Lisboa
Summers: "Los portugueses bostezan con la boca cerrada" / Chumy Ch¨²mez: "Lo que m¨¢s se vende a la puerta de los estadios portugueses son alicates" / Cuando las mozas lisboetas no sal¨ªan a la calle / Lisboa, por la ma?ana es el mar y por la noche es el fado / El b¨²nker de Oliveira y la oficina de Pessoa / Cuando Carrillo y Cunhal se ve¨ªan en bicicleta / Pessoa, el Borges portugu¨¦s.
A Lisboa fui por primera vez poco antes de lo de los claveles, con el equipo del hermano Lobo. ?bamos a hacer una exposici¨®n o as¨ª. Mayormente los ilustradores. Manolo Summers me hizo la primera greguer¨ªa de Portugal:
-Los portugueses bostezan con. la boca cerrada. Y Chumy Ch¨²mez la segunda:
-Lo que m¨¢s se vende a la puerta de los campos de f¨²tbol son alicates. Alicates de todos los tama?os. Hay muchos puestos de alicates, como en Espa?a podr¨ªa haberlos de peladillas.
Son observaciones que hacen tos surrelistas en todas partes. Se supon¨ªa que iba a recibirnos la oposici¨®n intelectual, digamos. Y as¨ª fue:
-?Y quieren ustedes que sigamos el programa previsto o prefieren improvisar?
Chummy:
-Hagarnos lo que tengan ustedes improvisado. Manuel Vicent se encerraba en su habitaci¨®n del hotel a, escribir art¨ªculos:
-Y dime, Umbral, ?t¨² crees que s¨®lo con esto del art¨ªculo se puede quedar?
Ops era un ni?o bueno que no ten¨ªa nada. que ver con el Delvaux cr¨ªtico y sanguinario de sus dibujos. Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n no dec¨ªa nada hasta que no hab¨ªa verificado un buen plato de bacalao bien hecho, con sus vinos correspondientes. Perich me parece que llevaba siempre una m¨¢quina de fotos al. hombro. Un d¨ªa, desde un promontorio, nos ense?aron una panor¨¢mica de la ciudad:
-?,Y d¨®nde est¨¢ la Telef¨®nica? -pregunt¨¦ yo, pensando siempre en Madrid. V¨¢zquez Montalb¨¢n me llam¨® centrallista.
Hab¨ªa una periodista arrugabella (entonces a¨²n no se dec¨ªa as¨ª, claro) que me asediaba con cierto apremio. Siempre la hui, esperando la adolescente lisboeta, pero luego hab¨ªa de comprobar que, en el Portugal anterior a la revoluci¨®n, s¨®lo sal¨ªan a la calle las viejas. La ma?ana, en Lisboa, era la plaza del Rossio, como el gran congreso universal de los limpiabotas, el buen caf¨¦ brasile?o y la conspiraci¨®n sobre lo que estaba al caer. La tarde eran aquellas largas avenidas sombr¨ªas, umbr¨ªas, al final de las cuales se entrev¨ªa una cancela con mucha vegetaci¨®n. Y comprend¨ª que detr¨¢s de aquellas cancelas estaban los due?os del pa¨ªs, y que el pueblo iba a seguir en la plaza del Rossio, cont¨¢ndose unos a otros sus desgracias por los siglos de los siglos. En mis viajes por el mundo, siempre me han interesado las capitales, m¨¢s que otra cosa. Y el pulso vivo y diario de la capital, m¨¢s que sus rincones arquitect¨®nicos. Pero Lisboa, gran ciudad, tiene mucho de provincia que se entristece al atardecer. El Atl¨¢ntico, que por la ma?ana la ilumina como un sol desnudo iluminar¨ªa un mundo desnudo, por la tarde la entenebrece, sacando un mar de f¨¢bula, oscuro, poblado y hostil, de su propio mar. Y por la noche, Lisboa ya s¨®lo es un fado (cantado por una hermana de Amalia Rodrigues) a la orilla de un precipicio negro. Los lisboetas se sujetan las ganas de saltar al precipicio meti¨¦ndose en los restaurantes caros (los que pueden) a cenar bacalao en todas sus versiones y variantes.
Una tarde vimos una supuesta comedia musical que era casta y aburrida como una funci¨®n de colegio de monjas. Hasta ah¨ª hab¨ªa llegado el desmadre dionisiaco de Salazar. Otro d¨ªa, viajando por el litoral, vimos el b¨²nker playero de Oliveira, que realmente le quitaba las ganas de veranear a cualquiera. Vivir s¨®lo para el poder es tan est¨²pido como vivir s¨®lo para la filatelia, s¨®lo que mucho m¨¢s sangriento, ya que entre los filat¨¦licos de nuestra plaza Mayor no suele haber v¨ªctimas.
Uno llevaba en la cabeza a Teixeira de Pascoaes y a Fernando Pessoa, pero entonces nadie hablaba de Pessoa en Portugal ni en Espa?a. Quiz¨¢ porque no era "social". Ahora, los peque?itos andan con eljaleo de Pessoa. Nos le quieren descubrir. En otros viajes he visitado, por mi cuenta, la Lisboa de Pessoa, o he ido con "mentalidad Pessoa" a visitar Lisboa, calle de los Doradores y todo eso, reuniones de caf¨¦ de Pessoa con sus heter¨®nimos, donde Ricardo Reis era siempre el que m¨¢s gritaba. Un mundo de contables aburridos y de poetas puros. Los buques ingleses les rozan de costado, y eso les da, internacionalismo. Carrillo me cont¨® una vez que ¨¦l se ve¨ªa, en los peores a?os de ambas dictaduras, con Cunhal, en un cruce de caminos adonde ambos llegaban en bicicleta. Cunhal, que parec¨ªa un fan¨¢tico, ha tenido ahora el buen sentido de apoyar a los socialistas A ver si aprenden aqu¨ª, unos y otros.
Pessoa es un gran poeta y un gran prosista que hace la metaf¨ªsica del aburrimiento (como Machado en Soria y Segovia). En Lisboa no hay m¨¢s remedio que aburrirse y no porque no sea una gran ciudad, sino porque la cercan¨ªa del mar da a todas las ciudades, gran des y peque?as, una sensaci¨®n c¨®smica de "para qu¨¦", que es la que desvaloriza las cosas. No se puede levantar una ciudad a la orilla misma del Universo, porque e Universo la devora (quiz¨¢ por esto Nueva York y Barcelona viven de espaldas a su mar, defensivamente). Pessoa es ir¨®nico, triste, parad¨®jico, graf¨®mano, ocioso y precioso: se aburre. Quiere resultar un poco ingl¨¦s, o muy ingl¨¦s, pero Lisboa no es Londres. Pessoa es el Borges lusitano que muere de nostalgia londinense, pero que tampoco se decide a escribir en el idioma que ama. (Estas dudas idicim¨¢ticas han frustrado / falseado a m¨¢s de un escritor, en todas partes.) Pessoa / Lisboa. Despu¨¦s de le¨ªdo Pessoa, se pasea mejor por Lisboa, se pasea como un heter¨®nimo de Pessoa que tambi¨¦n puede, seg¨²n Summers, "bostezar con la boca cerrada". En Espa?a, no. En Espa?a bostezamos como los galgos, hasta descuajaringarnos.
Se ve que Londres y su dandismo nos la traen bastante m¨¢s floja. Gim¨¦nez Caballero, que es algo as¨ª como el Groucho Marx involuntario del fascismo espa?ol, dice que Salazar parec¨ªa vasco, y Franco, en cambio, parec¨ªa portugu¨¦s. Franco, sencillamente, parec¨ªa lo que era, o sea, gallego.
D'Ors escribi¨®, con mala leche, que el personal aspecto de Valle-Incl¨¢n no era sino una perpetuaci¨®n del uniforme de estudiante de Compostela. Mimetismo, a su vez, del uniforme estudiantil de Coimbra. Pero alguien ha escrito hace poco que, si a un gallego se le deja solo en la lisboeta plaza del Rossio, no entiende una palabra. Los gallegos cimarrones suelen atraer la caza de Portugal hacia Galicia, para darle aqu¨ª muerte con legalidad. En esto ha parado el Bloque Ib¨¦rico de Franco / Salazar. Lisboa es una ciudad bell¨ªsima y equivocada, un punto y aparte en el Atl¨¢ntico, un sitio para quedarse eternamente o para mirarlo s¨®lo por el ojo de buey del barco. Lisboa tiene en Pessoa la saudade de puerto y la malicia celta. Lisboa no es sino el m¨¢s grande heter¨®nimo de Pessoa, el poeta que se invent¨® la ciudad. Lisboa y su poeta son una dulc¨ªsima cacofon¨ªa.
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