Valencia. Y no es casualidad, sino un s¨ªntoma de la ¨¦poca, el que las primeras manifestaciones que culminar¨ªa en Capuchinos empezaran precisamente en solidaridad con los estudiantes y profesores madrile?os.
Por lo que hace a las ideas y creencias aquello fue, como todos los movimientos de masas con autenticidad, una especie de Arca de No¨¦. No porque alguien se creyera salvador del mundo, sino por la mezcla de especies en armon¨ªa. El que la hegemon¨ªa en ese Arca fuera comunista no quiere decir que la mayor¨ªa de los estudiantes estuviera al tanto de tal cosa. Pero este motivo tampoco ha de exagerarse con met¨¢foras n¨¢uticas o truculentas como la del submarino. La cosa era en realidad m¨¢s simple: cuando hay que dar la cara casi nadie pregunta nunca de qu¨¦ partido es el que la da; las preguntas vienen luego, cuando el que da la cara adqu¨ªere cierta notoriedad (en la hip¨®tesis favorable) o cuando se la parten (que es lo m¨¢s corriente).
Me pregunto si rememorar estas cosas tiene alg¨²n sentido que no sea el de cultivar, la melancol¨ªa. Tal vez lo tenga, porque una vez m¨¢s la Historia la est¨¢n haciendo los vencedores de hoy desde la tan repetida como tediosa necesidad de siempre que consiste en legitimar el propio pasado. Por lo dem¨¢s, me dicen que uno de los represores de entonces puede llegar a ser decano por consenso 20 a?os despu¨¦s y en una de las facultades barcelonesas que m¨¢s resistieron a la dictadura.
Sigamos, pues, el consejo que el viejo poeta austriaco Erich Fried nos enviara premonitoriamente en 1977: sed tan magn¨¢nimos con los hombres de vuestro antiguo r¨¦gimen que al cabo de 20 a?os pueda decirse que en el fondo vuestro pa¨ªs se mantuvo fiel.
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